En la carrera por utilzar el miedo como recurso de poder no hay inocentes. Ni los políticos, ni los periodistas, ni los filósofos, … ni el Papa Francisco. El miedo a los desastres en la “casa común” (sic.), según dicen mayormente provocados por nosotros, vuelve a nuestras vidas desde el neolítico cual apocalíptico jinete viajero en el tiempo. Hace pocos días criticaba la última encíclica papal por la total ausencia de evidencias en la mayor parte de sus postulados, por su carácter marcadamente esotérico y por lo que supone de acercamiento entre dos de las grandes religiones de nuestro tiempo: el cristianismo y el peligroso (reaccionario) culto a Gaia. El ser humano ya no es para Su Santidad el cúlmen de la creción, es su virus, su enfermedad.
En el neolítico, los humanos que deambulaban por el planeta descubren (inventan) la agricultura y la ganadería, pasan de ser cazadores y recolectores a cultivadores sedentarios de cereales, raíces y verduras al tiempo que alimentan -bucólicos- sus animales domesticados para que, una vez bien gorditos, pudiesen suplir con proteinas, vitaminas y minerales las hambrientas bocas de la tribu. Los chamanes, que hasta la fecha vivían de ritos de iniciación a la caza, de pronto se encontaron sin trabajo. Pero su inactvidad duró poco: el planeta tierra es un sistema complejo en el que, fruto de la interacción de muchos y muy diversos fenómenos, las fuerzas de la naturaleza se desatan y castigan con dureza a sus viajeros interestelares (a todos, en eso Gaia es profundamente “justa y equitativa”). Tormentas, sequías, inundaciones, volcanes, terremotos… amenazaban contínuamente la placidez vital de los nuevos agricultores/ganaderos . Las cosechas se perdían, los animales perecían, y llegaban de nuevo el hambre, la necesidad y la muerte. Pero ahí estaban los guías espirituales de la época con sus infalibles explicaciones: el Dios de la luvia, el Dios Sol, la Madre Luna, la Madre Tierra se enojaban de vez en cuando porque los humanos no cumplían debidamente los mandamientos de sus Chamanes, directamente revelados por las fuerzas divinas a las que sólo ellos podían acceder. De pronto el planeta se llena de templos al sol, a la luna, altares a Gaia, todo ello envuelto en las hipnóticas melodías de las danzas de la lluvia y las fiestas de acción de gracias por la magnífica cosecha. Pero, si la cosa no iba bien, las melodías dejaban paso a los gritos de los sacificados para apaciguar a los Dioses y el planeta se empapaba de la sangre derramada para saciar la inmensa sed de los “seres superiores”. Prohibido cruza ese río, decía los chamanes, prohibido visitar esa montaña, no adoren a otro Dios que el que siempre hemos adorado, cumplan las leyes que los jefes de tribu, los ancianos protectores de la tradición y los agraciados con el don de la comunicación con los Dioses hemos diseñado para no soliviantar las fuerzas aterradoras de la madre naturaleza.
La naturaleza no se defiende. No tiene un plan. No tiene soluciones de futuro. La naturaleza es, sin más. Es una víctima sin defensor, una causa sin paladín. Y es precisamente ahí donde proyectamos nuestra necesidad de control: no hay víctimas sin culpables. Es nuestra afición por el castigo -aprendida durante milenios de chamanismo esotérico- la que lleva a muchos de nuestros coetáneos a ceñirse algún tipo de cilicio emocional cada vez que asistimos a un desastre natural. La misma necesidad que nos mueve a ritualizar el acto público de contrición, arrepentimiento y penitencia, para así, en la repetición sacralizada e institucionalizada, afianzar el sentimiento de culpa. Oímos en esta esquina: “Nos están pasando la factura de nuestros actos irresponsables”; algo más allá alguien dice: “El hombre y la naturaleza no están hechos el uno para el otro”, mientras otro concluye que los humanos somos “los parásitos del planeta”, que apenas hemos aportado “muerte y destrucción”. Y claro, la naturaleza se rebela y nos castiga por nuestros errores: huracanes, terremotos, tsunamis, lluvias torrenciales, calentamiento global… Exactamente igual que en el neolítico ¡Hagamos penitencia!
Leo en la web de Radio Vaticano:
La crisis ecológica nos llama por tanto a una profunda conversión espiritual: los cristianos están llamados a una «conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea» (…)
La Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, que se celebrará anualmente, ofrecerá a cada creyente y a las comunidades una valiosa oportunidad de renovar la adhesión personal a la propia vocación de custodios de la creación, elevando a Dios una acción de gracias por la maravillosa obra que Él ha confiado a nuestro cuidado, invocando su ayuda para la protección de la creación y su misericordia por los pecados cometidos contra el mundo en el que vivimos.
Tras haber confesado que ha ingerido 300 gramos de carne de vaca pecando contra el mandamiento “No emitirás ni fomentarás la emisión de Metano“, carne que había sido transformada y transportada con la consiguiente emisión de CO2, lo que atenta contra el mandamiento “No emitirás ni fomentarás la emisión de CO2“, no sólo se sentirá usted mejor: recibirá la absolución del sacerdote de la Iglesia de la Santa Gaia y, de seguir así Su Santidad el Papa Francisco, del cura de su parroquia.
Nota: Si en algún momento durante la lectura de estas líneas se ha sentido ofendido en su fe, le ruego sinceramente me disculpe. No es mi intención ofenderle o dañarle en modo alguno.
Yo soy católico y no salgo de mi asombro. Que con la que está cayendo -una crisis económica muy dura que lleva pareja una seria crisis moral-, la principal preocupación del Papa Francisco sea el “cambio climático” es algo que me deja atónito.
Estimado Elentir, yo tampoco doy crédito. He escrito dos artículos sobre el tema porque creo que el Papa debería ser el primero en mirar por los hombres y sus gravísimos problemas.
De los miles de cristianos que mueren asesinados en África ya mejor no decimos nada. Ésos sí merecen, no uno, varios días de respeto y oración.
Leyendo la Encíclica no se ve esa desatención que insinúa, sino todo lo contrario. La inequidad y las desigualdades de nuestra sociedad están reflejadas en sus líneas constantemente.
Aquí el problema es que la Encíclica ataca duramente al sistema económico actual:
“56. Mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente. Así se manifiesta que la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas. Muchos dirán que no tienen conciencia de realizar acciones inmorales, porque la distracción constante nos quita la valentía de advertir la realidad de un mundo limitado y finito. Por eso, hoy «cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta»”
Hay más referencias, esta sirve como ejemplo de lo que ha sacado de quicio a algunos. Luego dirigen sus críticas al cambio climático para que no se les note (inútilmente). Pero lo que realmente duele es que les toquen la sacrosanta economía inflacionaria del crecimiento infinito que vivimos y que está fracasando ante nuestros ojos.
Aunque si hacemos caso a los comentarios, no sé de qué se preocupan, si dicen que al Papa y a la Iglesia no les hace caso nadie… para ser irrelevante ya llevamos dos articulitos despreciando lo que dice, con disculpas por delante eso sí.
En fin, siga usted atónito que es muy humano mirar hacia donde le conviene.
Saludos
Hola, Hudson. Supongo que eres el Hudson de siempre.
Una pregunta. ¿Tienes a mano un sistema económico que -en tu opinión- no esté “fracasando ante nuestros ojos”? No es que yo adore el que mencionas. Y lo de inflacionario es algo que definitivamente no entiendo. Pero cuando alguien (con cerebro) dice “una economía que está fracasando ante nuestros ojos” quiere decir que tiene ante sí otra imagen (real o soñada) de una economía que *no* “está fracasando ante nuestros ojos”. Y por eso me gustaría mucho saber si tienes esa imagen contraria -o es que piensas sin contraste- y de dónde la has sacado. Este es el primer paso obligatorio, siempre, para seguir o no seguir escuchando. Hay más pasos, claro. Pero sin superar el primero, no se da el segundo.
Lo del Papa Francis no lo pillas. Pero no te preocues, porque le pasa a mucha gente.
Verás. Individualmente hay personas muy capaces de no creer en Dios, y a pesar de eso no creer en nada. O en casi nada que no venga de un conocimiento empírico. Pero en cambio, a nivel de sociedad (digamos más de 500) siempre se acaba comprobando la idea de Chesterton de que dejar de creer en Dios es empezar a creer en cualquier otra majadería. O en muchas, y a ver cuál gana. Como tu economía esa. La impresión, muy fuerte impresión, es que las sociedades humanas no funcionan sin cuentos.
Pero sería un error muy grande pensar que entre una majadería y otra, da igual; porque ambas lo son. Nein. Las majaderías tienen consecuencias y ahorman la sociedad. Y por otra parte la sociedad también tiene capacidad de ir ahormando sus propias majaderías. Y entonces, normalmente es brutal la diferencia funcional entre una majadería digamos clásica, y otra revolucionaria. Con la clásica ya hemos tenido tiempo de ir quitándole las aristas, y evidentemente es muy conocida y previsible. Una herramienta domesticada, si me aceptas la metáfora. Y siguiendo en metáfora, la majadería revolucionaria es un potro salvaje que hay que domar. Ejercicio que asegura unas cuantas caídas antes de poder cabalgar. Probablemente, varias generaciones de caídas y huesos rotos.
Y ese es el problema con lo del Papa Francis. Claro que la gente normalmente no le hace ni caso. 2.000 años de majadería aseguran que los católicos se toman el cuento con una envidiable dosis de cinismo. (Muy recomendable, respecto a los católicos, el Why I am not a Christian, de Russell). El cuento ejerce de lubricante sin demasiados tropiezos urticantes. Pero si el Papa cambia de caballo, y tiene éxito, nos situamos en el caso del potro salvaje. Y potro salvaje quiere decir que llueven coces en todas las direcciones.
Bah, el Papa no es más que el Consejero Delegado de una institución milenaria (la única que ha durado tanto) en la que el libre albedrío está por encima de cualquier otra consideración. Acólitos como Galileo (o Servet) que sacaron los pies del tiesto, fueron castigados sin postre (o quemados en la hoguera), sin cambiar un ápice de 1) sus creencias religiosas, 2) las creencias religiosas de terceros, y 3) la validez de sus descubrimientos. Quiero decir, que cuando analizas el asunto te das cuenta que el cristianismo ha sido (irremediablemente) una parte activa de la evolución humana (a pesar de la Iglesia y sus CEOs), y que además no sabemos (y no podemos saber) qué hubiera resultado de una realidad paralela en la que una sociedad atea y pragmática cortara el bacalao sociopolítico. Posiblemente lleváramos siglos con la tabarra del Calentamiento/Glaciación Global…
Y en éste marinado, el Papa puede decir misa (que es lo que debería hacer), pero los católicos (especialmente los que entienden del asunto) se tomarán la encíclica como irrelevante, con ninguna implicación doctrinal novedosa (el “ecologismo” ya está recogido en el Catecismo antes de que éste Papa naciera), y fruto del caracter contaminante de la Política cuando interacciona con la Religión (o con la Ciencia). Nada más. Los más píos rezarán por él y poco más, y hacen bien 😉
Y ya que traes a Russel y su Why I am not a Christian, para los lectores aburridos en este domingo estival, les recomiendo un repaso al Chesterton de la época, Why I Am A Catholic, o 20 años antes cuando se hizo anglicano: Why I Believe in Christianity. Un tipo de orígenes agnósticos (creo que el “default” humano) que se hizo anglicano primero y católico después. Sin perder una sola neurona, al menos aparentemente: se puede leer con la garantía de que no hay rebuznos intercalados, te gusten más o menos sus escritos… (por no hablar de su Padre Brown y sus cuentos genuinamete racionales).
No estoy atacando ni al cristianismo, ni a la iglesia.
Si “atea” quiere decir sin cuentos (majaderías), lo que estoy diciendo es que no hemos conocido ninguna sociedad atea, a pesar de que pensábamos estarla construyendo. O sea, que la sospecha es que no puede ser. Y la propuesta es que, si ha de haber cuentos, mejor cuentos clásicos y suavemente adaptables, que cuentos revolucionarios. Aunque no estoy proponiendo que nadie crea en el cristianismo (y Chesterton no me va a enseñar nada al respecto), sí estoy proponiendo que el cristianismo, con sus galones de la edad y el ahormamiento (civilización) que ha padecido, parece uno de los cuentos mejores. Así que, inevitable por inevitable, perfiero un cuento de reconocida solvencia. Lo que sí podría ocurrir es que los cuentos tengan una vida natural, y que el cristianismo halla llegado al final de la suya. Ni idea, sólo lo apunto como posibilidad. Pero de ser cierto, el Papa Francis y su cambio de caballo podrían ser un síntoma.
Por eso digo, que ni idea de qué podría resultar de una sociedad en la que el “ateísmo” fuera la norma y no la excepción. Y es que además no podemos saberlo porque sólo tenemos una Historia de occidente que analizar, y en ella la religión ha sido una parte esencial, para bien o para mal dependiendo de en qué y en cuándo te fijes.
Y aún en el caso de que en el futuro lleguemos a esa sociedad “atea”, será el producto de milenios de evolución “religiosa”. Es decir, que por encima del debate de si Dios es o no un cuento (irresoluble), hay un hecho probado: los humanos como especie han necesitado siempre una buena dosis de “pensamiento mágico”.
Ni idea si puede haber un declive del cristianismo, o del catolicismo, pero me da que no, por encima de que éste o futuros Papas metan la gamba, o chapoteen en charcos que no le corresponden.
Bueno, mi tesis (hoy y aquí) es que tal vez no tiene mucho sentido especular sobre “qué podría resultar de una sociedad en la que el “ateísmo” fuera la norma”, si resultara que no puede haber una sociedad (humana) sin cuentos chinos, porque los cuentos chinos son el pegamento de una sociedad. O sea, estoy especulando con la idea de que exista un paso previo al que das tú, que garantice que tu paso no se puede dar. Motivos e indicios veo unos cuantos. Pero ya nos estamos pasando mucho con el hilo de Luis. 😉
No hombre, yo soy poco inteligente y bastante ignorante, no veo el Traje Nuevo del Emperador, es lo que hay.
Esta economía es inflacionaria porque no sabe funcionar de otra manera. En realidad necesita crecimiento continuo, de un 3% anual mínimo según todo gurú económico que se precie. Sin crecimiento no hay inflación y sin inflación no se puede tener crédito. La inflación conjura a la deuda permitiendo pagarla con el tiempo, pero sin inflación la deuda se vuelve impagable. Si encima aparece la deflación con su destrucción de la oferta con el tiempo, el sistema termina de gripar. Y eso es lo que está pasando ante nuestros ojos: deuda impagable y una deflación no declarada con unos precios de commodities y productos energéticos en caída cuando sus costes de extracción siguen al alza. Ahora sólo hace falta que pase el tiempo.
¿Es un problema el crecimiento continuo? ¿No es lo deseable? Bueno, con matemáticas sencillas vemos que a un 3% anual, la economía se duplica cada 24 años. En un siglo supone multiplicar por 16 la economía. Eso se puede hacer a base de aumentar la población dejándola pobre o de aumentar la riqueza de los habitantes dejándolos en poca gente. En realidad es una mezcla de ambas.
¿Podemos crecer indefinidamente? ¿Dónde está el límite? Salvo que creas que no hay límite, y dudo seas tan necio, sólo podríamos discutir dónde está ese límite. Creo que lo hemos alcanzado y por eso estamos en esta Crisis tan larga como diferente a los ajustes habituales de la economía inflacionaria.
Si esta economía no funciona sin crecimiento no nos sirve llegados al limite y habrá que buscar una alternativa que, como decía Tatcher no existe.
Pero la hay, el problema de una economía estacionaria es que no hay intereses, no hay otra forma de ganar dinero que con el trabajo, tiempo, esfuerzo y talento. Sin atajos rápidos y fáciles para hacerse rico a base de que el dinero trabaje por ti. Es decir, un sistema muy poco popular y que (casi) nadie quiere. Duro pero justo y sin perder el libre mercado y las libertades individuales.
¿Ciencia ficción? Simplemente el New Deal de Roosevelt permitió una estabilidad y una prosperidad sin precedentes, compatible con el crecimiento cuando este era posible. En cuanto se empezó a desmontar, el sistema empezó a desestabilizarse hasta la situación actual.
De todos modos, no hay problema, la inmisericorde naturaleza de las cosas no permite a un sistema funcionar fuera de sus límites. Si este sistema económico se empeña en perdurar contra toda lógica caerá y se volverá al equilibrio a las malas. Seguramente acabemos en una economía de subsistencia con gran destrucción de por medio.
Ya, ya sé, cambiar algo por la posibilidad (cercana o lejana, probable o improbable, qué más dá) de que vaya a fallar y sus consecuencias sean peores que las de tomar un rumbo diferente menos atractivo a corto plazo es algo que consideras estúpido.
Así que sigamos como siempre, el tiempo nos dirá.
Saludos