Sí, también aquí, en la paz de una clínica de rehabilitación, nos llegan los rumores sobre las vacunaciones obligatorias, el ruido de fondo que dejan sus defensores y sus críticos en la porfía dialéctica que les ocupa. Más lentamente, atenuados, pero llegan. El tema se las trae. Si usted, estimado lector, quiere provocar una discusión acalorada en uno de esos momentos sociales llamados «pacíficos», le bastará con mentar la bicha de las vacunaciones.
Pocos temas nos ayudarán tanto para alcanzar de forma tan rápida la confrontación emocional, porque los críticos de la vacunación así como sus denostados defensores, tienen en sus mentes un sólo objetivo: quieren lo mejor para sus hijos. Y las dos partes hacen uso de un potente argumentario, si bien he de reconocerles desde ya mismo que tengo dificultades para apoyar incondicionalmente a uno de los dos «bandos». Pero todo el mundo tiene derecho a opinar – y poner en práctica- sobre lo que cree que es mejor para sus hijos.
La decisión de dejarse vacunar (o dejar vacunar a un hijo) o no tiene dos motivaciones primordiales. Una de ellas es puramente personal: quiero sentirme seguro ante enfermedades / no deseo padecer las consecuencias negativas de una vacuna. Discutir sobre ello en parámetros de libertad se me antoja carente de interés. Cada cual puede hacer con su salud lo que le venga en gana. Ocurre que la segunda motivación es puramente social: quien no se deja vacunar reduce la llamada inmunidad de grupo. La inmunidad de grupo (o inmunidad colectiva) describe un tipo de inmunidad que se produce cuando se vacuna a una parte de la población proporcionando protección a los individuos no vacunados. Dina Fine Maron lo explica muy bien en este vídeo:
El problema es que la inmunidad de grupo protege especialmente a aquellos que no pueden protegerse a sí mismos. Aquí están incluídas las personas inmunodeficientes, aquellas que no responden a las vacunaciones o, sencillamente, los bebés. Efectivamente: no podemos obligar a nadie a vacunarse que no desee protegerse él mismo frente a ciertas enfermedades por temor a posibles consecuencias negativas de la vacuna, pero debemos tener muy en cuenta, y quien no se vacuna también, las consecuencias que para terceros tiene adoptar semejante decisión.
La mayor amenaza (vacunable) de nuestros días la encontramos en el sarampión. El sarampión, contrariamente a lo que popularmente solemos creer, no es una inofensiva «enfermedad infantil», sino una enfermedad relativamente severa y altamente contagiosa, con una tasa de mortalidad en los países occidentales que oscila entre 1: 500 y 1: 1000 (para que se haga una idea, la tan temida muerte súbita de los bebés normales presenta una tasa de 1: 1500).
El sarampión es interesante porque en América el Norte y América del Sur, gracias a las campañas de vacunación, se encuentra al borde de la extinción. Piensen: todo el Norte y Sur del continente americano, lo que incluye incluso la barriada más pobre de Sao Paulo. Los brotes en USA se deben en buena parte a las comunidades que niegan la vacunación. Las mismas que están a punto de provocar que en Alemania se alcance el estado de endemia para esta enfermedad. La situación en España, aun estando mejor que en Alemana, tampoco es para tirar cohetes:
… los más de 2.800 casos registrados en los últimos cuatro años no invitan al optimismo. Solo en Sevilla, en 2011 se registraron 1.759 casos en un brote que acabó con la vida de una mujer, suceso que desmiente el tópico de que contagiarse el sarampión no es tan grave.
Tras muchas y largas discusiones mantenidas por este que les escribe, hay tres tendencias principales (con fuerte solapamiento) entre los miembros del movimiento anti-vacunación:
1. Los que argumentan fuertemente contra el malvado lobby farmacéutico, que gana millones, miles de millones de euros, vendiendo vacunas que no funcionan. Estas personas pueden ser probablemente encuadradas en lo que yo llamo «víctimas del comunismo popular», algo tan típico alemán como estúpido. La eficacia de las vacunas hoy en el mercado está sobradamente probada, sus beneficios también. Y sí, cuestan dinero.
2. El segundo grupo, a pesar de que tiene una fuerte superposición con el anterior, se compone de quienes centran su argumentación en la inexistente eficacia de las vacunas y los daños resultantes de las mismas. Con los miembros de este grupo es más difícil discutir, porque la discusión se asemeja a un debate sobre el calentamiento global o la discusión sobre la eficacia de la quimioterapia. Hay «científicos», más o menos prominentes, que tratan de imponer sus estadísticas en las que muestran la peligrosidad e ineficacia de las vacunas. El problema aquí es que el lego tiene grandes dificultades para entender las premisas científicas necesarias a la hora de interpretar datos estadísticos. No se suele tardar mucho, y el debate pasa a convertirse en una disputa sobre cuestiones de fe.
3. El tercer grupo es el de los asociales: quiero que mi hijo no padezca la enfermedad, pero el riesgo asociado a las vacunas deben asumirlo los demás. Como todos los otros ya se vacunan, no veo necesario que mi hijo lo haga. Esta configuración es simplemente anti-social en el verdadero sentido de la palabra. Pero no está prohibida.
Ustedes pensarán… ahora es cuando Gómez nos da la solución liberal al problema. Pues no. La imposición de vacunaciones obligatorias es difícil de conciliar con una posición liberal. La vacunación fué y sigue siendo una lesión. Tiene riesgos, unos conocidos y otros desconocidos, incluyendo el grave sufrimiento, incluso la muerte. Desde un punto de vista liberal, existe el derecho a la estupidez, el derecho a confiar en el charlatán y el derecho a comportarse de forma antisocial. Efectivamente: somos libres en tanto que no ponemos en riesgo la libertad, la propiedad o la VIDA de los demás. Me pregunto: hacemos daño a alguien ya por el mero hecho de existir? Un estado que obliga a sus ciudadanos a clavarse una aguja en los brazos, me da miedo. Incluso mucho miedo. Creo que este es un umbral que debemos vigilar con muchísimo cuidado.
Es tiempo de buscar ideas alternativas. No hacer nada, sentarse y esperar a que el sarampión vuelva a ser endémico de nuevo es absurdo y temerario. Obligar a las personas (preferiblemente bajo amenaza policial) a vacunarse tampoco se corresponde con una comprensión liberal del papel del estado. Los arriba mencionados marxistas populares y todólogos aficionados son, por lo general, fácilmente comprables. ¿Por qué no debería pagar el estado por la protección del rebaño? Si pagamos los jardines de infancia, también podemos pagar esto. Por supuesto que pagar a las personas para que hagan algo que les beneficia es absurdo pero, si funciona… pagos más absurdos hacemos vía estado y a nadie parece preocuparle en exceso. De forma paralela se me ocurre que lo mejor es informar a la gente sobre la naturaleza no científica de la crítica generalista a las vacunas (y ya de paso a los hermanos en espíritu, como la homeopatía) A las personas hay que convencerlas de, no obligarlas a. No olviden, si la gente prefiere escuchar a los chamanes, homeópatas y otros «expertos», sus razones tendrán(aunque nosotros no las compartamos). La ciencia y los médicos deben tener entonces mayor credibilidad para alcanzar sus fines. Credibilidad, no poder.
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Muy buen articulo Don Luis.
Desde mi punto de vista, posiblemente uno de los problemas básicos del tema de la vacunación es que se pretende coaccionar a ciertos individuos (los padres) por un riesgo, no por una acción en si. No estar vacunado no implica el contagio. Por tanto es similar a prohibir la imigración por la posibilidad de importar enfermedades erradicadas, o obligar a la circuncisión para minimizar los posibles contagios del SIDA. Son coacciones preventivas que desde el punto de vista libertario deberían ser ilegales. La defensa a una agresión debe producirse cuando la agresión es inminente. Sí puede la sociedad presionar con educación o incluso restingiendo el acceso a ciertas zonas privadas, a gente no vacunada. Por otra parte, que el Estado obligue a vacunar no restultará en la vacunación integral, y además no tiene por que ser la vacunación propuesta la más recomendable para los padres. Yo he vacunado a mis hijos del Neumococo que no está cubierto por el Estado.
Dejo aquí mi análisis particular:
https://avecesmesientoapensar.wordpress.com/2015/06/09/sobre-las-vacunas-y-su-obligatoriedad/
Lo indica Juano muy bien, en un entorno liberal yo tendría derecho a que no dejar entrar en mi guardería a un niño sin vacunar, y por tanto a ofrecer a los padres un servicio que este acorde con su preocupación sobre el tema. Y viceversa. Y todos los grados entremedias.
Ya sabe, Don Luis, que no estoy dotada para el pensamiento abstracto, y, por tanto, sólo hablo desde mi experiencia personal.
Pues bien, y antes de que existieran las vacunas, mi abuelo sevillano murió de sarampión, en tres días, con 33 años y 8 hijos, contagiado por la menor de estos hijos, a la que no le ocurrió nada , excepto, claro, el perder a su padre . Y en el otro lado, un hermano de mi otro abuelo murió también del sarampión, con 11 años, y una hermana se quedó totalmente sorda como consecuencia de la misma enfermedad. Así que, lógicamente, me tomo el sarampión muy en serio.
Pero hay trabajos que relacionan las manifestaciones del autismo severo con la administración a niños, que hasta entonces no habían mostrado síntomas de ello, de la primera dosis de la vacuna polivalente. Y los padres con riesgo en sus genes de tener hijos con autismo, o incluso con Asperger severo, es lógico que tengan miedo a la vacuna, aunque de momento la relación entre el síndrome y la vacuna no estén claramente demostrados
Puesto que el autismo se empieza a manifestar entre los dos años y los tres ; ¿ no habría una manera de aislar a esos niños «de riesgo» de los que no estuvieran vacunados por razones diferentes , para evitar contagios entre ellos, y vacunarlos más tarde, como a los 7 años o así ?
De ese modo no se podría echar la culpa del desarrollo del síndrome, en aquellos niños que lo manifestaran, a la vacuna, y se les protegería a todos. Que no creo que los padres se nieguen a vacunar a sus hijos de ninguna enfermedad peligrosa por simple moda, sin tener miedo a los riesgos colaterales. Y, aunque no esté claramente demostrada la relación entre el autismo y la vacuna polivalente, lo del autismo es demasiado tremendo como para no tenerlo en cuenta.
Ya siento haber escrito tanto, y de modo tan pedestre.
En un entorno liberal los alicientes para vacunarse serían muchos: menor prima en el seguro médico (o de vida), cumplir condiciones de contratación en empresas preocupadas con el tema (o condiciones de acceso a clubs deportivos, etc…). El problema actual es la limitación a la libre discriminación, lo cual conduce a eliminar la libertad de todos sin excepción en pos de la igualdad formal y políticamente correcta.