Debo admitir que mi período de parado fue fructífero en cosas extrañas. A falta de lo que en economía se llama demandas y en la calle ofertas de empleo, provenientes de lo que se entiende por empresas, es decir, unidades de producción de bienes y servicios, organizaciones con ánimo (o no) de lucro que operan en los mercados, me surgían todo tipo de empresas –en términos amplios, emprendimientos, proyectos a medio y largo plazo, fines para los que hay que poner medios…..desde lo relatado sobre la idea sin definir de un editor hasta una carrera de fondo en psicología social. Ahora toca hablar de esta última, en la que partí de la salida a gran velocidad para frenar en seco a las pocas zancadas.
Con mis credenciales de economista poco podía hacer para ser admitido en un Master de Investigación en Psicología Social, al menos en la Universidad Pública Española. Los criterios de admisión eran claros a este respecto, y comprensibles, sin ningún género de dudas (si hablásemos de ciencias puras y “duras”): quién no hubiera cursado estudios de Psicología o alguna otra carrera o grado relacionado cercanísimamente no podía acceder al Master salvo que alguna razón de fuerza mayor aplastase con su peso la oposición hasta de los más acérrimos defensores de la pureza de raza. Pero se dio la circunstancia de que, en mi caso, dicha poderosa razón existía, o al menos quien debía juzgarlo juzgó que existía, y se me ofreció la posibilidad de entrar en un Master de Psicología Social y de las Organizaciones en la UNED.
¿Qué de qué razón se trataba? De la de siempre, claro, de La Nueva Ilustración Evolucionista. Ese blog difícilmente lo hubiera escrito un economista al uso. Era obvio que yo no lo era, y que quizás pudiese meter en mi cuadriculada cabeza de economista el imperfecto círculo de la psicología social: a fin de cuentas yo había entrevistado (o estaba en ello) a algunos de los psicólogos sociales más importantes, y, más aún, los había leído y (aparentemente) entendido.
Así que unas bellas personas cuyo nombre no mencionaré, pero a quiénes podemos llamar los PS, me animaron a emprender (sí, a crear una empresa, en cierto sentido) el Master, un curso que, en principio, debería preceder a una exitosa aunque tardía carrera dentro de la Psicología Social. Según mis benefactores había en mí un gran potencial por explotar como investigador y como teórico. Pero la carrera, según iría descubriendo, tenía un recorrido maratoniano que iba mucho más allá de mis aspiraciones de mediofondista. Y todo comenzó, en ella, con la matriculación en tres asignaturas, que alguien iba a pagarme antes de que descubriéramos…. ¡que era gratuita para los parados!
Con algunos artículos en inglés, lengua que puedo leer con un pequeño gran esfuerzo cognitivo, y algunas referencias bibliográficas tanto en castellano como en inglés me puse literalmente a investigar, y descubrí que mis estudios no iban a ser corrientes, sino en sí mismos una investigación permanente. Lo que me pedían eran artículos que cumpliesen los más estrictos cánones de la Psicología Social, es decir, algo que fuera muy conservador dentro de su campo pero completamente nuevo para mí, y que, de alguna forma, preservando lo pasado, abriese tímidamente nuevas ventanas en la disciplina. Pedirle eso a alguien que no sea demasiado consciente de lo que está haciendo está bien, pero no era ese mi caso. Mi reto no era hacer un artículo calco de cualquier otro que se pudiera encontrar en la extensa bibliografía del campo, como hay tantos. Para mí el reto era proponer nuevos modelos teóricos y nuevos experimentos. Y hacer eso respetando lo que había comencé a descubrir que me era imposible, porque mis enfoques eran demasiado trasgresores con la actual tradición de la psicología social en nuestro país. Sencillamente de lo que había, había bien poco que no mereciese, a mi juicio, una entera reconsideración de los principios teóricos y experimentales sobre los que se sustentaba. Y ante esto sentí un temor, una sensación de estar enfrentándome a un grupo, con sus reglas y sus principios, de ser un disidente, un psicólogo social amateur enfrentado a la psicología social de los psicólogos sociales, que forman grupos, como todos los otros grupos que estudian.
¿Qué hacer, en esta tesitura? ¿Iba a desafiar desde el principio los principios? ¿Pretendía un principiante desafiar a los veteranos y experimentados experimentadores, o al menos maestros de experimentación? Ciertamente mis fuerzas no dan para tan magna tarea. Así que lo que hacía era sufrir recurrentes dolores de cabeza tratando de parir ideas que “encajasen” en el marco teórico de la Psicología Social existente, pero que a un tiempo apuntasen a dónde yo desde un principio ya quería apuntar: nuestro pasado evolutivo, nuestros sesgos cognitivos y la neurociencia. No pretendo sugerir, en ningún caso, que la Psicología Social no haya penetrado en esos campos. Por ejemplo Roy Baumeister y Mark Leary han propuesto un enfoque evolucionista de la psicología social, y John Cacioppo ha propuesto un enfoque de neurociencia social, y los sesgos cognitivos son un tema muy abordado ya en este campo.
Pero si yo quería llegar a eso tenía que pasar por lo otro. A fin de cuentas esos psicólogos sociales eran psicólogos sociales antes que evolucionistas o neurocientíficos, y trabajaban en los EEUU, dónde existe un ambiente más propicio para la libre discusión de ideas científicas novedosas, y unos órdenes jerárquicos del todo diferentes. La psicología social de los psicólogos sociales del otro lado del charco parecía diferir de la psicología social de los de este lado. Y leyendo un poco sobre el particular descubrí que no era algo que a mí me pareciese, sino, de hecho, una tendencia que viene de antiguo, principalmente de después de la 2ª Guerra Mundial. Sería tedioso hablar de ello, pero el enfoque sobre los grupos y sus interacciones, y en definitiva, sobre los individuos que los componen, es distinto. Tiene su lógica si lo enmarcamos en las diferencias en la psicología social de la gente a ambos lados del charco, y aquí podemos entrar en el fangoso terreno político, pero no lo haremos, en esta ocasión.
¿Qué sucedió, entonces, que me hizo parar en seco a los pocos meses (zancadas) de comenzar el Master (Carrera)? Me contactaron de Administración de la UNED para pedirme que PAGARA la matrícula. Nuevamente el dinero, sí, como con AS, el editor. Aunque había un bolsillo lleno de alguien generoso y cercano que estaba dispuesto a pagar, no metí la mano en él. Me planté firme frente al desafío y, tras ver que era inútil toda lucha contra la arbitrariedad administrativa, que crea normas retroactivas, di un portazo al Master, supongo que dando en las mismas narices de PS, mis benefactores, pero desde luego sin intención alguna de hacerlo.
En el fondo bullía la cuestión de si estaba dispuesto a, a mis casi 40 tacos, que se dice pronto, emprender una nueva carrera ya no profesional, sino vital, con unas aspiraciones en cuanto a retribución nulas los primeros años y bajísimas los siguientes, y eso con dos bocas que alimentar, aparte la mía y la de mi mujer. También bullía la cuestión de si estaba dispuesto a dedicar mi vida a luchar contra unas ideas que consideraba erróneas y perjudiciales para los grupos humanos que creyeran en ellas, obteniendo por ello más bofetadas que aplausos. El lío administrativo fue un subterfugio que mi mente empleó para abandonar “dignamente” (en «un ataque» de dignidad) el Master. Y ahora que lo contemplo desde cierta distancia, creo que mi psique y yo hicimos lo correcto. Bye Bye, grupitos.
Interesante
En efecto, Fufo, los ideales de igualdad, en la educación, llevan a igualar por lo bajo, de ahí que los títulos los pueda obtener cada vez más gente al precio de una mucho menor calidad de la enseñanza y una mucha menor autoridad de las instituciones, debilitadas desde dentro.
Santiago, yo no puedo hacer gran cosa en esta guerra, aunque espero que mi opinión, dentro de una anécdota, sirva para suscitar alguna reflexión. No he querido llegar al fondo del asunto, pero sé que lo leéis entre líneas.
En eso estamos los dos, compañero, hay que atacar desde el lado «libre», desde la empresa, que es en lo que yo sigo. Desde dentro es imposible. Fíjate en el caso de la psicología; desde la irrupción del coaching no sólo han perdido dinero y presttigio a raudales (ya era hora, aunque «Otros vendrán que bueno te harán»), sino que han tenido que tragar y formarse y dar formación en coaching. Lo pillas, ¿no?.
Yo viví desde fuera las tripas de la uni (desde dentro no me enteré de nada, era bastante pardillo), porque yo era empresario por aquel entonces. Pasa un poco como con las artes marciales, donde tienes que ser sumiso aunque pudieras arrancar la cabeza del sensei de turno de media torta. Tienes que hacer lo que te digan, servirles y decir «Sí bwana» a todo, aunque vayas a darles dinero, aunque no seas un alumno suyo sino alguien que le ofrece la posibilidad de hacer cosas nuevas. Lo más cojonudo es que la inmensa mayoría son unos mediocres que llevan toda la vida soltando la misma matraca a sus estudiantes. Conozco a algún joven que es otra cosa totalmente distinta, todo hay que decirlo.
Por cierto, hablando del ruin de Roma, a «tu alumna» le han ofrecido una beca de colaboración en una asignatura de su uni. No es la tuya pero es de números, y parece que es una crack. Yo le he dicho que sí porque a ella le enorgullece y puede ser gasolina para que se monte en clase business nada más empezar y no le falte hasta que se coloque o monte alguna empresa, no le he hablado de los inconvenientes más que de soslayo, pero me da un miedo…
Cualquiera que haya pasado por la Universidad pública española y no llegue a la conclusión de que o le da portazo, o acaba en la cárcel por intentar reformarla a golpe de lanzallamas, o acaba internado en un psiquiátrico es que no estaba en sus cabales para empezar.
Lo que pasa por universidad en España es un cortijo. Hay honrosas excepciones, como en todo, pero en general es una cueva de intrigantes más preocupados por sus pequeñas parcelas de poder y sus grupitos de sicofantes que de transmitir educación a los que se someten a ser procesados por su estulta maquinaria.
Y encima, como nos hemos empeñado en descarajar las enseñanzas básicas y medias y en que todo dios tenga acceso a un título universitario, ahora dichos títulos no valen ni para tomar por el ojete, con lo cual si no tienes un máster de los de a riñón y ojo derecho las empresas ni te miran porque saben positivamente que no tienes ni repajolera idea de nada cuando llegas con un título delante y una mano detrás a pedir trabajo.
Otro gran éxito del socialismo y la social-democracia para igualar a todo el mundo en cuanto a nivel de miseria.