Uno de los detalles que a un turista poco informado le puede llamar la atención cuando llega a Japón, es la cantidad de templetes y pequeños santuarios que abundan por los lugares más insospechados. No sólo en zonas rurales. En megalópolis como Tokio, no es raro girar una esquina y toparse con un pequeño y bonito altar, muy posiblemente adornado por esvásticas negras.
Lo siguiente que puede resultar sorprendente es que junto a esos pequeños altares shinto se encuentren templos budistas (o viceversa). Y si nos fijamos en los pequeños santuarios, además de contener tarjetas de visita y pegatinas con publicidad, veremos mezcladas las imágenes del espíritu al que se dedica la construcción, con símbolos budistas, y quizás algún santo católico, o la fotografía de algún famoso extranjero ya fallecido.
A poco que se informe uno sobre el lugar, se dará cuenta que los japoneses practican al mismo tiempo dos religiones incompatibles entre ellas, como son el shintoismo y el budismo. Sí, son incompatibles tanto filosófica como teológicamente (tras la muerte, según una entras en el ciclo de reencarnaciones, y según la otra, te quedas por allí como un espíritu más, dando la lata) y sin embargo, la misma esencia shintoista abre el camino para aceptar dentro de esta religión cualquier otra que se encuentren por el camino.
Un ejemplo: Los primeros misioneros cristianos en las islas se sorprendieron de la rapidez con la que conseguían conversiones, hasta que se dieron cuenta que los lugareños, tras ir a misa, comulgar y rezar en latín, cogían su rosario y su imagen de la Virgen y la colocaban en su altarcito, con el resto de dioses y espíritus shinto. No les parecía raro que viniesen extranjeros hablando maravillas de su nuevo dios. Si ellos lo decían, debía de ser cierto, así que no estaba de más adorarlo también, junto a los de siempre.
Actualmente sigue ocurriendo una cosa parecida. Junto con sus fiestas tradicionales, los japoneses se lanzan con entusiasmo a celebrar cosas tan ajenas a ellos como la Navidad o Halloween. Alguien podrá decir que no saben lo que hacen, que es un acto superficial de imitación cultural, de unas fiestas que no comprenden y que desvirtúan, y que redunda en un empobrecimiento de la esencia de sus propias tradiciones…
O tal vez, tan sólo quieran divertirse. Pese al tópico y a las obvias diferencias con otros países más cercanos, el japonés medio es una persona a la que le gusta la fiesta y pasarlo bien.
Es cierto que en todo ello se nota cierto alegre, despreocupado y festivo cacao mental. Pero pese a que Japón ha absorbido como una esponja nuestra civilización, hasta el punto de que no cabe duda de que se le puede considerar un país plenamente occidental a los efectos políticos, económicos y jurídicos, también siguen conservando intactas sus propias tradiciones.
Bueno, al menos las que merecen la pena. Ahora, por mucho que le apetezca hacerlo, nadie que sea de familia noble puede destriparte con su sable por la calle, sólo porque no le guste tu cara. Pero creo que pocos me negarán que la pérdida de esas tradiciones (como la de sacarle el corazón a la gente en México, o quemar brujas en Europa) no es un drama por el que haya que lamentarse mucho.
Pero volvamos un poco más cerca. Es 31 de octubre y ya desde hace unos días nos bombardean dos mensajes opuestos: por un lado toda la imaginería de Halloween (desde tiendas, televisiones e incluso colegios) y por otro furibundas diatribas contra esta fiesta. Resulta muy curioso que en este último bando, militen dos grupos irreconciliables en otros aspectos de la vida.
Porque ¿quién odia Halloween?
Es probable que el rechazo a esta fiesta provenga directamente del recelo a lo anglosajón. Muchos siglos de zurrarnos por cualquier rincón del mundo deja huella, claro. Pero podríamos concretar aún más, porque no se trata de una celebración puramente anglosajona, sino netamente norteamericana. Y aquí entra otra de las fobias españolas.
Está claro que el golpe de 1898 fue muy duro. En el subconsciente de la gente quedó esa idea de que los yankis son malvados y peligrosos; y el siglo XX, con las izquierdas apoyando todo lo que viniese de la URSS y maldiciendo a quien se le opusiera no hizo más que apoyar esa idea.
De modo que tenemos a los dos bandos de antiamericanos, los de izquierda y los conservadores, encontrándose con un fenómeno que causa furor entre los niños… ¡Entre sus propios hijos! Es terrible, porque puede no gustarte pero ¿les vas a quitar la ilusión a los pequeños que quieren vestirse de Drácula o de bruja? Y ahí se enfrentan las fuerzas primarias de dejar que el niño se lo pase bien o dar rienda suelta al antiamericanismo ancestral. ¡No puede ser! ¡Alguien tendría que prohibir eso! ¡Y a Papá Noel también, que trae el mismo problema!
Pero una vez descubierto que los dos grupos de enemigos irreconciliables tienen un enemigo en común, analicemos sus verdaderas razones:
Para un progre que se precie, celebrar Halloween es ceder a la pérfida sociedad de consumo capitalista. Muy mal, muy mal. Eso de comprar cosas sólo porque se usan para divertirse, y que los niños vayan disfrazados…
En su cepa más virulenta, el buen marxista además recela de todo acto colectivo que conlleve pasarlo bien. Lo suyo son las concentraciones conmemorativas de los mártires de la revolución, la lectura de exaltados discursos o las protestas contra la opresión. La juerga es cosa de capitalistas y de proletarios alienados.
En cambio, el conservador lo que tiene es miedo a que las nuevas tradiciones hagan desaparecer a las antiguas. “Más Tenorio y menos Halloween”, se puede leer por ahí.
Bueno, respecto de los argumentos progresistas, no tengo nada que decir. Tienen toda la razón, además. Se consume, como en todas las fiestas, y además (¡horror!) la gente lo hace voluntariamente, donde y como quiere. Aunque no creo que eso sea malo. De hecho es un punto a su favor.
Y en lo referente a los miedos más conservadores, creo que la cosa no es para preocuparse demasiado.
Adoptar una fiesta no significa necesariamente que las antiguas se vayan a perder. Las cosas no funcionan así. Los niños van a querer su regalo en Navidad, traído en trineo volador, y luego esperarán con la misma ilusión a los Reyes Magos. Del mismo modo, un chaval se puede vestir de momia en Halloween y al día siguiente ir a visitar la tumba de su bisabuelo. De hecho, la conservación de esas tradiciones depende de que quien tanto teme perderlas, las siga practicando. Nada más.
Por supuesto, admito que es una fiesta extranjera, pero no creo que eso sea relevante. Muchas de nuestras tradiciones, como el portal de Belén, lo eran en origen, y eso no parece ser un problema hoy en día.
Porque al final, ni todo este rollo que estoy soltando, ni todas las protestas que se repiten el las redes sociales o en los medios de comunicación, van a cambiar lo esencial: Al igual que lo que decía antes de los japoneses, la gente de aquí lo que quiere es pasarlo bien. Los niños quieren disfrazarse y que les den caramelos, y los más grandes, una excusa para ir de fiesta.
Que conste que nunca he sido de los que celebran Hallowen, y de momento mi hijo es demasiado pequeño para hacerlo. Y hasta cierto punto, yo también ando un poco saturado de todo el bombardeo mediático (tanto a favor como en contra), aunque eso me pasa también con el resto de fiestas. Soy así de cascarrabias, qué le voy a hacer. Sin embargo, no puedo ver mal que la gente se lo pase bien sin hacer daño a nadie.
Y no quiero terminar sin hacer una última reflexión. La absorción cultural es un fenómeno que opera en los dos sentidos. Hace 20 años no era corriente ver a nadie disfrazado de pirata-zombi por las calles de Sevilla, pero tampoco lo era ver un portalito de Belén en una casa no católica en los EEUU. Es posible, sólo posible, que estas cosas lejos de empobrecernos, le den un poco de salsa al guiso.
Los japoneses lo llevan bien y se divierten. No veo por qué no vamos a hacer aquí lo mismo.
Por cierto que los japoneses celebran navidad con pollo de KFC
Es habitual leer en muchos sitios que los cristianos adaptaron sus festividades al calendario pagano. Cierto. No olvidemos tampoco que el cristianismo hace esto cuando ya es religión oficial del imperio romano (es decir, no se trata de una conspiración oculta sino de un trámite administrativo con luz y taquígrafos). El imperio romano es fundamentalmente una sociedad agraria y las festividades paganas capaces de involucrar a más gente eran las relacionadas con la siembra y la cosecha. Si entre la clase alta romana Júpiter, Juno y Minerva —triada capitolina— tienen muchos devotos, entre la mayoría de la población serán las sagradas Pomona y Fortuna las que tengan más seguidores. Una de las más célebres fiestas en conmemoración de la sagrada Pomona es precisamente la que marca el fin de la cosecha. A medio camino entre el equinoccio de otoño y el solsticio de invierno (el imperio romano estaba en el hemisferio norte) se honraba a Pomona y se le agradecían los frutos de la cosecha.
Representación de la santa Pomona con las lolas al aire, como debe ser.
Cuando el cristianismo está asentado como la incuestionable religión mayoritaria en la Europa romana occidental, establece un día para conmemorar a todos los mártires. Ese día hoy lo conocemos como Día de Todos los Santos. Como el resto de días especiales del calendario cristiano, y por herencia de la celebración el viernes noche del Shabbat judío, el Día de Todos los Santos se celebraba la víspera por la noche (Navidad lo celebramos la víspera con la Misa del Gallo en Nochebuena, la Epifanía también es la noche anterior al Día de Reyes, etc). ¿Estáis tomando nota, ateazos? Sigo.
Hace ciento cincuenta años se produce una emigración masiva de irlandeses a Estados Unidos —crisis de la patata— y llevan con ellos ciertas tradiciones como beber hasta caer de culo, quejarse por todo, tener muchos hijos y el Samaín. Habíamos dicho que el Samaín se celebra la víspera del Día de Todos los Santos, en el idioma que usaban los catolicísimos irlandeses en Estados Unidos, a eso se le llama All Hallows’ Eve (víspera de Todos los Santos). De ahí viene la palabra Halloween. Es gracioso que los flipados que celebran fiestas importadas en Galicia como el Samaín, se cabreen cuando alguien lo llama Halloween cuando las dos palabras se refieren exactamente a lo mismo.
Sí, lo conozco. Es un corta-pega de un blog que suelo leer, y con cuyas opiniones suelo coincidir bastante. En cualquier caso, me da igual qué tradición sea más antigua o de dónde provengan. Mi idea es que cada uno célebre las que le parezcan bien y se divierta como quiera, sin obligar a nadie ni a hacerlo ni a omitirlas.
Solo apuntar que la esvástica en los templos en Japón no es la esvástica nazi.
http://es.wikipedia.org/wiki/Esvástica
Obviamente. Es un símbolo budista, pero no está de más la aclaración, porque en Europa se suele asociar con otra cosa.
Completamente de acuerdo y si nos referimos particularmente a España, mucho atacar halloween por cierta parte de los «patrioteros rancios» sin darse cuenta de que es bastante más raro en el mundo el ver temporadas enteras de corridas de toros.
A mi,desde luego, Halloween me enrolla y me tiene totalmente sin cuidado lo que digan todos esos defensores de las tradiciones pátrias excluyendo a todo lo demás.
Es absurdo.
Salud.
Y es que los rancios, igual que todo el mundo, tienen derecho a celebrar lo que quieran, conservar las tradiciones que les parezcan bien, y a no celebrar lo que no les guste. Allá cada uno con sus gustos. De eso va el artículo, en realidad.