¿Qué hora es? No lo sé. Ayer pasé el día sin mirar ni una sola vez el reloj. Se me hacía muy evidente que era sábado a través de mi familia y de mis vecinos, que estaban todos de fiesta y me sacaban a la calle a pasear.
En este período de paro por el que estoy pasando he sufrido un deterioro progresivo de mis facultades «temporales», como una especie de demencia de Alzheimer concentrada en el tic tac del reloj, en el lóbulo «temporal» del cerebro dónde se registran los sonidos: el tic tac se ha ido difuminando, el reloj se ha ido deformando, como el del cuadro de Dalí, y he dejado de oír al tiempo y de sentirlo «latiendo en mis sienes». Ha habido un momento en que me he dicho: «eh, eh, espera: ¿dónde estoy?». Si, lo sé, una pregunta respecto al espacio. Mis lóbulos parietales funcionan, .me ubico en el mapa tridimensional que mi cerebro fabrica del mundo, siento mi cuerpo gracias a los mecanismos interoceptivos y al sistema vestibular: no he perdido el equilibrio, el mental, ni siquiera, a pesar de andar en la cuerda floja de la «cordura».
Pero tiempo y espacio, esas coordenadas cartesianas declaradas innatas por Kant, esos imperativos categóricos de la percepción, se deforman de alguna manera al unísono. De hecho se aprecia en el lenguaje su relación, y no solo en la teoría de la relatividad de Einstein: vivimos en «espacios de tiempo». Estos los marcan las actividades que realizamos con los demás, en particular aquellas en las que somos agentes responsables que han de realizar un rol concreto dentro de un grupo en el que el trabajo está dividido.
Si uno pierde su trabajo debe buscarse rápidamente grupos de apoyo que le aten al mástil del barco del tiempo para que no se deje llevar por los cantos de sirena de la intemporalidad. Pide además que no pongan cera en sus oídos, quiere escuchar el susurro dulce y grato, aunque perverso y corruptor, del fluir de la eternidad. Pero nos atamos porque a fin de cuentas todos deseamos alcanzar nuestra Itaca, cumplir los plazos, llegar «a tiempo» y al tiempo. Mas durante un «tiempo» indefinido uno puede llegar a flotar en una realidad vacía, sin significado. Pasar de uno a otro estímulo, que son los que realmente marcan, en este caso, el tiempo: pero ya no es un tiempo absoluto, es relativo, se deforma según que clase de estímulos se afronten. Por supuesto no sugiero que uno sea un pelele irrisorio llevado por el río de la vida, de Heráclito, ese que nunca es el mismo. Lo que digo es que cada acontecimiento tiene su propio tiempo subjetivo. Si me sumerjo en la lectura de un apasionante ensayo, de acuerdo con el reloj pasarán, no sé, treinta minutos, pero en mi mente habré estado mucho ¿tiempo?.
No, no seré yo el que tire lastre del globo que me aleja de la tierra. Pero debo admitir que el verse de pronto condenado al tiempo libre puede no ser tal condena: uno se ve, también de pronto, liberado del tiempo. Y cada acontecimiento que acaece en nuestras vidas es medido en su verdadera….longitud.
Aprovecho para colgar mi nuevo perfil de LinkedIn de profesional del paro. Si, estoy en paro, mi tiempo se ha parado. Al menos el reloj de pulsera que latía en mi muñeca y que con tanta precisión marcaba el paso de mi vida, los días y las horas, se me escurre entre los dedos, tras decelerar el pulso, y cae sobre la tierra que, afortunadamente, aún pisan mis pies. Pero es una tierra relativa. Floto en un barco a la deriva. Son tablones de madera que constituyen…mi última tabla de salvación. Mientras la gelatina temporal se deshace en mis manos, que una vez sirvieron la contabilidad de una empresa, me percato de la ironía del destino. Contable…¿y ahora que voy a contabilizar? ¿Qué flujos temporales, de actividades productivas, voy a fotografiar, voy a eternizar, a fijar temporalmente, en un balance de situación o en una cuenta de pérdidas y ganancias? Ninguno. Soy libre.