Es como en un libro de ciencia ficción. El protagonista se levanta por la mañana, activa sus paredes interactivas, selecciona “noticias, twitter, facebook y olas ligeras en playa tropical” y se sienta tranquilamente en su sofá a tomar el primer café del día. El café es descafeinado – su médico le ha dicho que es lo mejor para su hipertensión -, la playa tropical está a más de 5000 kilómetros y – lo que es peor – lejísimos de lo que su cuenta bancaria le permite. Tampoco presta demasiada atención a lo que lee en la prensa digital o sus cuentas en redes sociales: desde lo cómico a lo esotérico, pasando por lo soez y lo irresponsable, las “noticias” se suceden a ritmo de click, los comentarios a ritmo de F5 y las ideas…. las ideas son tan escasas como las pepitas de oro en el río Esla. Si alguien le preguntase en ese momento cómo definir su estado de ánimo, sin duda respondería “insatisfecho”.
Decir que uno se siente insatisfecho es la forma menos dura de reconocer que no somos felices. Pero claro, ¡la felicidad es una cosa tan grande! … tan difusa y personal. Tan… inalcanzable. Después de todo, la “felicidad” no es la meta, es el síntoma de que algo funciona tal y como deseábamos. Nos sentimos felices cuando logramos un objetivo: justicia, el novio deseado, el sueldo planificado, el trabajo adecuado… Pero también cuando sentimos ausencia de estrés: en la playa, respirando aire en una cima, compartiendo con la persona amada, riendo con los amigos en una tertulia… Dedicarse a la búsqueda de la felicidad absoluta no se me antoja una sabia decisión. Quien en su vida privada ansía siempre un máximo de felicidad puede estar seguro de no alcanzar nunca su meta. Cuanto más grandes sean las espectativas personales que no se cumplen, mayor será el sentimiento de insatisfacción.
Pregunta: ¿Es usted una persona feliz?
Si la felicidad es algo tremendamente subjetivo a la par que dependiente de multitud de factores diferentes, hemos de suponer que cuanto mayor sea el grado de pluralidad que oferte una sociedad, mayores serán las opciones de casi todos de alcanzar alguno de sus objetivos personales y sentirse, por ello, feliz. Aunque sólo sea de vez en cuando. También cabe pensar que un proceso de ingeniería social encaminado a garantizar la igualdad de todos sus miembros podría ser el mejor camino para que el mayor número posible de individuos se experimenten como “felices”.
Ingeniería Social.
La española es una sociedad claramente colectivista. El refrán que mejor define a los españoles de hoy bien podría ser este: “no dejes de clavar en la tabla la punta que sobresale” (antiguo proverbio chino). Y la mejor forma de conseguirlo es imponiendo desde el estado – gracias a su poder – un sistema social basado en la “igualdad”. Y no se trata aquí del famoso “todos iguales ANTE la ley”, nos hemos arrojado de lleno al “todos iguales POR ley”.
Si una estructura estatal consiguiese generar un medio social uniforme, los individuos, lejos de avanzar en la igualdad, responderían a la heredabilidad, tanto genética como de su propio entorno particular. La consecuencia sociológica de tal afirmación aún no ha sido discutida en su totalidad. Los programas que se vienen desarrollando desde los años 60 para mejorar la situación de grupos sociales marginales se basan todos en un modelo falso: se trata de igualar las condiciones de su medio social –ojo, y cultural- a las de la clase media blanca occidental… y por eso NO FUNCIONAN.
Construir una ética (educar en), un estado, una democracia basándonos en el principio por el cual las personas no pueden o no quieren ayudarse a sí mismas, personas que en cuanto surge una dificultad recurren al “papá estado” en lugar de preguntarse qué podrían hacer ellos mismos, sólo genera seres dependientes, abandonados a la arbitrariedad de la burocracia social. Esto asegura los puestos de trabajo de los funcionarios, pero elimina con el tiempo la soberanía de las personas.
La democracia.
Una sociedad en la que los individuos no son responsables y soberanos sobre sí mismos, no puede generar un sistema democrático. Apenas será capaz de mantener un estado-iglesia bajo el que acogerse. La democracia es, en esencia, el sistema de participación ciudadana en la política de su entorno social cuyo objetivo primordial es el de evitar escrupulosamente el abuso del poder que se le concede temporalmente a los REPRESENTANTES políticos.
Los políticos no son “los reyes magos”, son simplemente personas como nosotros que han decidido convertirse en PORTAVOCES de la pluralidad existente en nuestra sociedad. Debería ser así. En España esta definición es desoladoramente inadecuada. El político en España es un profesional del ventajismo, un comerciante de privilegios. La clase política española ha conseguido deconstruir la democracia para convertirla en partidocracia. La voluntad de una mayoría se convierte en imposición obligatoria para el resto de ciudadanos, ignorando así la enorme fuente de creatividad e innovación que nace de la disputa y la diversidad de formas de entender la propia vida. Nacen los “bandos” y aparece una nueva frontera: la frontera entre aquellas personas que se comportan conforme a la “norma social” y las que no lo hacen.
Todo aquel que se diferencie en alguna forma de lo aceptado socialmente será objeto de medidas sociales de ayuda con la única meta de readaptarlo a lo convenido (a lo conveniente). Donde no cabe la “ayuda” se recurre a la represión: aparecen nuevas y absurdas prohibiciones u obligaciones.
Les dirán que actuar en contra de lo dictado por lo democráticamente legitimado supone el abandono de los verdaderos valores sociales. Que nos hacemos ¡egoístas! ¡Avariciosos! ¡Descreídos! ¡Insolidarios! Que hemos de regresar a los verdaderos valores que nos hacen humanos … si es necesario mediante las leyes, obligando a todos a vivir según esos valores que “creemos” (o “sabemos” … ¿quienes?) mejores. Esta receta conservadora de enajenación y superprotectorado es compartida por los conservadores de izquierdas y de derechas, aunque varíen los temas: para los conservadores de derechas será necesario volver a recuperar los valores de la familia tradicional (por ejemplo), para los conservadores de izquierdas se trata de perpetuar y mejorar los “logros sociales” (por ejemplo).
Prisioneros en la vorágine de lo democráticamente legitimado, caemos en la “insatisfacción”. Y ¿cómo sobrellevar la insastisfacción personal de la manera más satisfactoria posible? Rodeándonos de insatisfechos entorno a los eslóganes dictados por el politburó de lo políticamente correcto. El eslógan es sencillo, no requiere de la elucubración ni de la información contrastada. ¡Ya soy lo bastante infeliz como para ponerme a leer libros!
El eslógan nos hace olvidar lo que sabemos y nos impide aprender cosas nuevas. Pero es el sostén esencial de la “democracia” española de nuestros días. Por eso olvidamos que es NORMAL exigir a quien prestamos dinero que nos lo devuelva en unas condiciones y plazos determinados, y preferimos llamarle nazi desalmado. Pobres de nosotros….
Gran artículo, como siempre.
El problema en este tema es la progresión, que es muy difícil de evitar a largo plazo. Me explico:
Damos por buena la existencia de instituciones en las que delegar las decisiones para sociedades complejas (lo que coloquialmente llamamos gobiernos, en el sentido amplio), y hemos evolucionado hacia un tipo de elección de gobierno por uno de los diferentes métodos de sufragio universal. Hasta ahí todo correcto, mas o menos.
Pero el tipo de gobierno democrático exige además una serie de requisitos que tendemos a olvidar (división de poderes, limitación de métodos y áreas del ejercicio del poder, seguridad jurídica, derechos fundamentales, etc). Eso se tiende a olvidar por mera comodidad, y se termina aceptando que, ya que que la elección es por mayoría, esa mayoría pueda legitimar cualquier actuación del poder. Aún en contra de las garantías que limitan ese poder. Y se acabó la democracia. Estamos ya ante otra cosa.
Si además un suficiente número de ciudadanos tienen vocación de súbditos y valora su miedo a la incertidumbre por encima de su propia autonomía personal, ya lo tenemos todo hecho.
Gracias por este magnífico comentario, Miguel Angel. En dos párrafos, gran resumen de «lo que hay»
Yo creo que un problema es que bajo el manto de «democracia» estamos metiendo cosas funcionalmente diferentes. Y entonces pensamos: Si «democracia» ha tenido un éxito indudable en el pasado, no hay motivo para pensar que no lo vaya a seguir teniendo en el futuro.
Pero yo creo que no nos damos cuenta que el sistema de toma de decisiones (por ejemplo, a quién votar) ha cambiado muchísimo. Antes era un sistema muy delegado (le puedes llamar «caciquil»), donde el debate era entre pocas personas, y las demas copiaban la opinión de las de su cuerda o confianza. Ahora el debate se ha generalizado. En parte por los medios de comunicación y tal. En parte, porque la universalización de la educación le da a la gente el convencimiento de tener la preparación de opinar por si misma. Convencimiento que puede ser cierto; pero también es cierto que al debatir en un espectro tan amplio, el debate se simplifica hasta lo grotesco. Lo que realmente anula cualquier posibilidad de pensamiento.
O sea, que si miras el asunto funcionalmente, podrías haber pasado de un sistema bastante inteligente (opiniones variadas bien digeridas, más prueba y error); a un sistema bastante estúpido (guerra de eslóganes e «identidades»). Podría ser. Y obviamente, el sistema estúpido tiende a aparcar lo que considera «virguerías», pero son los requisitos imprescindibles que señala Miguel A.: división de poderes, limitación de métodos y áreas del ejercicio del poder, seguridad jurídica, derechos fundamentales, etc. Es el efecto previsible de no pensar: No saber las consecuencias de lo que haces.
Yo por mi parte creo que el problema de la Democracia es global, aunque haya países mucho más propensos a caer de bruces, y España esté entre ellos, no podíamos faltar. Y una vez que estás hozando en una aberración democrática como Podemos (O Syriza, o el combo Geroa Bai, EH Bildu, Podemos e Izquierda-Ezkerra en Navarra que es a los que estoy escuchando ahora de fondo en el debate de investidura), se produce un efecto lupa, fomentado en parte por el propio abuso del lenguaje de la izquierda, y damos el caracter de mayoría sociológica a una «mayoría parlamentaria» que no es más que un artefacto electoral. No dejan de ser más de una cuarta parte de la «ciudadanía», que vienen además en tres sabores: los comunistas irredentos (irrelevantes por definición), jóvenes contestatarios (lo cura la edad, y la pirámide demográfica), y una mezcla heterogénea de arribistas, caraduras, tontos útiles, despistados y tragasables intelectuales.
[Y por eso parte de tu narrativa en primera persona del plural me rechina bastante, pero entiendo que es más bien una crítica de estilo, porque me consta que sabes o compartes mis argumentos anteriores] 😀
Efectivamente, comparto tus argumentos sin reservas 🙂
No digo que no tengas razón, pero me gustaría «anecdotizar» algo. Perspectiva.
No tengo a mano el nombre del autor, ni los detalles. Pero la anécdota iba así:
Antropólogo que estudia una tribu de cazadores recolectores en una zona bastante desértica de Namibia. Un joven había salido sólo de caza, y trajo una muy muy buena pieza. Un antílope grande, o lo que sea. Y el antropólogo estaba alucinado por la falta de «fiesta» que le hacían en la tribu. Mirándole como por encima del hombro. Y pregunta:
– ¡Joé! El muchacho ha traído comida para la tribu que os va a durar una semana. ¿No le felicitáis ni le dais las gracias ni nada?
– No. Si le damos importancia, se puede acabar creyendo importante. Y podría llegar a querer mandar.
Quiero decir que lo de la punta del clavo no es estrictamente «español». Puede que en España sea más, o no. No lo sé. Pero es algo que, bueno o malo, está en el acervo común de la humanidad.
Aparte: Alegría de verte activo en el blog de nuevo.
Desgraciadamente, sí. Va siendo hora de aprender otras cosas, que no todo lo «diferente» es malo, y no todo lo «excelente» es herramienta de poder 🙂 Menos martillo y más curiosidad, por ejemplo
Un abrazo Plaza!