A la luz de lo que ocurre en Venezuela, a la luz de los acontecimientos en Hamburgo, a la luz de la impunidad con que los criminales de ETA se van de rositas…
Quien renuncia al ejercicio de su responsabilidad pierde buena parte de su libertad. Unos lo hacen por miedo a no saber administrar su libertad, porque prefieren la comodidad que disfrutan bajo la marca “estado social de bienestar”. No se dan cuenta del veneno escondido en las entrañas del caramelo estatal porque antes de percatarse de lo que supone la pérdida de libertades individuales su voluntad de ser libres ya estaba atrofiada. Para otros en cambio, esa voluntad está viva, yo diría que es exuberante y nos obliga a rebelarnos contra la marca “estado social”, nos impide aceptar callados cualquier recorte en nuestra libertad. Al final, pero, terminamos perdiendo esas parcelas de libertad en contra de nuestra voluntad, abducidos por ley en la sopa colectiva. El mayor peligro para la libertad viene precisamente de aquél a quien se ha encomendado su protección: el estado. Ello nos debe llevar a la cuestión de cómo defendernos de los recortes en nuestra libertad que ilegítimamente nos impone el partidismo que ha sabido adueñarse mediante miles de páginas en el BOE de las riendas del ensueño democrático. ¿Nos encontramos acaso ante la paradoja de necesitar el estado para defendernos del estado? Creo que ya es tarde.
El “estado social de bienestar” institucionaliza, da carta de “existencia” a la imagen del hombre incapaz de resolver por sí mismo las dificultades que plantea la vida cotidiana, incapaz de actuar desde su propia responsabilidad. Se alimenta de nuestra cobarde connivencia, de la complacencia con que aceptamos como bueno un sistema de seguridades público, regulado y obligatorio. Proteger al débil, dicen. Y no duda en presentárnoslo como una bendición, un logro en el camino hacia la felicidad de los humanos. El problema es que para ello nos convierte a TODOS en débiles, incapaces, en irresponsables subsidiarios o en supuestos irresponsables. El precio a pagar es altísimo: trabajamos medio año, todos los años, para mantener el enjambre de burócratas y políticos que viven de diseñar nuestro infortunio primero, nuestra «salvación» después. El precio es más de la mitad de lo que generamos con nuestro esfuerzo y nuestro trabajo. ¡De nuestra propiedad!
Resulta que la propiedad privada es algo más que el agua bendita de la economía de mercado. No basta con dos isopazos para alcanzar perdones o beneficios. Es el elixir vital sin el cual no surge la chispa iniciadora, sin el que nada funciona. La propiedad sobre uno mismo y sus logros es la que nos permite tomar consciencia de la responsabilidad que se necesita para ejercer con ella nuestra libertad. Pero en esta Europa de políticas socialistas disfrazadas de sociales la meta es anular precisamente esta idea. Tengo malas noticias: las ideas socialistas no son erradicables. No tienen cura, pues son inmortales, como inmortal es la lacra de la pereza, base irrenunciable para que cualquier idea sea atractiva en nombre de la “felicidad de todos”. La pereza y la enajenación, la renuncia a la propia responsabilidad, que son en definitiva el humus en el que crecen los igualitarismos, la envidia disfrazada de “discriminación positiva” y «justicia social», verdadera razón de ser de toda ideología colectivista: el totalitarismo por medio del favoritismo subvencionado. Por eso los colectivistas, una vez entregada su responsabilidad atrofiada en manos del estado, sólo pueden vivir en un estado que les proteja, libre de sobresaltos y alejado de cualquier factor -alternancia política, por ejemplo- que pueda desestabilizar el limbo soñado.
El socialismo es un programa de enajenación, de embargo, de eliminación de la propiedad. Por ello es un sistema de represión de las libertades. Se disfraza de ecologismo, de seguridad social, de justicia impositiva, de pensiones y seguro de paro. Muchos no reconocen tras esas vestiduras la verdadera amenaza que supone entregarnos a lo fácil: nos convertimos en incapaces para solventar lo difícil, pasamos a depender del estado y pagamos la “protección estatal” con nuestra libertad. Si hubiese dicho lo mismo de la mafia nadie pondría peros. Pero amigos, levantar la voz contra el estado es levantarla contra todo aquel -y son muchos- que ha dejado atrofiar su voluntad de ser libres por dos migajas de “seguridad”.
De acuerdo. Pero no es ninguna novedad. El feudalismo se basó en los mismos principios por lo que el paisanaje entregaba parte de sus bienes al Señor Feudal a cambio de su protección. El cristianismo creció en occidente basándose en la misma falacia de la «jaula de oro»: te garantizamos la vida eterna a la diestra de Dios Padre a cambio de que seas nuestro siervo en la tierra. Y por supuesto hay sociedades donde esto se llevó al extremo como los siervos rusos o el Socialismo Incaico.
Nada nuevo, aunque habría que rebautizarlo con el nombre de «bienescoin» (combinando lo nuevo de los bit-coins con lo cacareado ad-infinitum por nuestros politicastros del «EssstadodeBieneeestaaaaar» y la otra solemne chorrada de «todos somo iguales ante la Ley»)
Vaya invento!
Pues para no ser nada nuevo,caemos en ello una y otra vez que es de lo que trata el asunto.Tu discurso disperso,podrias ahorrartelo como ejercicio de responsabilidad ante los demas.
Muchas gracias Tbone, muy constructivo comentario. Me lo comeré con gusto pues me encantan los Tbones bien asaditos.
Bueno, la igualdad ante la ley es uno de los sagrados principios de la libertad que hoy reciben atentados día sí y día también. Nada que ver con el estado del bienestar o el estatismo inventor de privilegios.
Me encanta este hilo, Don Luis. Espero que no le moleste si intento mandarlo a todo el que pueda.
Muchas gracias