Era un toro de difícil lidia y, los que no somos diestros en esto de manejar el capote político, temíamos por la vida del parlamento holandés insertado en las astas del albino populista de nombre Wilders. Ahora que pasó el lance podemos respirar tranquilos y ovacionar a los votantes holandeses, arrojándoles tulipanes que sería lo suyo. ¿Ha pasado el peligro? No.
La influencia del populismo de Wilders en las formas de afrontar determinados problemas en el seno de la sociedad holandesa ya era notoria en los últimos compases de la pasada legislatura, quedó meridianamente clara en las dos semanas que precedieron a los comicios de ayer y, no lo duden, seguirá moldeando -ya veremos en qué medida- algunos aspectos político-sociales del futuro gobierno, sin importar a quiénes consiga Rutte sentar a su particular mesa redonda. Ello es así porque la erroneidad de las soluciones populistas no afecta en lo más mínimo a la realidad y veracidad de los problemas existentes.
Unos kilómetros más al suroeste, en la Moumental de París, la ganadería populista saca al ruedo a otro astafino con mirada perversa. La mayor parte de los analistas políticos temían que una victoria de Wilders supusiese un respaldarazo electoral para Le Pen, confirmando así el efecto dominó que todos tememos recorra Europa de Oeste a Este (que ya sabemos que no de Norte y Sur, les cuento luego) y viceversa. Si me preguntan a mí, les diré que no. Que Le Pen «podría ganar» pero no va a hacerlo. Y ello a pesar de que la destreza de sus contrincantes no se corresponde en absoluto con las altísimas cotas de poder que pretenden alcanzar. La retahíla de despropósitos salidos del capote de Fillon y la mediocridad de la faena de Macron no serán suficientes para que los franceses, en segunda ronda, decidan que ellos son populistas. ¡Y menos de derechas! Otra cosa es que al francés medio le de por recordar su ancestral chauvinismo y votar en clave «je suis le plus grande du monde», pero lo dudo.
En el Sur no tenemos esos problemas. Ya somos todos antitaurinos y todo lo que salta a la arena son unicornios mansos y pachangas divertidas (en su mayoría carísimas, pero ese es otro tema). España está tan lejos del peligro populista que no entiendo que pueda ser tema de conversación. Allí donde los mansos unicornios apenas dan juego al capote, nuestros políticos se recrean en verónicas indescriptibles para parar embestidas inexistentes y sacan el estoque raudos para que no se note que la faena ha sido inventada. No, nosotros estamos en otra onda, en otro universo, al son del moderno pasodoble en el que las mujeres no son toreras (ni las pintan así). Alejados del populismo, que, por definición sólo puede ser de derechas, hemos renuciado a la lucha por la prosperidad en aras de la igualdad y hemos demonizado cualquier intento de esfuerzo personal cómodamente acurrucados en el bienestar que nos propicia el estado generoso y previsor.
¡Que siga la fiesta! Nosotros de populismos nada.
Como se decía cuando no existía lo de la corrección política:
Demasié maricaplaya y toreros de salón
Me alegro de que este sujeto no haya ganado, lo que no quiere decir que lo haga dentro de cuatro años. El otro día escuché sobre otro populismo reinante (este sí en el gobierno), concretamente en Grecia, que las últimas encuestas de opinión daban ya como nuevo ganador a Nueva Democracia, porque la gente ya había probado el cáliz de la extrema izquierda y, parece ser, no ha sido bebida de buen gusto, vamos, que están hasta las narices de tanta demagogia, y sobre todo, de que la miseria se haya extendido mucho más de lo que ya estaba. Aviso para los que aquí todavía se piensan que Podemos arreglará algo en este país. Felicidades Holanda, sois un país serio.
De momento se ha superado el problema del triunfo de la reacción confrontadora (populistas son todos, sólo que de distinto pasto), que podría poner en peligro a la propia idea de la UE, pero si los políticos siguen ofreciendo a los ciudadanos solamente la opción del trágala sin críticas, tanto a la inmigración, como a otros aspectos (como la masiva burocratización, pasto de vividores), al final sólo quedará el enfrentamiento.
Cuando en España había reinos, había guerras entre ellos. Lo mismo se puede decir de Europa con sus naciones. Es una regla que siempre se ha cumplido a lo largo de la Historia. Por eso es de vital importancia que la gente entienda que la unión es necesaria para sus intereses a largo plazo sea cual sea la chapuza actual. Otro asunto es que los vividores de la cosa perviertan una y otra vez el proceso anteponiendo los suyos particulares (otra regla que siempre se ha cumplido en la Historia).
Eso del amor a una patria, una lengua, o una «boina propia», sea ésto lo que sea, es un virus que se inocula en la mente inocente de los niños. Si cogiéramos una generación europea y les enseñáramos una patria inexistente (Europa), con una lengua (cualquiera) y una bandera (cualquiera), a partir de ellos ya tendríamos el invento en marcha con masas de gente dispuestas a luchar hasta la muerte «por sus raíces» en unas tres generaciones.
Así que si no podemos vivir sin patrias, religiones y demás inventos, convendría que al menos los fuéramos reduciendo en número y civilizándolos, es decir, racionalizándolos. ¡Pocas emociones con estas cosas!