La pasada semana salí del laboratorio de última generación que instalé con unos amigos en una cueva pleistocénica, dónde venía haciendo vida de ermitaño meditabundo, al oír voces lejanas, traídas por el viento de la actualidad, que me taladraban el tímpano, el cerebro y el cuerpo en general con lo que para mí era, a todos los efectos, un chirrido estridente. Una dentera psicológica se apoderó de mí. ¿Cómo una persona de nuestro tiempo y lugar (cientos de kilómetros arriba, cientos de kilómetros abajo), un ser coetáneo, de algún modo del vecindario moral e intelectual de eso que damos en llamar civilización occidental, un igual a mí, o al menos bastante similar, podía estar proponiendo sinceramente lo recomendable de criar a nuestros hijos desde “la tribu”? Pero –me decía- ¿es que acaso somos aún algo comparable a una tribu? ¿Es que la tribu, se constituyese como se constituyese o nos refiriésemos a lo que nos refiriésemos al definirla, más allá de los lazos de parentesco, podía hacerse cargo en “colectivo” de todos los hijos de todos sus miembros? ¿Qué había sido de los lazos materno-filiales que están –y siempre lo estuvieron- en la raíz y en el núcleo de toda formación social básica mínimamente coherente? ¿No había transcurrido toda la historia de la vida como un proceso de abajo a arriba, un proceso de ensayo y error que iba dejando que lo que funcionaba funcionase para seguir con el mismo proceso un paso más adelante? ¿Íbamos a dar el gran salto de los estrechos lazos de parentesco que hacen tan ubicuo en política el nepotismo a desatar todos los lazos comenzando precisamente por el más fundamental y originario, ése que nos define como mamíferos? ¿Tan lejos habíamos llegado en nuestra desconfianza preñada de dependencia respecto a nuestra naturaleza? Son demasiadas preguntas y no me es posible a mí dar respuestas a todas ellas. Desmontar un disparate puede parecer cosa fácil, pero paradójicamente es una de las cosas más difíciles de conseguir. Y yo ya puse mi grano de arena cuando bramé desde la entrada de mi cueva al viento.
Y nuevamente los vientos de la actualidad penetran en mi cueva y rebotan en sus paredes para acabar en mi oído: escucho unos pitidos desagradables, emitidos por una manada sin duda numerosa. Pueden ser cientos, o miles, no podría precisarlo, no es fácil hacer la cuenta de números tan elevados. Los monos aulladores de las selvas sudamericanas emiten sus intensas vocalizaciones para que otros monos aulladores de los alrededores sepan que son muchos, poderosos, y, principalmente, que están ahí, en su territorio. Los primates humanos “aulladores” quizás tengan un repertorio más amplio de aullidos (que puede incluir las pitadas) y de significados de los aullidos, pero no son muy distintos de sus parientes de la selva. La cuestión territorial y la lucha por el poder no nos son ajenas, a los humanos, por muy sofisticada que sea la electrónica de nuestro último aparato de telecomunicaciones (que nos permite, dicho sea de paso, tele-aullar).
Algo que nos diferencia, eso sí, de otros primates, es la mayor versatilidad comunicativa de nuestras emisiones vocales, lo que se conoce como la facultad del lenguaje. Éste ha evolucionado a lo largo del tiempo con las sociedades humanas, y la amplia distribución geográfica de nuestra especie ha dado lugar a una gran diversificación de lenguas. Muy probablemente no expresemos cosas muy distintas en los distintos idiomas resultantes de la gran diversificación lingüística que siguió a la gran expansión geográfica de nuestra especie, pero un idioma propio, distinto de el del vecino, puede ser un símbolo de identidad. También lo es, éste inequívoco, una bandera. Y no sólo simboliza una identidad, sino la identidad asociada a un territorio (real o imaginario) y al pueblo (real o imaginario) que lo habita y (real o imaginariamente) lo gobierna.
Los pitidos son como vuvucelas, esas trompetas chillonas que se pusieron de moda en el Mundial de Fútbol que ganó España en Sudáfrica, lugar dónde muy probablemente habitaron los ancestros comunes de todos los seres humanos que ahora habitan el planeta. En la selección campeona había jugadores de varias regiones de éste país llamado España, pero la columna vertebral de aquél grupo de primates deportistas eran catalanes, o bien jugaban o se disponían a jugar en el F.C.Barcelona, el principal club de fútbol de Cataluña, ese otro país (real o imaginario).
El F.C. Barcelona es un grandísimo club de fútbol. Sus éxitos más recientes así lo avalan. Algunos incluso dicen que es mucho más que un club, y creo que no les falta razón. Basta, de hecho, con que un número apreciable de sus seguidores lo consideren como algo más que un club deportivo para que lo sea. El hombre quizás no sea la medida de todas las cosas pero sin duda si de todas las cosas humanas. Si para muchos catalanes el F.C.B. es un símbolo de identidad de Cataluña, como territorio independiente políticamente hablando, de lo que se conoce como nación, allá dónde vaya el equipo irá con él la nación catalana. Sus éxitos serán los éxitos de los ciudadanos y ciudadanas catalanes de la nación catalana, y sus fracasos también se vivirán del mismo modo. El F.C.B. es para muchos un símbolo de la identidad Catalana. Esta valoración tiene sus detractores, naturalmente, personas que creen que se puede y se debe separar la política del deporte, pero tienen en frente a los que como Josep Guardiola, culé y catalán de siempre piensan, en un alarde de sofisticada simplificación, que todo lo que hacemos es política (entiendo que eso incluye el fútbol).
Los jugadores catalanes y los apasionados hinchas del F.C.B. que sienten esa conexión íntima y trascendente entre el fútbol y la política, no experimentan disonancia cognitiva, los primeros al jugar para la selección española o, con su club, en la Liga Española, y los segundos por que su equipo sea uno más en la liga del que debiera ser otro país. O mejor sería decir que sí la experimentan, pues es un fenómeno psicológico universal, pero la minimizan con razonamientos y argumentaciones que revelan la inconsistencia o la mezquindad de su postura. Tampoco parecen padecer mucho sus contradicciones al jugar el Torneo de la Copa del Rey, que es un homenaje público a la Corona, ese otro símbolo, en este caso de la unidad nacional de España. Lo que hacen es sacar a ondear al viento su bandera, símbolo nacional máximo, y pitar al Rey, en la final de la Copa que le representa a él como garante de la unidad de España y al fútbol español, puesto que en el torneo participan solo equipos “españoles”, como en la Liga.
La Estelada es hoy, a dos días de la final de la Copa de S.M. El Rey, la protagonista. Resulta que desde instancias deportivas, judiciales y políticas que desconozco (no me he molestado en leer detenidamente las noticias, se me perdone) han prohibido su presencia en el evento. Lo que resuena en nuestros oídos son los pitidos de la última final jugada por el F.C.B. (olvidemos por un momento al rival de entonces y a su hinchada, que tienen también sus particularidades) Lo chillón de los colores de la Estelada no creo que pueda “cantarle” a ningún español. A fin de cuentas nuestra bandera es casi la misma pero con menos bandas. Lo que nos pita en los oídos de la mente cual tinnitus nacional es el símbolo identitario: es el “nosotros” catalanes que se enfrenta al “nosotros” español. ¿Hasta cuando vais a abusar de nuestra paciencia, Catilinas, digo Catalanes? Supongo que indefinidamente porque para vosotros España es un proyecto artificial que acaso nunca debió salir de las cenizas de la Reconquista. No creo que prohibir la Estelada en la Final de la Copa del Rey vaya a cambiar nada. En todo caso a peor, de acuerdo con las leyes de Murphy.
Otras banderas distintas, asociadas a ideologías del siglo XX, han tenido prohibiciones desiguales: mientras que la Nazi no se permite en ningún evento público (no sé si está regulado o es un tabú plenamente aceptado), la comunista se pasea por cientos de manifestaciones contra el capitalismo. Nadie niega el horror del Holocausto. Pero tampoco estaría de más condenar, en la bandera de la Hoz y el Martillo, a los Gulags, hambrunas, deportaciones en masa y demás formas de exterminio de la maquinaria soviética en particular y la comunista en general. Quizás debería haber un tabú social contra la bandera de la URSS. Es posible que la asimetría en el trato de ambas banderas resida más en la identidad con lo que representaban que en el mal que representaron los que en el pasado la mostraron como símbolo de su poder. Un trabajador de hoy puede identificarse con ese grupo difuso llamado clase obrera, todavía es posible, incluso puede tener un vago vínculo con gran número de personas en una posición y situación parecidas dentro del grande y complejo entramado socioeconómico de nuestro tiempo. Pero son pocos los que puedan identificarse con la Raza Aria Pura. Demasiado elitista.
Volviendo con la Estelada y por lo que se refiere a las banderas nacionales de países que aún no han alcanzado la condición de tales en nuestro tiempo (y lugar) pero que aspiran con mayor o menor legitimidad a ello (para los representantes de las opciones políticas nacionalistas con la máxima legitimidad), la ideología es mucho más prosaica. Puede contener trazas de identidad comunista y de identidad nazi. No quiero con ello decir que sean comunistas o nazis (aunque algunos lo son, en una versión moderna edulcorada). No quieren la emancipación del proletariado ni el dominio de la raza, no es su prioridad: quieren que los de su etnia tomen las riendas de su destino político y emanciparse de…el yugo español. La identidad basada en la cultura, que en un alto grado se basa en el lenguaje, les conduce a los orígenes mismos de nuestra condición humana: el grupo. Uno se siente muy unido a los de su pueblo y desconfía o directamente odia a los del pueblo de al lado. El fenómeno, ampliamente estudiado por la psicología social, de la psicología de los grupos puede explicar prácticamente todas las manifestaciones públicas de los nacionalistas. La dicotomía fundamental, que para ellos es esencial, es la que se produce entre lo que los científicos conocen como endogrupo (esto es, el propio grupo) y el exogrupo (los que no forman parte del propio grupo). No pretendo en ningún caso censurarles por seguir las inclinaciones de su naturaleza de un modo tan entusiasta, le pongan el color que le pongan a la bandera y lo maquillen con mayor o menor educación formal de cara a parecer abiertos al mundo. Si se manifiestan como universalistas lo hacen siempre pasando por encima de España. Saben muy bien quién es su enemigo: el exogrupo debe ser acotado, el mundo es demasiado ancho y profundo para ir más allá del vecino, sobre todo si eres pequeño.
Supongo que estas reflexiones merecerán el mayor de los desprecios de muchas personas por lo demás encantadoras. No es mi deseo crearme enemigos, pero tampoco escribo para hacer amigos. Pueden manifestar su desagrado y su asco en las caras que hay abajo o en los comentarios (les ruego lo hagan). Y por mi pueden exhibir su bandera donde quieran. Yo estoy entre los que piensan que no deberían prohibirla este Domingo. Pero, por favor, ¡ahórrense los pitidos! Son de mal gusto y de pésima educación. Y lo último que ustedes querrían parecer es una panda de borregos cazurros ¿verdad?
¡¡¡Yaaaa decía yoooooooooo!!!
Y que gane el Sevilla.
Hay un asunto relacionado con banderas sobre el que no se ha hablado en prensa y creo que es digno de mención.
Pongo en antecedentes a quien no conozca la idiosincrasia de mi tierra, la Comunidad Valenciana.
En la Comunidad Valenciana nunca ha existido una masa crítica de sentimiento nacionalista. Desde mediados o inicios del siglo XX ya existían algunos pequeños sectores (de izquierdas) que, por la razón que sea, han considerado que la tierra que hoy conocemos como Comunidad Valenciana forma parte de una entidad mayor llamada «Países Catalanes». Los defensores de esa idea siempre han sido una minoría, que no ha hecho mucho ruido.
Sin embargo, esa minoría ha conseguido poco a poco hacerse hueco en el sistema educativo (a través de las editoriales de libros, y de sindicatos de profesores, y con la inestimable ayuda de la Generalidad de Cataluña mediante subvenciones a ciertas asociaciones valencianas).
La normalización lingüística realizada por la AVL (Academia Valenciana de la Lengua) creada en la legislatura de Aznar (con Zaplana como presidente de la Generalidad Valenciana) bajo las directrices de la gente de Jordi Pujol (no olvidemos que Aznar fue presidente con el favor de Convergència i Unió), ha sido también un claro ataque a la cultura e identidad valencianas, ya que dicha normalización lo que ha ha hecho ha sido transformar la lengua valenciana en un mero dialecto del catalán.
Una palabra que utilizamos por aquí para describir una de las facetas del caracter valenciano medio es el «mesinfotisme» (que en castellano podríamos traducir como «melasudismo», de me-la-suda), y eso explica cómo hemos sido tan pacientes con el mangoneo de nuestros políticos. Pero también hemos estado callados mientras los pan-catalanistas iban haciendo su trabajo pico-y-pala, adoctrinando a los más jóvenes.
Sin embargo, todavía quedan en Valencia algunas plataformas o asociaciones que reivindican la cultura y la identidad valenciana, como reacción al pancatalanismo.
Dicho esto. Recientemente se jugaba en Mestalla un partido entre el Valencia C.F y el Villarreal. Algunas plataformas de estas a las que me acabo de referir, quisieron darle un tono reivindicativo al evento deportivo y promivieron con ayuda de peñas valencianistas el hecho de que la gente acudiera al campo con sus senyeras valencianas de todos los tamaños. Estamos hablando de la bandera reconocida por la constitución y el estatuto de autonomía, y que tiene siglos de historia.
Pues bien, se prohibió la entrada de las senyeras. No se exactamente si la prohibición vino del gobierno autonómico o local, o del propio club (simplemente para evitar que el partido se convirtiera en una reivindicación política). Sin embargo en ese caso no se habló del tema.
¡ Porca miseria !
Yo tenía preparada una botella de Lagavulin 16, para abrirla y brindar cuando ganase el Sevilla, y se ha quedado sin estrenar. A ver si la puedo empezar el 27 jn.
Por lo menos, me dí el gusto de cantar La Marcha Real, delante de la televisión, cuando la tocaron. Y puede que fuera porque yo estaba cantando ( con la letra de Juaristi, mi preferida ). porque oí algunas pitadas, pero pocas. ( Luego quité el sonido, y me fui a dormir tan temprano como pude ) .
Y de momento no parece que haya habido bronca. Y en el pasillo doble, al entrar al campo, los jugadores estuvieron bien educados.
El que no se consuela…
Cansado estoy de tanto insulto gratuito (y eso es lo menor que aguantamos a esta pandilla sin causa justificada). Podrían reivindicar lo que quisieran con educación, que tendría más éxito, aunque no creo que eso sea lo que buscan. Probablemente, desesperados de lograrlo, por eso insultan. Una ocasión más perdida de pararles los pies, que tampoco tienen mucho empuje. Ladran pero son cobardes. Aunque no sé si más o menos que nosotros a estas alturas.
JJI:
Usted es sin duda un peligroso nacionalista espańol de la peor especie. Vamos a tener que aplicarle un cordón sanitario.
Vixca Catalunya Lliure!
¡Me ha pillado! En mi descargo debo decir que tuve una infancia feliz. ¡Nunca lo penaré suficiente! Cordones, no. ¡Muros es lo que han de ponerme!
Por cierto, en el partido, que gane el mejor.
¡¡¡ Y que gane el Sevilla !!!
Los dioses lo quieran .
Mantengo los dedos cruzados, pero eso ya sería demasiado pedir.
Me conformaría yo también con que no pitasen, (y con que no hubiera palizas) .
Por lo que he leído ahora en la prensa (ya ves, viejecita, lo que la leo, desastre desinformado de mí), finalmente un juez ha autorizado la presencia de la estelada en la final de la Copa del Rey.
¡¡¡Que gane el Sevilla Olé Olé y Olé!!!!