Una de dibujitos

Ya comenté en alguna ocasión que uno de los terrenos donde la batalla de las ideas ha sido ganada, tiempo ha, por lo políticamente correcto ha sido el arte. Y el empeño se ha puesto principalmente en las ramas más populares. El cine es el ejemplo perfecto, un sector que a veces se hace difícil de distinguir de la mera propaganda.

La batalla, por supuesto, se ha dado por todos los bandos, pero ha sido muy desigual. Y la corrección política siempre ha usado dos armas muy eficaces contra quienes osaban intentar obras a contracorriente. La más usual es la del mero desprecio. Lo que se sale del catecismo imperante es inmediatamente menospreciado, cuando no directamente insultado, consiguiendo incluso que los espectadores lleguen a sentir reparos en admitir que les pueda gustar, y que los autores tengan mucho cuidado de no contrariar los dictados de los nuevos árbitros de la moral.

Pero hay veces que es imposible. En ocasiones, algunas películas con un mensaje herético no sólo gustan al público (aunque sea a cierto sector muy concreto), sino que se convierten en obras de referencia. La táctica en estos casos es la de reinterpretar el mensaje. La historia, su idea, su estética son redefinidos ante un público acostumbrado a un lenguaje único y estándar, y que suele aceptar la nueva versión porque es la familiar; y si entendió algo diferente en el cine… bueno, quizás es que no lo captó bien del todo. Si lo dicen los expertos, será así.

Ahora que nos zambullimos en las fiestas navideñas y que nos empiezan a bombardear con todo tipo de monstruosidades infantiles (hay quienes nunca entenderán que los niños son niños, pero no tontos), permítanme que una vez más deje aflorar mi lado friki y les hable de dos películas de dibujos animados que quizás no conozcan, que han sufrido la reinterpretación que les he comentado, y que sin ninguna duda les recomiendo que vean con sus niños (aunque depende de la edad que tengan, claro). Descubrirán que no todo lo que se produce por ahí es más de lo mismo. Además, procuraré no destriparles nada importante del argumento, aunque no prometo nada.

Religión e industria:

Por supuesto que “La Princesa Mononoke” (もののけ姫) no es exactamente una típica película para niños. No sólo tiene ciertas escenas violentas y quizás algo duras, sino que la historia en sí lo es. A pesar de ello es una auténtica obra de arte (y no me refiero al mero aspecto estético, que también) que nadie debería perderse, y exceptuando a los muy pequeños, sin duda los chavales la disfrutarán tanto como los mayores.

Es curioso que habitualmente se la describa como una epopeya ecologista. Y en cierto modo lo es, aunque no en el sentido que le dan nuestros occidentales ecologistas sandía. Sí, es una película sobre la naturaleza, pero de lo que trata en realidad es del miedo y del odio. Y también, en cierto aspecto, de la pérdida.

Ashitaka, un joven guerrero de una tribu de ainus enfrentados a la extinción, sufre la maldición de un espíritu () poderoso, y es amablemente desterrado. Sabiendo que le queda poco tiempo de vida y con la perspectiva que le da ese conocimiento, decide buscar el origen de la maldición. Llegará a un bosque donde los dioses del lugar mantienen una sangrienta lucha por la supervivencia contra los habitantes de una ciudad fortificada, dedicada a la fundición de hierro y la fabricación de armas, y gobernada con mano de hierro por la señora Eboshi (nunca entenderé algunas traducciones, donde en lugar de dejar el título original de “Eboshi-sama” o traducirlo por el castellano “señora”, plantan el anglosajón “lady”). Mientras, el señor feudal de la zona intenta controlar la ciudad, y agentes del Shogun se mueven con sus propios intereses.

Contado así podría no diferenciarse demasiado de la clásica producción de Disney. De hecho esta compañía, que poseía los derechos de distribución fuera de Japón de las películas del Estudio Ghibli, presionó bastante intentando cortar escenas para evitar «la confusión» y hacer el argumento algo más «sencillo» para los niños (de nuevo olvidando que no son tontos).

Sin embargo, las diferencias comienzan a ser evidentes muy pronto. Porque lo primero que falta, y es lo que supongo que a Disney no le gustaba, es el típico maniqueísmo. Una distinción sencilla entre buenos y malos. Sí, Ashitaka es un buen chaval y trata de juzgar las cosas con equidad, pero aparte de eso, los roles empiezan a ser poco usuales.

San, el personaje principal, la chica que da nombre a la película (por cierto, un mononoke es un espectro vengador y malvado), a pesar de que su intención es proteger a la que considera su familia y defender su mundo, está corroída por el odio y se comporta como una asesina psicópata, matando a todo currante inocente que se pone a su alcance.

Enfrente, la señora Eboshi, que se dedica a destruir el bosque (lo que la convertiría en la mala malévola para la habitual mentalidad políticamente correcta), lo hace para que los habitantes de su ciudad vivan. La que debería ser la malvada, protege a leprosos, prostitutas y siervos huidos de otros feudos, en una ciudad donde pueden trabajar y prosperar. Es muy difícil no tomarle simpatía casi desde el principio, y ni que decir tiene que a sus siervos también.

Los espíritus y dioses del bosque, del mismo modo que los ainus de la tribu de Ashitaka, ven su mundo desaparecer ante el avance de los humanos y su tecnología, pero deciden que morirán matando. La religión Shinto da mucho de sí para estos argumentos.

Y el personaje más importante es la propia Naturaleza, individualizada como el espíritu del bosque (de nuevo hablamos de religión, no de ninguna metáfora bonita). Y éste es el aspecto donde más se separa de lo que podríamos esperar de una película de dibujos animados al uso. La Naturaleza no es una inteligencia justa y benéfica. La Naturaleza es hermosa, pero brutal, injusta y sin lógica racional. Da la vida, pero mata indiscriminadamente y sin ninguna razón evidente. No es la Pacha-Mama idílica de los cuentistas new-age, ni la madre amorosa de las historias de Disney. No hay bondad ni justicia en su actuación. Tampoco maldad. Es simplemente inhumana y los personajes lo aceptan, como lo hacen todos los integrantes de culturas preindustriales; y por eso los habitantes de la ciudad luchan contra ella. Es eso o morir.

Lo que nos plantea la película es la lucha de la gente por prosperar y vivir mejor, y lo hace sin culparles por ello. Una lucha contra la naturaleza y contra otros hombres que pretenden arrebatarles el fruto de su esfuerzo. Y además, la última resistencia de quienes saben que su mundo ya ha acabado, pero que aún así se niegan a dejarse morir resignadamente. Todo ello expuesto de tal forma que se puede sentir simpatía por casi todos los personajes y bandos.

“La Princesa Mononoke” se recrea en la belleza del bosque, pero no encontrará nadie aquí escenas tipo Pocahontas, con loas a la bondad de la Naturaleza y a dejarse arropar por ella (eso daría bastante miedo). Al espíritu del bosque se lo respeta y se le teme (como a cualquier fuerza que no se puede comprender), no se lo ama. A pesar de ello, la historia contiene un respeto por la Naturaleza difícil de hallar en obras occidentales abiertamente ecologistas. Un respeto auténtico, serio, práctico y sin demasiada cursilería.

Y al mismo tiempo, admiración por el afán humano por mejorar y prosperar, y por su capacidad para crear, en todos los sentidos, desde tecnología hasta sociedades.

Por cierto, una lástima la traducción. Como quizás hay quien piensa que los espectadores son poco avispados y no van a entender las sutilezas de las religiones animistas primitivas (la Shinto lo es, al fin y al cabo), se dedican a hablar de “chica-lobo” en lugar de “espectro”, de “animales gigantes como los de tiempos remotos”, en lugar de “kamis” (神:espíritus, demonios o dioses, dependiendo de cómo interprete uno las entidades del panteón shintoista), y cosas así. A pesar de ello es un gustazo de película.

Un cerdo que no vuela sólo es un cerdo:

Y si la anterior es una película adulta que pueden ver los niños, “Porco Rosso” (紅の豚) es una deliciosamente infantil que los adultos pueden disfrutar (como enanos).

La acción se desarrolla en un idealizado y fantástico mar Adriático del periodo de entreguerras. Una tierra (o mar) de nadie donde veteranos de la Gran Guerra ejercen la piratería en sus hidroaviones de combate, o son contratados como mercenarios para proteger los barcos mercantes y de recreo, precisamente de esos piratas. El protagonista es un mercenario que por una maldición no explicada (y se agradece que eviten explicaciones que nunca podrÍan ser satisfactorias) tiene el aspecto de un cerdo antropomorfo. ¿Surrealista? Pues todavía no han visto nada.

La película es una reivindicación del anarcocapitalismo desde el punto de vista más ingenuo y optimista. No existe autoridad fuera de la opresiva Italia (“Esto no es Italia, señorita; aquí nos ayudamos” le espeta el chaval que reposta el hidroavión a una indignada ingeniera autodidacta). Cada uno se busca las habichuelas como puede. En la historia se mezclan piratas, honrados marinos, mercenarios, emigrantes retornados, traficantes de armas, empresas familiares (que tratan de sobrellevar la crisis, las leyes italianas, y la falta de mano de obra, porque todo trabajador que ha podido ha emigrado a los EEUU) y toda una lista de gente honesta y truhanes.

Y todo contado de una forma en la que, de nuevo, es imposible que nadie te caiga mal. No hay realmente malos en esta historia. Hay gente con intereses opuestos y que se llevan muy mal entre ellos, pero todos simpáticos.

Porco Rosso aúna estupendamente la caricatura infantil, usando una técnica heredada directamente del teatro satírico tradicional japonés, con escenas más serias y evocadoras, dando al conjunto un ambiente de cuento de hadas mezclado con cine de acción, más cercano al cine clásico de aventuras de Hollywood.

Hayao Miyazaki es capaz de crear momentos realmente memorables, desde breves y certeras pinceladas insertadas con precisión (esa oración del mecánico al bendecir la mesa, pidiendo perdón por fabricar aviones de guerra con las manos de sus mujeres, o la relación de amistad del protagonista con el capitán de la aviación italiana) hasta escenas rodadas con una maestría y una originalidad que no se esperarían en unos dibujos animados (como el flashback de la batalla aérea contra los austriacos durante la Primera Guerra Mundial, planteada con sencillez y serenidad, dándole un aire onírico sorprendentemente adecuado).

Y además, impresionante el detallismo del dibujo, especialmente en lo que a paisajes urbanos y aspecto técnico se refiere. No dejen de fijarse en lo bien recreados que están todos y cada uno de los modelos de aviones que aparecen. Y muy especialmente el elegante Savoia S-21 del protagonista. Un precioso hidroavión que nunca llegó a volar en la vida real debido a un defecto de diseño, pero no puede haber aparato más adecuado para ser pilotado por un cerdo cínico, cascarrabias, fumador y pendenciero.

En resumen, un optimista e ingenuo homenaje a la libertad, a la empresa, a la iniciativa y el honor. Unos personajes pintorescos y carismáticos, que junto con el disparatado pero emocionante final, podrían haber salido de obras clásicas como «La Taberna del Irlandés» o «Un Hombre Tranquilo».

Y no puedo acabar sin mencionar las estupendas bandas sonoras, compuestas por Joe Hisashi, y un detalle curioso: al igual que ocurría en la época dorada del Hollywod de los grandes estudios, Miyazaki usa en todas sus películas los mismos «actores». Fíjense por ejemplo en el parecido más que casual de, por ejemplo la señora Eboshi (La Princesa Mononoke) con Gina, la dueña del hotel (Porco Rosso); o de San con Cio, la nieta del fabricante de aviones; o del capataz de los hombres de la ciudad del hierro con el mercenario americano…

En fin, que aunque en ocasiones parezca imposible, hay espectáculos de calidad y muy divertidos, que se salen de la aburrida y pretenciosa corrección política. No todo va a ser inculcar a los chavales lo de siempre. Ya me contarán si les han gustado.

Miguel A.Velarde
Miguel A.Velarde

Ejerzo de Abogado en Sevilla, además de estar implicado en algún que otro proyecto.

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12 comentarios

  1. Coincido del todo con tu opinión sobre «La Princesa Mononoke.» Y me has dado ganas de ver «Porco Rosso», que tenía más bien pocas.

    • Gracias. Me alegra coincidir con gente, porque mis opiniones en este tema son muy minoritarias. La mayoría opina que Mononoke es una especie de Pocahontas. Es absurdo, pero están tan acostumbrados a que las cosas son así, que cuesta ver lo evidente.

      Y sobre Porco Rosso, espero que la disfrutes. Ya te digo, esa sí que es un película infantil, pero de las que no puedes evitar acabar con una sonrisa.

  2. Enhorabuena por el post. Soy fan desde hace mucho del anime japonés y he efectivamente la aparente simplicidad y estupidez de unos dibujos animados contrasta con la profundidad de argumentos. Ya me ha pasado varias veces quedarme tocado durante días después de haber visto una pelicula o una serie, especialmente los OVAs de Kenshin, Ghost in the Shell (que sociológicamente se podrían escribir varias tesis doctorales solo de las dos series sin mirar las películas), Ergo Proxy o Jin-Roh. Mi más sincera enhorabuena de freak a freak

    • Gracias. Gran película, Ghost in the Shell. ¿Has visto Perfect Blue?

      Últimamente me ha sorprendido agradablemente Summer Wars. Intrascendente pero muy divertida. Es difícil mezclar tantos géneros en uno (ciencia ficción, costumbrismo rural y comedia romántica).

    • Ergo Proxy es muy rayante. Pero Genshiken es entrañable. Ambas, brillantes.

      No sé qué tienen los japoneses, pero creo que siempre van un paso más allá a la hora de hacer cosas interesantes. O tal vez sea que no he visto suficientemente Sailor Moon…

      • Están en su época dorada. Buenos guiones y poca vergüenza, en el sentido de estar perdiendo el complejo de culpa de la segunda guerra mundial, y no haber absorbido aún del todo (aunque ya se les nota) los nuevo complejos progres. No sé cuánto les durará (no creo que mucho, porque en lo básico, al menos la juventud es plenamente occidental) pero mientras se puede disfrutar de lo que saquen. Aunque también hay mucha basurilla, claro. Hay que ir escogiendo.

  3. Para sentir algo parecido al «espiritu del bosque» hay que perderse en alguno y eso requiere una mancha de vegetacion frondosa de al menos 15-20 km de diametro.Donde no se puedan tomar referencias visuales con una brujula y no te funcione el gps.Donde ya no encuentres tiradas bolsas de patatas fritas ni latas de cerveza,al borde de ningun camino.

  4. ¡Uy, como me gusta este hilo!

    De las que comentáis, solo he visto «La Princesa Mononoke», y es de mis favoritas. Suelo recomendarla a la gente que veo que es lo suficientemente «friki» para saber que, por ser dibujos animados, una película no se convierte automáticamente en «eso es para niños» 😉

    Veré las otras dos que recomendáis en cuanto tenga tiempo.

    • Lo bueno es que tiene películas adultas, y otras para niños, pero con un guión lo suficientemente inteligente como para que los adultos también las disfruten. Es difícil de conseguir.

  5. Me encantan las películas del Estudio Ghibli, y esas dos son de mis favoritas. Yo también incluiría, eso sí, «Mimi o sumaseba» (Susurros al oído), traducida en España como «Susurros del corazón». Va de una adolescente que busca, con su esfuerzo personal, lo que quiere ser en la vida, a consecuencia de su encuentro con un chico que ha decidido que quiere ser lutier (fabricante de violines). Otra película preciosa que recomiendo encarecidamente.

    • Miyazaki, y el Estudio Ghibli en general, tiene obras mejores y peores, pero en general son de una calidad excepcional. «El Viaje de Chihiro», por ejemplo, es para escribir un libro. Y en mi opinión, «La Tumba de las Luciérnagas» tiene algunos de los momentos más duros del cine bélico (aunque sea de retaguardia).

      Y por ejemplo, pocas películas he visto que describan mejor el proceso de desaparición y aculturación de sociedades primitivas en contacto con otra más desarrollada e industrializada, que «Pompoko». Y además lo consigue así, sin darse importancia, haciendo algo muy divertido.

      • «El viaje de Chihiro» es impresionante también. Y otra de las que disfrutan tanto niños como adultos. Se la puse una vez a unas primas mías de pocos años y se la hicieron comprar a sus padres, y eso que ya la habían visto. 😀

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