La policía ha logrado detener a Sergio Morate, el presunto autor del asesinato de dos jóvenes conquenses, en medio del rumor de los medios y el clamor de las redes sociales. Asistimos, una vez más, al linchamiento mediático y social de un presunto delincuente. Efectivamente, de confirmarse su autoría, los crímenes cometidos por Morate son abominables y deleznables.
«Es el típico crimen machista», «acabemos con la violencia de género», «que le cuelguen», …. son algunas de las frases que más he leído estos días en twitter. Los, otrora pacíficos, granjeros se amontonan ante la oficina del Sheriff soga en mano y reclaman justcia. ¿Justicia? ¿Cuál sería la pena que debería cumplir el acusado, una vez convicto, de semejante crímen?
Algunas ideas previas:
- La tendencia natural de todo grupo social es, mediante la conservación del orden, asegurar la paz, la armonía y la estabilidad. Para ello se sirve de la moral, los rituales y la religión: la Tradición. Es ésta una tendencia útil y necesaria para hacer posible y dar valor a la vida en común. Nace de la legítima voluntad de cada individuo en busca de seguridad propia.
- Esa tendencia se convierte, pero, con el tiempo y de forma más o menos inconsciente en un determinado sistema de Orden. Este sistema de Orden es aceptado sin plantearse en qué medida cumple siempre los objetivos de los que nace. El Orden se autoalimenta, la moral se internaliza.
- Frente a este Orden Social encontramos los valores individuales. Hablo de originalidad (frente a la tradición), pasión (frente a la norma social establecida), excelencia (frente a la jerarquía sobreordenada), creatividad (fente a “lo-que-siempre-ha-sido-así”) y el logos (frente a la fe) Éstos son los valores que nos convierten en actuantes de nuestra propia vida, absolutamente indispensables para el funcionamiento de una sociedad. De cualquier sociedad.
- La inercia natural del orden social y los valores individuales se encuentran, en no pocas ocasiones, en una situación de conflicto no solucionable. Se trata de un conflicto, sin embargo, que debe permanecer para siempre, pues sólo así aseguramos nuestra esencia: individuos en una sociedad cambiante, dinámica, en contínuo desarrollo.
Ni el individualismo absoluto, ni la búsqueda de una utópica sociedad ideal serán capaces de acercarnos a nuestros deseos (armonía, paz, seguridad) de manera más efectiva que un modelo en el que el diálogo entre los valores individuales y la tendencia social ocupen el lugar privilegiado que le corresponde.
Y regresamos al problema del que partíamos: la justicia y su aplicación. Hemos dejado en manos del «orden social» no sólo la aplicación de la justicia, también su esencia. La justicia debe tener tres objetivos que quiero resumir en una frase: resarcir a las víctimas mediante el castigo proporcional y proteger al resto de miembros de la sociedad frente a la amenaza de la reincidencia. Y por ese orden. Me explico.
El primer objetivo de la justicia debería ser la reparación y/o reposición del daño causado a las víctimas. Dado que nadie -yo tampoco- es capaz de valorar el daño causado por un crimen mejor que quien lo sufre, lo que dicta la razón es que sea éste quien lo haga. Y lo traduzca en una forma de castigo proporcionado al daño causado. Y LAS VÍCTIMAS, en este caso, no sólo HAN DEFINIDO perfectamente el crimen:
«No sabemos qué diablo o terrible demencia se apoderó de ti pero debes ser consciente de que no sólo asesinaste a esas niñas, has matado a su familia y a la que fue tuya, no existe excusa ni perdón para una atrocidad así»
sino que además HAN MANIFESTADO de manera inequívoca su deseo de resarcimiento (es decir, el castigo):
«Ojalá te localicen y encierren pronto indefinidamente, y ojalá entonces tu mente perturbada se recupere para darte cuenta de que también te mataste tú»
Los jueces lo tiene fácil para cumplir la primera parte de mi propuesta: ya saben cómo resarcir a las víctimas y cuál ha de ser la proporcionalidad del castigo. Falta el tercer componente, el social. Yo también soy parte de esta sociedad en la que cohabito con personas similares a Morate. Y exijo a las instituciones en las que delego la protección de mi vida y la de mis seres queridos el escrupuloso cumplimiento de ese mandato. Mi mandato no es la adopción de medidas de reinserción costeadas con el dinero de todos, mi mandato es el de la protección de mi vida y la de los míos frente a los criminales. Trabajar en prisión durante el tiempo TOTAL de condena es la mejor forma de inserción social del condenado: el fruto de su trabajo podrá ser utilizado para resarcir económicamente a sus víctimas (si así lo han deseado) o para cumplir objetivos sociales.
No, no podemos matar a otro en nombre de la justicia, pero podemos -debemos- exigirle responsabilidad por sus actos y resarcimiento del daño causado.
No, la vida de esas niñas no era más valiosa que la de dos niños, pues TODAS las vidas tienen el mismo valor incalculable. Por eso, la cualidad y calidad de la acción de la justicia no debe tener en cuenta el género, la religión, el color de la piel o cualquier otro rasgo característico de las víctimas en particular. Las vidas son todas iguales ante la ley.
Y no, la misión de la justicia y los órganos de orden del estado no es la reinserción de los delincuentes, es la protección de mi vida, mi propiedad y los acuerdos que alcanzo con otros miembros de esa sociedad en la que vivo.
Los dos únicos objetivos legítimos que encuentro al castigo de los criminales son: por un lado el posible consuelo de las victimas al saber que el criminal ha sido castigado y la otra y más importante desde el punto de vista social, asegurarse que el criminal no va a poder reincidir.
Por eso en casos tan graves como este no aceptaria que un criminal saliera libre porque sus victimas o familiares le perdonaran. Queda el 2º objetivo: garantizar que no va a poder repetir su crimen. Desde este planteamiento la pena de muerte es una opción para este tipo de crímenes.
Mi única pega a la pena de muerte son los errores judiciales. Por eso, soy partidario de la cadena perpetua para casos como este. Y por descontado obligado a trabajos forzados para mantenerse en prisión y para compensar económicamente a sus victimas o familiares. ¿ O acaso el resto de ciudadanos normales no estamos «condenados» a trabajar si queremos mantenernos a nosotros mismos y a nuestras familias?.
Los fines de la privación de libertad son tres: la defensa de la sociedad, el castigo del delito y la reinserción del delincuente.
En mi opinión, el más importante es el primero, la defensa de la Sociedad, sobre todo de sus miembros más débiles. El castigo no es simple venganza sino disuasión ante otros delitos; si el crimen sale casi gratis, algunos pueden calcular que les es rentable (algunos asesinatos terroristas cuestan menos de un año por muerto, ¡que baratas son las vidas humanas en España!). Pero podría admitir que se discutiera si la reinserción, que en caso de producirse también evitaría otros delitos, es igual o más importante que el castigo, aunque la experiencia demuestra que en la mayoría de los casos esa reinserción no se produce. Lo que en cualquier caso me parece una aberración suicida es que la reinserción sea el objetivo primordial o incluso único, por encima de la defensa de los inocentes, como en nuestra constitución buenista.
No soy partidario de la pena de muerte, por su carácter irreversible y la posibilidad de errores judiciales, pero debo reconocer que me impactó el argumento del fiscal de una película americana. Dirigiéndose a los miembros del jurado en el caso de un asesino en serie les decía: No se engañen; no están eligiendo entre pena de muerte o no; están eligiendo entre la muerte de un asesino convicto ahora o la de uno o varios inocentes dentro de varios años si sale de la cárcel y vuelve a matar.
Es frecuente el caso de violadores que aprovechan un permiso carcelario para volver a violar, o el de otros delincuentes reincidentes, como el (presunto) asesino de Cuenca, que ya había cumplido pena de prisión por secuestro de otra mujer, aunque en ese caso no culminó su hazaña como ahora. Aunque a los políticamente correctos les duela, la experiencia demuestra que hay alimañas peligrosas de las que la Sociedad debe defenderse, y si no lo hace, el estado ha fracasado en la que es quizás su ocupación más importante; la defensa de sus ciudadanos inocentes. Y la alternativa es la Ley de la Jungla; la Justicia por propia mano. En Sudamérica se han producido ya varios linchamientos mortales de ladrones por parte de poblaciones hartas de ver que los detenían y los soltaban casi de inmediato. Y aquí, una madre quemó al violador de su hija que había sido puesto en libertad y había vuelto al escenario de su crimen para burlarse y amenazar a su víctima. Supongo que no es esto lo que deseamos.