Pensando en voz alta. El movimiento ecologista no duda en colocarse la medalla de haber sido la corriente ideológica más influyente en las últimas décadas. Y no seré yo quien diga que es falso: han cambiado el paisaje político y la forma de hacer política en casi todos los campos. Ellos han sido quienes nos han arrojado de nuevo a pies de los caballos de la mitología como motor de la acción política, algo que creíamos haber superado tras la ilustración y el racionalismo. Ellos son quienes han sido capaces de desnudar la acción política de toda relación con la observación de la realidad y el establecimiento de normas sociales para adaptarnos a los cambios que esa realidad impone.
Los mitos ecologistas se basan en, como mucho, medias verdades, informaciones parciales, invitación al pánico y explotación del miedo que los humanos traemos en la alforja evolutiva.
Prácticamente todo lo que nos llega desde el ideario ecologista obtiene su relevancia en el catastrofismo hiperbólico. Salir de los problemas que nos acucian sólo es posible dando frenazos y poniendo la marcha atrás: menos tecnología, menos consumo, menos población, menos crecimiento. Y ello independientemente del hecho de que ninguno de los problemas que ellos postulan se plasmase en amenaza real: ni la lluvia ácida acabó con los bosques europeos, ni hemos perecido todos bajo los efectos de centrales nucleares explotando, ni se acaban las reservas de recursos naturales. Los mitos ecologistas se basan en, como mucho, medias verdades, informaciones parciales, invitación al pánico y explotación del miedo que los humanos traemos en la alforja evolutiva. Y han creado escuela, no lo dudemos.
Lo único que verdaderamente importa es la «bondad» de los motivos éticos que llevan al político a adoptar ésta o aquélla medida.
Hoy, para hacer política -y no importa si se trata de política verde, social o económica-, ya no es necesario ofrecer la posibilidad de medir los resultados de la misma. Ni siquiera es necesario ofrecer resultados. Lo único que verdaderamente importa es la «bondad» de los motivos éticos que llevan al político a adoptar ésta o aquélla medida. Una política basada en la constante revisión de las conciencias y en los gestos, en absoluto basada en los contenidos, es una política sólo de intenciones, imposible de evaluar. El debate con el adversario político se hace completamente infructuoso: no conduce nunca a la discusión sobre qué hacer en el futuro para mejorar nuestro bienestar o nuestra prosperidad, sino que nos llevan siempre a la resignación ante una ideología de la autolimitación, de la mutilación de la razón y nuestra capacidad innovadora. Lo único que la política actual nos ofrece es la limitación del consumo como norma, la gravación del mismo como vía de financiación del aparato «protector» y la adopción de gestos bienintencionados que no necesitan generar resultados contrastables.
Sí, el ecologismo y sus mitologías han cambiado el panorama político mundial. Lo han sacado de la razón y el análisis para llevarlo al dogma y la fe.
Estaría bien hacer una lista con los mitos más populares del ecolo-progresismo que se han demostrado manifiestamente falsos.
A bote pronto, estás son algunas de mis preferidas:
1º El petróleo está a punto de agotarse.
2º La energía nuclear es la mayor amenaza para la humanidad.
3º Las energías renovables son la única alternativa y además son más baratas.
3º La globalización incrementa la pobreza y la explotación del tercer mundo.
Perfecto, anotado. Comenzaré a realizar ese trabajo.