Cuanto más me lo planteo, más me convenzo de que el principal problema que tiene la democracia española es la falta de educación de los ciudadanos. Y no me estoy refiriendo en esta ocasión a la formación, los conocimientos o el adoctrinamiento (que también), ni entraré en polémicas sobre la calidad de las universidades ni el sistema educativo en general. Por educación me refiero a cortesía.
Existe tal falta de educación que ese concepto, en sí mismo, se ha convertido en algo tabú. Los buenos modales, las buenas maneras, la urbanidad, la cortesía, han pasado a ser sinónimo de lo antiguo, de oscurantismo, de represión. Como si el actuar de forma que se cause el mínimo trastorno innecesario a los demás fuera algo malo.
A eso hay que añadir el gusto por el exceso que tenemos los españoles. En cualquier asunto que nos ocupe tendemos a pasarnos tres pueblos o a quedarnos cortos, sin que el concepto budista o délfico del “de nada demasiado” parezca que haya calado demasiado por estos lares.
Terry Pratchett ambienta una de sus geniales parodias en un reino muy parecido a la China imperial, en el que unos revolucionarios realizan pintadas del tipo “moderadas molestias al tirano opresor”, porque es difícil borrar de un plumazo miles de años de educación y buenas maneras. En España, país ya paródico de por sí, la situación es la opuesta.
En el aspecto jurídico, a la mala educación se une la confusión acerca del contenido y significado de los derechos. Establece nuestro Código Civil, auténtica base del Ordenamiento Jurídico, que los derechos deberán ejercitarse conforme a las exigencias de la buena fe. Lo que en la mayoría de ocasiones significa plantearnos un mero problema de gradación de nuestras acciones. Pero para los nosotros, parece que esa ponderación se decide por el tradicional método del ancho del embudo.
Pongamos un ejemplo: Todos hemos sufrido al clásico familiar, vecino o conocido que sin ser preguntado al respecto, te regala su opinión sobre lo mal que estás criando a tus hijos, lo fea que es tu casa, el coche tan cutre que tienes o el modo correcto de hacer tu trabajo. Cuando le haces ver, de forma cortés por supuesto, la escasa estima que te merece su opinión y lo inapropiado de meterse en la vida de los demás, muy ofendido te espetará aquello de que estamos en un país libre y que sólo ejerce su derecho a la libertad de expresión.
Mejor dejarlo ahí, porque jamás comprenderá que la libertad de expresión es un derecho que tiene frente al Estado, no frente a ti. Que si lo desea, puede escribir un libro sobre el tema, fundar un blog o enviar cartas al director de todos los periódicos, sin que el gobierno pueda censurarlo, pero que no puede obligarte a ti a aguantar sus tonterías. Que una opinión no solicitada sobre un asunto personal, meterse en la vida de los demás, está feo. Y no lo entenderá porque adolece de una lamentable falta de educación.
Y esto es visible en el ejercicio de otros muchos derechos. En el de manifestación, una cosa que llama la atención en otros países con una tradición democrática más asentada, de esos en los que no se encuentran heces de mascotas en las calles, es que la gente tiende a manifestarse por las aceras. A menos que el número de asistentes no lo permita, se procura no cortar el tráfico, porque lo que se pretende es hacer visible la opinión de un grupo de ciudadanos, y para ello ya están los carteles y las consignas. No es necesario molestar más a los conciudadanos cortando el tráfico. Los vecinos no son el enemigo, como aquí.
En cambio en nuestro país, he llegado a ver a un grupo de no más de 10 personas cortando una avenida. Es como si los españoles sólo sintieran que les escuchan si fastidian a alguien, aunque no sea el destinatario de sus protestas. Y eso es porque tristemente, a una buena parte de nuestros paisanos le importan un rábano los demás.
Podría parecer que tampoco es tan importante, pero realmente lo es. Porque una vez borradas las líneas internas que a cada uno le marcan dónde se empieza a hacer más daño del imprescindible, la escalada es inevitable. Y muy peligrosa, si a ello unimos la polarización en la que nos hundimos, en la que no hay personas con ideas distintas, sino enemigos que se mueven por pura maldad, y que por lo tanto sólo se merecen lo peor. En ello estamos, y la cosa tiene visos de ir a peor.
Volvamos al derecho de manifestación. Por supuesto, cualquiera tiene el derecho a ejercerlo ante un cargo público en el ejercicio del mismo. Expresar opiniones, rechazo o aprobación es no sólo legítimo, sino incluso sano. Y ahí es donde empezamos a pasarnos de la raya.
Porque lo que ya es un abuso del derecho es impedir que el objeto de las protestas pueda ejercer su cargo o la celebración de cualquier acto, ya sea público o privado. Como he comentado debería ser una mera cuestión de educación. Una vez se ha protestado, una vez se ha dejado clara la postura de los manifestantes, una vez se ha ejercido de forma plena el derecho, la vida debe continuar. Si se desea, se puede seguir con las pancartas y los gritos a la conclusión del acto, o al día siguiente, o los días múltiplos de tres. Ya se te ha escuchado, ahora les toca a los demás.
Pero estamos acostumbrados a que personas más o menos públicas tengan que suspender actos, o no se les deje hablar, porque un grupo de manifestantes decide que no es bastante con el mero hecho de expresar sus opiniones o quejas. No sólo se trata de un abuso del derecho, sino que estamos ante algo más peligroso. Es el intento de expulsar al objeto de las quejas de la vida civil. Cercenar su propio derecho a la libertad de expresión y sabotear el funcionamiento de las instituciones. Al fin y al cabo no es una persona que piensa distinto, sino que es malo, perverso, y como tal debe ser tratado.
En cuanto al modo de expresar las opiniones, también hay grados y modos. De la pancarta y el megáfono, con consignas más o menos duras, de la crítica a un cargo o una gestión, aquí se suele pasar al insulto personal, a la amenaza, la agresión e incluso al esputo.
Existe un derecho de manifestación, pero no un derecho a la agresión, sea ésta física, verbal o moral. Y por supuesto, no existe el derecho a expulsar a nadie de la vida pública porque nos caigan mal sus ideas o no nos guste su cara. ¿Cómo sabemos cuando pasamos de una cosa a la otra? Con un mínimo de educación no habría problema. Pero lamentablemente no la hay.
Y luego hay otro grado más. El de perseguir al objeto de nuestras protestas a su propio domicilio particular. Sacar nuestra reivindicación (al fin y al cabo, como tal, un acto político, entendiendo esta palabra en su acepción amplia y democrática de intervención ciudadana) de la esfera pública para invadir el espacio privado de alguien. Y ahí tenemos a más personas, que en principio no tienen nada que ver con el tema, siendo fastidiadas (por decirlo suavemente) por un grupo que no ha tenido un mínimo de consideración hacia ellas. Con una total y absoluta falta de educación y de respeto hacia vecinos y familiares de su víctima.
Pero además estamos ante un hecho más grave que la simple falta de educación. Estamos ante una clara agresión. Veámoslo con un sencillo ejemplo. Imaginemos la pelea de un matrimonio; ambos elevan la voz y gesticulan vehementemente. Es más que probable que el episodio acabe en los Juzgados, en un procedimiento de los que vulgarmente se conocen como de violencia de género. Pues bien, con seguridad esas gesticulaciones y esas voces más altas que otras, aunque no hayan mediado amenazas expresas ni insultos, serán consideradas un acto de violencia.
Ahora cambiemos el escenario tras un elegante fundido en negro. Un grupo de personas, ante el domicilio de otra, gritan y gesticulan de forma parecida a la del anterior condenado. Portan pancartas y ponen pegatinas en la puerta. Persiguen a vecinos y familiares del objetivo, entre gritos y gesticulaciones, y además lanzan insultos del tipo “asesino”, “chorizo” y demás. Y todo ello porque su objetivo tiene ideas políticas diferentes y para forzarlo a cambiar de postura. Sin embargo, los propios manifestantes piensan que no están ejerciendo ningún tipo de violencia ni de intimidación.
No le busquemos tres pies al gato. La mayoría de esos manifestantes sufre de un grave episodio de falta de educación, sin más. Es cierto que sus organizadores tienen otros fines en mente. Y también lo es que además, a todo ello ayuda que los asistentes han decidido asumir una explicación de los problemas simplona, de modo que no sea necesario ningún esfuerzo para creer entenderla, junto con una infantil polarización de la vida entre buenos y malos, donde uno siempre es el bueno y los demás los malos, que además son los responsables de todos los problemas.
Puede que haya quien diga que además, los referentes morales de estas personas han permanecido inalterados desde tiempos anteriores al derecho romano, como si se tratase de auténticos fósiles vivientes. No hace mucho que en una red social se divulgaba un texto que venía a poner algo así como:
– ¿Por qué mis hijos, que son inocentes y no son responsables de nada, deben aguantar agresiones de manifestantes?
– Porque los hijos de otros han sido expulsados de sus casas.
No hay que darle más vueltas. El autor de semejante rebuzno, así como todos los que lo jalean y lo comparten, no es que sean partidarios de la justicia genesíaca, bíblica o en general, tardo-neolítica, según la cual los pecados de los padres son heredados por los hijos; ni es probable que aprendieran moral en libros de leyes arcaicos del Imperio Chino, donde el castigo de los delitos graves debía alcanzar a todos los miembros de la familia del criminal, hasta el séptimo grado. Son sólo personas normales con sus esquemas morales corroídos por una incesante y machacona letanía que les habla de buenos, malos, soluciones sencillas y agravios pasados.
Y por supuesto, sin la más mínima educación. Esa es la clave. De otro modo, quien se ofende porque lo comparan con otras cosas o se le critica, se daría cuenta que del mismo modo, otros pueden ofenderse cuando les insultan. También se percataría que pegarle fuego a las puertas de viviendas o perseguir a madres de cargos públicos no está nada bonito. Y por supuesto, que amedrentar con su presencia vociferante a los hijos menores o a familiares de cualquiera es un acto rastrero y propio de miserables.
Pero es inútil, porque de nuevo entra en juego la teoría del ancho del embudo, según la cual, lo que ellos hacen, sea lo que sea, está bien porque son los buenos y el fin es noble. En cambio, cualquier cosa que hagan los demás y les perjudique (la mera crítica, por ejemplo), es un acto indignante de represión y entra dentro de esa gran conspiración oculta, perpetrada por gente malvada, empeñada desde tiempos remotos en vaya usted a saber qué fechorías.
De modo que, mientras me llega la siguiente circular de la malévola sinarquía, en la que se me desvele algún detalle más del Plan Maestro, a fin de ponerlo en marcha para conseguir nuestros oscuros designios, permítanme que les haga una sugerencia: la próxima vez que se encuentre con un conciudadano lleno de rabia y de infantiles ganas de salvar el mundo por la vía rápida, no le siga el juego. Piense que no es un enemigo, sino simplemente un pobre desgraciado sin educación. Quizás se hubieran evitado algunas guerras si se hubiera tenido esto en cuenta.
Después de haber leído tu comentario (disculpa de antemano mi tuteo cordial) he de decir que estoy en parte, en desacuerdo. Es cierto que en nuestro país hay una extendida costumbre de opinar sobre todo (mi comentario como puedes ver es un buen ejemplo de ello 🙂 ) sin que nadie pregunte, sin embargo en las manifestaciones es a menudo inevitable la molestia de alguna alma inocente. Cuando alguien grita por un megáfono seguro que está molestando a alguien que lee en su casa, o ve la televisión, o habla por teléfono o está haciendo otro menester, no creo por ello que sea necesario llegar al extremo de tener que manifestarse de puntillas y a susurros.
Es un fastidio que corten una calle y uno tenga que dar la vuelta a la manzana con el coche, la moto, la bici o a pie para llegar a su trabajo lo he sufrido en propias carnes, pero es inmensamente menos fastidioso que estar en paro durante más de un año, o haber perdido la vivienda y tener que dormir en el sofá de casa de un amigo, cuando no en la calle.
Estoy totalmente de acuerdo contigo en que hay que ser más educados, porque la educación muestra respeto y sensibilidad para con los demás y de paso también con nosotros mismos. Sin embargo la educación incluye también el elemento fundamental de la solidaridad para con los demás, sobre todo porque la gente que se manifiesta está luchando por los derechos, los suyos y los del resto, quien pide más puestos de trabajo no solo lo hace para él, sino también para mí, para ti, y para cualquier otro ciudadano que se vea o pueda verse en la tesitura de no tener empleo. Los manifestantes por regla general piden un cambio del que se beneficien un amplio sector al que representan o creen representar, no es una propuesta egoísta, no es como aquellos que ponen la cadena de música a todo meter, porque el vecino tiene la televisión al máximo, y así le fastidian a él y de paso a todo el vecindario; el costo de la molestia viene pagado con la consecución de lo que se pide, que no es una petición individual sino colectiva: más trabajo para todos, vivienda digna para todos, sanidad pública para todos,… Por otro lado hay que tener en cuenta que la gente que se manifiesta generalmente es porque lo está pasando muy mal. Nadie se tira horas y horas desgañitándose por las calles, pintando carteles y acudiendo a reuniones sin ningún tipo de pago o compensación simplemente para pasar el rato. No estamos hablando de gente que monta una charanga o un pasacalles, estamos hablando de ciudadanos que en muchos casos están en una situación extrema, en la que ojalá ni tú, ni yo, ni nadie tuviera que estar nunca.
Me llama también la atención el hecho de que dentro de las molestias no incluyas como ejemplo en ninguno de los enlaces las amenazas, insultos personales y agresiones de las fuerzas de seguridad, mucho más graves ya que debido a su función y su poder deberían mostrar una conducta ejemplar, y desgraciadamente no es así.
El Espejo: por supuesto que hacer comentarios a mi artículo en modo alguno es molestar. Más bien todo lo contrario, especialmente cuando se genera un debate interesante.
Creo que no terminé de explicarme bien en mi artículo. Cuando hablo de molestias durante una manifestación, no me refiero a tener que aguantar el sonido de los megáfonos. Quizás me paso de suave en los términos utilizados (lo hice para que quedara bien con el contenido). Realmente me refiero a circunstancias en las que gente que no tiene nada que ver ve quebrantados sus derechos de forma inútil e injustificada. Insultos, agresiones, amenazas, acosos, ataques a la libertad de expresión de otros, a su libertad de circulación…
Como dije, cualquier ejercicio de derechos debe ponderarse teniendo en cuenta los derechos de los demás. Siendo algo simplistas, en eso consiste el principio de buena fe. Nunca digo que no se deba uno manifestar (al contrario), ni que deban hacerlo bajito y en algún rincón donde no se los vea (al contrario). Tampoco que la gente no pueda estar enfadada ni que no deba hacerlo ver a los demás de una forma apropiada (aunque la comisión de delitos no es nunca la apropiada).
Creo que lo mejor sería exponerlo con dos ejemplos sencillos:
1.- Algo que ha ocurrido a todos los gobiernos desde hace más de 20 años: un cargo público intenta dar una conferencia y se encuentra con un grupo demanifestantes. Lo que ocurre en España es que el acto se tiene que cancelar, porque se supone que al cargo público que no nos gusta hay que expulsarlo de la vida civil, y no tiene derecho a nada. Lo que yo digo es que en un país civilizado, al tipo se le montaría el pollo (todo lo fuerte y ruidosamente que se quiera, pero con el límite de los insultos o las agresiones, claro), se hace ruido, se grita, se exponen eslóganes, se usan bocinas, pancartas… Y luego, se le deja dar la conferencia, porque también tiene derecho a la libertad de expresión, y el resto de asistentes tiene derecho a celebrar el acto al que han acudido.
A su término, quizás se quiera usar el turno de preguntas para plantearle cuestiones incómodas al cargo público, y al finalizar se puede continuar con la manifestación.
Así todo el mundo ejerce sus derechos. Sin embargo, en España la idea es que quien no nos gusta, debe ser eliminado permanentemente de la vida civil, no tiene derechos, es un bicho, no un ser humano…
2.- Cuando hablo del corte de calles en las manifestaciones, no hago más que exponer lo que pasa en otros países que no son, precisamente, menos democráticos que éste. La gente suele escoger para manifestarse lugares muy concurridos para aumentar su visibilidad. Esos lugares suelen contar con aceras amplias y su uso para las manifestaciones suele ser suficientemente efectivo. Se puede pitar, dar bocinazos, gritar, cantar… Pero es absurdo, además, cortar el tráfico. Inútil y contraproducente en muchas ocasiones.
Otra cosa es cuando las manifestaciones cuentan con una asistencia tan grande que hace necesario ese corte de tráfico. Bueno, pues no hay más remedio y nos tendremos que aguantar. Lo absurdo es, como he visto en mi ciudad, que un grupo de menos de 10 personas decidan manifestarse por el centro de la calzada de una avenida de cuatro carriles, cuando cabían todos en una acera muy transitada y visible.
Y respecto de las fuerzas de seguridad, pues sí, son españoles y tienen los mismos vicios y virtudes que tenemos todos. No se me ocurrió mencionarlos concretamente, como no lo hice de los abogados o los pescaderos.
Un saludo y gracias por comentar.
La receta de siempre: “protesten ustedes en silencio, en su casa, preferiblemente en facebook o similar y sin hacer mucho ruido con el ratón”. Ya verán ustedes el caso que le hacen.
Sintiéndolo mucho, me veo en la situación de informarles de que la impunidad eterna no existe. Y que la creencia de que “el principal problema” en la actualidad es la falta de educación dice mucho, muchísimo más de quien la propone que de la situación.
“Il est bon de tuer de temps en temps un amiral pour encourager les autres.”
La verdad, no sé de dónde saca que pretendo que la gente se quede en su casa sin hacer ruido, cuando al contrario, afirmo que protestar y manifestarse es algo bastante sano.
Por lo que veo, usted es uno de los que no conciben otra forma de expresar sus ideas que molestando a gente inocente o atentando contra los derechos de los demás, que las hay, y muy efectivas, a poco que le eche imaginación. Lo que, por otra parte, no hace más que dar un poco más la razón al artículo, así que gracias.
Por cierto, supongo que la cita es con ánimos meramente jocosos o provocadores, porque eso de matar gente, por muy almirantes que sean, creo que coincidirá conmigo en que está feo. Es cierto que se anima así a cierta gente (se la suele denominar chusma, turba, grupo de criminales, psicópatas, sociópatas…), pero una vez calentita, puede que luego le toque a uno mismo sel el objeto de las atenciones de gente tan distinguida.
“Es como si los españoles sólo sintieran que les escuchan si fastidian a alguien…”
Algunos españoles aunque, sin duda, una excelente observación.
Ogro y Mill: No estoy defendiendo la rendición preventiva ni una falsamente digna retirada gallinácea. Sólo expongo que en la mayoría de ocasiones nos encontramos ante gente sin la más mínima educación, y que hay que tenerlo en cuenta a la hora que decidir qué se hace.
En sociedades que no están profundamente enfermas, el maleducado termina siendo un apestado. La gente le suele dar la espalda de forma inconsciente. En España, en cambio, cuenta con la obvia ventaja de no frenarse ante métodos o acciones que a otros les repelería usar.
La tentación de ser igual de garrulo es muy fuerte. Yo he caido en ella, y puedo asegurar que da una sensación de euforia y desahogo tremenda, pero no creo que sea algo de lo que se pueda abusar.
En cualquier caso, la falta de educación es una característica de la fauna local que hay que tener en cuenta cuando se vive aquí.
El problema es que los maleducados acaban consiguiendo sus objetivos. Y la buena educación acaba convirtiéndose en cesión de derechos.
Muy buen artículo.
No estoy de acuerdo con la política de evitar el debate con ese tipo de maleducados. Cierto, no se puede debatir con un idiota, pero si esa gente se cree que te achantas, no dudes por un instante que tendrás que soportarlo otra vez, y otra, y otra.
Porque cuando no se combate al mal, o la idiocia, estas crecen. De hecho considero que muchos males de España nacen de esa nula combatividad de buena parte de la sociedad española, que ha dejado la representatividad, la palabra, en manos de dogmáticos y necios a partes iguales.
Reconozco hay casos perdidos donde lo mejor es sonreir, darte la vuelta y no decir ni mu. Pero en general creo es mejor decir esta boca es mía.
Tuve una profesora en 2º de bachillerato que se cruzó una mañana con una chica que iba comiendo unas mandarinas. La chica tiraba la piel al suelo en plena calle, por lo que mi profesora le llamó la atención. ¿A que no adivinan qué le contestó la chica? “La calle es pública.”
No le dí demasiada importancia al cabreo y las palabras posteriores de mi profesora en clase, pero el tiempo me ha hecho ver que era algo más que una simple anécdota. Vivimos en una sociedad donde lo público es considerado “algo que todos podemos estropear o gastar” en vez de “algo que todos debemos cuidar”, y donde creemos que tenemos derecho a molestar al vecino cuando un derecho es precisamente la garantía que tienes de que el vecino no te molestará a ti.
Totalmente de acuerdo con el el artículo, espléndida explicación.
Un saludo.
Chapó.
Claro, la auténtica ideología catalana es el carlismo-anarquismo.
El independentismo catalán es un caso insólito en la historia. Unos tíos defienden la creación de un nuevo Estado empleando argumentos de tipo anarquista (“derecho a decidir“, así, en general, sin más precisión y al margen de cualquier ley o marco de referencia claro).
No me diga que no es pintoresco, Luri.
P.D.: Se entiende que si uno pretende crear un órgano que monopolice el uso de la fuerza (pues esto es lo que caracteriza a un Estado, precisamente), no debería sorprenderle que otros Estados ya existentes hagan lo mismo.
Pero para un independentista catalán, un Estado debe permitir la violación de sus propias leyes. De lo contrario no será “democrático”.
Otro ejemplo que creo digno de considerar es la evolución de los ciclistas por las aceras…y por las calzadas en contra dirección. Empezó y , poco a poco, han ido imponiendo su no-ley. Su ley del embudo : Las aceras y las calzadas para mi, porque soy un ciclista. ( O pobre, trabajador, indignado, lleno de derechos.. como quiera ) y vale y a. La mala educación, el ser educado mal , comenzó, en mi opinión, en los setenta, Hoy, cuarenta años después esos educados mal… ya soy dirigentes, directivos, jefes.
Perfecto ejemplo, señor Puig, y muy actual. Claro que la imposición de esa “no-ley”, podía haberse abortado si las autoridades municipales de cada lugar simplemente hubiesen hecho su trabajo. Pero como parece que sólo les mueve a actuar el número de votos que puedan ganar o perder…
Por otra parte, esa utilización de un espacio público destinado al tránsito de peatones se ha convertido en lugar para practicar deportes en: bicis, patines y monopatines. Pero quienes hacen uso de estos objetos en ellas, seguro que nos mostrarían su ira si, a usted y a mí, por ejemplo, se nos ocurriese jugar al fútbol en la acera. Cuando en buena lógica, ¿por qué ellos sí y nosotros no? ¿Por qué unas cosas sí y otras no?
Un saludo.
Por supuesto, lo habitual es la absoluta dejadez de las autoridades a la hora de hacer cumplir ordenanzas como las de tráfico, y es parte del origen de cierta mentalidad según la cual, “da igual, no pasa nada”. Sin embargo, con un mínimo de educación, esas normas serían incluso innecesarias.
Yo suelo usar la bicicleta por la ciudad, y soy el primero en desesperar cada vez que veo el comportamiento de muchos ciclistas. Pero no es nada que no hagan peatones o conductores. En general, a todo el mundo le importan un pimiento los demás. Y eso se refleja en la situación política, e incluso en la económica. El día a día en las empresas españolas es un fiel reflejo del tema.
Y concretamente en Cataluña, hay gente que sale a la calle clamando convencidos que el ESTADO tiene la obligación de ser ANARQUISTA.
Creo que eso lo dice todo. Sobran más comentarios.
Plas, plas, plas.