Sobre el fracaso del LHC Run 2, y los límites del conocimiento

Estos días nos hemos encontrado con la noticia del CERN de que la resonancia a 750 GeV en el canal difotónico detectada en el LHC run 2 (en el ATLAS y CMS) ha desaparecido.
Artículo escrito por Samuel Graván
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[blockquote align=»left» author=»Jorge Luis Borges»]»…pienso en aquel trágico Philipp Batz…imaginó que somos fragmentos de un Dios, que en el principio de los tiempos se destruyó, ávido de no ser. La historia universal es la oscura agonía de esos fragmentos»[/blockquote]

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Estos días nos hemos encontrado con la noticia del CERN de que la resonancia a 750 GeV en el canal difotónico detectada en el LHC run 2 (en el ATLAS y CMS) ha desaparecido. Es decir; que sigue sin haber ni rastro de alguna física capaz de superar al modelo estándar de partículas. Y la cosa es que esta noticia se veía venir de lejos. Están como locos buscando algo nuevo que de indicios suficientes como para que el grifo de dinero no se cierre en el LHC. Como digo, se veía venir que todo era posiblemente una mera casualidad estadística; pero prefirieron vender la moto con un sigma estadístico que en raras ocasiones significa nada, con tal de levantar revuelo y publicitar de algún modo el chorro de millones que se lleva gastado en el LHC para realmente no haberse sacado de momento nada más que el descubrimiento del bosón de Higgs (que por cierto era casi una certeza que estaría allí esperando); con lo que, realmente, la mil millonada del LHC de momento no ha servido para nada relevante (al menos en lo referente a superar el modelo estándar). Hay mucho miedo de que la financiación acabe, y se intenta a la desesperada «vender la moto» con resultados precarios que luego se vienen abajo (y que todos en el CERN saben de antemano que se vendrán abajo casi seguro).

Dado los astronómicos costes experimentales de hoy día, la física va camino de depender del marketing, y eso no es nada bueno. Y es que, como nada extraordinario ocurra en el LHC Run 2 (y no tiene pinta) o en un hipotético Run 3 ó 4, ya se puede dar por muerto el proyecto que se supone que sustituiría en algunas décadas al LHC: ¿quién va a invertir otra mil millonada semejante (y al cuadrado) sin que haya siquiera un indicio de que hay algo nuevo a energías abarcables lo suficientemente cercanas? La física experimental mediante aceleradores de partículas se encuentra en un punto crítico, y quizás no sea viable económicamente ir mucho más allá (más aún teniendo en cuenta el momento de recortes en que se encuentra el planeta a nivel social, y más en I+D).

Y esto viene a reafirmar una vez más lo que es un secreto a voces: la física hace ya décadas que se ha topado con el límite de lo observable (o al menos, con el límite de lo representable por nuestro cerebro evolutivo). Es esta una situación poco agradable para el científico, y más aún para el que deposita toda su creencia en las evidencias empíricas y sus relaciones teóricas.

No es por lo tanto sorprenderte que ante esta obligada falta experimental, la racionalidad intente tomar el mando como única guía posible en el avance de nuestro conocimiento del mundo. Es decir; que tras un largo periodo gobernado por la más pura ciencia empírica (donde, como Kant se encargó de mostrar, se mezcla en parte la doctrina fundamental del empirismo con la actuación de un proceso racional innato embebido a priori en nuestro cerebro evolutivo).

Actuando de este modo, la ciencia ha conseguido aumentar nuestro conocimiento del mundo de un modo exponencial en apenas unos siglos; logrando al mismo tiempo unos avances técnicos aún más asombrosos. Pero este avance exponencial evidentemente no podía ser para siempre, y la causa principal la constituyen los límites empíricos: la ciencia avanzó mucho conforme nuevos fenómenos a escalas cada vez más pequeñas (y cada vez más grandes) eran incorporados al proceso racional de teorización general, pero hace ya casi tres décadas que este proceso está sufriendo una desaceleración: cada vez es más complicado reducir (o aumentar) la escala de observación, y cada vez mayores esfuerzos (en cuanto a recursos y tiempo) son necesarios para incrementar la experimentación a nuevos niveles.

Antes, grandes avances en física teórica se veían respaldados por una base experimental que realizaba con éxito a veces incluso una sola persona en un laboratorio semi-profesional; hoy día, el más mínimo aporte de apoyo experimental requiere de enormes laboratorios de inversiones multimillonarias, constituidas por enormes equipos de trabajo realizando un gran esfuerzo de trabajo durante décadas antes de poder poner en marcha el experimento y comprobar si hay algo nuevo que observar.

Este proceso, como digo, además se agrava con el tiempo: cada gran nuevo experimento que pretende aumentar la base experimental ya disponible, requiere un aumento casi exponencial de inversión para conseguir un discreto aumento lineal de precisión. 

Más pronto que tarde llegará el momento que cualquier mejora en la precisión (a nivel microscópico, pero también a nivel macroscópico) requerirá una inversión tan grande que será impracticable (en cuanto a recursos necesarios pero también en cuanto al tiempo requerido en su construcción). Ese día no creo que esté tan lejos, y de hecho podría haberse ya alcanzado en el nivel de física de partículas con el LHC. Porque si ya el LHC supuso una inversión multinacional enorme, una mejora significativa del mismo (es decir, un aumento significativo -aritmético- de la energía de colisión) supondría un aumento geométrico en su coste. No creo personalmente que se construya nunca un acelerador de partículas capaz de superar al LHC (al menos, no creo que se logre construir en los próximos 50 años, por lo que no tengo esperanzas de ver en vida algo mejor). Es decir, que debemos comenzar a aceptar (cuanto antes mejor) la limitación práctica que el conocimiento físico puede tener. Es un hecho insoslayable, y la limitación principal es empírica.

Sin embargo, el hombre ya se ha acostumbrado a la ciencia como única herramienta capaz de dar cuenta del saber; y aceptar su limitación es algo que psicológicamente cuesta mucho digerir, más aún por los propios hombres de ciencia, los cuales han dedicado su vida y carrera a esta disciplina. El hecho de abandonar la ciencia, o incluso simplemente compatibilizarla con otro método de conocimiento (distinto del hipotético-deductivo) es una actitud duramente castigada por aquellos que se atreven. Sin embargo, nos guste o no, no hay otro camino:

Como decimos, hace al menos tres décadas que ninguna nueva teoría física revolucionaria es capaz de recibir apoyo experimental de ningún tipo. El modelo estándar de partículas fue la última gran teoría física capaz de obtener evidencias empíricas en su favor (siendo la última precisamente alcanzada hace unos pocos años en el LHC con el descubrimiento del bosón de Higgs), y de hecho, no hay en el horizonte ninguna propuesta mejor con probabilidades reales de constatación. La teoría de cuerdas, por ejemplo; es casi impracticable a la hora de recibir este apoyo observacional, y otras teorías alternativas son igualmente inabordables por este modo experimental. Incluso relativamente «pequeños» pasitos adelante como sería el descubrimiento de la supersimetría o la evidencia de nuevas dimensiones en el espacio-tiempo, parecen esquivos; y el LHC no está teniendo éxito en ello de momento (funcionando ya, por cierto, casi a su máxima potencia).

Pero no es sólo la física de partículas la que se encuentra en problemas: casi todas y cada una de las ciencias más básicas (dejando de lado las ciencias de la biología y otras que limitan su estudio al nivel mesoscópico de la realidad), parecen haber logrado (o están cerca de ello con sus próximos -y millonarios- experimentos) el límite empírico abordable de un modo práctico razonable, es decir; el límite donde el aumento de coste se ve respaldado por un aumento razonable en la precisión.

Y lo principal es que, a pesar de estarse sin duda a punto de alcanzarse este nivel razonable de observación en todos los ámbitos, aún no tenemos ni idea de cómo funciona realmente el mundo. Hemos avanzado sin duda mucho desde el origen de la ciencia, pero aún quedan casi las mismas respuestas por responder que al principio: el avance descriptivo ha sido lo que ha predominado (lo que ha permitido el gran avance tecnológico que todos disfrutamos), pero el avance explicativo como tal ha sido muy escaso. Conocemos miles de leyes, teorías y principios; y podemos describir y prever de un modo maravillosamente preciso gran parte de los fenómenos del mundo gracias al uso del lenguaje matemático. Sin embargo, y esto es muy importante, no hay hoy día una mejor explicación para comprender por qué el mundo se comporta de este modo tan bien previsto que la que hubiera hace casi tres mil años. Ya en aquel entonces un filósofo llamado Demócrito propuso la hipótesis del átomo (es decir; reducir grosso modo todo fenómeno observable a la interacción de pequeños constituyentes indivisibles moviéndose por entre un espacio vacío), y es, de hecho, una propuesta casi equivalente a la moderna teoría de cuerdas (y al modelo estándar de partículas de la que ésta deriva). Casi tres mil años han trascurrido, y no se ha avanzado lo más mínimo en el conocimiento real del porqué del mundo, terminando explicativamente todo casi en el mismo punto donde empezó.

Se puede comprender que la razón de este estancamiento explicativo milenario se debe, igual que en el caso del límite práctico descriptivo, en la necesidad empírica del proceso. Una necesidad que la ciencia básica entendida como método hipotético-deductivo arrastra desde hace siglos, y que la limita siempre por este requerimiento de constrastación (obligarse siempre a intentar refutar y evidenciar de un modo experimental las consecuencias de las hipótesis).

Sin embargo, esta constrastación, como hemos visto, es cada vez más complicada de alcanzar de modo práctico para defender la descripción del fenómeno, y es imposible de alcanzar en teoría para avanzar científicamente en el terreno explicativo.

Tenemos resumiendo, lo siguiente:

1) La ciencia básica está limitada de modo práctico en cuanto a la descripción del mundo por el coste experimental y el hecho de que cada vez un mayor coste resulta en un menor aumento de precisión: esto hace que (relativamente) poco más se vaya a avanzar los próximos años en cuanto a la identificación (enumeración) de leyes, teorías y principios nuevos y revolucionarios.

2) La ciencia básica está limitada teóricamente en cuanto a la explicación (el porqué) del modo en que esas leyes y principios detectados (de modo descriptivo) funcionan del modo en que lo hacen (y no de otra manera, o de ninguna manera en absoluto). Uno puede, por ejemplo; conocer y comprender la formulación matemática (descriptiva) del principio de acción mínima, y no obstante, no tener ni idea de por qué el Universo funciona de este modo observado y no de otra manera diferente. Y lo mismo aplica al resto de leyes, principios, teorías, etc.

En pocas palabras: el ser humano, mediante el método científico tradicional, está limitado en la práctica a alcanzar un conocimiento descriptivo del mundo solamente hasta una cierta precisión máxima insalvable por culpa de los limitados recursos disponibles en el planeta (matemáticamente hablando: este límite puede rondar nueve o diez decimales, o alguno más en el futuro); y por otra parte, está limitado a un conocimiento explicativo nulo en cuanto al porqué (el qué y el para qué) de las leyes y principios detectados en este comportamiento regular (ley) identificado en el fenómeno: sabemos con mucha precisión que la energía se conserva (descripción de un hecho regular), pero no sabemos por qué lo hace en lugar de no hacerlo, ni qué supone esta conservación ni tampoco para qué sirve que tal conservación suceda (si es que sirve para algo). Es decir; que no conocemos la Causa (con mayúsculas) de este comportamiento regular del fenómeno tan precisamente descrito y constatado.

Y es este es el verdadero problema en el conocimiento explicativo del mundo: que no conocemos (ni podemos conocer) empíricamente la Causa (que trasciende) la regularidad fenoménica observada. Porque es un hecho que las cosas suceden, y que suceden de un modo muy concreto; es decir; se percibe que el fenómeno es, y que se comporta de un modo regular y previsible, y por lo tanto dicho ser y dicha regularidad requieren de una explicación: algo que de cuenta de por qué el mundo es, se mueve y se comporta de este modo observado y no de otro manera cualquiera, o incluso que no sea o que sea de un modo absolutamente caótico no regular (sin leyes ni principios).

No vale, por lo tanto, con cruzarse de brazos ante la mera (y precisa) identificación de la regularidad, sino que hay que pretender más: un conocimiento sobre qué puede producir esta regularidad tan concreta en lugar de otra cualquiera, amén de tener que darse cuenta del porqué hay algo (fenómenos) que se comportan regularmente en lugar de no haber nada o no haber regularidad (ambas dos, situaciones lógicamente congruentes).

Pero claro, para conocer qué crea el fenómeno y cómo se motiva su regularidad dinámica, además de comprender por qué se produce todo de este modo tan concreto, y también para qué sucede todo esto del modo en que lo hace (o demostrar que no hay un para qué); hay que salir (trascender) el propio fenómeno del que formamos parte. Es decir; que para explicar el mundo de un modo equivalente al «científico» tradicional, habría que poder «salir» del Universo y observar qué hay ahí para poder contrastar empíricamente las hipótesis que nos podamos haber hecho. En otras palabras: para lograr tal conocimiento explicativo necesitaríamos poder obtener datos empíricos de esa realidad supra-fenoménica.

Sin embargo, creo que es evidente que esta posibilidad escapa absolutamente de nuestro poder como meros sujetos evolutivos creados dentro (y desde) el propio fenómeno, y limitados por tanto empíricamente a este mismo conjunto fenoménico del cual participamos y que da forma al Universo.

Esto hace que buscar cualquier explicación (un qué es, por qué es, o para qué es) sobre el cómo observado en cualquier proceso fenoménico es algo que la ciencia hipotético-deductiva no pueda afrontar (al ser imposible el paso experimental de contrastación de hipótesis). Esta indagación en el Conocimiento, por lo tanto, vemos que queda limitada, a la pura racionalidad (bajo la forma de esa rama filosófica denominada tradicionalmente como Metafísica); la cual deja fuera de la ecuación cualquier intento de pretender refutar o constrastar empíricamente sus hipótesis propuestas.

Precisamente esta (para algunos) desagradable limitación en la posibilidad de verificación experimental en la metafísica, es el estigma que la llevó al olvido durante casi todo el siglo XX, eclipsada por completo por el firme y preciso triunfo descriptivo sobre cómo se produce y regula el fenómeno en el mundo, además de por el enorme avance tecnológico a la que esta precisa identificación predictiva condujo. El pragmatismo se impuso, y nada que no fuese ciencia parecía merecer la pena de tener en cuenta.

Pero como venimos diciendo, los límites empíricos prácticos comenzaron a alcanzarse hace ya casi tres décadas, y desde entonces, con estos límites  a la vista, la «ciencia» no tuvo más remedio que empezar a hacer literalmente (aunque de un modo velado) filosofía. El ejemplo más famoso de esta filosofía «científica» nace precisamente con la teoría de cuerdas en un intento por rebasar el  modelo estándar de partículas; una teoría eminentemente matemática (racional) la cual no tiene apenas posibilidad de ser evidenciada experimentalmente jamás en la práctica (e incluso muchos defienden que ni siquiera en teoría), pero que sin embargo es congruente con el cómo observado en el fenómeno. Es decir; que se postula realmente una especulación racional teórica, pero fundada en la matemática y más importante aún, respaldada por la capacidad de dicha hipótesis matemática para describir y prever cualquier fenómeno observable y su regularidad dinámica.

Y es que es un hecho: antes o después, no habrá más escapatoria que la vuelta a la filosofía, o mejor dicho, a una reformulación del método científico tradicional, de modo tal que se permita a aquella ingresar y participar en las propuestas teóricas. Esta reformulación del método científico, que como digo llegará más pronto que tarde debido a la necesidad impuesta por los límites empíricos prácticos, puede consistir en algo parecido a lo siguiente:

1- Observación: Aplicar atentamente los sentidos a un objeto o a un fenómeno, para estudiarlos tal como se presentan en realidad, puede ser ocasional o causalmente.
2- Inducción: La acción y efecto de extraer, a partir de determinadas observaciones o experiencias particulares, el principio particular de cada una de ellas.
3- Hipótesis: Consiste en elaborar una explicación provisional de los hechos observados y de sus posibles causas.
4- Probar y evidenciar si la hipótesis es consistente con la descripción del fenómeno hecha por la ciencia empírica tradicional: es decir, comprobar si las consecuencias de la hipótesis cuadra con las leyes, teorías y principios que ya conocemos (en lugar de como se hace ahora, pretender evidenciar y refutar experimentalmente las consecuencias de la hipótesis).
5- Alcanzamos una Tesis o teoría.

El punto 4 sustituirá los pasos del método hipotético-deductivo que antes pedía probar empíricamente la hipótesis por experimentación para evidenciar o refutar la misma. Deberá bastar con comprobar si la hipótesis es consistente con las teorías,  leyes y principios que ya conocemos.Y es que no quedará otro remedio si se quiere pretender seguir avanzando en el conocimiento del mundo una vez que ninguna nueva experiencia empírica sea posible. Esto es, de hecho, lo que los físicos han estado haciendo desde hace casi tres de décadas al trabajar en la teoría de cuerdas: dicha teoría, como decimos, no es más que una amalgama de ecuaciones matemáticas y suposiciones empíricamente irrefutables (once u doce dimensiones espaciales, «cuerdas» vibrando en la prácticamente inobservable escala de Plank, etc.); la cual se tiene en cuenta simplemente porque sus consecuencias racionales (matemáticas) concuerdan bien con la teoría de la relatividad y los postulados de la mecánica cuántica, pero de hecho, ¡jamás vamos a ver una «cuerda»! (si ni siquiera podemos «ver» un quark libre, como para ver una cuerda del tamaño de la escala de Plank).

A esta nueva «ciencia» que está por venir (que ya está aquí, de hecho, pero que aún hay que descubrirla como tal), se la podría llamar filosofía inmanente: porque de hecho será sin duda filosofía ya que dejará volar a la imaginación racional sin ningún respaldo empírico con la intención de poder avanzar un poco más; pero igualmente será inmanente, en el sentido de que se exigirá siempre que el fruto de ese paseo mental experimentalmente incontrolado sea luego lógicamente congruente con todos los resultados históricamente establecidos por la ciencia tradicional descriptiva del único mundo al que tenemos empíricamente acceso (nuestro Universo y sus fenómenos).

Y es que no sólo ha sido la teoría de cuerdas la que ha entrado de lleno en esta nueva era de la ciencia básica reformulada, sino que ya la cosmología hace tiempo que no hace otra cosa que utilizar veladamente en su trabajo la filosofía. Lo hace en gran parte de sus modernas propuestas, pero me gustaría recalcar especialmente cómo lo hace con la hipótesis del multiverso.

La propuesta del multiverso, es hoy día una especulación física muy particular. Y es particular, primero porque hace, igual que la teoría de cuerdas, uso de este método científico «debilitado» del que hablamos antes. No existe posibilidad práctica (posiblemente ni en teoría) de constrastación o refutación empírica directa o indirecta en la hipótesis de base propuesta (la existencia de un multiverso), y muchos científicos se contentan con que este postulado multiverso sea capaz de dar cuenta de la descripción empírica que la ciencia empírica tradicional ha logrado (particularmente en lo referente a la física cuántica). Pero también es un postulado muy particular debido a la descarada intencionalidad metafísica que de él hacen los científicos. La «teoría» del multiverso es el as en la manga del que hacen uso los científicos para negar cualquier implicación trascendental en la regularidad observada en el mundo. Vamos a ver esto con más detalle:

Tanto el científico como el profano en ciencias observan el mundo fenoménico que nos rodea y queda impresionado por el modo tan regular y predecible con que este fenómeno se mueve. Todo sigue unas reglas muy determinadas que dictan el modo en que las cosas deben ser en el mundo. No vale cualquier cosa, sino que el devenir actúa siempre y constantemente del mismo modo. El científico mejor que nadie comprende esta regularidad, y la expresa mediante el lenguaje matemático con una precisión en ocasiones de más de nueve dígitos decimales. Pero claro, a pesar de esta enorme precisión descriptiva y predictiva lograda sobre la regularidad dinámica del fenómeno, aún hemos visto que queda responder (explicar) qué es en sí ese fenómeno, por qué se comporta de este modo regular tan concreto en que lo hace y no de otro modo regular cualquiera -o incluso no presentar regularidad alguna-, y también para qué existe el fenómeno y para qué se comporta con esa regularidad particular.

Ante estas preguntas el científico recela (porque de hecho, comprende que se trata de preguntas que escapan a su ámbito de estudio), y se limita en el mejor caso al encogimiento de hombros (agnosticismo): «esas preguntas no tienen respuesta (acaso ni sentido)», o al panteísmo «científico»: «las cosas son como son, y listo».  Estas posturas han sido tomadas por grandes científicos a lo largo de la historia; pero hay un problema añadido que ninguna de estas dos posiciones puede salvar y que tiene graves consecuencias epistemológicas, las cuales precisamente llevaron a que el científico se mojara por narices en el terreno de la metafísica. Este problema no es ni más ni menos que la pregunta sobre el para qué (la intención sobre el fenómeno). No hay cosa que más repudie (tradicionalmente) un científico que las propuestas que suponen una Intención trascendental tras el fenómeno.

La cuestión del para qué existe el fenómeno, y del para qué se comporta de este modo tan concreto y regular que observamos, en lugar de comportarse de otro modo; presupone un matiz intencional que además sólo puede estudiarse de un modo trascendente al propio fenómeno. Es decir; que si finalmente hay o no una razón o sentido para el fenómeno (un para qué), dicha intención debe ser explicada de modo trascendente al propio fenómeno que se quiere comprender. La ciencia tradicional puede sin duda describir el fenómeno, y prever la regularidad de su movimiento, pero no puede afirmar ni negar si este comportamiento tan bien descrito responde a alguna Intención trascendente al propio fenómeno.

Porque la física ha sido capaz de desarrollar durante los últimos siglos maravillosas herramientas matemáticas con las que poder predecir con gran precisión cómo se va a mover un objeto determinado en el tiempo siguiendo, por poner un ejemplo; el principio de acción mínima. Este principio empírico (todo objeto se mueve espontáneamente siempre siguiendo el camino que suponga la menor acción: entendiéndose como acción la energía implicada en el proceso por unidad de tiempo medida en Julios por segundo), permitió el desarrollo de una nueva matemática capaz de dar cuenta descriptiva del modo en que se moverá el objeto (mecánica analítica), pero lo que se quiere señalar, es que el principio empírico en sí no es explicado. Nadie sabe qué es en sí ese principio, qué causa su ser así, ni por qué ocurre que los objetos y fenómenos actúan regularmente siguiendo este modo de ser y estar en el mundo (en lugar de actuar de otro modo): en resumen, nadie explica ni puede explicar desde la ciencia tradicional, por qué los objetos actúan del modo descrito por el principio de mínima acción, en lugar de hacerlo, por ejemplo; siguiendo otro modo cualquiera, por ejemplo, uno que maximice la acción consumida.

En la imagen aparecen una carga positiva fija (en rojo) y un electrón libre (en azul). De todas las trayectorias posibles, ¿cuál escogerá el electrón? El principio de acción mínima determina que la trayectoria 1 será la elegida pero: ¿por qué es así y no de otro modo?

En otras palabras: ¿Por qué la acción consumida en el tiempo por los objetos en su devenir debe ser la menor de entre las posibles y no, por ejemplo; la mayor? Nadie lo sabe, y muy probablemente nadie lo sabrá (entendiendo por saber a conseguir una afirmación refutable y contrastable experimentalmente). Para saber por qué la acción consumida por el movimiento del fenómeno debe ser mínima no nos vale física (ni siquiera una supuesta teoría del todo sería capaz de dar cuenta de ello), porque lo que se pretende conocer es la causa del propio fenómeno: es decir; se quiere comprender qué es aquello qué impulsa al fenómeno a actuar del modo en que lo hace: qué hace o causa que el objeto persiga la acción mínima en lugar de la «acción máxima» (o de no perseguir nada, y presentar un movimiento caótico). No podemos saberlo con seguridad, porque también nosotros somos meros fenómenos atrapados en la misma realidad fenoménica que los sentidos nos presentan. Todo vemos como algo evidente que las cosas se muevan en línea recta (mejor dicho, siguiendo geodésicas), pero nuestra intuición o sentido común nunca pueden ser tomados como explicación. La pregunta es legítima: ¿por qué seguir geodésicas y minimizar siempre la acción, buscando el caminio de mínima acción? Las cosas podrían haber sido de otro modo a pesar de que nos resulte contra-intuitivo.

También un electrón, por ejemplo; en una órbita atómica de energía excitada decae espontáneamente (en un tiempo, por cierto, imposible de prever con certeza absoluta) al estado más fundamental de menor energía posible: ¿por qué? Podría permanecer en esa órbita excitada puesto que ya obtuvo la energía necesaria para alcanzar ese estado ligado, pero no; en cuanto le es posible, y transcurrido un tiempo eminentemente indeterminado, siempre «busca» un estado de energía más básico: siendo el ideal lograr el estado de mínima energía o estado fundamental. Repito: ¿por qué se comporta así el fenómeno?

Pero ya vimos que las respuestas a estos qués o para qués no preocupan al hombre de ciencia, porque le valdría con negar la validez de la pregunta o la posibilidad de una respuesta (agnosticismo), o sencillamente afirmar que las cosas son como son sin más, que ellas mismas dan cuenta de todo su ser de modo auto-suficiente (panteísmo). Pero hay otra pregunta que este encogimiento de hombros no satisface: para qué. ¿Para qué podría servir, si es que sirve para algo; que los objetos del mundo busquen la mínima acción en su movimiento por el tiempo? El agnóstico debe aceptar que no lo sabe, y el panteísta debe ser congruente y limitarse a afirmar que todo es como es porque sí, y para nada en concreto. Pero claro, ¿a qué se debe entonces que todo el Universo tenga regularidades y propiedades tan finamente ajustadas como para que la vida consciente haya podido llegar a existir? El agnóstico debe reconocer que esta pregunta sí es válida pero que no puede responderla, y el panteísta, que en el fondo no es más que un ateo de lo trascendental, deberá achacarlo todo al azar: las cosas están finamente ajustada para permitir nuestro origen consciente por casualidad.

Como vemos, ambas posturas son muy poco satisfactorias, y deja realmente abierta la puerta a otras interpretaciones «mejores» que la de la asombrosa casualidad o la renuncia a responder. Y precisamente para responder, aunque para responder negativamente a que exista un para qué, los científicos han desarrollado una hipótesis trascendental, con tintes marcadamente metafísicos, aunque apoyada siempre en su discurrir de las teorías científicas alcanzadas del modo tradicional. Es decir, que pretenden realmente formalizar esta nueva filosofía inmanente de la que ya hemos hablado antes.

Podemos por tanto decir sin miedo a equivocarnos, que existe ya hoy día un movimiento científico que profesa una filosofía trascendental concreta, la cual busca intencionadamente defender la no existencia de un motivo Causal Intencionado en la trascendencia que origina y causa nuestro mundo. Esta trascendencia propuesta (que es, por supuesto, independiente del mundo e inaccesible experimentalmente), sería un multiverso, una especie de «madre» generadora de infinitos Universos independientes, cada uno de los cuales poseen propiedades físicas diferenciadas las cuales posibilitan distintos fenómenos en cada uno (en algunos habrá estrellas, en otros no, etc.); siendo precisamente en aquellos pocos Universos «hijos» (de entre una infinidad) que por azar están bien ajustados para albergar vida consciente, en los que pueden aparecer fenómenos capaces de preguntarse por ese fino ajuste.

Ahora se puede comprobar bien cuál es la intención de esta metafísica «científica»: defender la postura del ajuste por azar sin la necesidad de la casualidad (la suerte). Este azar trascendental garantiza, por supuesto, la postura atea: no habría Intención, Motivo, o Finalidad en el origen y causa de nuestro Universo fenoménico: porque se propone una hipotética Realidad trascendente (un multiverso), y se especula con que esta Realidad se comporta de un modo espontáneo no intencionado como observamos aquí en el fenómeno, y lo hace, además, de un modo tal que todo cuadre racionalmente con lo que conocemos de nuestro mundo (leyes y teorías físicas).

Sin embargo, el precio que paga el «científico» al filosofar de este modo es muy alto. Hay al menos cuatro variantes o hipótesis del multiverso bien diferenciadas, cada una de las cuales es tan válida e irrefutable como la demás, amén de muchas más opciones intermedias. Pero lo verdaderamente grave de esta metafísica es que es absolutamente incompleta:

La postura del multiverso sólo permite dar un paso atrás al interrogante del qué, por qué y para qué; pero no cierra, sino que agrava, el proceso explicativo del fenómeno y la regularidad dinámica. Porque nuestro Universo puede haberse engendrado del modo en que es y lo vemos en esa «madre» generadora de infinitos mundos pero, ¿qué es en sí ese multiverso? ¿qué lo causa, lo origina, y lo mantiene? ¿por qué es del modo que es (en lugar de no ser, o ser de otro modo) y por qué tiene esa capacidad tan peculiar de generar mundos? ¿Por qué cada mundo generado tiene propiedades diferentes y cómo se generan y diferencian estos mundos? Además, y más importante todavía, aún quedan abierta las preguntas sobre los para qué: ¿para qué existe este multiverso (si es que existe para algo)? ¿para qué genera todos estos mundos (sigue alguna intención o finalidad con ello)?

Es decir; que con este paso atrás metafísico únicamente se consigue un paso atrás explicativo, pero al coste de tenerse que especular con una «física» trascendente irrefutable, tratarse con entidades e identidades infinitas (infinitos Universos, infinidad de propiedades, existencia infinita o atemporal del multiverso, etc.), y aún así para no tener una respuesta explicativa completa de la Causa original, puesto que estas respuestas requieren ahora de una meta-metafísica (es decir; que ahora necesitamos especular con causas trascendentes para la propia trascendencia que hemos propuesto: ¿qué causa el multiverso? ¿por qué existe el multiverso en lugar de no existir, y por qué existe del modo concreto en que lo hace: como generadora de mundos? Y por supuesto: ¿para qué existe este multiverso (si es que existe para algo)?

El agnóstico y el panteísta tienen el mismo problema que antes: o se renuncia a comprender el multiverso (y con ello a la pregunta sobre si posee o no el mismo meta-Intención), o se acude al socorrido azar y la casualidad (el multiverso es como es, capaz de generar mundos como el nuestro) por puro azar: se trataría de afirmar que podría haber sido de otra forma o no haber sido, pero que da la casualidad de que existe y de que lo hace de modo tal que precisamente permite que genere mundos como el nuestro. Es decir; se llega a la meta-renuncia o al meta-azar. Ciertamente, para terminar igual se podrían haber ahorrado especular con esta infinidad de mundos, y con esta atemporal omnipotente «madre» generadora de Universos.

Vamos no obstante, a estudiar con un poco más detalles las cuatro propuestas cosmológicas más aceptadas del multiverso. En este sentido, el cosmólogo Max Tegmark ha proporcionado la siguiente taxonomía para los universos existentes más allá del Universo observable:

Multiverso de nivel I:

En este primer nivel se engloban las hipótesis más «modestas» de multiverso. Se trataría en realidad de un único Universo infinito, del cual nuestro mundo fenoménico no sería más que un espacio separado empíricamente del resto por un volumen de Hubble. En este sentido, este mega-Universo infinito tendría infinitos volúmenes de Hubble independientes, cada uno de los cuales constituiría un mundo con propiedades físicas idénticas a las nuestras, pero con una distribución de materia inicial (densidad) diferente. Serían pues estas diferencias aleatorias en la configuración inicial de cada volumen la que determinaría si podría albergar o no vida consciente.

Salta a la vista que este multiverso no explica realmente ninguna de las preguntas fundamentales, sino que se limita a dar un pequeño paso atrás para esquivar la necesidad de dar cuenta trascendental de la enorme casualidad que supone que todo nuestro mundo esté tan finamente ajustado para que nosotros estemos aquí. El paso dado es de todas formas muy limitado, ya que no explica el origen de las llamadas constantes cosmológicas, ni tampoco por qué las leyes físicas son las que son y como son.

Porque además es que el problema no hace más que agrandarse al introducir al infinito en todo el asunto. Lo ganado con el Big-Bang (al superarse la compleja necesidad de explicar que nuestro mundo sea eterno y sin inicio), se pierde ahora al requerirse explicar cómo y qué es en esencia ese mega-Universo infinito atemporal, el cual que contiene además infinitos volúmenes de Hubble (es decir; mundos) repartidos por su ser e inaccesibles unos de otro debido a un horizonte cosmológico.

Por lo tanto, aún suponiendo que algún tipo de multiverso de nivel I sea la Realidad que trasciende empíricamente nuestro mundo, aún queda explicar las mismas preguntas que ya nos hicimos antes: ¿qué causa este mega-Universo infinito y atemporal? ¿por qué existe este mega-Universo infinito en lugar de no existir, y por qué existe del modo concreto en que lo hace:capaz de albergar infinitos volúmenes de Hubble cada uno con una configuración aleatoria diferente pero todos compartiendo las mismas leyes y constantes cosmológicas?

Multiverso de nivel II:

En esta versión del multiverso tratamos con una variante de la inflación cósmica anterior: es decir; aquí hay igualmente un único mega-Universo infinito que se expande y se estira, siendo únicamente en ciertas zonas particulares de su infinitud espacial (y temporal) donde ocurre un fenómeno concreto: la dilatación se detiene en esta pequeña superficie y se forma una especie de burbuja que se separará y conformará por sí misma un mega-Universo embrionario infinito de nivel I como los descritos en el punto anterior.

Es decir; que el mega-Universo infinito y atemporal de nivel II, sería en realidad una especie de «madre» generadora de mega-Universos burbujas infinitos e independientes de tipo I, cada uno de los cuales ya vimos también que eran infinitos y que contenían infinitos volúmenes de Hubble independientes. Nuestro mundo sería pues, según lo visto, un volumen de Hubble, separado empíricamente por un horizonte cosmológico de otros infinitos volúmenes de Hubbles que nos acompañan en un mega-Universo, el cual es a su vez una simple burbuja dentro de una infinitud de Universos burbujas paralelos e independientes generados por una única «madre» de Universos la cual es «ella» también infinita y atemporal.

¿Qué se gana con esta propuesta de nivel II? Pues que se postula especulativamente que cada uno de los universos burbujas de nivel I generados por el Universo «madre» contiene no sólo una configuración de materia inicial aleatoria, sino también unas constantes cosmológicas diferentes. Es decir, se refuerza de este modo la postura anti-casualidad necesaria para no implicar una creación intencionada ni tampoco a la suerte cosmológica. Habría así un mega-Universo generador de otros mega-Universos burbujas cada uno con sus constantes cosmológicas diferentes, dentro de los cuales habría infinitos volúmenes de Hubble cada cual con una configuración inicial determinada.

Es decir; que se defiende que el hecho de que estemos nosotros aquí como seres conscientes tratando este asunto, no es causa de que una supuesta trascendencia así lo haya dispuesto; sino que se debe a que únicamente aquellos mega-Universos burbuja con las constantes físicas adecuadas podrán albergar entes como nosotros dentro sus volúmenes de Hubble con la configuración inicial adecuada de densidad. De este modo, no sería suerte y casualidad que nuestro mundo esté tan finamente ajustado, sino que está ajustado (dentro de una infinidad de alternativas que no lo están), porque si no lo estuviera, nosotros no estaríamos aquí (principio antrópico).

Y esta respuesta tiene sentido…si no fuera porque el precio a pagar por ella consiste no ya en especular con una metafísica (infinitos volúmenes de Hubble inaccesibles), sino también con una meta-metafísica (un mega-Universo infinito capaz de generar a su vez infinitos Universos burbujas diferentes). Y a pesar de todo, sigue siendo una postura totalmente incompleta e insatisfactoria porque: ¿qué causa este mega-Universo infinito, atemporal, y generado de burbujas? ¿por qué existe este mega-Universo infinito generador en lugar de no existir, y por qué existe del modo concreto en que lo hace: capaz de generar infinitos mega-Universos burbuja diferentes los cuales pueden albergar infinitos volúmenes de Hubble cada uno con una configuración inicial aleatoria diferente? ¿Y para qué existe este mega-Universo generador (si es que existe para algo)? Y a todo esto hay que añadir las preguntas sobre el cómo: ¿cómo comprender el modo en que se produce (y cómo evidenciar) todo este intrincado proceso?

¿Realmente merece la pena montar todo este tinglado filosófico únicamente con la intención de dar cuenta del fino ajuste físico observado sin hacer uso de ningún tipo de Intención trascendente? Como vemos, lo que se ha hecho con este nivel II es dar un nuevo paso atrás explicativo, pero las preguntas siguen ahí esperando: ¿qué es en sí ese Universo «madre» de burbujas? ¿qué lo causa y lo sostiene? ¿por qué existe y por qué existe además del modo tan concreto en que lo hace con esas capacidades tan asombrosas? ¿por qué no es puro caos (o no es nada)? Y puestos en que  aún es necesario explicar estas preguntas sobre la Causa real del Universo «madre»: ¿podría poseer dicha Causa meta-trascendente algún tipo de Intención? ¿habría después de todo una respuesta al para qué existe este mega-Universo generador?

Pero aquí no acaba la cosa. Aún se propone un nuevo nivel de abstracción racional:

Multiverso de nivel III:

Se trata del multiverso cuántico postulado por la famosa interpretación del azar observado en la mecánica cuántica. Esta interpretación fue realizada por Hugh Everett, y propone que  cada vez que ocurre un evento o suceso cuántico cualquiera, la realidad se divide en tantos Universos paralelos como distintas maneras tenga el suceso de ocurrir. Si, por ejemplo; se lanza un dado al aire, la mecánica cuántica nos cuenta que la probabilidad de que finalmente caiga en cualquiera de sus caras es mayor que cero, por lo que nuestro mundo se va a dividir en este caso en una distribución determinada de Universos paralelos, en cada uno de los cuales el dado ha caído en una cara concreta.

Huelga decir que esta interpretación (filosófica) de la física cuántica no responde explicativamente a ninguna de las preguntas que nos venimos haciendo: ¿qué hace al Universo dividirse de este modo? ¿qué causa y sostiene esta riada infinita de Universos paralelos? ¿por qué existe esta múltiple realidad cuántica en lugar de no existir? ¿y por qué existe además del modo tan concreto en que lo hace en lugar de hacerlo de otra manera distinta? ¿y para qué se comporta así la realidad (si es que lo hace para algo; y puestos que no sea el caso, habría igualmente que demostrar y explicar esta falta de Intencionalidad de algún modo)?

En fin. Infinitos y más infinitos, y en este caso concreto, ni siquiera nos sirve la propuesta para sacarnos del atolladero de la casualidad del fino ajuste.

Multiverso de nivel IV:

El multiverso de Nivel IV considera que todas las estructuras matemáticas también existen físicamente. Esta hipótesis puede vincularse a una forma radical de platonismo que afirma que las estructuras matemáticas del mundo de las ideas de Platón tienen su correspondencia en el mundo físico. Tantas vueltas para finalmente terminar en una filosofía clásica.

Aquí se postula, por lo tanto, que los infinitos Universos propuestos no sólo varían en cuanto a sus configuraciones iniciales y constantes fundamentales (multiversos de nivel I y II), sino que las propias leyes que contienen y dirigen sus fenómenos también son variables. Sólo en aquellos Universos con leyes (matemáticas) adecuadas para permitir que un azaroso ajuste de constantes físicas y configuraciones iniciales den lugar a observadores conscientes, tendrán finalmente observadores maravillados por lo finamente ajustado que parece todo.

Se puede observar que con esta propuesta se da un nuevo paso atrás: una meta-meta-metafísica. Se habla de infinitos Universos (todos los matemáticamente consistentes) de tipo III (cada uno con sus leyes físicas determinadas), cada uno  de los cuales da lugar a infinitos Universos de tipo II (cada uno con sus constantes físicas determinadas),  cada uno de los cuales poseerían a su vez infinitos volúmenes de Hubble (cada uno con sus propias configuraciones iniciales de materia).

Todo lo que puede (matemáticamente) ser, es; y por lo tanto no hay misterio en el fino ajuste presentado por nuestro mundo capaz de dar lugar a vida consciente. Se trata simplemente de una cuestión de lógica: como nosotros estamos aquí, un mundo como el nuestro evidentemente es posible, y por lo tanto no es extraño que sea (y que sea como es). Si fuese de otro modo, nosotros no estaríamos aquí para preguntarnos por sus leyes concretas, y si el conjunto del mundo Ideal matemático no permitiese que en algunas de sus realidades paralelas surgiese un Universo capaz de albergar consciencia: pues nadie se habría preguntado nunca por la propia realidad.

Esta propuesta ya parece más consistente y explicativamente completa, y quizás por eso al mismo tiempo es la que más se aleja de cualquier sombra del método científico que pudiese haber en los niveles anteriores; siendo en realidad pura filosofía (con bastantes similitudes además con la filosofía clásica). Pero de todas formas, aún nos podemos preguntar lo siguiente: ¿qué es en sí esta meta-Realidad «platónico-matemática» infinita? ¿qué causa y sostiene este mundo ideal? ¿por qué existe (en lugar de no hacerlo) y por qué existe además del modo tan concreto en que lo hace con esas capacidades asombrosas? ¿por qué no es todo de otro modo? ¿Qué hace posible y sustenta además la infinita materialización de estas ideas (o propuestas) matemáticas? ¡¿Y cómo sucede dicha materialización?! Y puestos en que aún es necesario explicar la Causa real de (la esencia tras) este mundo ideal matemático: ¿podría poseer dicha Causa algún tipo de Intención? ¿Habría después de todo una respuesta al para qué existe este infinito conjunto ideal matemático generador de realidades materiales?

Y en principio aquí se queda la cosa. Ningún científico ha filosofado más allá (que yo sepa), quizás porque ya poco más se pueda rascar mediante la imaginación para pretender trascender la regularidad en los fenómenos del mundo sin necesitar de una propuesta trascendente intencionada.

Las verdaderas preguntas, por tanto, siguen ahí, sin respuesta, y mucho que le pese al científico: ningún multiverso puede después de todo afirmar o negar la existencia de una intencionalidad para nuestra realidad mundana. Y es más, el hecho de que incluso con toda esta amalgama e infinidad de Universos y meta-Universos no se logre satisfacer plenamente las respuestas explicativas sobre nuestro mundo, podría incluso tentarnos a desistir en intentar obtener una creencia en este sentido «científico»; y literalmente optar por otras creencias metafísicas más tradicionales: no se sabe qué es peor (empíricamente hablando).

Porque entre el hecho de tener que creer un argumento llenos de atemporales infinitos universos anidados e inaccesibles (e incluso en omnipotentes «realidades» ideales matemáticas), y el hecho de creer directamente que un Ente trascendente ha creado todo del modo en que lo vemos no parece haber tanta diferencia después de todo. Muy posiblemente todo se reduzca como decimos a un mero sesgo personal que nos haga a algunos más propensos creer una respuesta frente a la otra, pero honestamente, a día de hoy, realmente parece ser que ambas propuestas (teísta y ateísta) son igual de creíbles y posibles (es decir; equiprobables).

Si existe o no un para qué es una pregunta sin duda racionalmente admisible, pero cuya respuesta probablemente nadie conocerá jamás. Y es este necesario encogimiento de hombros el hecho más insatisfactorio que una persona puede afrentar, puesto que pone contra la espada y la pared nada menos que el sentido de su existencia personal: poder saber de primera mano si la vida como tal es un fenómeno necesario y útil, o por el contrario, una cruel y dolorosa posibilidad fenoménica innecesaria y sin sentido racional (como poco, sin un sentido humanamente relevante).

Sea como sea, a día de hoy, cada uno puede creer lo que más le convenga psicológicamente como sujeto, porque objetivamente no hay nada que apoye o refute mejor una alternativa sobre la otra (ni siquiera la tan traída navaja de Occam). Es más, puede haber incluso quién utilice precisamente este principio de economía para defender como más plausible la idea de una unidad trascendente infinita, atemporal y omnipotente, frente a la idea «científica» de infinitas realidades meta-meta-metafísicas, igualmente atemporales y apoyadas en una especie de omnipotencia ideal (¿matemática?) generadora de infinitos mundos.

Y es que incluso hay otras alternativas más económicas (en el sentido de Occam) incluso que estas dos propuestas: como es, por ejemplo; la propuesta que hizo el filósofo del siglo XIX  Philipp Mainländer, el cual afirmaba; precisamente con una filosofía que él denominaba como filosofía inmanente, el hecho de que fue precisamente la muerte de Dios (una incognoscible unidad trascendente premundana) lo que constituyó el nacimiento del mundo plural y dinámico que nosotros observamos (el nacimiento del mundo inmanente empírico). En este sentido, la unidad trascendente fue, pero dejó de ser como tal al convertirse en la pluralidad individual observada a nuestro alrededor. Hoy día, por tanto, ya no habría trascendencia alguna tras el mundo (o en el mundo), sino que dicha unidad premundana literalmente desapareció al realizar Ella misma un único acto (su único acto): originar el mundo.

En este sentido de economicidad argumental, y siendo honestos, quizás sea esta metafísica de Mainländer la más «probable» de constituir de algún modo la Verdad, puesto que de hecho niega una existencia trascendental actual, pero salva el problema del origen al que se enfrenta el ateo al postular con que esa trascendencia sí fue (y era una especie de unidad existencial incognoscible para nosotros), pero que ya NO es: es decir; que el origen del mundo supuso su aniquilación como unidad atemporal e inmóvil, en favor de la pluralidad y el movimiento del mundo. Es pues una metafísica, la de Mainländer, completa (da cuenta de la causa y origen de nuestro mundo en una unidad premundana), y además no necesita explicar -como le ocurre al teísta tradicional- por qué no vemos ni rastro activo de «Dios» (ya que, según este autor, esta trascendencia fue, pero ya no es), ni necesita tampoco especular con infinitas meta-realidades ni nada por el estilo.

En fin, quizás la salida al callejón explicativo (agnóstico) venga después de todo con alguna propuesta racional lógica avalada simplemente por la mera economía argumental, en lugar de los postulados religiosos tradicionales o de la filosofía «científica» del multiverso.

No quiero terminar sin resaltar también otra posible explicación a todo lo tratado; una explicación además consistente con la propuesta del multiverso de nivel IV, y que el físico (o más bien, filósofo) Brian Greene se ha encargado de señalar en su magnífico libro: «La realidad Oculta». En resumen se trata de relacionar la propuesta del multiverso matemático con la computación trascendental. Es decir, que nuestra realidad sería fruto de la computación de un «ordenador» trascendente, el cual ejecutaría únicamente aquellos mundos que les son posibles:  es decir, aquellos mundos que pueden ser codificados matemáticamente en dicho computador. Ésta es también una posibilidad metafísica muy interesante y completa, aunque deja abierto el problema de explicar ese mundo trascendente y a su asombroso computador generador de realidades «virtuales» (y matemáticas). Otro día trataré con más detalle esta posibilidad, bastante largo me ha quedado el artículo ya ;).

Un saludo.

Samuel Graván, el autor de este artículo, escribe cosas muy interesantes en su blog: «Qué vida esta«
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7 comentarios

  1. Muchas gracias por su aportación desde una posición de mayor conocimiento. Es posible que haya preguntas que la Ciencia no pueda responder, pero seguro que lo que no responda la Ciencia menos lo responderán la teología ni la filosofía, para mi los primeros pasos hacia la Ciencia por ese orden. La diferencia es que la Ciencia es un método, no sólo un pensamiento.
    Y me encanta la filosofía.

  2. Si tuviera un peso, centavo, moneda de valor para saber algo más de la sincera verdad..LA CIENCIA!!!! lo daría hoy, mañana, como lo hice ayer, y en los mil millones de años mas si así yo tuviera. Una pizca de verdad en un mundo de Adoctrinamiento social » de mierda» y filosofía estúpida e irresponsable que se desmorona, es lo mas placentero, para un ser humano tan simple como etéreo, Viva la Ciencia, aunque no necesite de mi para seguir siendo lo que es, LA VERDAD.!!

  3. Poco más añadir a los comentarios de JJI y Eclekticus al art. Si bien el art. plantea algunas preguntas interesantes como por ejemplo si la Física experimental está llegando a sus límites (en mi opinión, en absoluto), el resumen del mismo es un estéril intento de responder a cuestiones de Física mediante planteamientos de Filosofía, lo cual hace ya bastante tiempo que demostró su completa inutilidad.

  4. Desde mi ignorancia de ingeniero, diría que está discusión es tan científica como una discusión escolástica sobre el sexo de los ángeles. O sobre la influencia de los planetas en los seres humanos en una discusión entre brujos de hace 10000 años. NO es Ciencia ni nunca lo será. Es otra cosa. Probablemente otro intento del ejército de charlatanes derrotados por la Ciencia de desacreditarla. Yo a la Ciencia no se lo pido todo. Sólo que lo que me dé permita, a la vez, su comprensión racional. El resto ni es su territorio ni se le pide.

  5. Interesante artículo, pero creo que es necesario matizar (al menos) algunos puntos, estos:

    + El LHC es parte del CERN, un organismo plurinacional que además de ser el centro mundial de física fundamental (teórica, partículas, cosmología, fenomenología), aporta investigación y desarrollo en una gran variedad de campos, desde la informática (en diversas áreas, todas punteras) a la medicina nuclear, pasando por la mayoría de las ingenierías, física de materiales, fuentes alternativas de energía (fusión nuclear – ITER), etc…

    El aporte de por ejemplo España (en el proyecto desde 1983) en 2014 fue de unos 80 millones de Euros (el presupuesto del Real Madrid para esta temporada creo que anda por los 600 millones, o más surrealista, solo la «Oficina del Cambio Climático» tenía un presupuesto este año alrededor de los 50 millones de euros). Y el LHC es sólo parte del CERN. Por tanto hablamos de calderilla ¿no se la merece la Física como disciplina?, ¿no ha aportado (y aporta) suficiente conocimiento del funcionamiento íntimo de la realidad?, ¿quién pone los límites al conocimiento?…

    + «la física hace ya décadas que se ha topado con el límite de lo observable». De ninguna de las maneras, eso decía Lord Kelvin (aunque en realidad fue Michelson) a finales del siglo XIX («There is nothing new to be discovered in physics now. All that remains is more and more precise measurement.»), en las prolegómenos de los dos mayores cambios de paradigma de la historia de la ciencia (Relatividad y Mecánica Cuántica).

    Los «límites de lo observable» es un término ambiguo, los electrones o los quarks no pueden ser «observados», eso para nada significa que no puedan ser discernidos, e incorporados al más sutil de los modelos posibles de la Naturaleza de los que disponemos, el Modelo Estándar, el cual no es una teoría como tal, sino un marco que explica (y permite calcular) el comportamiento de materia y energía en un régimen determinado (las «altas energías»), y que se sustenta enteramente en la Teoría Cuántica de Campos (que a su vez reconcilia Mecánica Cuántica y Relatividad Especial).

    + Los físicos son muy conscientes del diabólico puzzle que tienen entre manos, saben que los frutos del árbol (de la física) más a mano ya han sido recolectados a lo largo del siglo XX, y que de momento el paso más directo para la física más allá del Modelo Estándar es el de seguir la escalada energética. Y en eso están, China ya proyecta un colisionador (100 Tev, entre 5 y 15 veces el LHC), dirigido por el teórico Nima Arkani-Hamed, y el CERN (que incluye a España) hace lo propio (el ILC), esta vez en Japón. Capar (o coartar, impedir) tales proyectos sería malo por definición, por definición de Ser Humano.

    + Sociología y filosofía de la Ciencia. Lo siento pero no creo que la sociología (los aspectos económicos, políticos, estratégicos, etc…), o la filosofía (la epistemología y la cosmología) tengan nada que aportar a la Física como tal. Un filósofo que no esté altamente especializado en física moderna, i.e. sea físico y/o matemático antes que filósofo, tiene poco o nada que decir en el altamente especializado, enormemente dependiente de matemáticas de alto nivel, y endiabladamente abstracto campo de juego de la física teórica actual. Como decía Feynman «La filosofía de la ciencia es tan útil para los científicos como la ornitología para los pájaros.»

    Y no solo no aportan, en general perjudican, en ese sentido hay una lectura obligada en un libro de Steven Weinberg, Dreams of a Final Theory: The Scientist’s Search for the Ultimate Laws of Nature, en el que dedica un capítulo muy ilustrativo a este asunto: «Against Philosophy«.

    Un caso evidente es el marxismo, que nunca asimiló (y no quiere asimilar) que la Mecánica Clásica está falsada, y que se aferra a un determinismo que ya no existe porque la realidad subyacente es cuántica (indeterminista, puramente probabilística) no clásica. Ver por ejemplo «Quantum mechanics and dialectical materialism«. Por eso no es extraño (y esto es una apreciación mía) que la mayoría de los físicos que atacan sin piedad a la mecánica cuántica, la relatividad o la teoría de cuerdas, sean también alérgicos al capitalismo, temerosos del «Calentamiento Global», y de la «igualdad» para «todos y todas» 😉

    Ojo, no hablo de la inutilidad de la Filosofía, hablo de la inutilidad de los aportes de los filósofos en campos de la física, incluso en campos que se han desgajado de la filosofía durante los últimos siglos (muy especialmente la Cosmología), en los que ha quedado en evidencia que sus preguntas y sus métodos son totalmente inadecuados para resolver preguntas como «qué es la materia», «cómo funciona el Universo», «existe una realidad objetiva», etc… En otras palabras, que en esos (y otros) tópicos, la filosofía de frontera, las respuestas más racionales y coherentes, la hacen físicos teóricos y matemáticos, no filósofos.

    Y lo mismo pasa al contrarío, cuando un físico, generalmente ya amortizado, se tropieza y cae en el campo de la metafísica (o directamente en el posmodernismo) en general hace el ridículo. Hay ejemplos recientes de Stephen Hawking o de Roger Penrose. Eso tampoco es física. Ni filosofía, claro.

    + No, Brian Greene no es filósofo, es físico teórico especializado en Teoría de Cuerdas, y es una muestra más de que determinadas «preguntas filosóficas», trascienden totalmente la filosofía (se han emancipado de ella) y solo pueden ser afrontadas por la física, y no por cualquier física, por la física de frontera que es un entramado físico-matemático endiabladamente complejo, y que cuando se pasa a palabras, tiene un alto riesgo de caer en un posmodernismo que para nada tiene que ver con la Ciencia.

    + Por última dos lecturas recomendadas sobre este tema, de estos días, por Luboš Motl, un físico de cuerdas respetado, y mucho más elocuente (y preciso) de lo que pueda llegar a ser éste humilde simio en toda su vida 😉

    Actual lessons from the LHC null results
    Modern obsession with permanent revolutions in physics

  6. Arduos esfuerzos por contestar preguntas filosóficas haciendo como que no se hace filosofía porque parece ser que eso no es ciencia. Pero hombre de Dios, ¿cómo vas a responder a ese porqué y a ese para qué desde la física? Ni con todo el presupuesto del mundo.

    Por cierto, no hace falta volver a la filosofía porque siempre ha estado ahí. Aunque esté hecha unos zorros y tenga tan poco prestigio entre, entre otros, físicos que, con todo respeto, saben muy poco de filosofía.

    En cualquier caso, es loable el esfuerzo aunque sea por plantearse con honradez las preguntas. Lo normal es ni siquiera molestarse.

    Saludos.

  7. Arduo de leer, pero interesantísimo artículo. Me ha gustado mucho lo de Philipp Mainländer; hace mucho tiempo pienso (dentro de mis mucho menores conocimientos que el autor del artículo) que el universo y todo lo que contiene, incluidos nosotros, tiene alguna razón de ser que se nos escapa, que probablemente esté tan más allá de nuestra inteligencia como el funcionamiento de un microprocesador está más allá de la inteligencia de un gato.

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