No pretendo asustarles en absoluto, pero el viejo refrán encaja perfectamente en la historia que les voy a contar: “Piensa mal, y acertarás”. Los investigadores de la Arizona State University han desarrollado un sistema llamado “Hestia“, con el que supuestamente pueden detectar el origen de cada una de las emisiones de dióxido de carbono y ubicarlo en cada calle, incluso en cada casa. La suya, por ejemplo.
La lista de instituciones que podría utilizarlo es larguísima, nos dice Kevin Gurney – líder del estudio y director del Instituto Global de Sostenibilidad de esa misma universidad-. Desde bases de datos públicas, Centros de medició de calidad del aire municipales, las estadísticas de tráfico de la policía e incluso las oficinas de Hacienda. Quieren ayudar a las autoridades estatales y locales, según dicen, para ver en qué lugares se podrían reducir las emisiones de CO2 de manera más efectiva.
Hestia es el nombre de la diosa griega de la tierra y el hogar. Todo horno o fuego, ya fuesen privados o públicos, estaban dedicados a esta diosa de la antigua Grecia. Haber elegido este nombre parece indicarnos que la intención de sus creadores es el control generalizado (de hecho, es de lo que ellos presumen). No es necesario un derroche de imaginación para darse cuenta de cómo, en un mundo dominado por una política climática global (algo que se me antoja inminente), el uso de estas herramientas permitirá dar el paso definitivo desde los buenos consejos televisivos de municipios y gobiernos al control directo de las emisiones privadas. En perfecta consonancia con la nueva ingeniería social encaminada a la “sociedad 2000-vatios“, cobran visos de realidad los sueños húmedos de sus precursores, por fin dotados de una herramienta eficaz capaz de controlar no sólo las emisiones de cada uno de nosotros, también los niveles de consumo procedentes de una determinada central eléctrica.
Sí, ya se que una copia de cada factura tras la compra de cada refrigerador, aspiradora o batidora eléctrica (suponiendo que estos productos puedan ser adquiridos y no se encuentren bajo prohibición por sobreconsumo energético) debidamente cumplimentada con datos técnicos y de consumo puede ir a parar sobre la mesa de un eficiente controlador municipal, encargado de vigilar nuestro hábito energético y que terminará por venir a casa a decirnos de qué aparatos debemos desprendernos. Tampoco es muy difícil colocar sensores en cada chimenea que midan e informen sobre si su calefacción ha alcanzado ya el límite anual de emisiones de CO2, en cuyo caso un amable inspector le visitaría para recordarle que tiene dos opciones: apagar su calefacción o pagar la multa correpondiente
También existe la posibilidad de introducir una cartilla estatal de compra de productos “climasensibles“, algo que en España –por lejano en el tiempo- casi nadie recuerda, pero que en los antiguos países comunistas conocen muy bien: sólo con cartillas estatales de “racionamiento” se podía acceder a determinados productos alimentarios.
No, todavía no hemos llegado al grado de estupidez necesario para que estas cosas que les cuento sean realidad. Pero si miran atentamente el proyecto Hestia y leen lo que dicen sus precursores, se darán cuenta de que van en serio. Muy en serio.
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Pero ¿realmente sirve de algo el control del CO2? Yo veo las gráficas y sigue subiendo mientras que la temperatura, a su bola.
Como les dé por controlar las emisiones de los particulares y sus hábitos de consumo energético, uno de los primeros en recibir a la “policía climática” sería Al Gore, a menos que disponga de bula por ser Premio Nobel de la Paz y calentólogo mayor del reino.
Lo paradójico del asunto es que, de aplicarse también en España, a mí me podrían dar una medalla al mérito, o algo similar, por emitir menos CO2 que una bacteria, ya que mi nivel de gasto es infinitamente inferior al del ilustre calentólogo.
Los mayores partidarios de un control estricto podrían ser, en muchos casos, los mayores “pecadores” (y los mayores hipócritas, como el propio Gore, Joss Stone o Matt Damon).
Los miembros de la “nomenklatura” están por encima de los simples mortales, que ocupan el lugar más bajo del escalafón y están controlados por los del segundo escalón, los cretinos útiles informantes.
Naturalmente. Mi comentario era tan ingenuo que, a su lado, “Bambi” es un prodigio de humor corrosivo.
Bueno, por lo que veo no es más que otro inmenso sistema de gestión de información a lo “big data” (Google y cia). Y como tal, falseable, hackeable y sobre todo, disimulable para el político que le interese. En fin, me veo en un futuro trucando la caja negra que nos impondrán los gobiernos “por nuestra seguridad”. A fin de cuentas,tendré que buscar en el cajón el sombrero negro.