Cuanto más se aparta una sociedad de su verdadera esencia – hombres libres deciden cooperar libremente para prosperar, cada uno asume sus responsabilidades – más difícil se hace la toma de decisiones desde la racionalidad. Si los hombres pierden su libertad será el capricho del dueño el que dicte las decisiones. Si abandonan su responsabilidad, nadie sentirá la necesidad de tomar medida alguna. No se trata de un cuadro en blanco y negro: la gama de grises es infinita y no siempre es sencillo discernir entre lo racional y lo irracional. En cualquier caso, cuanto menores son el grado de libertad y de responsabilidad de cada individuo, menor es la calidad racional de las respuestas a cualquier problema.
En las sociedades estatalizadas, donde la coacción es el único medio de cohesión, las personas no tienen más remedio que vivir con los erróneos resultados de las acciones irracionales: les obligan incluso a cooperar en ellas. En la España moderna la cohesión nace de la imposición (mediante amenaza de represión violenta) de una Constitución obsoleta, de una legislación fiscal demencial penalizadora de cualquier crecimiento y progreso y de un sisterma político fundamentado no en la pluralidad y la separación de poderes sino en el monolitsmo partidocrático y la embridación del poder judicial.
– Mantener una Constitución obsoleta es irracional
– Penalizar el crecimiento y la prosperidad es irracional
– Aferrarse a un sistema político de castas es irracional
El siguiente paso en la cadena de decisiones irracionales es la negación de la responsabilidad individual mediante la conversión del “estado” en una especie de super-ente-deidad encargado de asegurar y proporcionar a todo el mundo comida, vivienda, dinero … cuando dejamos de ser responsables de nuestros actos, apenas tendremos motivos para meditar detenidamente sobre las consecuencias de los mismos, invertiremos nuestras energías en aquello que realmente nos proporcione más éxito: la búsqueda del mejor patronazgo posible y los mejores aliados cerca del poder. Quienes se dediquen en cuerpo y alma a ello serán los que disfruten de una mejor posición y podrán subir peldaños en la escala del poder, independientemente de su capacidad profesional: basta con saber decir sí a la instancia oportuna en el momento oportuno. Antes les llamábamos trepas.
En este proceso de adaptación a la voluntad del patronato o aliado en el poder, cobra un valor importantísimo la capacidad de no ser molesto. Esta capacidad de pasar desapercibido y no ser una molestia es tanto más importante cuanto menos significativa sea nuestra cualificación profesional: nuestro sueldo no depende de nuestro trabajo, sino de la opinión que otros tienen sobre nosotros. Lo mejor es ser “normal”. De ahí que cada vez sea más sencillo para quien ostenta el poder imponer absurdas tesis consensuadas como justificación de acciones costosísimas e infructuosas. La mayoría decide no molestar, y los que “molestan” son automáticamente tachados de asociales, como mínimo! Quien crea que su opinión difiere de la “oficial” se cuidará mucho de proclamarla. Si se forma un grupo pequeño de “disidentes”, quienes puedan compartir esa opinión preferirán mantenerse en el anonimato. Es la “espiral del silencio” que decribía Nölle-Naumann . Y los nacional-socialistas alemanes de esto entendían mucho.
Si le dan un vistazo a la prensa de hoy y a los noticiarios televisivos y radiofónicos, les será fácil ver cómo los medios españoles ya son presa de las espiral del silencio. La existencia de grandes medios públicos facilita la homogeneización informativa y el establecimiento de los parámetros que definen la “normalidad”. La aparente discrepancia entre lo comunicado por los diferentes medios autonómicos se diluye en cuanto eliminamos los acentos clientelistas particulares. La financión de estos medios a través de dinero público hace que la cualificación profesional a la hora de acceder a un puesto de trabajo o redactar una “noticia” sea secundaria a la cualidad del candidato y sus relaciones personales en el entramado político-social encargado de dirimir entre lo normal y lo inaceptable. La infiltración del activismo político en los medios es tal, que solo al hipócrita se le ocurre llamar a lo que nos sirve información. Distracción y formación de las masas son los objetivos para mantener en buen estado de salud el sistema que les da de comer.
En una sociedad libre el éxito es de quien mejor sabe adaptarse a lo que hay, ofreciendo soluciones innovadoras. En la España de hoy basta con saber lo que la mayoría cree que hay, juntarse al árbol que más sombra da. La devaluación del amor por la verdad en favor del seguidismo de los conformes tiene consecuencias sorprendentes. Como es más importante saber quién defiende una opinión que saber si esa opinión es correcta, perdemos la capacidad de comprobar los argumentos. Cada vez son menos las personas capaces de distinguir entre una conclusión lógica y la mera verosimilitud. Aceptamos las ideas más absurdas por el simple hecho de que nos parecen verosímiles, sin necesidad de que alguien venga y nos las explique pormenorizadamente.
Vivimos en la anti-ilustración, ajenos a la racionalidad, víctimas del clientelismo y la cultura trepa. Por eso España, Europa, Occidente, tal y como lo vivimos hoy, ya no tiene solución. Llegan malos tiempos para la libertad.
Encajes de bolillos, es su artículo. No puedo estar más de acuerdo con sus palabras.
Muchas gracias!
Me recuerda aquello de ¡Vivan las caenas!. O lo que decía D. Pío Baroja: «En España el reaccionario ha sido siempre de verdad y el liberal, de pacotilla».
Irracionalidad es la palabra.
Cuando propones algo racional te dicen eso de; ¡¡Pero si hacemos eso, la gente (los que se benefician de sistemas absurdos) protestará!!
Los que se beneficiarían del fin de una sociedad llena de intereses creados nunca cuentan.
Ni cuentan, MIll, ni se dan cuenta de que no cuentan.