Unos fanáticos criminales, no importa si uno, tres o diez, han vuelto a manchar nuestras calles de sangre. Esta vez en Barcelona, en ese crisol humano que son las Ramblas. Las sonrisas, las preocupaciones, los gestos, deseos y sueños de las víctimas mortales truncados para siempre. La memoria de sus seres queridos, los heridos y las familias de éstos queda para siempre marcada con la cicatriz dolorosa del trauma y la pérdida. Unos jamás podrán podrán llenar el vacío inesperado, traidor, que les sobrevino en la tarde de hoy. Otros deberán superar la horrorosa rotundidad de lo vivido, de lo sobrevivido. Muchos no podrán.
Los criminales seguirán ciegos a lo atroz de sus actos mientras perdure en ellos el gusano fanático del odio, escondiendo su humanidad tras el telón de acero de su doctrina, el mismo que les hace incapaces de universalizar la empatía que, no lo dudo, sí sienten hacia otros. Medio muertos o, si lo prefieren, zombificados; no por un virus microscópico, sino por el calamar gigante de la pasión desnuda de razón, fatalmente abrazados por los tentáculos de un «nosotros» fatuo e impostado. Pero son ellos los que, en el momento crítico de apretar el gatillo -o el acelerador-, pierden la oportunidad de luchar contra sus monstruos, se rinden a la bestia que les acorrala. Esa derrota es la que les priva de mi compasión, esa rendición la que me impide comprenderles.
No puedo olvidar a las masas espectantes. Me aferro a idea, cándida creencia mía tal vez, de que lo que leo en las redes sociales o parte de la prensa, incluso del teclado precipitado de algún político nacional no es representativo de la sociedad española de hoy. Cientos, miles de ciudadanos vomitando sus miserias sobre las aún frescas manchas de sangre de las losetas de las Ramblas. Ávidos por la sensación, dispuestos a repartir culpas cual jueces sumarísimos -y justísimos según ellos- al primero que se cruce en sus fobias o no coincida con sus filias. Vendiendo justificaciones los unos, xenofobias los otros, frentismo casi todos en una especie de paroxismo aquelárrico tras el sacrificio de unos desconocidos.
Siento mucha vergüenza.
No, un crimen como el de esta tarde en Barcelona no es justificable nunca. Y los terroristas deben pagar con ello, aún sabiendo que jamás podrán resarcir el daño causado. No se trata de un acto de legítima defensa, pues ninguna de las víctimas suponía amenaza alguna para los terroristas.
No, los actos de unos individuos no nos permiten obtener ninguna conclusión sobre las cualidades de sus semejantes. No han sido «los moros», ni «los invasores» del mismo modo que nunca son «los hombres» o «las putas» o «los maricones».
Que sobre los criminales caiga todo el peso de la justicia, y sobre los mediocres el de mi desprecio.
A todos los barceloneses y no barceloneses que hoy han sufrido una pérdida irreparable, a los que han experimentado en sus propias carnes el dolor y el odio, mi abrazo sincero.
Hola Luís. Sólo unos apuntes. Comprendo y comparto tu alegato, pero se queda corto. Echo de menos oleadas de musulmanes protestando en las principales ciudades europeas. No sé, un equivalente de las que hubo cuando las famosas caricaturas de mahoma. Ya he dicho en otras ocasiones que el problema no son los musulmanes (no son de otra especie), sino el islamismo con su libro, sus decenas o cientos de suras extremadamente violentas, su despreciable trato de la mujer y de sus jóvenes, a los que se adoctrina en la inmolación y otras barbaridades. Yo no lo respeto. Lo desprecio absolutamente. Y sin embargo, no tengo el menor desprecio por la gente que sufre esa ideología. Así que cuando ataco sus ideas, no ataco a sus personas, porque las personas, a pesar de lo que venden interesadamente los sacerdotes de todo pelaje, no son sus ideas. Las personas pueden cambiar sus ideas y seguirán siendo las mismas personas, sólo que mejores o peores según lo sean sus nuevas ideas. ¿O hay alguna persona que no haya cambiado sus ideas a lo largo de las distintas fases de su vida?
Dicho de otro modo, la total inexistencia en Occidente de una crítica implacable a la despreciable ideología islámica es la mejor prueba de que el peligro principal para la libertad y la democracia no lo representan los inmigrantes islámicos, sino quienes desde aquí propician su admisión incondicional. Y no, no tengo fobia al islam ni a nada, pero sí mucho desprecio. Y ningún miedo.
tranquilo que estos mañana esta en el parlamento como los de Hipercor
Fabuloso comentario, Don Luis. Le aplaudo con las orejas