Buscando en google noticias sobre «víctimas de la guerra civil española» -como si la guerra hubiese sido ayer y no hace 75 años- nos encontramos más de cinco páginas con noticias (no artículos históricos, no. ¡Noticias!) de los últimos 20 días sobre el tema. Increíble, me dirán ustedes. Absurdo, les digo yo.
El guerracivilismo parece estar de nuevo de moda como si en España los problemas reales – a saber, el paro, la precariedad, la falta de tejido industrial, la presión fiscal, el nepotismo, la conchabación de poderes político y judicial, la infumable calidad de escuelas y unversidades, … – no existiesen. La nefasta Ley de la Memoria Histórica, nacida del afán revanchista de los «perdedores» y no de la voluntad de concordia de todos, y la crónica tendencia de nuestros políticos por emocionalizar a los votantes son las culpables de tamaño desatino.
Revanchismo es, según la RAE, la actitud de quien mantiene un espíritu de revancha o venganza. La venganza….
Señores, en España hemos logrado una transición no violenta desde una dictadura fascista hasta la partidocracia de hoy (lamentablemente no puedo llamarla democracia) gracias a la voluntad de nuestros paisanos en la década de los 70. ¡Hace ya de ello 40 años! Los hijos de quienes perdieron renunciaban a la venganza, a intentar ganar la guerra cuarenta años después; a cambio, los hijos de los vencedores aceptaron que la calle ya no era suya y sustituían el ruido de las botas por el clamor de las urnas. Los nietos de los primeros, hoy, no lo han entendido y quieren ser ellos quienes arrastren el cadáver del dictador por las calles de los pueblos. Olvidan que tampoco sus abuelos fueron inocentes.
Emocionalizar la vida cotidiana.
La democracia es una forma incómoda de estado. Incómoda para los ciudadanos, obligados a informarse y participar activamente en la vida socio-política de su estado si quieren coparticipar de forma responsable en la toma de decisiones. Ello supone una gran inversión de tiempo y un profundo sentido de la responsabilidad. Más incómoda es para los gobernantes. El ciudadano vota a sus representantes, puede retirarles su confianza, incluso en algunos estados decide directamente sobre las leyes.
¡Qué molesto! Consultar al ciudadano entorpece frecuentemente la acción de los gobernantes y resta flexibilidad a la acción de gobierno. Es preferible gobernar súbditos sumisos y temerosos que ciudadanos conscientes de su responsabilidad. Por ello es necesario convertir al pueblo en una masa voluntariosa de siervos, con todos los derechos sobre el papel, pero incapaces de reclamarlos como suyos. Para ello se ha de desarmar al ciudadano. En sentido real y figurado. Sin armas y sin voz. Los hombres desarmados caen en la indefensión, son temerosos y acuden al Estado buscando la solución a sus miedos. Al mismo tiempo hay que mantener un cierto nivel de intensidad en la amenaza: ¡cuidado! los abuelos de éstos mataron a los abuelos de aquéllos . Hay que mantener un cierto nivel de incertidumbre: las leyes cambian con los ganadores en cada legislatura, los principios constitucionales se acotan con reglamentos liberticidas, la libertad para educar ciudadanos libres se limita con adoctrinamiento y no se pregunta nunca al ciudadano, cada vez más ocupado con sus miedos, más acostumbrado a elegir unas siglas que un quién, una idea fútil que un programa que jamás lee. Cada cuatro años.
Hemos llegado allí donde ellos querían tenernos: la partidocracia. Temerosos, inseguros de nosotros mismos consentimos, incluso aplaudimos cualquier medida encaminada a la construcción de un «todo va bien» ficticio. Refugio de ciudadanos indefensos, cueva húmeda y lúgubre en la que apenas penetra la luz de la libertad. Videovigilancia en las calles, en los correos de internet, en las lineas de teléfono, adoctrinamiento ideológico en las escuelas, en los medios de comunicación. Y propaganda del miedo: terrorismo, cambio climático, balcanización, guerra civil, memoria histórica. Nos ponemos en manos del estado en la esperanza de ganar seguridad, inconscientes de que vendemos para ello nuestra libertad. Aceptamos vivir en nuestras «cárceles-cuevas» rodeados de cámaras, de verjas, de sistemas de alarma, encerrados en nuestro miedo mientras los criminales de verdad nos acechan -libres- como lobos. Somos las ovejas en el redil. Hemos olvidado que somos nosotros quienes hemos de decidir quién nos representa, quién nos gobierna, cómo nos gobierna, para qué nos gobierna. Y no cada cuatro años, o cada ocho. Todos los días. Hemos olvidado que somos nosotros los responsables primeros de nuestra propiedad privada, de nuestras vidas, de las vidas de nuestros hijos, de nuestros vecinos. Hemos olvidado que la defensa de la vida de otro puede costar la nuestra.
Hemos olvidado que en nuestra guerra civil todos fueron alguna vez víctimas o verdugos. Como en todas las guerras.
Interesante artículo. Aunque en España quien utiliza la guerra civil como argumento electoral es la izquierda, no la derecha. Siempre digo que el único argumento político de la izquierda española es haber declarado unilateralmente inconclusa la guerra civil. Por ello no es una izquierda homologable al resto de la izquierda europea. Ello se demostró claramente en una votación no hace mucho tiempo en el Parlamento Europeo.
Al PP y a la derecha en general en España se le pueden achacar numerosos errores. Pero entre esos errores no está el de alimentar el «guerracivilismo», cuyo único responsable es la izquierda, con el PSOE a la cabeza, que ya desde tiempos de Mister X, utilizó como arma política el revanchismo «guerracivilista», seguido por la extrema izquierda: desde la ya casi extinta IU-PCE, a los neocomunistas de Podemos.
Desde los tiempos de la Transición, los políticos de derechas se cagaban literalmente en los pantalones ante la simple posibilidad o amenaza de que Alfonso Guerra (el enterrador de Montesquieu y la división de poderes en España) les acusara con el insulto definitivo: «Franquistas».
Si algo se le puede reprochar en este campo al PP, (como en tantos otros) es su tremendo complejo e incapacidad manifiesta para plantar cara a sus adversarios.
Ellos se escudan en que no quieren alimentar el fuego, pero en realidad con su «política del avestruz» simplemente han renunciado a defender algo tan evidente como lo que defiende el autor del art.: que en las guerras y más en las civiles, todos son víctimas y verdugos.