Imagine que tiene usted un bar. Un local normal, sin excesivos lujos. Un establecimiento con el que se ha ganado la vida durante muchos años, que le ha permitido mantener a su familia y juntar algunos ahorros para cuando llegue su jubilación. Un buen día, en su misma calle, abren un nuevo bar. Usted se preocupa porque la competencia puede hacerle perder clientes, pero enseguida se da cuenta de que, en realidad, no son competencia para nadie.
Han abierto un bar a la última moda, todo lujo y excesos, derroche y abundancia. Los propietarios han pedido un enorme crédito bancario y no han escatimado detalles. Sin embargo, para recuperar su inversión, se ven obligados a vender las cañas a 4 euros y no dan tapa. Mientras usted, en su bar mucho más modesto, pone las cañas a 1,20 euros y unas tortillas que quitan el sentido. Por si fuera poco, usted ha aprendido que en la vida nada se gana sin esfuerzo y trabaja todos los días de la semana un gran número de horas. Sus nuevos vecinos, en cambio, abren sólo de vez en cuando y de manera impredecible. Es decir, ellos claramente no son competencia para usted.
Está muy bien la parábola. En particular me gusta la explicación de la milonga de moda: Los windfall profits.
No obstante, la análogía no es total, pues hay que tener en cuenta que en el sector eléctrico los dueños de los baretos tradicionales tienen fuertes participaciones en los bares de diseño. De hecho sus imágenes corporativas destacan siempre tal participación, mucho más a la moda, que el que también puedan servir cañas y pinchos de tortilla a buen precio.
La verdad es que has explicado lo del déficit de tarifa y el tinglado eléctrico de una forma que, en este país de “bares que lugares” lo entiende hasta Alfredo, el que está más pedo. Bien escogido el dibujo que ilustra el artículo.