Puede que alguien me diga que llego un poco tarde para hablar de las elecciones autonómicas en Andalucía, y que ya han leído y escuchado de todo al respecto. Puede que sí, pero he preferido dejar pasar un plazo prudencial antes de hablar del tema, para evitar que el artículo me salga de las tripas en lugar de la cabeza. Aunque no prometo nada.
No se crean, en el fondo puedo llegar a comprender todas esas exclamaciones tan comunes en las redes sociales, del tipo “los andaluces son idiotas”, “les gusta la corrupción”, “son todos unos ladrones” y demás. Y eso dejando a un lado que “los andaluces” como categoría sólo es un criterio administrativo de residencia, porque y aunque a alguien pueda sorprenderle, yo no tengo la misma ideología que Susana Díaz, ni los mismos gustos que el director de contenidos de Canal Sur. Básicamente y a pesar del tópico, no existe una uniformidad en cuanto a la forma de ser, pensar ni actuar de los andaluces. Entonces, ¿qué ha pasado en estas elecciones?
No voy a ponerme ahora a explicar cómo ha llegado Andalucía a la situación en la que está. Mi opinión, una pequeña idea sobre el tema, ya la expuse en un artículo anterior, y para el que quiera saber más me remito a las estupendas consideraciones que al respecto ha publicado Burrhus, por ejemplo aquí, aquí y aquí, entre otros. Me voy a limitar a estas elecciones.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que entre los votantes andaluces, hay un gran número de ciudadanos tremendamente conservadores. Y no me refiero aquí a la caricatura de “Dios, Patria y Rey”. Una parte muy significativa de mis paisanos, la que da y quita gobiernos, valora su modo de vida tal y como es, y hacen lo posible por mantenerlo intacto. El “más vale malo conocido” pesa muchísimo por aquí, y eso vale tanto para los electores como para los elegibles, lo que podría explicar, más allá de fabulosas teorías conspirativas, la actitud de muchos candidatos de la oposición durante las campañas.
Junto a ello, hay otras dos fuerzas que dirigen esta sociedad: Una es el fatalismo (el “¿para qué voy a votar si son todos iguales?”) que aunque ha descendido del 39,22% al 36,06%, sigue siendo más de la tercera parte del censo electoral. Más de 2 millones de personas. La otra es la del resentimiento. Los que quieren sangre, venganza por ofensas reales o imaginarias. Por supuesto, también hay una minoría que desea un cambio tranquilo. Una minoría, por cierto, que no suele encontrar un sitio estable donde depositar su confianza política, y se dedica a nomadear entre partidos.
Pero vayamos por partes. No voy a entrar en la abstención, opción obviamente legítima e incluso lógica cuando no se reside en la región, pero que no repercute para nada en la formación de los órganos de poder de la Comunidad Autónoma. Veamos las otras fuerzas:
1.- Los conservadores:
Alguien me podría preguntar que cómo es posible que viviendo en una de las regiones más depauperadas de la U.E., haya alguien que no quiera un cambio. Visto desde fuera puede parecer increíble, pero lo cierto es que Andalucía no es Somalia. Aún.
Aquí hay empresas funcionando, tiendas abiertas, los cajeros automáticos funcionan, los trenes llegan más o menos a su hora, los fines de semana la gente se toma su cervecita y lleva a los niños al parque… Sí, nadie se pregunta cómo ocurre. dan por sentado que así deben ser las cosas, y que alguien (un ser todopoderoso en algún oscuro despacho) debe mover los hilos para que siga siéndolo. El caso es que “si la cosa funciona, ¿para qué vamos a tocarla?”. No vaya a ser que estropeemos algo que no entendemos y la fastidiemos.
Y así, se acaba votando a quien se sabe que mantendrá todo como dios manda:
1.- a) El PSOE:
La presidenta de la Junta tenía un grave problema de legitimidad. Más allá de conspiraciones sobre quién ocupará el Trono de Hierro en Madrid, todo el mundo le echaba en cara que en lugar de haberse sometido a las urnas, había sido puesta a dedo por un señor muy simpático imputado por corrupción. Y es un argumento ante el que incluso sus más fieles asentían con resignación.
Además, por mucho que quisiera darse aires de gran estadista, sus único mérito hasta el momento había sido ser fiel servidora de su señor, hasta que llegó su momento de ser designada para el puesto, sin duda porque alguien pensó que una militante tan inofensiva e insulsa no podía ser una amenaza para nadie.
De modo que se lanzó a la piscina, sabiendo que por muy mal que se dieran las circunstancias, tenía un colchón de incondicionales votantes que no la iban a abandonar. No a ella, claro. Al partido. De hecho, un 35,43%. A pesar de que el PSOE ha perdido más de 118.000 votantes, mantiene 1.400.00 fieles que lo seguirán siendo a menos que las circunstancias cambien dramáticamente.
Escucho por ahí preguntar si es que no pesan en su ánimo los gigantescos escándalos de corrupción, en comparación con los cuales, el resto de lo que sucede en España son meros robos de gallinas. El caso es que no. Y no porque vean bien que se robe, sino que se justifican con la excusa de que todo el mundo que se mete en política es corrupto, y que el resto lo haría igual. Ya está. Todo solucionado.
Pero es que además, la corrupción de la Administración forma parte del día a día en una región en la que no existe una separación clara entre la Administración y el Partido. Y si no, a las grabaciones de estos últimos días me remito. A nadie sorprende que haya corrupción, todo el mundo la conoce, y buena parte se beneficia de ella.
Entiéndaseme bien. Al norte de Despeñaperros se piensa que aquí nos pasamos el día comiendo gambas en el bar y esperando a recibir el dinero que viene de Alemania. Y no es así. Es algo más complejo.
Como sucede con todas las organizaciones mafiosas, la que gobierna en Andalucía ha tenido mucho éxito en aparecer como imprescindible para un buen número de sus víctimas entre las que reparte unas ridículas migajas, mientras la cúpula se lleva el grueso del botín. Así, además de la Administración oficial, con sus funcionarios a los que se coacciona y aparta, se crean unas empresas para realizar las labores administrativas (la famosa administración paralela). Todos los trabajadores de esos engendros saben a quién le deben su puesto de trabajo, y temen lo que puede pasar si cambia el gobierno. Y como ellos, sus familias. Y ya no digamos las empresas públicas. Canal Sur es el ejemplo más visible, pero no es el único.
Luego están otras empresas dedicadas a “conseguir” cosas de la Administración. Empresas que quizás en algún momento tuvieron alguna actividad real, pero que descubrieron que era mucho más lucrativo conocer a la gente adecuada, e interceder ante ellos para que terceros consigan algo. Por una comisión, claro. Es obvio que no sólo los directivos, sino cualquiera que trabaje allí sabe que su sueldo depende de que el contacto adecuado siga en el despacho correcto. Y también lo sabe el “tercero” que ha conseguido lo que desea gracias al “conseguidor”. Y lo saben sus trabajadores, y sus familias… Si la supervivencia de tu pequeña empresa (y por tanto el pago de la hipoteca) depende de una autorización administrativa, una subvención, o un aplazamiento en el pago de una tasa o impuesto, tiendes a desear que quien te la va a facilitar siga allí.
Y por supuesto, están todas esas obras y contrataciones públicas. Trabajo puntual para pequeñas empresas, para desempleados… Pequeñas migajas que se lanzan de forma despótica y prepotente a gente que ve el futuro muy negro, y que tragándose el orgullo (no por el trabajo a realizar, sino porque el señor feudal que lo proporciona sabe perfectamente que lo es y actúa en consecuencia) puede respirar. Si el capo deja de estar en el despacho, puede que el nuevo le de sus favores a otros.
Alguien debería pensar que ese dinero sale de exprimir de forma abusiva a quien sí que intenta trabajar como lo haría en un país civilizado, además de sablear al resto de españoles y por extensión, de europeos. Y que el sistema ahoga cualquier tipo de economía real y desincentiva la inversión (después del delirante procedimiento de adjudicación de la mina de Aznalcóllar, por ejemplo, a ver si a algún inversor canadiense o norteamericano le quedan ganas de volver a pisar Andalucía). Pero para mucha gente, las consideraciones más allá del agobio de cuándo va a cobrar su próxima nómina (a la que tiene derecho por arte de algún poder divino que escapa al entendimiento humano) quedan en un segundo plano.
Si han contado bien, entre los arriba descritos y los ancianos adictos a la propaganda continua de Canal Sur (convertida en un canal temático para la tercera edad, algo así como una teletienda socialista), ya tenemos el poco más del millón cuatrocientos mil votos del PSOE.
1.- b) El PP:
El desplome del PP ha sido el más espectacular de las elecciones. De ganar las anteriores con un 40,67% de los votos, ha perdido más de medio millón de votantes, quedándose con el 26,76%.
Por supuesto, el comportamiento del gobierno central ha tenido mucho que ver en ello, aunque no por lo que vociferan las incesantes mareas multicolores, megáfono en mano. Muchos de los votantes de ideología más tradicional se han quedado en casa con sensación de haber sido estafados (incluso algunos despistados han votado a Vox), y los más liberales o los menos conservadores han huido del partido como de la peste. Los mismos que, desesperados, le dieron su confianza y la victoria en las últimas elecciones, se la han retirado aburridos e incluso enfadados.
Hay quien ha hablado de que el cabeza de lista del partido era un desconocido, cosa que es cierta, pero dudo que eso haya tenido mucha influencia teniendo en cuenta que al igual que al PSOE, los fieles votan al partido. Pero además, forma parte coherente de la estrategia electoral, porque el caso es que el PP nunca ha querido gobernar en Andalucía. Tanto es así que, tras las anteriores elecciones, habiéndolas ganado y teniendo mayoría en el parlamento, llegaron a proponer al PSOE apoyar un gobierno dirigido por Griñán «para que IU no llegase al poder«.
Para el cargo del partido, su situación no puede ser más cómoda: tiene su puesto, su sueldo, y su trabajo se limita a criticar todo lo que haga el gobierno usando unas consignas estandarizadas. No sufren (según su visión del mundo) desgaste porque no gobiernan, y la ausencia de responsabilidades reales les hace la vida muy sencilla. Sin contar el prestigio social que en ciertos ambientes da el carguito.
Pero es que además, tampoco ofrecen al elector nada diferente de lo que ya hay. No pueden. Saben que no pueden prometer acabar con el sistema de corrupción institucionalizada, la administración paralela ni la trama clientelar, porque no pueden permitirse el lujo de ponerse en contra a cientos de miles de electores que viven de todo ello. Tampoco pueden ofrecer grandes modificaciones en las políticas de reparto de dinero público ni, en general, de nada.
Su votante potencial es tan conservador como el del PSOE, de modo que lo único que pueden hacer es tranquilizarlo y prometerle que no cambiará nada. ¿Entonces qué pueden ofrecer que no lo haga el PSOE? Pues eso tan difuso de ser “mejores gestores”. Y robar algo menos, claro.
Así, el votante fiel del PP, con la misma fe del carbonero de su vecino del PSOE, se aferra esperanzado a esas palabras mágicas. Unos “mejores gestores” podrán dejarlo todo igual, pero su “mejor gestión” hará que el dinero que ahora no llega para nada, dé mucho más de sí, y de esa forma todos seremos más ricos y felices. Y si encima se roba la mitad, pues ya directos a la cumbre.
Por supuesto, a esto hay que añadirle el mecanismo de defensa psicológico que desarrolla toda víctima de una estafa, que hará lo posible por negarse a sí misma y a los demás que ha sido engañada.
1.- c) IU:
Si hay un partido que refleja perfectamente el carácter rancio y conservador de sus integrantes, ese es Izquierda Unida. Su militancia y base electoral está formada por los irreductibles, los que no abandonarán el barco hasta que se den cuenta que no sólo se ha hundido, sino que ya no hay más fondo donde seguir cayendo. Hay que pensar que durante estas décadas, todo el que ha sido algo en los distintos grupúsculos comunistas de Andalucía, se ha dejado seducir por los cantos de sirena del sistema y ha acabado marchándose al cálido refugio del PSOE y sus fondos públicos.
Quienes han quedado en IU, especialmente de los que ya cuentan con cierta edad, son aquellos insobornables y empecinados en una visión política del mundo impermeable a la realidad. Y por supuesto, los que tienen sillón y sueldo fijo.
Hasta ahora, su posición era idéntica a la del PP, un cómodo relax en la oposición, desde el que sin responsabilidad alguna (pensaban) podían acusar a todo lo que se moviese de ser una marioneta de los mercados y el capital, y permanecer en su nube de intocable e impoluta pureza, mientras se era parte del tinglado.
Hasta que le llegó la competencia. Los que de verdad quieren la revolución (o dicen quererla, que ese es otro tema). Los que afirman que su nivel de pureza es más elevado que el de los viejos comunistas, en una especie de orbitales o niveles cuánticos de santidad política, porque ellos aún no han tocado poder, no tienen concejales, ni consejeros, ni han apoyado a los gobiernos a los que acusan de ser brazos políticos de la banca internacional.
Frente a esta amenaza, su única defensa ha sido apelar al conservadurismo de sus fieles: “Nosotros estábamos antes”; “nosotros somos los de verdad, los de siempre”; “nosotros corríamos delante de los grises”; “nosotros luchamos contra Franco”; “Estos advenedizos son unos niñatos ignorantes”; y demás charla de abuelo Cebolleta.
No puede extrañar a nadie el batacazo que se han llevado en las elecciones. De tener un 11,35% de votos, han caído hasta el 6,89%, casi 165.000 votos menos. Al fin y al cabo, el buen revolucionario no quiere a un representante que ya se ha aburguesado y que no puede evitar ser la mera comparsa del odiado PSOE. Si se quiere hacer la revolución, mejor acompañar al que lleva el bidón de gasolina, en lugar de al que está haciendo tiempo para que le den mesa en la marisquería.
Se habla mucho de su desaparición total en breve, y su hipotética absorción por Podemos, pero yo no estaría tan seguro. Para unos conservadores y tradicionalistas irreductibles, la añoranza de las viejas siglas y los viejos símbolos aún tiene mucho peso.
1.- d) El PA:
Hay que reconocer que el Partido Andalucista tuvo su momento de gloria, en el que además de las principales alcaldías, fue llave para el gobierno. Pero hablamos de hace décadas. Y es que, reconozcámoslo, tienen en contra dos circunstancias contra las que no tienen ni idea de cómo luchar.
La primera es que quien los ha sustituido como el partido nacionalista andaluz es el propio PSOE. No se puede competir con el primo de Zumosol en su propio terreno y con sus propias armas. La segunda es que hasta el más tonto se ha dado cuenta de que el único discurso que mantenían (“¿No dicen eso los catalanes? Pues yo más”) no sólo es infantil hasta el extremo, sino que además termina resultando antipático.
Parafraseando a Marx (al que hizo algo inteligente en su vida, no al prusiano), partiendo de la nada y con su sólo esfuerzo, han llegado a alcanzar las más altas cotas de irrelevancia.
2.- Los que se lanzan a la aventura:
No quiero decir que el resto de los partidos que no he mencionado sean unos alocados revolucionarios. No. De hecho, incluso recogen votantes conservadores rebotados de los anteriores. Sin embargo, y dentro de un amplio margen de opciones, desde los que quieren pequeños cambios hasta los que pretenden una demolición con dinamita, todos pretenden que algo sea diferente. Son las clásicas formaciones por las que una década atrás nadie hubiera dado un duro, puesto que el peso psicológico del voto útil las hubiera condenado a un triste olvido.
Hay que aclarar que el mérito de su surgimiento no pueden reclamarlo ellos solos. Gran parte del mismo lo tienen los partidos tradicionales, que han conseguido enfadar y desesperar tanto a sus apoyos tradicionales y a sus nuevos votantes potenciales, que han terminado por probar nuevas opciones aún a riesgo de “tirar el voto”.
2.- a) Ciudadanos:
Junto con UPyD han sabido presentarse como el cambio tranquilo. Habría mucho que analizar sobre las razones por las que el partido de Rosa Díez ha fracasado donde el de Albert Rivera ha logrado salir a flote, y no es el momento para hacerlo. Lo dejo para mejor ocasión.
Y es que mucha gente ha visto en Ciudadanos el partido que debió ser el PP (o incluso el PSOE) y no fue. Para muchos ciudadanos desencantados con gobierno y oposición, encontrarse con alguien que habla de regeneración en lugar de revolución, de cambiar cosas con calma y sin aventuras, ha resultado muy atractivo.
Y eso que en Andalucía, tierra corroída (aunque nadie quiera admitirlo) por el virus del nacionalismo, partían con el grave inconveniente de ser un partido nacido en Cataluña. Aunque paradójicamente, la vacuna contra ello vino de la mano de un ataque desde el PP. Así, uno de esos personajes que están en política porque no saben hacer nada útil en la vida, demostrando este hecho, se le ocurrió aludir a Ciudadanos diciendo que en Andalucía no necesitábamos que nos gobernase nadie desde Cataluña, ni que se llamase Albert.
El caso es que había mucha gente que pensaba eso mismo, y he tenido ocasión de escuchar comentarios similares en más de una ocasión. Pero parece ser que cuando alguien escucha una estupidez (en la que creía) dicha por alguien que le cae mal, puede llegar a darse cuenta de lo tonta que es la idea. El resultado de ese ataque concreto fue vacunar a Ciudadanos contra los estigmas nacionalistas. Curioso.
Mucha gente llegó a creer hace no demasiado tiempo que la limpieza política de España pasaría por la sustitución del PP por Ciudadanos, y del PSOE por UPyD. Hoy queda claro que eso no va a suceder, a menos de esa manera. El auge de Ciudadanos está siendo paulatino y calmado. Habrá que esperar a ver si es un fruto pasajero de la crisis (el asidero de unos desencantados que pueden quizás regresar al redil si la cosa mejora) o es un partido con futuro.
2.- b) Podemos:
Éste sí. Aquí estamos ante el partido de la gente cabreada. Por mi experiencia, de las personas a las que conozco personalmente que apoyan a Podemos (de las redes sociales ya ni hablo, porque parece que vayan a lanzarse a las barricadas de forma inmediata), hay tres grandes grupos, no excluyentes entre sí.
Por un lado, el sector de izquierda más radical. Sintiéndose traicionados por los suyos (IU pactando con el PSOE, los sindicalistas con tarjetas dirigiendo cajas de ahorros…) han recibido al partido de Pablo Iglesias como al salvador de las esencias más puras de su ideología. Un liderazgo fuerte asentado sobre un sistema asambleario decorativo (Lenin lloraría de emoción) que le otorga una ilusión de populismo democrático, y que lanza a gritos un discurso sobre pobres trabajadores pisoteados por malvados opresores.
Para ellos, plantean una descripción sencilla y creíble sobre los síntomas de los problemas, un análisis infantilmente simplón sobre las causas, y unas soluciones consistentes en venganzas y en dar rienda suelta al resentimiento apenas contenido.
En segundo lugar tenemos a gente más moderada y muy asustada por su situación social y económica. Atraídos por los cantos de sirenas de soluciones rápidas y mágicas, convencidos por un aparato mediático en el que cadenas de ámbito nacional han dado el do de pecho para lanzar a la fama a un nuevo tipo de estrella del espectáculo (el político-showman), han abandonado su incredulidad y ofrecido su fe religiosa. Porque en alguien hay que creer.
Por supuesto, este grupo de electores no quiere la revolución. Se asustan mucho de ciertas declaraciones. Por ello, se ha acudido al tradicional método de decir una cosa y luego la contraria, y así siempre se puede presentar una refutación a lo que no le guste a cada votante potencial. A ello se le une el clásico programa electoral usado por los partidos de toda la vida, plagado de declaraciones voluntaristas (“lograremos el pleno empleo, viviendas dignas, langostinos para todos y que tu equipo gane la liga”; lo de siempre) sin explicar ni una sola medida, y ya tenemos la opción transversal.
Por último está el grupo de los nihilistas. Por decirlo con las palabras de un abogado a punto de jubilarse, con el que hablé no hace demasiado: “yo, que ya no tengo nada que perder, votaré a Podemos para que se vaya todo a la mierda y se fastidien toda esta panda de hijos de la gran…” Aunque pueda parecer sorprendente, es el grupo más numeroso de los que me he encontrado. Al parecer no hay que subestimar la fuerza de la rabia en política. Como decían en “El Caballero Oscuro”, hay gente que sólo quiere ver arder el mundo.
Me resulta un poco complicado decidir si el resultado electoral ha sido un éxito o un fracaso. Desde luego, colocarse como la tercera fuerza parlamentaria (medio millón de electores) no es moco de pavo. Aunque contando con el apoyo incondicional y constante de al menos dos cadenas de televisión de gran audiencia, y con las expectativas que se manejaban hasta incluso después de haber comenzado el recuento de votos (algunas entusiastas encuestas a pie de urna hasta los daban como ganadores con mayoría absoluta), no llegar ni al 15% de los votos es bastante triste.
Y da muestras de la cantidad real de votantes andaluces que estarían dispuestos a aceptar aventuras tercermundistas y propias del siglo pasado. Me temo que de no mediar un espectacular milagro, el cuanto el nivel de cabreo de la sociedad comience a diluirse, el partido comenzará un lento declive hasta su inevitable confusión con la vieja IU (sea cual sea las siglas que tenga lo que quede de esta última).
2.- c) El resto:
Bueno, podría hablar de Vox (el último refugio de los auténticos conservadores andaluces, es decir, 18.017 personas; 13.700 menos que los votantes del Partido Contra el Maltrato Animal), de UPyD (no estoy seguro de que realmente mereciese perder casi 53.000 votos), el Partido Nacionalista Andalusí (293 flipados) y alguno que otro más, pero de momento resultan irrelevantes, y ya me he enrollado lo suficiente.
Espero que mis humildes reflexiones personales sobre lo que personalmente he visto a mi alrededor, les haya servido para aclarar algo.
Ha sido leer la introducción y me he sentido completamente identificado. Hace cuatro años el PP volvió a ganar en la Comunidad Valenciana, y las redes sociales se llenaron de comentarios tipo «en Valencia se premia la corrupción» o «si los valencianos fuesen negros votarían al KKK». Y no se trata de una ofensa patriótica o de justificar el voto, sino que me sorprendía encontrarme por ejemplo a las juventudes socialistas de Vigo siguiendo con la coña, como si no hubiese habido corrupción en el resto de lugares/partidos, o como si en toda España no se hubiese votado mayoritariamente al PP. Y ojo porque hablamos de una época en la que nos escandalizaban «tres trajes».
En lo demás y aunque evidentemente siempre va a haber diferencias, también encuentro muchos paralelismos que entiendo que se compartirán por toda España.
– Lo de los votos «conservadores». Yo en esto preguntaría. ¿Estamos mejor que hace 20-30 años? Obviamente sí, la renta se ha multiplicado y tenemos mejor calidad de vida y servicios públicos en general. Y esto generalmente se le atribuye como mérito al político que gobierna, aunque es probable que con otro estuviésemos igual. Es una cuestión de mentalidad. Vemos el nuevo metro y pensamos «Fulano ha hecho muchas cosas por la ciudad», y no nos damos cuenta de que Mengano habría hecho lo mismo. El caciquismo no sale de la nada.
– Que no existe una oposición real. En Valencia además parece que nadie se acuerde que el PSOE estuvo gobernando más de una década y no se cortaron tampoco en montar chiringuitos, monumentos, y televisiones autonómicas. ¿Para qué votar a otros si van a hacer lo mismo?
Además, paralelamente a lo que ocurre con el PP en Andalucía, parece que el PSOE no quiere gobernar en Valencia. De otra forma no se explican sus posiciones sobre el agua o el catalanismo, temas relativamente sensibles. Es decir, parece que el PSOE sacrifica la Comunidad Valenciana en favor de tener más ventaja en por ejemplo Cataluña.
– Y que fuera de los «conservadores» sólo hay crítica destructiva. En la Comunidad Valenciana existe un «Podemos» desde 2007. Se llama «Compromís», salió de una mezcla de partidos catalanistas extraparlamentarios junto con ecologistas y tránsfugas de IU, y son conocidos por una señora que iba a las Cortes con camisetas llamativas y les llamaba «chorizos» a todos hasta que la acababan expulsando. Bien, la cuestión es que ese partido recogió el cabreo de la gente pero realmente no proponía nada y la gente se acaba dando cuenta.
Como nota adicional he de decir que Compromís a los pocos meses palmó casi 1/3 de sus votos para las generales y fueron sobrepasados por UPyD. No cuento las europeas por el efecto Podemos, pero ahí han seguido por detrás de UPyD.
No sé, tengo ciertas ganas de protestar. Por esa necesidad de explicar el «voto andaluz», sin justificar previamente que el «voto andaluz» tenga nada de especial. ¿Que Andaluccía ha votado corrupción? Obviamente. Lo mismo que lleva haciendo España 25 o 30 años. Pensar lo contrario sería pensar que somos tan imbéciles como para no habernos dado cuenta de la corrupción hasta la llegada de la formidable juez Alaya. Y no es así.
Bien, es comprensible que las almas cándidas estén muy preocupadas por el «voto de la corrupción». Problema que se cura de un plumazo preguntando cuál sería el voto de la «no-corrupción», y preguntando si eso sería muy sensato. Yo por ejemplo, entre los partidos en liza en Andalucía tengo una remota simpatía por Ciudadanos, y franca antipatía por todos los demás. ¿Quiere eso decir que me hubiera parecido mejor resultado si gana C’s las elecciones? Ni de coña. No están preparados. Seguramente sería un desastre para Andalucía … y un desastre para Ciudadanos. Y de Podemos, ni hablo.
Que un país con un 35% de paro (Grecia tiene 25), y un partido con la fuerza mediática de Podemos, no le conceda a este más de un 15% de los votos, es una muestra de sensatez sencillamente acojonante. Hombre, supongo que algo cuenta que Andalucía tiene al resto de España como apoyo, y Grecia no tiene nada (Europa no es nada). Pero aún así, con ese nivel de paro lo que esperas es algo como la revolución.
No había una alternativa real, verosímil, de voto «no-corrupción». Ni de una política sensiblemente diferente, en realidad. ¿Acaso el PP iba a quitar el PER y similares? Los cojones. Y sin embargo, con el bocado que les han dado, hay la oportunidad que los partidos corruptos de siempre empiecen a pensar en la necesidad de disimular un poco.
Y luego hay otro detalle. La corrupción es mala, seguro. Cara, ineficacia, etc. Pero ni es el único problema, ni es bueno obsesionarse con un mono-problema. Porque puedes conseguir acabar con la corrupción, y a pesar de eso, acabar peor. La obsesión con un mono-problema puede llegar a hacer más daño que el que hacía el problema por sí mismo.
En resumen. No es un resultado malo (al contrario), ni tiene especial necesidad de «explicación». Y mucho menos, de explicación «identitaria».
Hola, Plaza. Perdona por haber tardado en responder.
Mi intención no es tratar de justificar ningún hecho diferencial andaluz. Ya he dicho en muchas ocasiones que no creo que a nivel individual, exista mucha diferencia entre andaluces, murcianos o venecianos. Sin embargo las elecciones han sido en Andalucía, y además he procurado hablar de lo que conozco de primera mano. No me cabe diuda de que gran parte de lo que describo es muy similar a la situación de otras regiones de España, pero lo que he tenido ocasión de ver y vivir directamente es de la situación en mi entorno más inmediato, y ese era el motivo de mi artículo.
Es cierto que no había alternativa real, y sin embargo, lo esencial es preguntarse por qué no, a pesar de que es difícil que la situación sea peor sin que haya muertos por las calles.
Por otra parte, la corupción sí que es uno de los factores decisivos en Andalucía. No es que unas políticas absurdas y erróneas no tengan nada que ver, sino que cualquier intento de iniciativa, cualquier inversión, cualquier esfuerzo que se haga queda ahogado en un lodazal en el que si no eres amigo de alguien (amigo-que-paga), no haces nada. Y sobre todo en cuestiones más modestas. Una pequeña empresa se topa con una cantidad de trabas legales, que empeoran con la dejadez-desidia-mala fe de quienes viven mejor sin que se haga nada, ya sea porque así no tienen que trabajar demasiado, o porque de esa forma benefician un poquito a su cuñado…
Los EREs son espectaculares, pero son las pequeñas corruptelas del día a día, aceptadas por la mayoría como normales, las que hunden más la región. Y esas pequeñas corruptelas son posibles gracias a los mecanismos instituidos para hacer posibles las grandes.
En cualquier caso, piensa que el resultado de las ellecciones sí ha sido malo. Cualquier cosa que no hubiese significado un cambio en el gobierno (de quien fuera) hubiera sido mala. Claro, que todo es susceptible de empeorar, pero esa es, precisamente, la idea que impide el cambio.
Sí, te entiendo, Miguel Ángel. Y no estoy tanto llevándote la contraria, sino aplicando un punto de vista diferente. Una especie de defecto genético. Lo hago incluso conmigo mismo, no es nada personal.
Medir la corrupción es muy difícil. Supongo. Pero no creo que en Valencia, un poner, sea mucho menor. Ni en Cataluña. Y en Vasquilandia, que la corrupción económica parece menor, la corrupción -digamos- de «los nuestros» es sencillamente acojonante. Y el efecto (sobre-coste, ineficacia) es el mismo.
– Es cierto que no había alternativa real, y sin embargo, lo esencial es preguntarse por qué no
Sí, eso es lo esencial. Aunque puede estar mal preguntado. Mejor pregunta es tratar de averiguar cómo lo han hecho en democracias que tengan mucha menor corrupción — en dictaduras es más fácil. Y, sobre todo, si hay ejemplos de democracias que han superado una gran corrupción, para mejorar. Y ves sobre todo dos cosas importantes. Que no acabas con la corrupción de un plumazo, por ejemplo con esa idea de cambiar de signo de gobierno, y que es un problema de sistema. Donde «sistema» también incluye «sistema mental». O sea, cultura.
Y aquí los «liberales alegres» tienen un problema enorme. Como están obsesionados en combatir la idea del «bien común», no quieren ver el sistema — más allá de la ibertad individual. Pero el sistema es el bien común. Depende del sistema que tengas, todos funcionan mejor o peor. Como una carretera. Intenta convencer a un «liberal alegre» que sí, que es cosa de todos educar a los hijos de todos para que sean lo menos cafres posible. O que una población no analfabeta es bueno para todos, y probablemente una población de todos doctores (de mentirijillas, claro) es malo para todos.
No un cambio de gobierno no hubiera hecho nada en Andalucía. Como no ha hecho nada en España. Un gobierno Rubalcaba hubiera hecho lo mismo, con la diferencia de que hubiera hecho lo que había dicho que iba a hacer, y no lo contrario. Sorprendentemente, me tragué el debate Ruby – Rajoy. Rajoy ha hecho lo que prometió no hacer, y lo que Ruby decía que había que hacer. Pero calcado.
Las únicas propuestas verosímiles que pueden hacer algo contra la corrupción son las de Ciudadanos. Pero en realidad no son de Ciudadanos, sino de Luis Garicano. Ninguna garantía mientras no cale su mensaje.