Deben votarme a mí, y sólo a mí

Dicen de Ernest Hemingway que padecía un transtorno bipolar, que envejeció perseguido por sus psicosis y ahogado en su narcisismo insaciable. En lugar de recurrir a los médicos en busca de ayuda, recurrió a los daiquiris que tanto amaba. Le hacían más sociable, menos “inalcanzable” y combatían sus soledades al tiempo que, en función de la dosis y no sin antes pasar por la ira que causa el miedo irracional, contribuían al desmayo onírico en el que quieren mecerse todos los que tienen cosas que olvidar. Incluso a sí mismos.

La política está llena de Hemingways. Hombres y mujeres con vocación de púlpito, que se decía antes. Ávidos de aplauso a cambio de promesas grandilocuentes y discursos en su mayoría apenas locuaces. Tras la cortina del “servicio al pueblo” siempre encontramos la búsqueda de la grandiosidad, la necesidad impulsiva de admiración y una falta de empatía apenas maquillada por los sabios consejos de sus asesores de imagen.

En España, al menos hasta la llegada de Podemos, la fauna política era uniforme no sólo en la antropología, también en la metodología. Educados en las entrañas de sus respectivos partidos políticos, los aspirantes a disfrutar algún día de un cargo público desde el que derramar su voluntad salvífica, aprendían a disimular su ambición no desde el ejercicio de la modestia, sino desde el alineamiento a la corriente más cercana al poder intrapartido. La socialización se construye casi completamente alrededor del seguidismo al líder de turno, se trata de no sobresalir o contrariar la opinión dominante en el partido, al tiempo que se va haciendo uno notar como instrumento útil para quien toma las decisiones. Sobre todo para quien decide quién y dónde va en una lista electoral. Decía que esto es así, con la excepción de Podemos, partido que permite el acceso a cupos de poder a un nuevo género de “políticos” caracterizados por el rasgo fundamental “no soy casta”, que en no pocas ocasiones coincide con el rasgo no menos fundamental “soy analfabeto funcional”. Esta no es una subespecie de largo recorrido, no merece mucha atención.

homer-cerveza-presidenteUna vez en el cargo, sea este el que sea, todos los políticos españoles sufren una crisis de ansiedad desbordante. Ya tienen acceso al poder. El poder es al político lo que los daiquiris a Hemingway. Es el elixir benéfico que amortigua la consciencia de las propias incapacidades. Al mismo tiempo crea una dependencia apenas subsanable en quien lo consume. Obnubilados en el ejercicio del poder, los políticos entran en delirio, cantando, a voces, desde sus púlpitos de ébano, las soluciones para los problemas de todo el mundo. ¿No es ésa acaso su verdadera vocación? Con voz bien educada gracias a los años de esfuerzo por sobrevivir en el seno de sus propios partidos, logran obnubilar, cual sirenas, los sentidos del votante paciente, deseoso de soluciones. sobre todo de aquellas que le supongan un menor esfuerzo. Con el paso del tiempo, la voz del embriagado pierde soltura, cambia de timbre y se torna ininteligible. El abuso de poder les convierte en imprevisibles compañeros de mesa, caprichosos en la elección de sus acólitos, entregados por fin a su verdera esencia: el narcisismo. Y dictan.

De todos es sabido que para aguantar a un borracho no hay nada como emborracharse con él, soportando impertinencias arbitrarias y cánticos malsonantes hasta que se alcanza el punto denominado “qué amigos que somos”. De la grosera exhibición del abuso connivente del poder, en la mesa de los políticos y sus favorecidos, nace la legión de engañados desesperados y su disposición a cambiar de favorito en las próximas elecciones. Sin duda, siempre habrá gente que vote, sí o sí, por su borracho predilecto. Es un tema de carácter y sabiduría, dos cosas que no están al alcance de todos, parece.

Deben votarme a mí, el único capaz de convertir su miseria en grandeza. El único capaz de ejercer el poder a sorbitos, educadamente, sin embriagarme.

… Ilusos …

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Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

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2 comentarios

  1. Don Luis:
    Yo daría algo por que hubiera unos cuantos Hemingways en los gobiernos del mundo. Porque se conocía bastante a sí mismo, y no se engañaba pensando que su genio como escritor le salvaba de todo. Y los daiquiris me parecen bastante más inofensivos que muchos de los ukases con los que nos condenan nuestros mandamases. Y además, al final nos quedan sus relatos…
    Yo no veo ni a P.I., ni a Pedro el bello, ni a… ( no voy a nombrar a todos los que quieren que les votemos para someternos ), siendo capaces de ponerse en cuestión a sí mismos.
    Ya siento

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