Llegará el día en que la metamorfosis hacia la que se encamina mi hijo se haya culminado con éxito. Entonces el lazo que ahora nos une se soltará. Mi madurez consistirá en asumir que el barco ha partido, sin Peter Pan a bordo. La niñez acaba con la adolescencia. No hay un momento preciso en el que esto se produzca. Es una suave transición puntuada por momentos de abruptos cambios parciales. Estoy seguro de que querré a mi hijo entonces, como lo quiero ahora. Pero sé que él ya no me corresponderá de la misma forma. Sé que le habré perdido, tal como ahora es, y que ya nunca le recuperaré. Puede parecer un mal menor, algo de lo que nadie en su sano juicio debiera preocuparse. Ya bastante tenemos con los desastres económicos y políticos para andar pensando en los ciclos de la vida, en los que todo lo que se crea destruye, a la par que se transforma.
Pero hoy no he podido evitar pensar en ello, mientras me encaminaba en coche al trabajo, y las lágrimas han brotado, por vez primera, en un rostro transformado por la edad, en el rostro de un adulto que se aproxima a las cuatro décadas. He pasado por situaciones muy penosas, lo suficiente, al menos, para hacerme llorar, pero nunca han salido de mis ojos esas gotas saladas que la boca saborea cuando caen en ella. En momentos de humillación y frustración me he encerrado en algún habitáculo pequeño, normalmente un baño, y he intentado llorar, sin éxito. No he sido capaz. Y me he sentido, además, un farsante. Todas mis penas eran una farsa paralela a la farsa que las provocaba. Eran cosas del mundo “de los hombres” ya “hechos y derechos”.
Quizás por ser consciente de la farsa, y de la ignorancia de la gran mayoría de los que participan en ella -no sólo de que participan en ella, sino de nada de lo que realmente sucede por debajo, y de gran parte de los detalles y pormenores de la propia farsa- me he sentido siempre como un niño atrapado en un cuerpo adulto en permanente deterioro físico, y en un entorno hostil formado por adultos con el cerebro ya cerrado y su función ejecutiva y ejecutora ya plenamente desarrollada.
Este fin de semana sufrí mi primer latigazo en las lumbares. Me empieza a fallar la vista para leer caracteres pequeños. Y me levanto cansado para acostarme exhausto y tener un sueño ligero y poco reparador. Incluso durante dos o tres meses (el tiempo pasa y no sé cuánto, entre unos momentos y otros) he dejado por completo el hábito de la lectura y la curiosidad intelectual que lo acompaña. Es como si el diablillo que rige el mundo me susurrara al oído que para mí ya todo estaba acabado, que me tenía que consagrar al papel de trabajador y de padre y a todas las rutinas a ello asociadas hasta una muerte sin aspavientos, abandonando por completo cualquier deseo de trascendencia, antes o después de ella.
Pero la nostalgia que ya siento anticipada por la pérdida de mi hijo no está relacionada con esos cuidados, que en realidad ya apenas necesita. Basta, en realidad, con darle un entorno relativamente estable y seguro en el que desarrollarse, ….y sufrir la metamorfosis. Yo no tengo que hacer de padre, o de padrazo. Lo que siento no tiene nada que ver con esos roles asignados por la cultura, y menos aún por los asignados por la cultura de lo políticamente correcto de la igualdad de “género” (que les perdonen los lingüistas, y los filósofos, y los científicos de la naturaleza humana). Lo que siento tiene más que ver con las pérdidas irreparables de la vida, del paso del tiempo, de la destrucción progresiva de la juventud, la belleza y la inocencia, y de cómo anticipo se producirán en mi hijo y veo se producen en mí, sin poder evitarlo.
Sí. Llegará el día en que la metamorfosis hacia la que se encamina mi hijo se haya culminado con éxito. También llegará el día de mi muerte y, mucho más me duele aún, de la suya. En este lugar abandonado de la mano de Dios, en este desierto de sed y calor perpetuos, ningún ideario, ningún proyecto, ninguna razón sirven, salvo como expedientes, como parches que va uno poniendo a la herida abierta de la existencia, como caminos provisionales que se hacen y, lo más trágico, se deshacen al andar. A la larga todo es provisional. Uno espera que todo haya pasado, o que nunca hubiera sucedido. Uno espera el momento en el que desaparezcan por siempre la miseria y el dolor. Pero sabe que espera en vano. Porque el único fin es el fin, puro y duro, la no-existencia. Y uno no puede consolarse con la idea del vacío. Aunque esto que nos rodee sea un juego artificial, un juego de luz y colores que provocan los átomos y sus partículas cargadas, en su interacción, aunque sea una nada temporalmente, provisionalmente, emancipada, en la que todo se anula con todo lo demás, no deja de ser algo, algo a lo que uno se aferra con todos los resortes de su cada vez más débil biología.
La última frontera de la ciencia, la consciencia, cabe imaginar, con dolor, que se pierde al morir, como se pierde cuando nos desmayamos o nos sedan para una operación. El cuadro que tan orgullosos colgábamos en la pared de la habitación principal de esa consciencia resulta ser un mandala, un mandala que es llevado poco a poco por una tenue brisa de senescencia y al final, brutalmente por el vendaval de la muerte. Nadie ha dicho que sea fácil.
He descubierto este blog y me he enganchado.
From the Wilderness, yo creo estar en uno de esos momentos de la vida en la que te planteas cómo acometer la fase siguiente. Pero creo que, pese a lo que nos planteemos y a lo que planifiquemos, al final, de forma recalcitrante, somos arrastrados vertiginosamente por el río de la vida y acabamos en otro lugar distinto de aquel al que habíamos proyectado llegar. Yo estoy esperando a ver hacia dónde soy llevado. Intento percibir las señales de los cambios relevantes. Siempre soy cogido por sorpresa en más de un sentido.
PVL, como decía Oberman: «Para el Universo Nada, para mí Todo». Somos ínfimos pero sentimos que debiéramos ser eternos. Siento lo de tu madre.
Cara de Palo, tu tío era obvio que no quería darle demasiadas vueltas a las cosas. Seria un hombre de acción. O es, vamos. Los hay. «De tó tiene que haber en este mundo»: Eso es lo que dijo un famoso torero cuando le presentaron a Ortega y Gasset como filósofo.
Pedrosf, no estaría mal que se dedicasen más esfuerzos a la investigación biomédica y menos a defender ideales toscos con brutal frenesí, pero los homos supuestamente sapiens prefieren lo segundo, es lo que hay.
Xavier,
Yo he corrido durante años. Últimamente ya no lo hago. Al principio no me sentaba mal. Sentía la euforia del corredor. Pero con el paso de los días se acumulaba en mi cuerpo un cansancio inexplicable que se instalaba con especial fuerza en mi cabeza. Tuve que dejarlo. Nunca me enganché. Pero no hay duda de que ¡es una droga excelente!
Sobre las que yo tomo quizás se pueda deducir algo en mi siguiente post.
Un saludo a todos. Ha sido un placer leer vuestros comentarios.
Si me permites un consejo haz deporte.
Yo tengo 47 años una hija de 16 y hijo de 11.
Cuando era adolescente, 18 años, entre en una depresión de caballo. Todo lo veía negro. Hasta que llegue a un punto en que me dije a mi mismo que si no hacía algo me moriría. Entonces decidí salir a correr.
Desde ese momento no he dejado nunca de salir a correr unas cuantas veces por semana, de hecho casi cada día. He podido completar 57 maratones y estoy encantado.
Digo esto por los achaques que dices empezar a padecer.
Para poder tener una salud mental buena es casi imprescindible tener la carrocería en óptimas condiciones.
Y sobre todo esto se nota mucho cuando la edad va avanzando.
Yo siempre digo lo mismo, las depresiones no se curan con pastillas, se curan haciendo deporte.
Lo sorprendente es que no se dediquen más medios para combatir, como primer paso, el envejecimiento.
Más sorprendente es ver a muchas personas luchando por ideales absurdos como «la autodeterminación de los pueblos». ¿Cómo puedes preocuparte tanto por un concepto abstracto y tan poco por tu vida?
Esto es lo que solía decir un tío mío cada vez que me oía hacer reflexiones existencialistas:
– Necesitas follar más.
Hola Germánico: comparto el momento existencial que expones en tu art. Tengo diez años más que tú, dos hijos en plena adolescencia y acabo de perder a mi madre, con lo cual, en mi propio árbol genealógico, dejando a un lado a mi padre, yo paso a ocupar al escalón más próximo al final. Nada que no haya ocurrido innumerables veces antes y nada que no vaya a producirse después también en innumerables ocasiones. Pero esta es la que me toca vivir a mí, y eso la convierte en especial y única para mí: para lo bueno (como ver crecer a mis hijos) y para lo malo (asistir a la muerte de mi madre): a eso podría resumirse la naturaleza humana: una mezcla de «biología» y «consciencia» que con la muerte se reduce a la nada, de la que todo proviene y a la que todo se dirige, lo cual le da mayor valor al milagro de estar vivos y poder compartirlo con los seres queridos, aunque sea durante el tiempo tan limitado de una vida humana, que comparado con la eternidad se antoja dolorosamente ínfimo.
Muy sentida tu exposición. Efectivamente son los hijos los que más duelen. Verlos volar en la vida supone una mezcla de dolor y satisfacción. Pero nunca los pierdes.
Tengo 67 y aún no me explico qué hago encerrado en esta carcasa que, como bien describes, va deteriorándose irremisiblemente. Lleva tiempo renunciar definitivamente a cosas antes normales. Sobre todo las físicas. Pero conservando las costumbres saludables : ejercicio, alimentación ligera y actividad intelectual, creo que el cansancio vital es llevadero. Hasta el descanso final.
Llevo unos meses visitando a diario a mi suegra en la residencia a la que ha tenido que ir, por su deterioro físico. Pero a sus 94 años mantiene intacta su curiosidad, la memoria y la comprensión. Creo que no es mala situación, visto lo que allí se ve.
Por cierto, en una observación directa, unas 10 veces más mujeres que hombres. Ellas, casi siempre, por rotura de pelvis o similar. Ellos, supervivientes abatidos por un ictus cerebral.
Ambas cosas previsibles y evitables. Calcificación y anticoagulantes.
Creo que hay momentos en la vida en que hay que plantearse cómo acometer la fase siguiente.
Un cordial saludo