Debemos consumir comida políticamente correcta – es decir, prescindir de una hamburguesa rápida, ya que proviene de vacas, y bueno, ya saben ustedes… No sólo como solución a los grandes problemas del mundo, también en términos de implicación personal, la comida se ha convertido es sujeto de furibundos ataques ideológicos . Toda la cohorte de autoproclamados expertos en nutrición nos dice lo que es bueno para nuestra salud. Y tal y como ocurre con los ideólogos casi simpre, pocas veces aciertan. Sin embargo, el negocio florece: «Bio» es la nueva tendencia. Ya saben: si es caro, es que es mejor. Así que la gente de la ciudad, conocedores de lo que es una granja y una vaca apenas gracias a la televisión, se sumergen felices en la ensoñación romántica de un mundo alternativo más justo, más sano y más respetuoso con «lo natural».
Aún siendo conscientes de los riesgos sanitarios que se esconden tras la cría intensiva y extensiva de animales o tras el abuso en el uso de pesticidas en cultivos vegetales, no debemos caer en el simplismo de afirmar que todo «lo bio» es bueno, o mejor. Recordemos los 50 fallecidos por infección con Escherichia coli Enterohemorrágica (EHEC) en 2011, todos ellos por consumir brotes germinados «bio». En aquellos meses, el laboratorio holandés encargado del análisis y control de varios productos vegetales sospechosos, encontró entre 120 productos la nada despreciable cantidad de 7 infectados con bacterias resistentes a los antibióticos, de ellos 5 procedían de cultivos «bio».
«Naturaleza pura» nos prometen los agricultores bio. Pero, por desgracia, el patógeno EHEC es también parte de la naturaleza. Y no sólo el, también la Salmonella, la Listeria, el Campylobacter y los mohos tóxicos. Según el Instituto Robert Koch en Alemania, entre 150.000 y 200.000 personas sufren enfermedades provocadas por contaminantes biológicos en los alimentos al año. ¿Cuántos mueren a causa de ello? En Alemania no hay cifras fiables. Pero en los Estados Unidos sabemos que 5000 estadounidenses perdien cada año la vida por infecciones alimentarias. Una encuesta realizada en Inglaterra y Gales arrojó un balance de 700 muertes anuales. No, no todos esos casos son atribuíbles directamente al consumo de productos «bio», pero la experiencia de principios de 2011 con el brote de EHEC nos dio pistas al respecto.
No les voy a hablar de los agricultures orgánicos que siembran sus semillas sólo durante una determinada fase lunar. Pero hay tabúes en la agricultra biológica que conllevan consecuencias sanitarias: , la renuncia de fertilizantes artificiales, los pesticidas y los conservantes. Quién no utiliza fertilizantes artificiales, debe fertilizar con estiércol, y conozco pocos otros medios más plagados de gérmenes patógenos.
En otros tiempos, cuando los modernos métodos de conservacón alimentaria no existían, pueblos enteros eran arrasados por alimentos contaminados por hongos, gusanos y bacterias. Las plantas crecen cuando se les suministran los nutrientes adecuados. El «hombre moderno y políticmente correcto» parece no tener problemas con verduras cultivadas en estiércol, pero sí con otros fertilizantes. El Presidente del Instituto Federal de Evaluación de Riesgos, Andreas Hensel fué duramente criticado cuando observó en voz alta el peligro que se esconde tras ciertas campañas mediáticas que provocan en el consumidor la identificación de fertilizantes y pesticidas con «mala química» al tiempo que se trivializan los efectos de las toxinas de origen natural.
El problema básico de las doctrinas de salvación existentes es que nadie sabe realmente qué y cuánto es realmente saludable para cada persona e particular, con sus características genéticas individuales. Y es en esta mar de incertidumbre donde pescan los gurús de la bionutrición (incluso los de la no nutrición) obteniendo sus buenos beneficios. Aquí se manifiesta un clásico de las sociedades en decadencia. Tal y como estamos, nos va muy bien, así que invertimos más con el fin de asegurar el estado actual de las cosas, sin saber siquiera lo que es bueno para ello y lo que no lo es. Tumbados en la gula, la embriaguez y perezosos en el sofá no queremos renunciar a nada, preferimos comprar lo que aparentemente nos venden com saludable.
En esta loca espiral «bio» primero se generan sentmientos de culpabilidad para luego ofrecernos redención en forma de consumo de determinados productos «buenos». El hombre occidental, aún profundamente marcado por siglos de educación en la asunción de culpa y actos de contrición, sigue creyendo ser el responsable de sus propios males. A pesar de que por lo general son el entrono y nuestros genes los que determinan nuestras patologías, percibimos una especie de obligación para compensar nuestro estilo de vida «inmoral». Los «especialistas» han visto perfectamente la jugada: debido a que a menudo no tienen idea de dónde está el problema, recurren a lugares comunes como un ejercicio de mantra, la renuncia al consumo de alcohol, venden suplementos dietéticos inocuos y recomiendan una «alimentación sana». Si casualmente el «paciente» es un atleta no bebedor, no fumador y bien alimentado, la solución también es sencilla: psicoterapia.
En España disponemos de muy buenos divulgadores de «lo normal». Permítanme que les recomiende los libros y blog del profesor de la Universidad de Valencia J.M. Mulet: Los productos naturales, vaya timo! Podemos destrozar nuestra saud comiendo mal, pero difícilmente la mejoraremos comiendo más caro. Se trata de comer mejor. Y no, no tengo ni idea de qué es lo mejor para usted.
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