Cuando miramos al pasado de nuestra especie, incluso al más cercano en el tiempo, vemos conflictos a todos los niveles, del interpersonal al grupal. Horrorizados, aún contemplamos el espectáculo diario de agresiones sexuales, robos a mano armada, abuso de autoridad, suicidios, peleas callejeras, torturas sádicas, actos terroristas, violencia entre grupos de jóvenes, guerras entre Estados, genocidios perpetrados por supuestos representantes de culturas, etnias, razas, religiones, partidos o incluso clases sociales…etc. La lucha por el poder y por los recursos. y la influencia perversa de determinadas creencias sobre el mundo y sobre el mundo social circundante compartidas por grupos enteros se combinan de forma óptima para lograr un resultado social subóptimo: si la competencia, no se canaliza hacia formas voluntarias de intercambio y jerarquías meritocráticas, y las creencias no inciden en los aspectos universales, sino que refuerzan los mitos del bien y del mal como realidades, respectivamente endo y exogrupales. no es posible que la sociedad humana tomada como conjunto sea justa, próspera ni que existan otra armonía que la lograda a costa de la subyugación de los demás ni otra paz que la armada.
Los seres humanos tenemos una tendencia innata a clasificar bipolarmente a los otros seres humanos: como conocidos y desconocidos. Los bebés aprenden pronto a temer a los extraños. Se da en ellos ese curioso fenómeno del apego. Pero la cultura en la que uno nace refuerza esa tendencia y la tiñe con los colores del endogrupo y el exogrupo, crea en cierto modo al individuo, pero ese individuo lo es en relación con los demás, es hijo de, hermano de, primo de; y saliendo de la familia, de tal religión, de tal raza, de tal etnia, de tal país, habla tal lenguaje, asiste a tales o cuales eventos grupales, se va formando en los grupos por y para los grupos, aunque al hacerlo lo que busque, biológicamente, sea su propio beneficio: su adaptación al grupo es la perfecta adaptación al ambiente darwiniana, y del triunfo o fracaso del grupo en sus objetivos, así como del desempeño del individuo en su función social dentro del mismo, depende el que el individuo triunfe o fracase como ser social y como proyecto evolutivo.
En tiempos primitivos, en los que grupos de cazadores-recolectores recorrían el terreno en busca de sus medios de subsistencia se debieron de producir conflictos bastante atroces para delimitar los territorios respectivos de caza y recolección de los distintos grupos humanos. También entonces se crearían los símbolos que distinguían a unos de otros, los totems, las vestimentas, y, en fin, las distintas formas de hacer las mismas cosas y las distintas formas de dar sentido a los mismos misterios cósmicos, que llevaron a distintas culturas. El intercambio también debió de surgir entre los grupos, cuando se daban situaciones que permitían el acercamiento. Probablemente comenzaría un intercambio de miembros entre grupos para evitar la endogamia, y puede que fuera acompañado de intercambio de presentes, que representarían a cada cultura particular y sus logros, en ajuares, por ejemplo. Pero las diferencias prevalecieron y se reforzaron, y de la prehistoria al día de hoy el mundo ha sido testigo de cómo una especie sacrificaba en el altar de la identidad de los distintos grupos a gran parte de sus miembros, generalmente los de sexo masculino, más aptos para los enfrentamientos físicos y menos valiosos como generadores de descendencia, y llamaba a ese gran sacrificio Historia Universal. Esta visión trágica y sangrienta puede servir de contrapeso a los que ensalzan las maravillas de la civilización. Ciertamente, el hombre ha sido capaz de realizar obras de gran belleza, por esa diferenciadora cultura, y de crear artefactos sumamente útiles para la supervivencia, azuzado por la necesidad y también por la competencia.
En nuestra mente está grabado ese pasado. Categorizamos socialmente. Nos definimos por nuestros grupos. Sentimos, en muchas ocasiones, más el nosotros que el yo. El individuo, el ser dotado de identidad personal, resulta de la mezcla de una pluralidad de identidades sociales diferentes que compiten dentro de su mente. Habiendo evolucionado también la cultura, y a pasos agigantados si se compara con el parsimonioso paso de la evolución biológica, la diversidad lo ha hecho también, y desde el momento en que los intercambios fueron mayores las opciones identitarias fueron mayores y el individuo se fue haciendo más individuo, su identidad más personal y menos social. En el pasado había pueblos. y ahora tenemos individuos. Pero como decía al comenzar este párrafo, en nuestra mente está grabado ese pasado y no podemos dejar de categorizar a los extraños según les vemos, dentro de categorías más o menos inclusivas: `por su color de piel, por su modo de vestir, por su aspecto físico más o menos agradable, por su edad, por su sexo, por su forma de hablar, por sus ademanes….etc. ¿Es de los míos o no?, se pregunta nuestra mente primitiva a cada instante…milésimas de segundo después tratamos de esbozar un juicio razonado.
Es por eso que conceptos tales como identidad social o categorización del yo, introducidos por los psicólogos sociales Henri Tajfel y John C. Turner, que algunos científicos sociales han considerado fuera de lugar, puras abstracciones vacías de contenido, son de enorme valor explicativo e incluso predictivo. Somos seres sociales, animales sociales, pero, como ya hemos señalado aquí en alguna ocasión, también animales grupales. Distingo aquí entre social y grupal, entendiendo lo primero como algo más inclusivo, y lo segundo como algo más exclusivo, y excluyente.
Steven Pinker defiende en su último libro, con datos bastante sólidos que, en conjunto, la violencia se ha reducido desde nuestros orígenes hasta nuestros días. Sigue, sin embargo, existiendo en nuestro acervo genético y por tanto en el cerebro que crea y las conductas que se suscitan un elemento de violencia. Pero quizás en el entorno social actual se puede canalizar de forma tal que se de una menor proporción de agresiones, sean del tipo que sean.
Sea como fuere todo pasa por una transformación en nuestras categorías e identidades, en nuestras individuaciones, socializaciones y en la clase de grupos que formemos y el modo en que interactúen.
Un gran conocedor en nuestro país de estos conceptos (identidad, categorización)-que son a su vez realidades bien contrastadas- es el Catedrático de Psicología Social y de las Organizaciones de la UNED José Francisco Morales. Autor de numerosos libros y artículos sobre psicología social, ha publicado recientemente, junto con Fernando Molero, un libro del que ya hemos tenido ocasión de hablar aquí Liderazgo: hecho y ficción. En él descubrí el trabajo de Mark van Vugt sobre la evolución del liderazgo y el de Alexander Haslam y sus colaboradores (que escriben uno de los capítulos).
¿Y qué tiene que ver la identidad social con el liderazgo? Puede preguntarse alguien. En la entrevista a Haslam se esboza una respuesta. Los grupos humanos normalmente funcionan mejor con líderes (depende, por supuesto, de naturaleza y finalidad del grupo, pero los grupos digamos más necesarios requieren de esa figura). Los líderes son los que guían hacia el futuro, los que miran hacia delante con una especie de «visión ciega», pero lo hacen no a título individual, sino como representantes prototípicos del grupo, como canalizadores y gestores de la identidad social de sus miembros.
El Profesor Morales ha tenido la amabilidad de contestarnos algunas preguntas sobre estas cuestiones.
1.-¿Qué son las identidades personal y social? ¿Cómo se relacionan entre sí? ¿Qué dicen de nuestra naturaleza?
Es difícil contestar con brevedad a una pregunta de esta naturaleza, pero lo voy a intentar. La identidad, así, en general, es un proceso psicológico fundamental para la persona porque es el que permite que los demás nos reconozcan y nos traten con el respeto y la deferencia que merecemos como personas.
La distinción entre identidad personal e identidad social es más bien de tipo epistémico. Quiero decir con esto que la persona tiene en cada momento una identidad concreta, aquella con la que los demás la reconocen. En algunos casos, esa identidad será personal, en otros casos será social. Podemos distinguirlas analíticamente pero no existen como algo separado en la persona.
La identidad personal no se comparte con nadie. Cada persona es única. Si quisiéramos utilizar una metáfora, diríamos que es como la cara de la persona. Cada persona tiene su cara que nos permite identificarla una vez que la conocemos. Pues bien, cada persona tiene su identidad personal, es algo que la hace irrepetible.
La identidad social se comparte con otros, generalmente con personas con las que uno mismo forma un grupo. La base de la identidad social es, por tanto, la pertenencia a grupos, y en la sociedad actual los grupos a los que las personas pertenecen son muy numerosos. Hay grupos de los que la persona no puede escapar, por así decir, su edad, su género, su nacionalidad, su familia, su religión, su trabajo (este último sería algo discutible). Son los grupos que se denominan de adscripción no voluntaria. Pero luego están los otros grupos: clubs deportivos, pandillas de amigos, las mafias, los grupos gangsteriles y delincuentes, las ONGs y un etcétera larguísimo e interminable. Estos grupos de adscripción voluntaria son muy importantes, aunque muchas personas creen que no. dan anclaje social a las personas.
A mi juicio, la identidad es necesaria para que funcione el vínculo social. El ser humano se constituye como humano precisamente por ser social. No hay ningún ser humano asocial, es decir, que no sea el resultado de un proceso de socialización y humanización. Hay múltiples casos que lo demuestran, entre los que destacan los de los llamados “niños salvajes”, que subsisten al margen de la sociedad humana como organismos pero que no tienen características humanas.
La identidad permite que los demás nos reconozcan como humanos y que contribuyan a crear y a mantener nuestra humanidad. Esa es su principal función, a mi juicio, aunque no la única, desde luego.
2.-¿Cómo podría haber evolucionado a lo largo del tiempo la identidad en el ser humano, teniendo presentes grandes cambios como las revoluciones neolíticas, industrial o recientemente la de las comunicaciones?
Es difícil decirlo. Difícil porque carecemos de los datos precisos. A mi juicio, que comparto con Caporael, la autora que ha estudiado más a fondo esta cuestión, tuvo que haber primero una fuerte identidad social que eclipsaba a la identidad personal o la minimizaba de forma severa. Quiero decir que en ese estadio anterior a la revolución neolítica, la identidad personal era menos importante que la social, en la medida en que la dependencia de la persona con respecto a su grupo fue o tuvo que ser más pronunciada en esas primeras etapas del desarrollo de la humanidad. A medida que se fue imponiendo lo que se llama la “aceleración” del tiempo histórico, es decir, a medida que los cambios sociales fueron creando una sociedad más dinámica y compleja, la identidad personal adquirió un mayor desarrollo y complejidad de modo que puede en la actualidad oponerse con cierto éxito a la identidad social. Con esto quiero decir que la persona puede afirmar su identidad personal frente al grupo, si eso es lo que desea o a lo que aspira. El grupo no tiene el poder cuasi omnímodo que tuvo en el pasado.
Para hacer estas afirmaciones, me apoyo en la evidencia histórica acumulada. Cada revolución de las que mencionas trajo consigo cambios importantes en la estructuración de la sociedad que a su vez impactaron en la forma de las relaciones entre personas. Cuando se leen los libros de historia, se aprecia esto claramente. Pensemos, por ejemplo, en lo que significó la revolución neolítica con los primeros esbozos de sedentarismo y los primeros intentos de cultivar la tierra: un cambio drástico en la organización social, una modificación de las relaciones entre personas, la creación de nuevos tipos de grupo y la alteración de las identidades. Esto está muy bien descrito en los trabajos de Caporael.
Y si en lugar de la revolución neolítica, nos centrásemos en el paso del Imperio Romano a la Alta Edad Media, veríamos algo parecido. Ir periodo a periodo sería muy pesado, pero N. Elias ha estudiado de forma muy precisa cómo han ido evolucionando las formas de sociabilidad en la era moderna, aproximadamente desde el final de la Edad Media. En la obra de este autor es posible encontrar algunas respuestas a la pregunta que planteas.
Las personas tienen en la actualidad múltiples identidades sociales y pueden jugar con ellas de forma estratégica, lo que les permite a su vez desarrollar mejor su identidad personal.
A la larga, los cambios sociales radicales que han sufrido las relaciones entre personas dentro de las sociedades cada vez más complejas han contribuido a una mayor independencia de la persona, o, al menos, a unas condiciones más favorables para esa identidad, aunque no todas las personas las aprovechen.
3.-En psicología social se han estudiado a fondo los grupos y sus relaciones entre sí. Últimamente se está empezando a abordar la cuestión de las redes sociales, tanto las que surgen gracias a las tecnologías de la información como las que siempre han existido, parece ser, de forma natural. ¿Qué nos dicen las redes de a identidad social; qué la identidad social de las redes?
Los cambios sociales siempre traen consigo novedades fascinantes. Si me permites que introduzca aquí una de mis anécdotas históricas favoritas, recordaré aquella famosa reunión de grandes capitalistas que en Estados Unidos tuvieron ocasión de reunirse para discutir si financiaban el invento que Edison les proponía y que no era ni más ni menos que el teléfono. Entre chistes y risas de estos capitalistas, uno tuvo la feliz idea de sugerir que ese invento les vendría muy bien a las mujeres porque así, para poder cotillear, no tendrían ni que salir de su casa (risas).
A mi juicio, las redes sociales crearán nuevas formas de identidad social, todavía por descubrir. No soy partidario de jugar a futurólogo. Lo que pienso es que efectivamente hay un juego de identidades. Los que apuestan por pertenecer al grupo de adelantados a su tiempo, los que intentan ir más allá de los grupos ya conocidos para crear nuevos grupos a través de una nueva tecnología, son los que van a crear nuevas identidades para las que, a lo mejor, no están preparados. Piensa en cómo Jobs con su invento del ordenador personal cambió la identidad de IBM, que se vio obligada a crear el PC para poder competir y cómo eso modificó toda la industria del ordenador, desde los grandes ejecutivos al sector de ventas pasando por los ingenieros.
4.-La biología evolucionista ha empezado a reconocer la importancia de los grupos en la evolución de las especies, pero lo ha hecho rodeando teorías erróneas sobre los grupos, que hablaban de que los individuos actuaban «por el bien de la especie». La Psicología Evolucionista y la Social están acercando posiciones. ¿Qué se aprecia en los grupos humanos de biológico, y por tanto susceptible de haber evolucionado, y qué hay en ellos de propiedad emergente exclusivamente social, y probablemente exclusivamente humano?
Esta pregunta incluye muchas preguntas anidadas. Para contestar, resulta necesario hacerlo de una en una.
Para empezar, creo que hay que subrayar que la biología evolucionista en general ha tendido a mirar de forma despectiva a la psicología, como si esta no existiese, no fuese necesaria o estuviese incapacitada para el trabajo científico. Es un reflejo del prejuicio reduccionista tan común entre los científicos. Por eso, cuando la biología evolucionista, como tú señalas, afirma que los individuos actúan por el bien de la especie, se sitúa fuera del pensamiento científico, porque esa afirmación es tautológica, no se basa en una investigación científica y resulta vacía de contenido. Es evidente que la biología no tiene herramientas para poner a prueba esa afirmación.
Me explico: ¿qué es el bien de la especie? ¿quién lo define? ¿quién sabe a ciencia cierta en qué consiste? Y si ese persona existiese, ¿cómo podría probar que el individuo actúa por el bien de la especie? ¿Cuál podría ser la prueba de esa afirmación? Me refiero, claro, a una prueba contundente, válida con respecto a algún criterio científico, como por ejemplo que existe una relación entre presión y volumen de un gas. Desde luego, los biólogos evolucionistas no han aportado ninguna prueba de este tipo de esa afirmación que citas (Los individuas actúaban ·por el bien de la especie».)
Cuando dices que la psicología evolucionista y la social están acercando posiciones, supongo que te das cuenta de que has dejado atrás a la biología evolucionista. Estoy de acuerdo contigo en que cada vez más la psicología evolucionista adopta un enfoque social. Ello no significa que se aproxime a la psicología social. Hay que tener en cuenta que la psicología social tiene unas teorías, unos modelos, unas investigaciones, una metodología y un conjunto de resultados que ya en la actualidad presentan una notable solidez. La psicología evolucionista no tiene en cuenta ninguno de estos contenidos de la psicología social. Su aproximación social no proviene, por tanto, de la psicología social sino que la va elaborando de manera oportunista en función de las necesidades teóricas que va descubriendo sobre la marcha.
Desafortunadamente, la psicología social tiene todavía menos interés por la psicología evolucionista. Debo confesar que esto es algo que escapa a mi comprensión. La psicología social necesita anclarse en la psicología evolucionista, pero no lo hace. Nunca he podido entender el desinterés de los grandes psicólogos sociales por la aportación de la psicología evolucionista.
En los grupos humanos, lo biológico es fundamental. La razón es que nuestro cerebro ha evolucionado de tal manera que está dotado para captar las intenciones y emociones de los otros que nos rodean y para conseguir que los otros hagan lo mismo con nosotros. Se ve claro en el caso de los autistas, en los que falla una determinada función cerebral debido a unos déficits en el cerebro que impide que sean capaces de captar las conductas de los demás hacia ellos. Estos déficits y sus consecuencias impiden que la persona autista pueda contactar con los demás, que pueda prestarles atención y desemboca en una discapacidad que llevaría a la persona al aislamiento social y a la muerte si no fuera por la protección que le brinda la familia.
Esto es claro en el libro de Darwin sobre la expresión de las emociones en los animales y en el hombre, y en la obra del seguidor de Darwin que fundó el Interaccionismo Simbólico (G. H. Mead). Esa capacidad de representar al otro simbólicamente y de representarse a uno mismo en el otro, esa capacidad de comunicación a través de los símbolos, verbales, no verbales, paralingüísticos, es la base de la formación de grupo y, por tanto, remite a una base biológica y neuronal.
Queda por contestar la pregunta de hasta qué punto el grupo humano ha evolucionado hasta llegar a sus versiones actuales como resultado de una evolución biológica. Se trata de una pregunta de gran interés para la que ahora mismo no tenemos respuesta.
Y ya para finalizar, me parece que lo que hay exclusivamente social y humano en el grupo humano es precisamente su capacidad para la deshumanización y la infrahumanización. Posiblemente en el grupo humano es donde encontramos esa capacidad para negarles a otros seres humanos su humanidad (deshumanización) o para rebajársela (infrahumanización). Volveremos a esto en la última pregunta.
5.-¿Qué es la categorización social? ¿Cómo se relaciona con la identidad social?
La categorización social es un proceso perceptivo básico que domina y controla la forma en que percibimos a los demás. No vamos a entrar ahora en su definición. Sencillamente diremos que sirve para hacer más rápida y económica la percepción de los demás. Consigue que no sea necesario conocer personalmente a alguien para saber (o suponer) cómo es y como debemos comportarnos con él o ella. Es decir, no percibimos a la persona A, a la que no conocemos, como una persona única e irrepetible, sino más bien como una persona que responde a las características de una determinada categoría: será, pongamos, mujer, de edad avanzada, pobre y discapacitada. De esta forma, podemos regular nuestra interacción con ella sin necesidad de conocerla personalmente.
La categorización es ubícua, es decir, es un proceso general y hegemónico en la percepción. Por supuesto, genera muchos errores, por simplificación, por sobreinclusión y por sobreexclusión. Pero tiene la ventaja de que es adaptativa. Ocurre de forma automática y es muy difícil incluso controlarla y evitar su influencia. Resulta prácticamente imposible olvidar que una persona pertenece a la comunidad musulmana aunque la conozcamos personalmente. La categoría “musulmán” se activará de forma automática en muchas ocasiones y escapará a nuestro control.
La categorización social es la base del grupo aunque, se debe insistir, en que se trata del grupo psicológico, el que interesa a la Psicología. No conviene olvidar que para los sociólogos el grupo es un conjunto de personas que comparten una característica sociológica importante, como la edad, el sexo, la profesión, la clase social, la nación y otras por el estilo. En cambio, en psicología, cuando se habla de grupo es para referirse a un conjunto de personas que comparten creencias, emociones y actúan de forma consensuada. Pues bien, sin categorización no hay grupo psicológico. En otras palabras, el grupo psicológico se crea cuando un conjunto de personas se categorizan consensuadamente como grupo y cada una de ellas se autocategoriza como miembro de ese grupo.
La relación entre categorización social e identidad social es muy estrecha. Digamos que la categorización social es anterior en el tiempo. Primero la persona debe categorizarse como miembro del grupo para poder pasar luego a identificarse con él. Para los psicólogos es muy sencillo: la categorización se enmarca dentro de la percepción mientras que la identidad remite a la motivación. Una persona puede categorizarse como miembro de grupo y, sin embargo, no identificarse con él. Esto sucede con las personas que recurren a operaciones de cirugía estética, por ejemplo: se saben feas y quieren huir del grupo de los feos. Pero es también el caso de los grupos nacionales que quieren dejar de pertenecer a una comunidad nacional más amplia de la que forman parte porque se les obliga (los escoceses y galeses en el Reino Unido, muchos flamencos en Bélgica, los lapones en Finlandia, y otros muchos que imaginas fácilmente).
Puede haber también casos, aunque menos, en los que una búsqueda intensa de una nueva identidad social genere una nueva categorización. Ocurre, por ejemplo, en los movimientos sociales, donde se trata de crear una nueva identidad de grupo que todavía no existe (ejemplo contemporáneo: los indignados). No puede haber categorización social porque el grupo no existe todavía, pero si a través de la acción social se genera una nueva identidad que antes no existía, entonces se crea un nuevo grupo que ya está disponible para sentar las bases de una nueva categorización. Como puedes ver, grupo y categorización van estrechamente unidos en un proceso muy dinámico, donde generalmente la categorización precede al grupo
6.-Richard Jenkins, en su libro sobre identidad social, expone las ideas de Rogers Brubaker, que viene a decir que la identidad social es un constructo teórico sin ningún sentiido, una reificación. Pero como señala Jenkins, la identidad social importa. ¿Podría decirnos por qué?
Según la definición del diccionario WEBSTER, reificar es tratar una abstracción como algo que existe sustancialmente, o como un objeto material concreto. Al introducir este término en la pregunta, el énfasis se desplaza de los procesos psicológicos que estudia la Psicología Social (sobre los que versan las otras preguntas) a la teoría del conocimiento.
En efecto, la reificación es un concepto filosófico, que se reserva para aquellos casos en los que algún pensador le otorga existencia real e independiente a un concepto sin tener una base suficiente para ello. Ejemplos clamorosos de reificación se han dado en la historia del pensamiento. Citaré dos de los más conocidos: en el romanticismo alemán se hablaba del “alma del pueblo” o Volksseele, que supuestamente existía fuera y por encima de las almas de las personas individuales de un determinado pueblo y que era una síntesis de las virtudes y características del pueblo en cuestión. Habría así un alma del pueblo alemán, pongamos por caso.
Otro ejemplo muy citado es el del “carácter naciona l”, según el cual cada nación tiene su carácter o temperamento peculiar y propio. Habría así un carácter nacional español (Menéndez Pidal lo describe sin dudar ni un momento: el español es sobrio, frugal, valiente, y así sucesivamente) y habría un carácter nacional ruso, holandés, en fin. Nunca nadie probó tal cosa y ni el Volkseele ni el carácter nacional alcanzaron en ciencia rango de entidad independiente con estatuto de existencia separada.
Podríamos citar otros casos, como el inconsciente colectivo de Jung, la noción de instinto en McDougall, las (supuestas) localizaciones cerebrales de Lombroso, el alma de las muchedumbres de Le Bon. ¿Habría que añadir a esta lista la identidad social? La respuesta a la pregunta es sencilla: los estudios psicosociales han mostrado la existencia de una identidad social distinta a la identidad personal, en escenarios naturales de estudios de campo y en escenarios artificiales de estudios de laboratorio. Sabemos cómo medir la identidad social, sabemos cómo activarla porque conocemos sus antecedentes, y sabemos las consecuencias que se derivan de su activación porque las podemos comparar con las consecuencias de su ausencia de activación. Así que cada uno juzgue si todo ello encaja con el concepto de reificación.
En general, es imposible que los conceptos clave de la Psicología Social estén reificados, porque los presupuestos metodológicos de la Psicología Social exigen que se puedan medir de forma válida todos sus conceptos centrales, y la identidad social lo es. Basta con leer los experimentos clave iniciales, como los de John C. Turner o los de S. Worchel, para caer en la cuenta de que la identidad social se mide y se manipula en esos estudios.
Otra cosa es que los autores que citas estén pensando en una identidad social diferente a la que estudiamos en Psicología Social. Es cierto que en ocasiones ha habido autores en el pensamiento o en la historia que utilizan este término en un sentido diferente al de la Psicología Social, como cuando se habla de la identidad social alemana, rusa o serbia. Ese término encubre algo muy diferente a lo que estudia la Psicología Social
7.-En nuestras modernas sociedades existe gran cantidad de grupos con intereses distintos y demasiadas veces contrapuestos. Las identidades sirven para unir, pero también para excluir y separar. Si la investigación demuestra, como parece hacerlo, que esa es nuestra naturaleza, ¿No deberíamos decir que más que social, en estás sociedades en la que estamos somos grupales y, con ello, en demasiados casos antisociales, al hacer prevalecer el interés de los grupos sobre los intereses que favorecerían el desarrollo de la sociedad humana como un todo?
Todo depende de qué entendamos por “social”. Este término es excesivamente ambiguo en nuestro lenguaje dado que está trufado de una gama muy amplia de significados que complican la comunicación entre los hablantes.
Detecto en la pregunta una deriva hacia un significado de “social” vinculado a la sociabilidad, a la armonía en las relaciones entre personas, como si para ser “social” hubiese que ser sociable. Pero mi punto de vista discrepa de esa equiparación social – sociable. Recuerdo en este sentido la famosa afirmación del gran filósofo García Calvo: “No vale preguntar qué es la guerra. La guerra es. No hay que preguntar por qué no hay paz, hay que preguntar por qué no hay guerra”.
En otras palabras, si queremos ser honestos con nosotros mismos, tendremos que admitir que la historia de la humanidad es la historia de las guerras. García Calvo tiene razón: el mundo que conocemos es producto de las guerras, valgan, sin ir más lejos, los ejemplos de las fronteras que actualmente existen y la distribución mundial de la riqueza, O preguntémonos cuál es la base de la actual hegemonía estadounidense, cómo se desmoronó el imperio otomano, …
La identidad social no es normativa. Prácticamente ningún concepto psicológico lo es. Quiero decir con esto que con respecto a cualquier concepto psicológico no vale la pena preguntar si es bueno o malo (en un sentido moral). La contestación siempre será “depende”. ¿El liderazgo es bueno o malo? Depende. Stalin y Hitler fueron grandes líderes para sus pueblos, pero al mismo tiempo nefastos. ¿Y la motivación? Depende. Con la motivación aprendemos mejor y más rápido, pero fueron personas con una elevada motivación los que generaron la actual crisis financiera. Podríamos seguir con otros conceptos psicológicos y llegaríamos a la misma conclusión.
Es cierto que las identidades que unen a muchas personas en un endogrupo las separan, por eso mismo, de otras que forman el exogrupo. Pero no es necesario ni inevitable que la relación de separación sea de enemistad. Dependerá de los valores del grupo. Los voluntarios de Cruz Roja se distinguen y separan de los accidentados de tráfico, pero no mantienen con ellos una relación de enemistad, sino todo lo contrario, de ayuda. Y lo mismo sucede entre profesores y alumnos, padres e hijos, viejos y jóvenes, hombres y mujeres. No es la identidad la que genera la guerra y la agresión, sino los valores que defiende cada grupo con el que se produce la identificación.
Dejo para la pregunta final una idea importante, incluida en la pregunta, en concreto, la idea de la prevalencia del interés de los grupos sobre los que favorecerían el desarrollo de la sociedad humana como un todo.
8.-¿En qué trabaja en estos momentos? ¿Cuál es el aspecto de nuestra Psicología Social que le resulta más misterioso y/o inquietante?
Descender al detalle de las investigaciones que tenemos en marcha en el momento presente el grupo de profesores que solemos colaborar en distintos proyectos resultaría un poco arrogante, dado que no sabemos si esas investigaciones nos llevarán a alguna conclusión de interés o se quedarán en nada.
Sí resulta posible, en cambio, señalar el marco general en el que se inscriben esas investigaciones, al menos por lo que a mí se refiere. Este marco general es la maldad humana. Y lo que me resulta misterioso e inquietante es que hasta el momento en Psicología Social se haya prestado tan escasa atención a este asunto. Se trata, a mi juicio, de un asunto central, y no sólo por razones humanitarias, que también, sino por razones estrictamente intelectuales.
La maldad humana es algo que salta a la vista en nuestra sociedad, por supuesto en las noticias dramáticas que presentan los medios de comunicación (genocidios, tortura, asesinatos en masa y otros por el estilo), pero sin olvidar el día a día, la cotidianeidad: casos de maltrato, acoso de distinto tipo, laboral, escolar, sexual, abuso psicológico e innumerables formas de humillación. Asistimos todos los días a acontecimientos que por su pura frecuencia logran incluso pasar desapercibidos.
Digo que la maldad humana plantea una cuestión intelectual importante porque entiendo que afecta al vínculo social, a lo que une a las personas entre sí, y de esa forma socava la base de lo humano. Ya señalé antes, en respuesta a otra pregunta, que el ser humano es constitutivamente social. Por lo tanto, la maldad, en la medida en que socava la base de lo humano, se orienta a la destrucción del vínculo social. No hay más que ver el grado tan profundo de destrucción de un ser humano que provoca la tortura.
Desafortunadamente, se ha propagado la creencia, detectable incluso en muchos científicos sociales, de que los actos menos graves de abuso psicológico o de maltrato no tienen consecuencias tan desastrosas como la tortura. Y ahí es donde, en mi opinión, está el problema que impide el estudio detallado de la maldad. Las consecuencias de esos actos “menores” de maldad son igualmente desastrosas, como lo prueban los estudios realizados, entre otros autores, por Cortina sobre el acoso sexual en el trabajo, el acoso laboral y lo que esta autora llama “conductas incívicas”.
La maldad se transparente de manera excelsa en la deshumanización y en la infrahumanización. El ser humano ha desarrollado una extraordinaria capacidad de reducir a los otros a mucho menos que animales (deshumanización) o a algo similar a los animales (infrahumanización). La deshumanización y la infrahumanización permiten a algunos seres humanos destruir a otros seres humanos sin tener que dar explicaciones ante otros o ante sí mismos.
Sólo recientemente psicólogos como Bandura y Staub, cada uno por su lado, han estudiado cómo es posible que seres humanos que deshumanizan sistemáticamente a otros se consideran a sí mismos personas humanas y decentes, buenas personas, en definitiva. Y, lo que es más llamativo, el grueso de la sociedad también los considera así. La maldad llama a las puertas de la Psicología Social, porque es una acción concertada, es una acción orquestada, donde el que la perpetra es un director de orquesta que dirige a muchos músicos que le ayudan a tocar su inhumana, su antisocial partitura.
Bueno, no son abundantes en nuestra sociedad impersonal y en cuanto a sacrificarse por un desconocido, PVL. La madre se pone por delante del predador (igual el padre) y mueren por salvar a su cría. Y los amigos y miembros de «hermandades» y grupos se dan apoyo mutuo en la lucha con otros grupos (también humanos). Lo más raro es el buen samaritano o el héroe por completo desinteresado (este último desde la selección natural resulta inconcebible).
Por otro lado sigo insistiendo en la sustancial y cualitativa diferencia y distancia en complejidad entre los grupos de peces y los de humanos. Es posible quizás establecer un paralelismo en cuanto a lo de buscar el centro del grupo. Los seres humanos buscamos el centro del grupo, el estátus, una posición dominante en la jerarquía, pero más bien por los recursos, porque predadores externos ya no nos quedan y solo el hombre es un lobo para el hombre.
Germánico: creo que la clave está explícita literalmente en este párrafo de tu propio comentario: «No es que sean abundantes los ejemplos de gente que sacrifique su vida por los demás». Por definición, los humanos que sacrifican su vida por los demás, son el equivalente a las sardinas que no buscan con ahínco la protección del centro del banco, y que justo por ello son los primeros en palmarla y por tanto no pueden abundar. Cuando era más joven (y por tanto mucho más ingenuo) y veía los documentales de los bancos de sardinas (o los de las manadas de hervíboros en África) siempre me surgía el mismo pensamiento: ¿por qué en vez de estar apelotonados no huye cada uno por su lado? ¿no sería más fácil escapar huyendo por separado que en manada? La realidad es que la única posibilidad de supervivencia de sardinas, ñus o humanos se encuentra permaneciendo dentro del grupo y siempre que los depredadores elijan a otro de los nuestros como comida.
Si, en ocasiones podemos comportarnos así, pero seguimos leyes más complejas y nuestros grupos también. Además nos gusta distinguirnos, aparte el hecho de que dentro del grupo la división de los trabajos genere mejores resultados para todos los miembros. Nuestros cerebros más complejos conllevan conductas más complejas. Nuestros cerebros sociales no están hechos para la supervivencia del yo a costa del grupo, sino para interrelacionarnos de forma óptima dentro del grupo y a favor del grupo. No es que sean abundantes los ejemplos de gente que sacrifique su vida por los demás, pero desde luego sí mucho mayores que entre las sardinas. Eso te puede dar una pista.
Lo curioso, PVL, es que tanto lo bueno como lo malo de nuestra naturaleza se manifiestan casi siempre debido a nuestra sensación de pertenencia a grupos, a nuestras identidades sociales. Pero creo que los grupos que hay en nuestra sociedad son cualitativamente distintos a los de las sardinas que forman un banco.
Germánico: quizás peque de reduccionista, pero en lo esencial, dentro de cada grupo humano, los individuos de media nos comportamos de manera muy parecida a las sardinas. Por ejemplo, parece (si mis lecturas y mi memoria no me engañan) que los movimientos del banco de sardinas está «dirigido» por una ley muy simple: cada sardina individualmente tiende a situarse en el centro del banco, y puesto que es materialmente imposible que eso pueda suceder, el movimiento del banco en su conjunto responde a la interacción entre las iniciativas individuales de las sardinas situadas en los bordes, (que son evidentemente las más expuestas a ser devoradas por los depredadores) por alcanzar una posición más protegida y las iniciativas individuales de las que ocupan posiciones más protegidas. Esto se traduce en el conocido movimiento de súbito y frenético torbellino que vemos en los documentales cuando el banco de sardinas está siendo atacado por los depredadores o en las sutiles y suaves deformaciones del mismo banco en momentos de calma. En ambos casos, la ley que sigue cada sardina es la misma: intenta estar rodeada del mayor nº de sardinas posibles, porque eso maximiza tus posibilidades de supervivencia. En términos de grupos humanos esa ley se enuncia así: «intenta comportarte como la mayoría de los de tu grupo».
Yo creo que más que malos o buenos somos egoístas, pero egoístas sociables. Otro estudio evidencia esta peculiaridad: Moriarty, 1975. En una playa de New York un tipo que tenía un transistor y estaba solo le pedía a otro bañista que le vigilara el aparato mientras se bañaba, en unos casos, y en otros simplemente se iba al agua a darse un chapuzón sin decir nada.Luego llegaba un colaborador del investigador (que había sido el que formulaba la petición de vigilancia) y cogía la radio. Pues bien: el 95% de aquellos a los que se les solicitó que vigilasen se lanzaron al ladrón a detenerle, mientras que sólo hizo lo propio un 20% de aquellos a los que no se les pidió nada.
Desde luego en este caso no ha cambiado el contexto, se ha producido una influencia. Pero lo interesante que revela es que nos suele importar un pepino el vecino, salvo que se nos haga visible creando un vínculo con nosotros (en este caso, sutilmente, un compromiso).
En cuanto a nuestra sociabilidad, es también limitada, pero de ello creo que se habla suficiente en el post, la frontera a veces difusa a veces perfectamente clara entre exo y endogrupo nos permite discriminar….¡a quién hay que discriminar y a quién no!
Germánico: Efectivamente, estoy completamente de acuerdo contigo en que lo que nos define como individuos es que somos egoístas sociales. Somos egoístas de la misma manera que los son el resto de organismos vivos, pero como animales sociales que también somos nos vemos obligados a acordar ciertas normas de comportamiento cuando interactuamos con los demás. En este sentido, el ejemplo ese que comentas del bañista es paradigmático: para unos animales sociales la situación es radicalmente diferente si el bañista ha solicitado que le cuiden sus pertenencias o no lo ha hecho. En el 1º caso se ha creado un vínculo que convierte al bañista en «uno de los míos» mientras que en el 2º caso el bañista es un perfecto desconocido y por tanto «no es de los míos». Es el equivalente (solo que más sofisticado y ampliado) al comportamiento de una manada de leones frente a un miembro de la manada o frente a un león extraño. Por cierto, estoy completamente seguro que si en vez de un bañista , es una bañista suficientemente atractriva, muchos hombres moverán (entre los que me incluyo) el culo por ella aunque no lo haya solicitado expresamente mientras que la mayoría de las mujeres no moverán un dedo y pensarán algo así como: «tu te lo has buscado, zorra». Por cierto, otra cualidad que tenemos en común con muchas otras especies, es que somos capaces de adaptar nuestro comportamiento a las circunstancias. Así la mayoría, seremos más cooperativos si nos movemos en un contexto en el que la cooperación sea la regla, y viceversa: nos comportaremos de manera más egoísta si el egoismo es la regla. Eso es lo que ponen de manifiesto todos los experimentos que se han citado y lo que pondrían de manifiesto los experimentos contrarios (es decir los que «fomentaran» el altruismo y la cooperación), que por cierto, no sé si se han realizado: ni más ni menos que estadísticamente, de media, tendemos a comportarnos exactamente igual que una sardina en un banco: más o menos como lo hacen los demás que nos rodean .
PVL, ¿Conoces los experimentos de
Ash, digo de Milgram (gracias Cara de Palo) sobre obediencia a la autoridad?Los de Ash son también interesantes en lo referente a la conformidad, la cual también puede relacionarse, en ocasiones, con la pasividad o aquiescencia de ciertas formas de violencia institucionalizada.
Hola Germánico: me suenan los experimentos que comentas, aunque no son temas que domine, ni mucho menos. Al respecto, te comento que evidentemente este tipo de experimentos son el equivalente científico y por tanto objetivo a la experiencia subjetiva personal de situarse delante del espejo y contemplarnos a nosotros mismos. La diferencia evidente, estriba en que los seres humanos no solo somos capaces de mentir a los demás sino que llegado el caso también somos muy buenos mintiéndonos a nosotros mismos. Ese es todo el supuesto misterio que se esconde detrás de la archiconocida y solo aparente contradicción de que un verdugo brutal y despiadado sea al mismo tiempo un padre o un espeso cariñoso y atento. Cuando hablamos de maldad, nos enfrentamos al mismo tipo de problema que cuando hablamos de inteligencia: creemos erróneamente que se trata de una cualidad, atributo o característica humana permanente (como ser alto, rubio o calvo) cuando en realidad solo tiene sentido hablar de maldad o inteligencia en función del contexto y del momento preciso. ¿Es inteligente un premio Nóbel de economía como Nash que durante gran parte de su vida vivió sumido en la sinrazón de la más profunda esquizofrenia? ¿Es malvado un prisionero de un campo de concentración que acepta ser kapo? ¿Las decisiones de Stalin eran dictadas por la maldad, por la inteligencia, por ambas, por ninguna etc, etc? Básicamente contra lo que yo me revelo es contra el reduccionismo que subyace a buena parte del pensamiento politicamente correcto actual, que está fundamentado en una serie de clichés o dogmas de carácter izquierdista (o marxista) de la misma manera en que hace 100 años eran los clichés y dogmas religioso-cristianos los que impregnaban todo lo socialmente correcto. Uno de estos clichés izquierdistas que más daño han producido es la sandez esa de que «el hombre es bueno por naturaleza» y que por lo tanto la maldad humana es algo que se puede «tratar» y «erradicar» con los medios adecuados: igualdad, justicia, educación, etc, etc (que en la mayoría de los casos, en la práctica se han demostrado aún más malvados que las maldades que pretendían corregir). Por ello creo muy saludable que al igual que sucedió con el tabú de que el hombre «viene del mono, se pueda reconocer y estudiar abiertamente la maldad como una característica congénita al ser humano: en el mismo plano de igualdad que la inteligencia, la empatía o el egoísmo. En otras palabras, entre muchas otras cosas, la maldad es una característica que nos diferencia a los humanos del resto de los seres vivos y a mí me interesa en la misma medida que todas las demás cualidades que nos identifican como especie y como individuos.
Por lo que he podido comprobar, la idea, tan roussoniana, de la natural bondad del ser humano no es solo un cliché izquierdista. Stefan Molineux, el creador de Freedomain Radio, y uno de cuyos vídeos hemos visto aquí hace unos días, también sostiene ese cliché, desde un punto de vista libertario de inspiración randiana.
Esa idea viene además acompañada de la maldad implícita de un reducido grupo de escogidos para la maldad, los instigadores de los conflictos, los que poseen la caja de Pandora, los conspiradores contra la armonía societal. El hombre es bueno por naturaleza, luego tiene que haber hombres malos por naturaleza que le corrompen. La teoría de la conspiración y sus contradicciones insalvables.
Oh, Dios mío, ¿no será una dialéctica social marxista?
Quién no haya deseado jamás la muerte de nadie…¡qué tire la primera piedra!!!
Muy interesante el art.: en especial los últimos párrafos dedicados a la maldad humana, que es uno de los grandes tabús del pensamiento. La maldad nos pone como individuos frente a un espejo, y al menos yo, lo que veo en el espejo cuando me miro es un individuo que a veces es malvado. Veo a un individuo, que soy yo, que a veces ha deseado incluso la muerte de otros individuos (y no solo a esos que considero mis «enemigos») y que se pregunta: ¿soy un monstruo por sentir lo que siento?, ¿sienten las demás personas «normales» (tan normales como yo mismo) lo mismo que yo en ciertas ocasiones? etc, etc. La respuesta a la que he llegado (a un tiempo tranquilizadora y preocupante) es que efectivamente los «demás» no son ni más menos malvados que yo mismo. Básicamente depende del contexto y de las circunstancias, el que los comportamientos y pensamientos malvados salgan a relucir o por el contrario permanezcan ocultos en nuestros cerebros.
Aunque bien pensado no me gusta la terminología que he usado. No se trata de feminismos ni machismos, sino de violencia psicológica y física, y las diferencias entre sexos por lo que a ella se refiere. Otra cosa es la política que se haga con ello.
Cada sexo tiene sus armas, Pablo. En efecto las mujeres raramente usan la violencia explícita porque saldrían por lo general muy mal paradas, pero para la psicológica son muy buenas, y pueden poner fácilmente a un hombre contra otro, si es preciso. Yo pienso que en el feminismo se han cometido excesos, pero se han pasado más por alto que los cometidos por el machismo, quizás por ser menos sanguinolentos, menos conspicuos, menos evidentes.
Las mujeres no recurren únicamente a la violencia psicológica. No obstante, la violencia física es diferente según los sexos. Las mujeres, a diferencia de los varones, recurren a ella casi exclusivamente en el ámbito doméstico, normalmente contra su pareja (a veces también contra sus hijos). En este blog hay información muy abundante, con referencias a cientos de estudios académicos, que desmontan el mito de la «violencia de género».
Estoy muy de acuerdo con lo que dice Pablo el Herrero. Sobre ese tema habría mucho que hablar, porque me da la impresión de que hay poco debate en la sociedad sobre el tema de la «ideología de género», que es la doctrina más o menos oficial del moderno feminismo, o lo que él llama «hembrismo», y que está prácticamente institucionalizada en muchos países, generando multitud de efectos perversos.
En cuanto a la maldad humana en general, hay dos experimentos que marcaron un antes y un después en el conocimiento del tema, y que arrojaron conclusiones poco alentadoras. Me refiero al Experimento de Milgram y al Experimento de la cárcel de Stanford.
Del de la cárcel de Stanford ha habido réplicas y críticas, de algunas de las cuales hablamos en este blog, precisamente formuladas a partir del enfoque que relaciona la identidad social con el liderazgo. Ver entrevista a Alex Haslam. También comentan este asunto en detalle, Haslam y sus colaboradores, en el libro sobre el liderazgo coordinado por Morales.
Muy bueno el artículo. Sobre todo en lo que refiere a sus conceptos de “deshumanización” e”infrahumanización”. Tal vez en el desarrollo de estos dos conceptos J. Francisco Morales, sea uno de los autores que más los ha enriquecido, unido a su interés por abrir a las ciencias sociales su interés porque se investigue “la maldad humana”.
Sólo una critica a este autor: su concepto sexista (de carácter hembrista) a la hora de estudiar la maldad humana. Es cansino en los autores sociales interesados en profundizar en la maldad humana, su tendencia a infravalorar, cuando no a ocultar, las formas femeninas de “deshumanización” e”infrahumanización” típicamente femeninas desde los orígenes de la propia especie humana. El que dicha maldad humana sea menos visible, no quiere decir que sea menos cruel. Es más, me atrevo a afirmar que la visibilidad de la maldad masculina es directamente proporcional a la consentida maldad femenina de esas sociedades.
Un caso claro es el que estamos viviendo con la violencia institucional feminista que se ejerce por parte de la mujer con sus hijos y los padres de sus hijos en el ámbito doméstico. Esa violencia institucional, social, política y jurídica contra el varón y sus hijos, es la causa fundamental de todos los llamados “asesinatos de género” (maldad real y tortura legal que no ha hecho más que aumentar las muertes de hombres y mujeres por tal causa.
Esa violencia consentida de las mujeres a los hombres en el ámbito de lo doméstico, no solamente tiene efectos de tortura y la viven esos padres separados y sus hijos, también está generando efectos sociales perversos en las relaciones sociales entre hombres y mujeres (de desconfianza afectiva hacia ellas, pues los hombres pueden perder sus hijos y sus patrimonios), en las demografías nacionales (el aborto nunca es la destrucción de una vida humana y nunca por ello es culpable la mujer); en los ámbitos del trabajo (la llamada “discriminación positiva” ha generado y sigue generando en el ámbito del trabajo por parte de las mujeres el “acoso laboral masculino”, claro ésta, que las mujeres sólo ejercitan dicho “acoso laboral masculino” en los trabajos de nulo riesgo laboral, en los de alto riesgo, no quieren “discriminación positiva” ).
Repito, la única crítica que le hago a J. Francisco Morales es su sesgo hembrista a la hora de profundizar científicamente en la “maldad humana”.
Pablo el herrero