Las elecciones al Palamento Catalán de ayer, 27 de Septiembre, nos han dejado claras tres cosas:
- La mayoría de los catalanes no son independentistas todavía.
- La mayoría de los catalanes tampoco son unionistas todavía.
- Probablemente porque hay un gran número de catalanes preocupados primariamente por otras cosas.
El planteamiento plebiscitario impuesto desde la arrogante y provocativa maquinaria “informativa” y electoral de “Junts per el Sí” nos obliga a hacer una valoración plebiscitaria de los comicios. A sabiendas de que no es la única interpretación, ni la más acertada, creo. Frente a los independentistas se situaron las candidaturas de Ciudadanos y del Partido Popular de forma contundente. Menos contundentemente apareció el Partido Socialista Catalán, incapaz de librarse de la ambigüedad que les había caracterizado en los últimos años. Aparentemente ajenos a la disputa independentista encontramos la marca blanca de Podemos, convertidos en un zombie político peligrosísimo, pues son capaces de bailar con la más fea con tal de asegurar a Pablo Iglesias minutos de televisión diciendo lo buenísimo que es ÉL. Por último, y alejados de cualquier planteamiento democrático, desde la CUP se hacían llamamientos a la insumisión. la anarquía y el catalanismo por mandato del politburó.
Y los catalanes con la papeleta en la mano. Y un montón de cosas en la cabeza. Quien disfruta del acomodo propio de un sueldo mensual, una casa en propiedad, un colegio para sus hijos, un seguro de enfermedad y se siente protegido en sus intereses por el estado puede plantearse concienzudamente qué estado prefiere y cómo debe llamarse. Se trata de asegurar el status quo, su bienestar general actual. Décadas de informaciones sesgadas, educación parcial en las escuelas, instrumentalización política del idioma, reinvención de la propia historia como “nación” y ahondamiento en un sentimiento de agravio más inventado que real han conducido a algo menos del 48% de los electores a optar por una opción independentista. No se trata de limitar la injerencia del estado en la vida de los catalanes, no se trata de recuperar la soberanía individual sobre la vida de uno mismo. Se trata de cambiar el nombre en el collar del can estatal, reafirmar la “soberanía del pueblo” – un concepto intectual absolutamente inexistente fuera de nuestra mitología – y otorgar a un territorio – otro concepto absolutamente artifcial – el derecho de secesión.
Estas cosas sólo pueden plantearse desde
- la ausencia de verdaderas necesidades personales,
- desde la visceralidad del odio a lo foráneo o el “opresor”,
- o desde la ingenua, pero muy humana aversión al sentirse solo, madre de todos los “nosotros”
No olvido la circunstancia, para nada marginal, del carácter totalitario de las propuestas independentistas: si hubiesen obtenido un 51% de los sufragios se considerarían legitimados para imponer su voluntad al 49% restante. Sin sonrojo. Convencidos de su propia democraticidad. Desde la superioridad moral que otorga “la mayoría”.
Pero tampoco olvido la otra cara de la moneda: sin importar cuales son las motivaciones que les han llevado hasta donde están, ¿qué hacemos ahora con un 48% de catalanes que NO quieren ser Españoles? ¿Lo dejamos todo en una guerra fría de números? ¿Esperamos otros diez años a que la labor de “información y formación” en el catalanismo excluyente coloque la cifra tres puntos más arriba? Me resisto a creer que en la Cataluña de hoy haya casi dos millones de zombies enajenados que votan independentista por pura inercia colectivista. No es cierto. Hay catalanes que quieren honradamente ser sólo catalanes. ¿Contraprogramamos los próximos diez años con “información y formación” en el españolismo integrador?
¿Es el españolismo una aternativa deseable? Más allá de los símbolos y la historia común – esas cosas que nunca dieron de comer a nadie excepto a los poderosos – la España de la corrupción, el partidismo, el paternalismo estatal exacerbado, la democracia castrada vía control político del poder judicial, el paro crónico y el asistencialismo precario no se me antoja una alternativa apetitosa para nadie.
Empate técnico. No ha pasado nada. Todo sigue igual. Pares.
¿Qué opina usted, estimado lector? Díganoslo aquí -> comentarios.
Pero estas elecciones han revelado algo
más, mucho más en realidad: la ausencia de un proyecto político español
que fuera más allá del respeto a la constitución (Cs) y de la amenaza
del miedo al vacío de una Cataluña independiente (PP). Lo más
decepcionante de estas dos candidaturas ha sido lo pobre de sus
argumentos y de sus proyectos.
Las naciones no se crean ni se destruyen porque una generación, en un
momento dado de su historia, haya depositado un voto en una urna. Eso
solamente indica, como hemos dicho, una fotografía puntual del estado de
ánimo de la población nada más. Pero una nación tampoco se mantiene ni
se puede mantener –y esto es lo que olvidan Cs y PP– mediante el recurso
a una legalidad caduca y a unos terrores patológicos. Una nación se
mantiene porque existe un proyecto nacional en torno al cual se
polariza la población y que indica los objetivos a alcanzar, y hacia
dónde dirigir los esfuerzos. Lo que algún “innombrable” llamó “un proyecto sugestivo de vida en común”.
Pues bien, este proyecto hace tiempo que está ausente para España y ni
los últimos gobiernos han sido capaces de elaborarlo, ni la sociedad
civil ha conseguido generar algún tipo de ilusión, ni los intelectuales
han tenido el valor de afrontar el tema y, por supuesto, esta tarea está
más allá de las posibilidades de la clase política surgida al calor de
la constitución del 78.
Mientras ese
proyecto nacional que debe indicar “misión” y “destino” de España en el
contexto internacional y objetivos en materia interior y en políticas
sociales, nuestro país no podrá enarbolar una bandera en la que nos
podamos sentir identificados. En esas circunstancias, no nos cabe la
menor duda de que si el proyecto soberanista cede será por cansancio y
saturación, no porque un proyecto español le siegue el césped bajo sus espardenyas…
Ni el soberanismo alcanzará su objetivo ni renacerá un patriotismo
constructivo, vitalista y enérgico que dé un nuevo sentido al ser
español.
Las elecciones del 27–S no
han resuelto ningún problema, simplemente han abierto más dudas. El
fracaso del soberanismo ha tenido su contrapartida en la cortedad de los
argumentos de los partidos no soberanistas. Hoy casi todos los partidos
utilizan los más inverosímiles argumentos para declararse vencedores,
pero a poco que lo mediten, ninguno puede alardear de victoria alguna.
Todos han perdido algo. La sociedad catalana ha perdida más. Ya no hay
una “sociedad catalana”, hay dos. El gobierno del 3% es, además el
gobierno del 47,5%.
© Ernesto Milà – info|krisis – http://info-krisis.blogspot.com
Proyectos….
Modestamente, creo que esto no es función de proyectos. No entiendo qué quiere decir eso de “proyectos”. He leído un montón de programas políticos. Qué es eso, sino proyectos? Luego, cuando hablas con independentistas catalanes, resulta que su proyecto consiste en expandirse a Aragón, el País Valenciano™ y Baleares. De chiste. Es decir, que resulta que nuestro problema consiste en que no tenemos ningún gran proyecto. Qué podemos hacer? Reconquistar América? Volvemos a poner las picas en Flandes? Solo de pensarlo no puedo dejar de esbozar una sonrisa. Y luego, para qué queremos eso? Ah, no, que es por la expansión del catalán, nada de intenciones bélicas, el derecho a decidir y bla bla bla… Nivel de madurez de 15 años.
Aznar, de quien no soy precisamente un gran fan, tenía una visión de España de aquí a 50 años. Sabe usted cuál era el lema de campaña del PSC? “Derrotemos juntos al Partido Popular”. Y luego? “Volvamos a derrotar al Partido Popular”. Curiosamente su proyecto palmó por tres razones: una burbuja inmobiliaria gigantesca, una apuesta absurda por las energías renovables y el 11 de marzo. Llegó Zapatero, se hizo el keynesiano y nos hundió en la miseria. Llegó Rajoy y se puso a lo poco que podía hacer: Tapar agujeros. Más mal que bien, pero era su prioridad. Si a Rajoy se le hubiese ocurrido hablar de “gran proyecto”, le habrían tachado de friki iluminado y flipado, y con razón.
Vamos a ser algo serios. Cataluña tiene una tasa de paro apenas por debajo del 20%. España tiene de media el 22%. Andalucía la tiene superior al 30%. Son tasas de paro que producen bochorno en cualquier lugar de Occidente. Cualquier persona con dos dedos de frente, viendo lo que hay, y viendo los que se han ido, se plantearía severamente estudiar todos los sistemas legales que facilitasen la creación de riqueza, de forma que el menor número de personas posibles quedase excluida del mercado laboral. Cómo pretende usted crear un proyecto de futuro con este problema de tres pares de narices? Yo comprendo que hablar del paro sin meter “derechos sociales” de por medio sea un coñazo, pero es lo que realmente nos machaca.
Le voy a decir cuál es mi proyecto personal para España (también conocido como “Malvado Plan de Dominación Mundial™): Que cualquier persona que quiera pueda trabajar duro, ahorrar dinero, montar una empresa y formar una familia. Punto. Cuánto tiempo podemos tardar en bajar del 10% de paro con unas estructuras económicas razonablemente sólidas? Diez años? Yo no sé si esto es un proyecto nacional, pero me parece una tarea titánica. Esto podemos hacerlo juntos, con nuestras diferencias y con todas las cosas que tenemos que corregir, o separados, con Cataluña fuera de la UE y con todo el mundo huyendo despavorido (no por catalanofobia, sino porque con la UE, principal socio comercial de Cataluña, no van a poder comerciar) y con España afrontando un problema de seguridad jurídica en toda España y viendo cómo se reproducen estos movimientos en 5 regiones distintas.
Yo comprendo que hablar de economía, de Estado de Derecho y de raciocinio con el modesto objetivo de bajar del 10% de paro sea un coñazo insufrible. Pero es lo que puedo ofrecerle. Ni reconquistar América, ni pintar algo en el mundo, ni Països Catalans, ni sueños de grandeza, ni grandes proyectos. Cosas que podamos conseguir siendo honestos, respetándonos, escuchándonos y trabajando duro. Sangre, sudor y lágrimas. Preferiblemente con la mayor libertad posible frente al Estado.
Lo sé. Soy un comercial penoso.
Un saludo.
Don Manuel : A mí me encanta su proyecto. Y ya he dicho antes, que si se presentase como candidato a Presidente del Gobierno, le votaría sin dudarlo.
Y si en su proyecto, incluyera dejar que volvieran los que se han tenido que marchar a trabajar fuera, y no entorpecerles para que pudieran crear aquí las filiales de las empresas para las que trabajaban fuera, o las suyas propias, hasta le haría de militante, me pondría chapitas con su foto, y repartiría propaganda suya. Ya ve.
Usted es una persona razonable… Pero, modestamente, no me votaría ni a mí mismo… XDD
No se apure, si Manolo no se ofrece, yo mismo me ofrezco (y le contrato como asesor).
Aunque a veces me entran ganas de hacerme dictador. Eso sí, un dictador cuyo cometido es hacer la libertad individual “obligatoria” y mantener a raya las mayorías que pretenden someter a las minorías.
Bueno, quizás aprovecharía mi posición y me permitiría la licencia de cerrar Tele5, pero sólo sería eso x’D
Igual la presidenta debería Dr ser usted…
Gramaticalmente, «statu quo» se analiza como: statu, ablativo singular del sustantivo masculino status, statūs (‘estado’) y quo, ablativo masculino singular del pronombre relativo qui, quae, quod (el que, la que, lo que).
Statu quo (pron. [estátu-kuó])1 es una locución latina, que se traduce como «estado del momento actual», que hace referencia al estado global de un asunto en un momento dado.
«statu quo» en Diccionario panhispánico de dudas, 1.ª ed., Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española, 2005.
Pues muchísimas por la aclaración.
En cierta ocasión alguien dijo: «La burocracia defiende el statu quo mucho tiempo después de que el quo haya perdido su statu». La de Villa Arriba, villabajo, abajo y Villa Ajo si la hubiera.
Aunque se utiliza a menudo, y con el mismo sentido, la forma status quo (posiblemente por confusión con la misma locución, pero en idioma inglés, (status quo), de acuerdo con la Real Academia Española la forma correcta en español es «statu quo».1
También es conveniente puntualizar que la locución es invariable en
plural, por lo que se diría «los statu quo», y, en ningún caso «los
status quo».
Nótese que se pronuncia [estátu-kuó] y no [estátu-kúo], como se pronuncia generalmente.
Por partes.
No hay ninguna opción liberal en Cataluña. De haberla habido, hoy se habría desplomado, como le ha pasado a Podemos. Pero si Convergencia Democrática de Cataluña, Unió Democrática y el PP se unieran de nuevo, no llegarían a los 50 escaños.
Lo de ayer era una cuestión de soberanía jurídica, y se ganó. Como liberal, no es sólo una cuestión de que salga mi partido o no, sino de que los ciudadanos tengan las mayores libertades posibles. Una declaración unilateral de independencia habría tenido consecuencias catastróficas para las libertades de todos los españoles.
Cataluña seguirá perdiendo el tiempo con que si las competencias, que si la independencia, con una inmunda manipulación de la TV3 y demás historias que tanto divierten a los socialistas de todos los partidos.
Desde el punto de vista español, creo que podemos hablar del surgimiento de un nuevo partido como Ciudadanos. Ya en serio. De modo que las preguntas que hay que hacerse son dos. A ver hasta dónde es capaz de llegar y, cuando tenga responsabilidades de verdad, qué hará. En Andalucía, por ejemplo, es para echarse a llorar. Alguien cree que Ciudadanos tocarán los Tribunales Supremo y Constitucional, de forma que funcionen de forma semejante al americano?
Y a todo esto. Yo en Cataluña me creo cualquier cosa. Incluso que en Cataluña haya elecciones en menos de 6 meses.
Pues sí, Cataluña está condenada a tener elecciones cada 2 años como mucho, tanto con independencia como sin ella (porque aunque Cataluña se independizar, tendrá que gobernarse, digo yo…).
Nosotros nos quejamos de bipartidismo, pero en Cataluña ocurre justo lo contrario: al menos 4 partidos insolubles se reparten el 50% de los votos, y eso está visto que no es una bendición precisamente
La opción genuinamente liberal, y que Miguel Anxo Bastos supongo que también apoyaría es la de dividir Cataluña, básicamente la costa, Bacelona y su cinturón y la costa tarraconense por un lado y por otro el resto, abrumadoramente independentista, así las diferencias no serían de 1 o 5%, sino del 20 o más en cada parte. Y hala, se hacen dos comunidades autónomas y cada cuál por su lado, independencia incluida…
Aplíquese también a Navarra, Álava o Cartagena…
Lógicamente si la unidad de España no es sagrada, menos aún lo será la de Cataluña…
Totalmente de acuerdo.
Lo malo de dividir físicamente el territorio sería que separarías a familias y a amigos. Pero sería una opción salomónica.
La opción más liberal (y utópica, por irrealizable a la práctica) creo que sería que en un mismo territorio pudieran coexistir varios “estados”.
Es decir, que una persona pudiera escoger entre un carnet Español, Catalán, de Narnia, Raticulinense o lo que sea. En base a ese carnet, a esa persona se le aplicarían las políticas fiscales correspondientes, y tendría acceso a los servicios de su “estado”.
España, al fin y al cabo sería el nombre que recibe el territorio en el que vivimos, con cuyas señas de identidad podríamos seguir sintiéndonos idenficados. Pero yo podría tener el carnet de “socialista” y firmar un contrato con una “gestora” (un estado virtual) en base al cual yo me comprometo a entregar todos los frutos de mi trabajo a dicha gestora para que ésta lo redistribuya entre todos los que tenemos dicho carnet de “socialista”. Con ese carnet, yo trabajaría en empresas creadas por dicha gestora. O bien, podría tener un “carnet liberal” y vincularme a un “estado virtual” que me exige pocos impuestos y que, consecuentemente, me ofrece pocos servicios.
A mi, como ciudadano de “carnet liberal” no se me aplicaría la reforma laboral (no tendría un coste por despido fijado por ley, sino que dependería del acuerdo al que llegara yo con el empresario)
El asunto se complicaría en la titularidad y uso de las infraestructuras. Todas las carreteras deberían tener un control de acceso, de manera que cuando un ciudadano usa una carretera que ha sido construida con fondos de otro “estado virtual”, dicho ciudadano tendría que pagar peajes. Claro que también podrían haber acuerdos entre distintos “estado virtuales”, de manera que se unen para construir conjuntamente determinadas infraestructuras, o un “estado virtual” le paga cierta cantidad a otro para que los ciudadanos de uno de ellos puedan usar las infraestructuras del segundo.
También tendrían que estar definidas ciertas relaciones entre distintos “estados” que conviven. Por ejemplo, ¿qué ocurre si un ciudadano vinculado a un gobierno permisivo con cierta contaminación acústica hace mucho ruido y molesta a un vecino que está vinculado a un gobierno muy estricto con la contaminación acústica?
La opción más liberal (y utópica, por irrealizable a la práctica) creo que sería que en un mismo territorio pudieran coexistir varios “estados”.
Sí, eso es la teoría. De todos modos, la explicación (modelo) que das justo debajo no es tan utópica como parecería ser a primera vista. Para solventar muchos de los problemas que apuntas abajo, la privatización de infraestructuras sería una vía de solución. Y no hablar de “estados” sino de sistemas legales.
El tema de la territorialidad y apliación de leyes determinadas creo que encontraría solución en el municipalismo. Unidades pequeñas de 500.000 personas cuyas propiedades se encuentran en un ámbito territorial definido en el que se aplican determinadas leyes. Eso genera competitividad y amenta la capacidad de decisión de los ciudadanos. ¿Dónde quiero vivir? ¿Dónde comprar un piso/finca?
La oferta de servicios, tanto privados como “públicos” se multiplicaría … lo cual, a mi modo de entender, sólo puede ser beneficioso.
Siempre he sostenido que lo mejor hubiera sido (y tal vez todavía podría serlo) un plebiscito estilo Canadá, pero que tuviera en cuenta no únicamente a la autonomía sino también a cada provincia, para que pudiera definirse en una segunda instancia en caso de que no decidiera inicialmente como la mayoría de la comunidad.
Por supuesto, esto exigiría una reforma constitucional que al mismo tiempo debería contemplar otros dos puntos: que no se permitiera otro plebiscito antes de transcurrir treinta años, y la devolución de las competencias en educación y sanidad al gobierno central (por lo menos).
Y al que no le gustaran estos dos puntos (e incluso alguno más, como que el valor de cada voto fuera igual para todos los ciudadanos de España), que se fuera en buena hora.
Si esta España fuese de otro modo, no habría gente teniendo que irse o queriendo irse, sea a otro país sea a constituirse como uno nuevo; desde los catalanes hasta los exiliados como los de este blog, pasando por quienes no nos vamos pero recomendamos a nuestros hijos que tengan tal opción como una de las primeras a considerar a nada que esté país, o mejor dicho su corrupto aparato del Estado, su parásito gobierno y sus indolentes burócratas, no estén a la altura de ellos.
Ciertamente, el estado español no nos ofrece apenas nada que nos incline a querer mantenernos bajo su custodia (que no otra cosa sería 😉 )
El famoso “derecho a decidir” es un juego pseudo-democrático con trampa. Claramente asimétrico.
Si el resultado hubiera salido un 51% de los votos a favor del sí, los independentistas se considerarían legitimados para declarar la independencia. En el hipotético caso de que lo hicieran sin encontrarse con demasiada oposición con el gobierno central, el juego habría terminado y el 49% de no independentistas tendrían que fastidiarse y asumir que donde viven ya no es España ni lo será durante las próximas décadas.
Sin embargo, con un resultado ajustado en contra de los independentistas , el juego no se termina, porque en cuestión de un par de años volverá a plantearse el desafío. El juego se repetirá las veces que sea necesario hasta que gane definitivamente el sí.
Es más o menos lo que vengo a decir yo en el artículo, sí. Gracias por los dos comentarios!
Sin entrar en la parte filosófica del asunto, me permito copiar un comentario que acabo de publicar en una publicación “antigua” de Manolo Millón.
A estas alturas todos conocerán los resultados:
Junts Pel Si i y CUP suman el 47.8% de votos. Es decir, menos de la mitad.
Además, la participación ha sido del 77% (lo cual no está mal dados los antecedentes). Es decir, que los votos explícitamente a favor de la independencia han sido el 36% de personas en edad de votar. Es decir, poco más de un tercio del electorado.
Paralelamente, es bien conocida la capacidad de movilización del independentismo, por lo que lo más probable es que la inmensa mayoría de independentistas hayan salido a votar y que, de ese 23% que se ha quedado en casa, esté en contra de la independencia (quizás algunos tengan un sentimiento no independentista pero racionalmente la consideren no conveniente).
A pesar de eso, los independentistas declaran sentirse legitimados para seguir adelante con el proceso. Claro que para ello es imprescindible llegar a un acuerdo con la CUP, los cuales han dejado claro que no apoyarían una investidura de Mas (per sí de Junqueras).
¿Qué escenarios hay a partir de ahora? Se me ocurre los siguientes:
1.- La situación se mantiene atascada durante semanas o meses. No hay acuerdo con CUP, y no hay manera de investir presidente. Se repiten elecciones (supongo que con Convergència y ERC por separado). Cataluña seguirá ingobernable, ya que el 50% de los votos se lo reparten al menos entre 4 partidos muy distintos entre sí. Seguiremos teniendo elecciones cada dos años, y no tardaremos en encontrarnos con otro órdago igual que éste.
2.- Mas acepta cederle el puesto a Junqueras, y se pone en marcha un gobierno de Junts Pel Si con el apoyo de la Cup. Aquí pueden pasar tres cosas:
2.1 – Que se rajen y no se atrevan a mover ficha con el proceso (quizás por que reconozcan que no tienen legitimidad de votos) y se tiren unos cuantos meses mareando la perdiz sin ir a ningún sitio hasta que decidan convocar otra vez elecciones.
2.2 – Efectivamente mueven ficha con el “proceso de desconexión”. Aquí es donde deberá entrar el gobierno central. Imagino que lo normal sería que se anule la autonomía catalana (desconozco el proceso de cómo se haría). Quizás, si Mas y Cía se ponen tontos, sea necesario que la Guardia Civil desaloje las cortes Catalanas e incluso metan a más de uno en la cárcel. No debería haber violencia. Los Mossos d’Escuadra no están preparados para enfrentarse a la Guardia Civil (llegado el caso, se detiene al director general de los Mossos o la cabeza correspondiente) por lo que a priori no tendría que ser necesaria la intervención del gobierno.
Lo que sí que sería más que probable que ocurra son graves disturbios y violencia callejera que se prolongarían por el tiempo y convertirían a Barcelona en una ciudad no apta para el turismo/negocios durante bastante tiempo.
2.3 – Que el gobierno Español se muestre incompetente y vea como Cataluña se independiza delante de sus narices y todo el mundo se mofa de España.