Hace un par de semanas tropecé con un interesante análisis que pone de manifiesto un enfoque sobre el consenso en el que yo al menos no había caído nunca, y que me gustaría comentar en voz alta, especialmente en estos días que nos pretenden meter un gol por toda la escuadra epistemológica.
En el artículo (se pueden consultar los detalles en WUWT: The Paradox of Consensus – a novel argument on climate change), se analiza el grado de veracidad de una teoría (o hipótesis) en función del consenso en dos escenarios diferentes: con alto o bajo nivel de cognoscibilidad, estando este concepto, en el marco del método científico, íntimamente ligado con la verificabilidad (o alternativamente la falsabilidad).
Sin olvidar que el análisis es puramente cualitativo, las conclusiones se pueden resumir en un par de gráficas:
En el caso de una teoría que por sus características sea susceptible de validación empírica (alto nivel de cognoscibilidad), es de esperar que la progresiva acumulación de datos que la verifican suponga un aumento en el consenso de los expertos, lo cual a su vez implicará una creciente verosimilitud de dicha teoría (o simple hipótesis en su caso) a medida que aumenta dicho consenso.
Por el contrario, a mayor dificultad de testar empíricamente una teoría (bajo nivel de cognoscibilidad), mayor será la división de los científicos a la hora de aceptar o rechazar esa teoría (o hipótesis), y el aumento del consenso sobre la materia a partir de un determinado punto, al no verse verificada o respaldada por datos empíricos, no necesariamente implicará una mayor veracidad, antes al contrario provocará sospechas sobre una agenda ajena a la Ciencia detrás de ese consenso, lo cual irremediablemente significará una disminución en la veracidad de la teoría, o sea, de su credibilidad.
La Historia de la Ciencia está llena de ejemplos que ilustran y confirman el planteamiento de este ensayo. Los autores utilizan el ejemplo del consenso sobre que el sol, la luna y las estrellas giran alrededor de la Tierra, una hipótesis razonable en la época, pero que a raíz del estudio de nuevos datos y teorías (Copérnico, Brahe, Galileo…), terminó siendo abandonada, no sin que durante muchos años los proponentes de la teoría alternativa fueran tachados de herejes. Se podría decir que en la fase geocéntrica (todavía con un bajo nivel de cognoscibilidad) el creciente consenso no implicaba en ningún caso un aumento en la cognoscibilidad ni un mayor grado de veracidad. Solo la acumulación de observaciones y por tanto la validación empírica de la teoría heliocéntrica, llevó primero a un grado mayor de cognoscibilidad y después a un crecimiento de la veracidad esperada de manera proporcional al consenso.
Sin salir de las Ciencias Naturales tenemos también el caso de la Teoría de la Relatividad, que “se ganó” el consenso sólo a partir de la validación empírica de sus predicciones, más concretamente a partir de la comprobación que realizó Sir Arthur Eddington tras fotografíar el eclipse total de Sol del 29 de mayo de 1919.
En las Ciencias Médicas tenemos un ejemplo paradigmático en el caso de Barry J. Marshall y J. Robin Warren, que demostraron que la principal causa de la úlcera péptica y la gastritis era la bacteria Helicobacter pylori, entre el ostracismo del “abrumador consenso” que aceptaba el estrés y el “modo de vida” como causa principal de dichas patologías. ¿Estaba detrás de ese consenso el lobby farmacéutico que facturaba miles de millones en antiácidos? Probablemente, lo que es seguro es que detrás del actual consenso hay validación empírica, y un premio Nobel de Medicina (no de la Paz).
Según nos alejemos del terreno de las Ciencias Naturales y nos adentremos en el terreno de las Ciencias Sociales, al aumentar la complejidad (y disminuir el nivel de cognoscibilidad), veremos que el consenso deja de ser un concepto útil en las discusiones. Alguien me corregirá, pero no veo que “el consenso” sea un argumento habitual cuando se pretende defender una escuela de Economía frente a otra, un nivel de déficit óptimo frente a otro, etc.
¿Y en que posición está la Climatología del fin del mundo inminente? Bueno, pues la Climatología Alarmista parte de dos hipótesis fundamentales:
– El CO2 de origen antrópico es un potente feedback positivo y por tanto provoca un calentamiento del sistema climático terrestre, que se cuantifica mediante la sensibilidad climática (el cambio de Temperatura al doblar la concentración de CO2 en la atmósfera), que podría oscilar entre +1.5º C y +4.5º C.
– Una sensibilidad climática superior a los 2ºC supondrá la entrada en una espiral apocalíptica a diferentes niveles: un deshielo del ártico, una subida catastrófica del nivel del mar y su acidificación, multiplicación de la frecuencia y virulencia de los fenómenos meteorológicos extremos, sequías, hambrunas, extinciones masivas y un surrealista etcétera que provoca más risa que miedo.
Lo cierto es que ni conocemos de manera precisa el papel de los feedbacks en el sistema climático terrestre, ni por lo tanto somos capaces de ofrecer un valor aceptable para la sensibilidad climática. El cálculo sería relativamente sencillo si solo se considerara el efecto del CO2 (≈1º C), pero el desconocimiento de los mecanismos que rigen el comportamiento de los otros actores del sistema (especial y reconocidamente nubes y aerosoles), hace que los valores ofrecidos por la ortodoxia varíen un 50% en torno a un valor medio de 3.2 ºC, siempre basándose en las salidas de modelos numéricos que implícitamente llevan engarzados el desconocimiento de la Física interna del sistema, o en reconstrucciones paleoclimáticas que son incapaces de discriminar el papel de cada feedback. Mientras que no se tenga un conocimiento más riguroso de estos complejos mecanismos de retroalimentación, y estos no sean validados empíricamente, la componente especulativa de las conclusiones será imposible de disimular (salvo mediante propaganda). En el esquema expuesto anteriormente diríamos que nos encontramos en un caso de baja cognoscibilidad en el que el aumento del consenso no implica un aumento de la veracidad esperada.
Sobre los escenarios catastróficos que se pronosticaban hace quince años poco se puede decir, ninguno de ellos se ha producido y sólo sirven para reafirmarnos en que a día de hoy no somos capaces de pronosticar las consecuencias de una subida (o bajada) de las temperaturas en los márgenes que nos movemos, ni de discriminar la componente antrópica de la variabilidad natural del Clima.
A pesar de lo expuesto: habemus consenso. Resulta que tratamos con uno de los sistemas más complejos con que el ser humano se ha enfrentado, con comportamientos caóticos, con diversos mecanismos desconocidos y/o defectuosamente modelados, con la dificultad añadida de que la validación empírica se efectúa en escalas temporales de décadas… Pero no importa, nos dicen que tenemos un consenso incontestable: un gigantesco rebaño de científicos (amamantados en su mayoría con fondos públicos) nos dicen que el Clima de la Tierra está modulado por la pequeña parte antropogénica de uno de los gases menores del efecto invernadero, el CO2. Y los políticos lo aceptan sin más, lógico, no hay nada mejor para ellos que darles un problema imaginario para que se puedan erigir en salvadores del ciudadano, máxime cuando lo que hay que salvar es ni más ni menos que La Tierra, o la Pachamama como le terminaremos llamando.
Así que a la vista de que muchos no pasamos por el aro, aún aceptando que el consenso es una variable importante en relación con la veracidad de una teoría, y que realmente existe un consenso científico en torno a la hipótesis de que el hombre está modificando el clima terrestre por sus emisiones invernadero con unas consecuencias irremediablemente catastróficas; parece legítimo plantear el siguiente contraargumento:
El hecho de que haya un consenso científico sobre una teoría que de momento carece de verificación empírica, implica que detrás de ese consenso hay alguna circunstancia exógena a la propia Ciencia y por consiguiente al Método Científico.
Ni que decir tiene que no hay que tener la imaginación de Lewis Carroll para inferir que la circunstancia exógena no es otra que las motivaciones políticas, que usan la Ciencia sólo como coartada, y que su instrumento principal es la propaganda en el sentido goebbeliano del término.
Así que ahora que empieza la temporada alta del alarmismo, y la maquinaria de propaganda de la bestia cuenta con un nuevo meme (las 400 ppm de CO2 en la atmósfera) y con una crecientemente molesta realidad que combatir (16 años sin calentamiento), si os intentan atizar con el Consenso Científico para que aceptéis las tesis del Alarmismo Climático, añadid el anterior argumento a los ya conocidos (en orden de rotundidad):
- El consenso científico no forma parte del Método Científico, y por tanto ni quita ni pone razón a la hora de aceptar una hipótesis.
- El apelar al consenso científico en una discusión sobre el Cambio Climático es una trampa retórica compuesta de dos falacias lógicas complementarias: Argumentum ad verecundiam o argumento de autoridad por un lado, y Argumentum ad populum o sofisma populista, por el otro.
- Es muy difícil cuantificar el consenso cuando hablamos de teorías (o hipótesis) que no han pasado por la prueba del algodón de la validación empírica. Hay que tener en cuenta que para hablar de un mayor o menor consenso de una manera apropiada, es necesario recabar opiniones en una muestra numerosa y estadísticamente apropiada de científicos y profesionales del campo en cuestión, y dejar muy claro sobre sobre qué tópico estás midiendo el consenso. Por ejemplo, y por citar dos estudios-fetiche del alarmismo:
- una pregunta cómo, ¿Cree que la actividad humana es un factor que contribuye significativamente en el cambio de temperaturas globales medias?, (Doran 2009), sirve de poco porque (casi) nadie discute eso, sino la cuantificación del adverbio “significativamente” y sus consecuencias.
- Tampoco las conclusiones de un estudio ad hoc realizado por una historiadora pro-alarmismo (Oreskes 2004) parece que sean lo suficientemente serias para hablar alegremente de consenso.
- Además el consenso no es una circunstancia que se mantenga en el tiempo: la falsabilidad (Karl Popper) y los cambios de paradigma (Thomas Kuhn) pueden de hecho eliminar de un plumazo cualquier consenso por abrumador que este sea. Así es como, conscientemente o no, la Ciencia ha avanzado siempre, y es como, si superamos el constipado del Método Científico que supone el alarmismo climático, seguirá avanzando en el futuro.
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Ya hay cuatro entradas el 20 de mayo, así que no voy a poner otra. Pero esto puede tener interés. La tropa científica del IPCC baja la alarma, pero hace como que no:
La flor y nata del IPCC baja los humos (la sensibilidad).
Thanks! Estoy en ello.
Por cierto, hablando de la sensibilidad climática había un artículo muy interesante, que curiosamente estaba enlazado desde la Wikiprogre. Evidentemente ya lo “han borrado“. Pero como en Internet las cosas no se borran (que parecen nuevos) aquí dejo el enlace a el artículo en Wayback Machine.
Es que este caso tiene más mala leche que lo normal. Sin dudo par las consecuencias / motivaciones políticas y económicas. En realidad la hipótesis se apoya en dos patas.
1) Efecto radiativo directo del CO2.
2) Retroalimentaciones del sistema.
Sobre la primera pata sí hay consenso. Y razonable verificación. Pero la segunda es completamente especulativa, no verificada, y muy difícil de que llegue a verificarse a corto plazo. Y el caso es que esas retroalimentaciones pueden ser:
a) Positivas y fuertes
b) Positivas y suaves
c) Negativas y suaves
d) Negativas y fuertes
Y para que haya una alarma es necesario que sea (a). La pinta es que no.
Pero el caso es que se agarran en el consenso sobre (1), para decir que hay un consenso sobre todo, que obviamente es un trola.
Sobre la famosa “sensibilidad” ya pondremos mañana algo. Se está hablando mucho hoy, por el nuevo estudio Otto et al 2013.
http://www.spiegel.de/wissenschaft/natur/neue-studie-klimaerwaermung-langsamer-als-erwartet-a-900784.html
Ten en cuenta Plaza que hablo específicamente del Alarmismo Climático, que es diferente de la Climatología general, incluso en cierto modo diferente de la representada por el IPCC. Los alarmistas siempre se quejan de que el IPCC se queda laxo, y es el alarmismo el que pontifica una sensibilidad climática muy alta (a pesar de que se desconocen los mecanismos de feedback/retroalimentación), y que las consecuencias son indubitadamente catastróficas. Y sobre esa visión, quiero pensar, no hay el menor consenso, excepto entre visionarios, Salvamundos, y periodistas de tres al cuarto.