Uno ya no sabe cómo de lejos está de la denuncia cada vez que se sienta escribir. ¿Cometeré algún tipo de discriminación si escribo sobre los taxistas? ¿Y si lo hago sobre las azafatas de un gran premio automovilístico? Cuando escribo y publico mis serias dudas sobre el catastrofismo cambioclimático, ¿estoy divulgando fake news? Bueno, mientras la cosa no salga del blog, apenas unos cuantos lo leerán. Pero… ¿y en Twitter? ¿y en Facebook?
Todo aquello que “alguien” – incluso para un miembro de alguna checa autoconfigurada asambleariamente en un perdido foro de internet – considera que tiene pinta de ser odio, incitación o puesta en duda del mainstream, puede ser declarado como odio, incitación y puesta en duda del mainstream. Declaración de spam, denuncia en Twitter, bloqueo en Facebook, demonización de un blog, incluso denuncia ante algún tribunal que se preste. El umbral de lo “legal” definitivamente enmarcado en el dintel del “eso no lo queremos”, “eso no nos gusta”.
Parece que las posibilidades ya existentes de procesamiento legal frente a los abusos en el uso de la libre expresión ya no son suficientes, por lo que aparecen nuevas formas de control ciudadano y sanciones a los operadores de las redes sociales en las que se difunde lo que «no nos gusta» . Una buena parte de la «gente» de izquierda está entusiasmada con la idea de una delegación de tareas legales a la sociedad civil. Y no olvido la alegría y expectación con que los maniqueos del otro lado del espectro político saludan las intenciones gubernamentales de recuperar la denunciación como mecanismo de protección frente al «ofensor».
Una pena. Las redes sociales no son parte esencial de nuestras vidas. Son un mero vehículo digital de comunicación. De hecho, no son más que foros para la difusión de mensajes, estados de ánimo, cuestiones razonables y otras sinsentido, y opiniones (a veces) justiciables. ¿Imaginan al gobierno imponiendo multas al servicio de correos porque yo en mis cartas envío a mis amigos y conocidos «fake news»? Yo tampoco. Pero es peor.
Es peor, y se lo voy a explicar con un ejemplo sacado de la historia. Esa que tantas veces despreciamos como fuente de conocimiento y de la que, según parece, nos negamos a aprender la más mínima de las lecciones. La conjunción perfecta de moralismo (desde una superioridad moral impuesta), higiene en la opinión, propaganda populizante y sacralización de la mentira la encontramos en el nacionalsocialismo hitleriano de los años 30-40 del pasado siglo. La Ley de Traición de 1934 no se limitó simplemente a criminalizar la libertad de expresión y la crítica al estado, algo esperable de cualquier dictadura, sino que legitimaba a todos los alemanes en la denuncia, la difamación y la incitación a la violencia, en nombre de la comunidad popular, frente a los enemigos del pueblo. Todo alemán de «buena fe», convertido en representante de la verdad, tenía el derecho y la obligaciónde mentir, difamar, calumniar y denunciar a todo aquél que difundiese desinformación (fake news), diciendo, por ejemplo, la verdad sobre lo que ocurría con los vecinos judíos del séptimo.
Cuando «salgo a las redes sociales» o a «la prensa digital» y leo cómo algún juez reclama la reinterpretación de las leyes en función de lo que piensa el «pueblo», o a los políticos germanos y de la UE discutir sobre sanciones a Facebook o Twitter por permitir la difusión de mensajes «denunciables», recuerdo irremediablemente las épocas más oscuras en la reciente historia de Europa.
Asistimos a la muerte lenta de la razón (otra vez) a manos de las filias y las fobias. ¿Y se sorprenden cuando les digo que estamos convirtiendo nuestra sociedad en un gallinero de adolescentes ignorantes? Pues se lo digo de nuevo: estamos en ello.
En la confusión mental que padece nuestra sociedad, me parece necesario y recomendable proclamar la sencillez de los principales valores inmutables como son «el respeto por la verdad» (rechazo de la mentira), el «respeto por la vida» (el rechazo de todo lo que atente contra ella), etc. …….. Nuestra analfabeta sociedad proclama valores más complejos y ambiguos, como la igualdad al tiempo que los mismos que la defienden también lo hacen, incongruentemente, con la diversidad; como el del cambio; el del progreso; etc., sin tener los valores fundamentales en cuenta, o desconociendo el «respeto por la Justicia» a la par qu se ignora el rechazo de todo aquello que atenta contra la misma o su perversa sustitución por el igualitarismo, etc….., o se dice defender la libertad individual al tiempo que se proclaman inexistentes derechos que prescriben dicha libertad. – Creo que hay que fundamentar primero los valores básicos para no contribuir al marasmo de tópicos en el que nos encontramos inmersos.
– Asistimos a la muerte lenta de la razón (otra vez) a manos de las filias y las fobias
¿Aceptamos «discrepancia» como animal de compañía? Sobre la razón no sabemos mucho, y no sabemos que produzca la concordancia de opinión. En general, no. Así que mirar la razón puede que no muestre nada. Sin embargo la discrepancia puede ser útil.
Es fácil observar que las discrepancias se pueden dividir en dos grandes casos, con algunas situaciones intermedias. Y se pueden medir en su relación con su «negociabilidad». Hay discrepancias negociables y no negociables. Las primeras tratan de asuntos que nos molestan; las segundas sobre lo que nos define.
Por ejemplo la gente es muy variable en su afición a la juerga. Y se molestan unos a otros. El juerguista molesta con sus ruidos al amuermado, y el amuermado al juerguista con sus leyes. Y se negocia. Horarios, zonas, decibelios. Y se puede ir cambiando con el tiempo si las cosas cambian, etc.
Por ejemplo la gente tiene «identidad indumentaria», «moral indumentaria» (que hasta cierto punto siempre hay). Pongamos moros y cristianos. ¿Podrían negociar que no obligamos a taparse la cara a todas las mujeres (lo que quieren los moros) a cambio de que ninguna lleve minifalda o similares (lo que quieren los cristianos)? ¿Aceptaríamos un — ni para ti ni para mi, pero un poco para todos? ¡Ni de coña!
Se puede resumir: Unas discrepancias son opciones, y las otras son «moral». Por decirlo rápido.
Vale, has notado un cambio. Ahora te están tocando los cojones / atacando / intentando callar mas que antes. En principio parece que puede ser una de dos:
1- Te has salido de la corriente principal, y donde antes no picaba ahora es un sin vivir. Sería culpa tuya.
2- La sociedad ha cambiado, y en la distribución de discrepancias ahora hay una proporción mucho mayor de las de tipo «moral» (no negociables). Eso querría decir que a todo el mundo le pica mucho más. Una sociedad mas dividida, polarizada. No sería culpa tuya. que es un consuelo por lo personal, pero tiene la desventaja de tener peor arreglo.
Descartemos (1), porque aunque siempre puede ser el caso de alguien en concreto, sabemos que (2) existe. Se ve, se nota. Y tienes que elegir:
– Libertad moral. Multi-culturalidad; diversidad; identitismo; que no son más que versiones distintas de multi-moralidad, o multi- innegociabilidad. Implica picazón en aumento. Kindergarten
– Buscar homogeneidad; el predominio de un tipo de moral. Es lo que había antes, y por eso picaba menos. Trumpismo (o lepenismo).
– Reducción moral al mínimo imprescindible. Implica darle estacazos a las moralinas que surgen (y que hay) por doquier. No prohibiendo, que hace muy feo, pero sí señalando y criticando. Una especie de «moral anti moral». Tiene un inconveniente; debes prescindir de tus propias «manías morales».
Tú mismo. Pero como intentes reducirlo a «razón» (y todavía peor a «libertad»), vas de culo.
«… Pero como intentes reducirlo a «razón» (y todavía peor a «libertad»), vas de culo»
Ya, lamentablemente. Ya me voy resignando a nuevas dictaduras colectivistas, persecución y destierro en la disidencia. Todo sea por el bien de la manada y su «moralidad». Los obedientes y sumisos serán los elegidos, yo no.
🙂
A ver, que lo que veo sea «A», por ejemplo, la tierra plana, no significa que lo que es sea «B», la tierra no plana. Que las sociedades humanas recurrentemente hayan caído siempre en la inercia colectivista no significa que ello deba ser siempre así. Yo, de pequeño, me caía al andar. Pero aprendí, a base de golpes, a caminar mejor.
De las tres opciones que propones al final, me quedo con la tercera, indudablemente. Mis manías morales sólo sirven para mí, por lo que no me supondrá problema alguno señalar y criticar las neomoralinas, postmoralinas o eternomoralinas homeopáticoreligiosas del momento. Ya lo hago.
Y por qué lo hago? Juas! porque soy libre de hacerlo! Y me lo piden las neuronas.
Yo no tengo ni idea de que «deba ser siempre así». O no con mayor firmeza que la que tengo para sospechar que el sol seguirá saliendo por las mañanas. 😉
Pero mientras tanto veo los mecanismos que operan, los entiendo, tienen gran valor predictivo, y sugiero las alternativas que hay … *contando con ellos*. Nada nuevo.
Sí, sin duda. Pero ver y entender lo que «es» también exige (a mí) denunciar lo que no ayuda y proponer alternativas, aunque no sepamos si ayudarán hasta que no las practiquemos. En otras palabras: informar supone, aunque sólo sea a tres (o uno), que «ellos» sean cada vez menos. O, en otro caso, a que comprendan que hay «otros» que prefieren hacer las cosas de manera diferente.
Es profundamente primitivo (humano, por tanto) recurrir siempre a la fuerza del grupo para segregar al disidente. Creo sinceramente que debemos encontrar otras fórmulas menos primitivas, que serán, sin duda, exactamente igual de humanas.
– profundamente primitivo (humano, por tanto) recurrir siempre a la fuerza del grupo para segregar al disidente
Es lo que quiero evitar, y lo que estoy proponiendo. Pero para evitar la segregación tienes que saber el mecanismo que opera. Siempre es un mecanismo moral. Hasta cierto punto es inevitable. Pero también se ve la «moralización» de multitud de alternativas que antes no eran morales, o sea eran opinables y negociables. Y si antes no eran morales, significa que no es necesario que lo sean. Reduciendo la neo-moralidad, que se puede, reduces la segregación del disidente. ¡Porque si no es un asunto moral no es un disidente!
No queremos cosas distintas, creo. Sí usamos perspectivas diferentes.
Agree.
Añado. Hacer hincapié en la razón yo creo que nunca conduce a nada. Pero hacer hincapié en la libertad de expresión, que implica encerrar las morales en su sitio (frenarlas), lleva a cierto auge, si no de la razón, al menos del razonamiento. Y por tanto de la razón al final.