El pasado 10 de agosto apareció esta noticia en el ABC (supongo que en otros periódicos también).
La profesionalidad e insistencia de la farmacóloga canadiense salvó a miles, tal vez decenas de miles, de niños yankis de la muerte o terribles malformaciones. Hasta aquí la buena noticia.
Pero la historia no acabó ahí. Como consecuencia del éxito en la prevención de los efectos secundarios de la talidomida se emprendió una campaña en USA para endurecer los controles sobre los nuevos medicamentos. Finalmente, y como es típico en USA, el Senado abrió un comité de investigación al frente del cual se puso al senador Kefauver.
La comisión concluyó que fármacos de “dudoso valor” se estaban vendiendo a “precios desorbitados” (el entrecomillado es mío). Y como consecuencia final se establecieron unas enmiendas que modificaba la ley de 1938 (Food, Drug and Cosmetic Act) que creó la FDA.
La ley de 1938 establecía el control del Estado sobre la denominación y publicidad de los alimentos, los fármacos y los cosméticos. Así mismo, dicha ley exigía que todos los nuevos fármacos superasen una prueba de seguridad a cargo de la FDA, de tal forma que se comprobase su falta de efectos secundarios graves, antes de que fuesen objeto de comercio interestatal. La aprobación se tenía que conceder o denegar en un plazo de 180 días después de la solicitud de la empresa correspondiente.
Las nuevas enmiendas aprobadas en 1962 añadieron a la prueba de seguridad una prueba de eficacia. De este modo que ningún medicamento puede ser aprobado hasta que la FDA compruebe no sólo que es seguro si no también que es eficaz para el uso a que se destina. Además otra enmienda eliminaba el plazo de 180 días dando un plazo indefinido para que la FDA se cerciore de la seguridad y eficacia de un nuevo fármaco.
Las consecuencias de estas nuevas enmiendas fueron que mientras que a finales de la década de los 50 costaba, de media, medio millón de dólares y unos 25 meses desarrollar y comercializar un nuevo medicamento, 20 años después el coste era de 54 millones de dólares y el tiempo de 8 años en hacer lo mismo. (la inflación en esos 20 años fue de un 100 % por lo que el coste en términos reales aumentó de 1 millón de dólares a 54 millones, un 5.400 %). Además el número de nuevos fármacos bajó en un 50 %.
La FDA no sólo se encargó de comprobar la seguridad y eficacia de los nuevos medicamentos si no que también (y debido obviamente al escándalo de la talidomida, que sí fue aprobada en UK , y que provocó los resultados que remarca la noticia del ABC) se negó a admitir las pruebas de otros países, fundamentalmente europeos, afirmando que sólo ella podía determinar la seguridad y eficacia de un nuevo medicamento y en consecuencia su comercialización.
Pero esos fríos datos también tuvieron sus dramáticas consecuencias.
En los 10 años siguientes a la aprobación de las enmiendas de 1962 no se aprobó en los USA ni un sólo fármaco para el control de la presión sanguínea. Mientas en UK sí se aprobaron nuevos fármacos, y en concreto unos conocidos como obstructores Beta.
En 1978 el doctor William Wardell declaró el uso de los obstructores Beta podrían haber salvado la vida de unas 10.000 (diez mil) personas al año en USA.
Unas 50.000 personas podrían haber muerto en USA entre la aprobación del fármaco en UK y la aprobación en USA.
Evidentemente de eso no habla la noticia del periódico.
Obviamente si ese resultado lo hubiera causado una empresa privada se estaría hablando de una matanza, de un acto criminal.
EFECTOS INDESEADOS.
Toda acción del Estado (como la de toda empresa) tiene efectos positivos y negativos. Muchas veces la acción del Estado tiene unos efectos beneficiosos claramente superiores a los perjudiciales (y a los posibles beneficios del mercado), y por tanto la intervención del Estado está justificada. Pero eso no es siempre así.
También hay muchas veces donde las buenas intenciones del Estado tienen efectos indeseados que hacen que la intervención del Estado acabe agravando los problemas que quiere solucionar (o creando otros nuevos y peores).
Pero no voy a entrar en esa discusión de los beneficios y los costes de las intervenciones del Estado si no en algo más básico: en que la gente tenga la información, o al menos una parte, de los pros y los contras de la intervención del Estado.
Desde los medios de comunicación, y desde el mundo de la cultura y los intelectuales se aplica una feroz autocensura/manipulación que consiste en:
1.- Magnificar los beneficios del Estado.
Ejemplo: “Sanidad universal gratuita”.
2.- Ocultar o minimizar o justificar los perjuicios causados por el Estado.
El de los betabloqueantes en USA de este artículo sería un ejemplo.
3.- Magnificar los fallos de mercado (¡Incluso cuando esos fallos son provocados por el Estado!) y los errores o maldades de los empresarios.
Ejemplos hay a miles. Cualquier fraude, acuerdo para subir los precios, bajos salarios, desigualdades, calidad insuficiente de los productos o servicios, contaminación…
son puestos como ejemplo de que el sistema de libre mercado no funciona y tiene que ser corregido o intervenido (por el Estado o los intelectuales comprometidos).
Está también el cine y la televisión donde, casi al 100 %, el empresario es retratado como un ser dominado por la avaricia y la falta de escrúpulos, capaz de hacer cualquier cosa que perjudique a sus trabajadores, sus clientes y/o el medio ambiente para ganar más y más dinero.
El caso más clamoroso en este apartado sería la Gran Depresión causada por la Reserva Federa,la Ley Hawley-Smoot y la NRA y que según los medios fue causada por un “capitalismo salvaje”.
4.- La ocultación de cualquier progreso social que haya conseguido el libre mercado y los empresarios.
Hay excepciones como Steve Jobs fundador de Apple o Elon Musk fundador de Tesla que son simpáticos a los medios.
La cumbre de este negacionismo social es el mito de la lucha obrera según el cual los progresos sociales son fruto de las demandas de los sindicatos, los “activistas”, la gente con “conciencia social” y los partidos de izquierdas y sus legisladores, y no de la mejora de los procesos productivos y de los nuevos productos o servicios creados por los emprendedores o las grandes empresas.
El mito de que es la politización de la sociedad para pedir “derechos”, y no la acumulación de capital, la competencia y la buena dirección de las empresas, lo que genera “el progreso”.
La consecuencia de todo esto es que, especialmente en España, la gente ha sido condicionada para pensar que el mercado no funciona, los empresarios son unos malvados, el Estado es la solución, la productividad y la producción irrelevantes, que si los precios son “altos” es porque el empresario gana mucho dinero, que si los precio son “bajos” es porque el empresario engaña a la gente con productos de menor calidad o porque quiere hacerse con el mercado para luego subirlos (o las dos cosas)…
Todo resumido en capitalismo (aka neoliberalismo) malo, socialismo bueno.
Sin contrastar noticias, sin publicar las (malas) consecuencias de la intervención del Estado, sin crítica alguna
Y lo llaman periodismo de calidad.
Nota 1: El caso de la Talidomida vs. los Beta Bloqueantes está sacado del libro “Libertad de Elegir” de Milton Friedman. El libro está lleno de ejemplos de los “efectos indeseados” de intervenciones estatales bienintencionadas.
El tema de los “efectos indeseados” de las políticas estatales es un tema recurrente y objeto de continuas disputas en Economía.
Nota 2: No estoy en contra del Estado. Es más pienso que es imprescindible. Pero no toda intervención estatal, por bienintencionada que sea, tiene (siempre y solo) buenas consecuencias. Y esas (malas) consecuencias deberían ser puestas en conocimiento del público.
No hay riesgo nulo para nada. Si sales a la calle te puede atropellar un coche, o caerte un meteorito. Si te quedas en casa puedes morir si se derrumba (en Madrid este riesgo no es despreciable) o un ocupa provoca un incendio en un piso vecino (también frecuente en Madrid). Lo exigible es que los riesgos y las ventajas estén claros y que cada uno pueda decidir libremente si a él (no a papá estado) le compensan o no. Pero esa libertad está cada vez más restringida; la mayoría de los gobiernos saben mejor que tu que es lo que te conviene y te obligan a ello, igual que saben mejor que tu cómo emplear tu dinero, y por eso te lo quitan.
Pido perdón : Me he dirigido a Don Luis, cuando el autor del artículo era Don Arturo:
¡ Ya siento !
Y otra cosa, respecto del “Gran secreto” en que se había mantenido lo de Reagan, según dice el enlace que he puesto :
Es mentira. Nada de secreto. Salió entonces, con pelos y señales, en la revista TIME ( yo llevaba abonada desde el 65 ), lo de los dos pólipos en distintas partes del intestino, y lo del “growth”en la piel ( no me atrevería a llamarle verruga ), todos cancerígenos. Que se habían quitado a tiempo, y que no necesitaban quimioterapia ( que es lo que hace que se caiga el pelo, etc etc ).
O sea que Todos mienten.
Como complemento “libertario” al artículo recomiendo la película Dallas Buyers Club..
Saludos
Muy buen art.: abundando en lo comentado por Plaza añado que una muestra de sentido común y madurez intelectual es la estoica y dolorosa asunción de que hay multitud de problemas que carecen de solución, y que la opción (que no solución) menos dañina ante ellos es sencillamente la denostada “resignación” cristiana, al menos hasta que los avances científicos en su conocimiento nos permitan solucionarlos.
Sin embargo, esta postura “filosófica” de “estoica resignación” es hoy en día tremendamente impopular.
Y lo es precisamente porque la capacidad de las sociedades avanzadas de resolver problemas es tan superior a la de hace apenas unas décadas, que han convertido a estas sociedades en “sociedades de nuevos ricos malcriados”, en la que la resolución de los problemas (tanto a nivel individual como colectivo) han pasado de ser una trabajosa conquista fruto de lo mejor del ser humano a ser un “derecho irrenunciable”, algo así como el maná biblico, que Yavé regalaba gratuitamente a su pueblo elegido.
Basta remontarse pocos años hacia el pasado o mirar la situación de millones de seres humanos en el resto del mundo actual para darse cuenta de hasta qué punto la opulencia de las sociedades avanzadas es algo que históricamente constituye una rareza y que por tanto es una tremenda equivocación dar por sentado que ese bienestar del que disfrutamos una minoría (afortunadamente cada vez más amplia) es un “derecho” y no del fruto del esfuerzo y de la inteligencia , como en realidad es.
Yo creo que este planteamiento de fondo es estructuramente indiscutible. Y precisamente por eso apenas se puede hacer nada con él — más allá de frenar las fantasías del pensamiento mágico de un lado y del otro. Se propone información, y ojos abiertos al mirar. Que es indiscutible por definición. Y se propone que tanto la decisión centralizada del estado, como la libertad de mercado, pueden ser muy beneficiosas y/o muy perjudiciales. Propuesta que no sólo coincide con las observaciones, sino que además tiene un síntoma de realidad tan fuerte como que no permite la creación de ningún eslogan facilón — a modo de mandamiento o solución universal. O conejo sacado de la chistera.
No es más (ni menos) que pura sensatez. Pero la sensatez sólo sirve para intentar limar las ideologías de sus aspectos más perniciosos; no para crearlas ni estimularlas.