Con razón, Luis nos alerta de los peligros de orientar las políticas económicas en función de algo, ya sí, muy cuestionado como es el cambio climático de origen antropogénico por las emisiones de CO2. Van a permitirme en este breve artículo un ejemplo de ello.
La situación de hiperinflación normativa lleva a la emisión constante de nuevas normas por parte de los legisladores en cualquier ámbito de competencias y de todo rango: Desde la Constitución a la última circular de la última diputación provincial.
Recordarán que hace varios años se produjo una ola de reformas de los Estatutos de Autonomía de casi todas las Comunidades Autónomas. Por supuesto, y como teníamos que estar a la altura de otras Comunidades como Cataluña, también lo hizo Andalucía. Tras su reforma en 2007, su artículo 204 establece lo siguiente:
Artículo 204. Utilización racional de los recursos energéticos.
Los poderes públicos de Andalucía pondrán en marcha estrategias dirigidas a evitar el cambio climático. Para ello potenciarán las energías renovables y limpias, y llevarán a cabo políticas que favorezcan la utilización sostenible de los recursos energéticos, la suficiencia energética y el ahorro.
¿Entienden ustedes lo que significa esto? Porque yo, que soy muy malpensado, lo interpreto de la siguiente forma:
1.- El Estatuto de Andalucía impone a sus poderes públicos, ni más ni menos, el objetivo de evitar el cambio climático. Es decir, detener y controlar el clima.
2.- Para ello, el Estado establece qué energías tienen ventaja frente a otras a la hora de ser respaldadas por el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía, al margen de cuestiones como eficiencia económica, productividad, déficit de tarifa, etc.
3.- Promover el ahorro energético queda muy bonito si a la hora de la verdad resultase un ahorro para el bolsillo de los contribuyentes, pero es que entre el déficit de tarifa y la legislación, resulta que aplicar estas medidas suponen el aumento del precio de la electricidad para los consumidores.
4.- Y esto, no desde una Ley cualquiera, sino desde el Estatuto. Es decir, que para su modificación no basta con pasar por la Asamblea parlamentaria andaluza, sino que requiere de seguir todos los procedimientos para su modificación. Por ejemplo, pasar por el Congreso de los Diputados. Es decir, un auténtico coñazo legislativo.
5.- Si por lo que sea a los políticos andaluces se les ocurriera establecer un sistema eléctrico basado en la eficiencia económica, al ser las energías renovables muy poco competitivas, podrían ser recurridas ante un tribunal, lo que conllevaría a la derogación de las medidas en caso de ser admitidos los argumentos.
6.- ¿Se imaginan que, en un acto de iluminación, a los políticos se les ocurriera montar cinco centrales nucleares, uno por provincia bañada por el mar? Andalucía, con su tercio de tasa de paro, necesita tener la economía lo más eficiente posible desde todos los ámbitos para corregir semejante cifra. ¿Qué creen que pasaría con este artículo? Es cierto que la energía nuclear cumple con todos esos requisitos, salvo por la interpretación que se dé al término «limpio». Si atendemos al espíritu del artículo, nada de nucleares.
Llámennos exagerados, pero cuando decimos que los políticos están metiendo las zarpas en cuestiones que no dominan y que sus efectos pueden ser realmente pernicionsos para la sociedad, nos referimos a cosas como ésta: a la exigencia desde la legislación de objetivos imposibles, de graves limitaciones para que la sociedad encuentre la mejor forma de optimizar sus recursos, de sus nefastas consecuencias a nivel económico y social y su estabilización en los Tribunales.
Los políticos no necesitan saber nada de nada (y, de hecho, eso es lo que sucede generalmente) para ser elegidos: basta con tener «buena presencia» y saber «transmitir un mensaje» que sea del agrado del elector, uno en el que no tengan que pensar, que les de «seguridad» y que les permita vislumbrar un futuro hipotéticamente «mejor», cuidando eso sí de indicar que «la culpa de todo la tienen los demás».
Con eso basta. Por lo tanto, tanto para los políticos como para los electores lo mejor es la ignorancia supina: los unos para no tener que entreverarse con la realidad y los otros para poder ser engañados más fácilmente; «la ignorancia es la felicidad».
Luego algunos se preguntan por qué Arenas no ganó las elecciones, tras haber apoyado un Estatuto que declara que Andalucía es una «nacionalidad histórica» y que contiene disposiciones como la que comenta Burrhus…. Los Estatutos de Autonomía (con la colaboración del PP en todos, menos el Catalán) se han convertido en una especie de constituciones soviéticas o norcoreanas (pienso tb. en el de Valencia y su «derecho al agua»). La degeneración de la legislación estatutaria es otra muestra del mal camino que ha llevado España en los últimos años.
Si, este es un caso en que los políticos meten las manos en campos que no dominan, pero ¿qué es lo que dominan los políticos? La respuesta más optimista es que controlan de gestión pública, pero todos sospechamos que tampoco son expertos en eso. Al menos, es de esperar que en temas científicos y técnicos se asesoren por buenos científicos e ingenieros, pero ¿qué ocurre si ambos campos están modulados económicamente por intereses espúreos? Pues que aparece un consenso científico que ni es tal, ni responde al método científico más elemental (no hay validación empírica), de manera que los políticos se ven desbordados por la mala ciencia, y los científicos se van por el camino fácil de la Ciencia políticamente correcta. La gente, que es la que vota, traga y entonces se da un efecto bola de nieve muy dificil de parar, en la que todos se retroalimentan de, cuando menos, información de dudosa fiabilidad.
Quizá ya estemos en la fase en el que la bola de nieve empieza a derretirse, pero ya hay mucho mal hecho (en forma de leyes, y con dolencias casi crónicas como el déficit de tarifa), y con todo, la bola sigue rodando. Supongo que terminará llegando a un valle y habrá que volver a subir la cuesta. En ese momento estoy seguro que científicos y políticos se apuntaran al carro del escepticismo, y correrán un tupido velo sobre los disparates en política energética que se han realizado los últimos treinta años (desde la moratoria nuclear).