De nuestros sentidos, el del olfato es el que tiene un acceso más directo a la mente. Aunque las apariencias de la vista nos engañen con su profusa imaginería, el recorrido que va de la retina al lóbulo occipital, en la parte trasera del cerebro, está lleno de estaciones de relevo y reprocesamiento, y las imágenes que nos formamos del mundo son claramente una construcción mental muy elaborada. Más primitivo pero más directo, el olfato nos trae los mensajeros químicos alados de nuestro entorno a las fosas nasales, y su contacto con receptores de membrana específicos conduce los mensajes directamente al cerebro olfatorio.
Los dioses del Olimpo tenían a Hermes para avisarles de la llegada de los Titanes, los humanos, de menor categoría porque hemos tenido que evolucionar, en lugar de ser eternos, tenemos que conformarnos con nuestra nariz para saber si algo malo se aproxima a nuestra boca, el lugar de entrada de muchas invasiones bacterianas (nada titánicas pero igualmente devastadoras) o si se aproxima al cuerpo en su conjunto, como unidad de supervivencia, algún enemigo no visible ni audible, por las circunstancias. Es curioso que se utilicen las expresiones «algo me huele e mal» o «aquí me huele a chamusquina» cuando uno no tiene ante sus sentidos evidencias conscientes y nítidamente discernibles de peligro, pero sabe o cree saber que lo hay.
El sentido del olfato es, junto con el del gusto, un sentido químico. Las moléculas odorantes que se desprenden de los cuerpos de otros organismos o de una combustión (bioquímica o incendiaria) llegan volando para avisarnos, encajando como llaves en la cerradura de los receptores de la nariz y abriendo las puertas de la percepción al peligro o fuente de alimento y placer que estén cercanos, pero no todavía lo suficiente.
Tantas sean las moléculas iguales flotando en el aire circundante a nosotros, tanta mayor la probabilidad de activación de nuestro sentido del olfato y de la detección de la amenaza o la oportunidad biológicas. Si son muchas, por lo general, no sólo nos enteramos de la presencia del olor, sino que además puede llegar a resultarnos desagradable (aunque no lo sea, per se, de ahí la frase popular «las buenas esencias en frascos pequeños», o ¿Quién no ha oído/olido alguna vez un «¡¡Apesta a colonia!!!). Al menos eso nos comenta Rachel Herz, de la Universidad de Brown, científica experta en el sistema olfativo, a la que hemos tenido la oportunidad de entrevistar para La Nueva Ilustración Evolucionista. Muchas de sus respuestas contradicen suposiciones inherentes a nuestras preguntas, lo cual no deja de ser científicamente satisfactorio. A mí en particular me huele bien.
Nosotros, los humanos, hemos perdido capacidad de olfación en detrimento de nuestro mundo de colores visual. Se trata de una adaptación a la vida arborícola, probablemente. Es bueno distinguir una manzana roja sobre el fondo verde, aunque sea el fruto del árbol del conocimiento que nos hizo caer de los árboles y nos obligó a caminar y recorrer la tierra, multiplicarnos y dominar el mundo.
Rachel Herz tiene sus miras (o quizás debiera decir su olfato) puestos más allá de la olfacción pero de momento va a deleitar a los lectores de habla inglesa con un libro que seguro estará lleno de evidencias contraintuitivas y conocimientos más que deleitantes sobre el asco. That’s Disgusting!, o sea, ¡Esto es asqueroso!, sin duda será una fuente de información sana y segura sobre cómo procesamos y reaccionamos emocionalmente a y ante los olores que nos desagradan, y estará disponible a partir del 23 de Enero en EEUU (confío en que sea traducido al castellano pronto).
La Profesora Herz ha tenido la inmensa amabilidad de respondernos unas preguntas, cuya formulación fue puesta en un correcto inglés por José Miguel Guardia, autor de Barcepundit. El original de la entrevista en inglés lo pueden leer en La Nueva Ilustración Evolucionista.
1 .- ¿Cómo desarrollamos nuestros gustos y aversiones olfativos? ¿Qué hay de innato y qué de adquirido en el sentido del olfato?
A mi juicio, y con las salvedades de las que trataré más adelante, todas nuestras preferencias y aversiones olfativas son aprendidas. Se aprenden en especial con la primera experiencia que tenemos con el olor y las emociones asociadas. Esto es, si cierto aroma nos agrada es porque aprendimos que significaba algo positivo o fuimos expuestos a él por primera vez durante una experiencia positiva. Por contra, si cierto olor nos desagrada, o hemos aprendido que es negativo, o lo hemos experimentado durante un evento desagradable. Es importante destacar que, debido a que las reacciones hedónicas a los olores son aprendidas, existen grandes diferencias individuales y culturales. Por ejemplo, en Japón el natto es uno de los alimentos favoritos para el desayuno, pero no conozco a un occidental que se atreva a comerlo, y eso se debe a su olor.
En contraste, a los occidentales les encanta por lo general comer queso, pero los asiáticos lo consideran algo totalmente repugnante. Si hablamos de diferencias individuales, una mujer me confesó una vez que odiaba el olor de las rosas, porque la primera vez que olió una rosa fue en el funeral de su madre. Y a mi me gusta el olor de la mofeta (que desagrada a la mayoría de la gente en Norteamérica), porque fui expuesta a él por primera vez en un ambiente muy positivo y nunca se me dijo que supuestamente era un mal olor. A la mayoría de las otras personas de Norteamérica se les enseña que la mofeta tiene un «mal olor», a menudo antes de que hayan tenido ninguna experiencia con esta, así que cuando ellos son expuestos a su olor lo categorizan -significándolo como malo. Disponemos de una reacción innata en nuestras sensaciones olfativas, pero no es por el olor de una sustancia química olorosa, sino por como es sentida. Es decir, las sensaciones de frío o calor que pueden acompañar al olor. Sin embargo, la sensación de frío o calor no tiene nada que ver con el sistema olfativo. Más bien es una respuesta mediada por el sistema de sensibilidad al dolor del rostro -el sistema trigémino. Si un olor activa fuertemente el sistema trigémino, como el del amoniaco, dicho olor, literalmente, será «doloroso» para el olfato y dado que el dolor es algo innatamente malo, los olores que sean irritantes trigeminales suelen ser «innatamente» desagradables. El número de receptores olfativos particulares que expresa una persona puede también influir en su gusto por un determinado olor porque un mayor número de receptores implica la percepción de un olor más intenso. Con todos los estímulos, los fuertes son menos placenteros que los moderados, de modo que los olores fuertes tienden a ser percibidos como menos placenteros que los mismos olores con una menor intensidad. Esto significa que las personas que expresan más receptores de un tipo particular pueden estar predispuestas a encontrar algunos olores desagradables porque inherentemente los perciben como «demasiado fuertes».
Sin embargo, a pesar de que la variación genética en la expresión del receptor puede contribuir a la predisposición del recién nacido hacia ciertos olores, dado que no existe una regularidad entre las personas, tanto en la expresión de receptores como en el modo en que el aprendizaje y otros factores pueden mediar las respuestas, no existe una respuesta verdaderamente innata en el sentido del olfato.
2.-En la historia evolutiva, el cerebro y sentido olfativos parecen preceder a otras regiones del cerebro y a otros sentidos. ¿Cuál cree que es la explicación de esta prioridad?
Hay varias maneras de responder a esta pregunta. Primero, el sistema olfativo está regido por una parte muy primitiva del cerebro, la primera en evolucionar en los vertebrados (el paleocortex). También la función básica del sistema olfativo es primitiva – La de proporcionar información para la supervivencia para la aproximación y para la evitación de estímulos químicos de nuestro entorno (por ejemplo, aproximarse a este olor porque indica alimentos, y evitar aquel otro que indica veneno) Llama la atención el hecho de que el área del cerebro que originalmente se dedicaba a la sensibilidad química evolucionara después para convertirse en el área en la que se procesan las emociones (el sistema límbico, en especial la amígdala). Esto es importante porque emoción y el olfato proporcionan fundamentalmente el mismo tipo de información de acercamiento-evitación; las emociones positivas promueven el acercmiento, mientras que las negativas nos mueven a la evitación o al enfrentamiento. El hecho de que el mismo tejido neuronal que se dedicaba a procesar los estímulos químicos haya evolucionado hasta convertirse en el lugar donde miedo, alegría, amor y odio se procesan me sugiere que de no haber tenido un sentido del olfato no habríamos podido experimentar emociones. Otro punto interesante es que la nueva investigación paleontológica ha puesto de manifiesto que la evolución del cerebro de los mamíferos se precipitó a causa de un aumento en la capacidad olfativa. Es decir, las primeras estructuras que aumentaron en tamaño y complejidad en el cerebro de los mamíferos fueron las asociadas con la olfacción. Se teoriza que este aumento en la capacidad olfativa permitió a nuestros predecesores de hace 200 millones cazar por la noche, lo que les dio la ventaja evolutiva que necesitaban para desarrollar aún más los cerebros y eventualmente evolucionar hasta los actuales. Irónicamente, en la posterior evolución primate, con los éxitos de cerebros muy grandes, las ventajas olfativas fueron suplantadas por las de la visión. Alrededor del 65% de los receptores olfativos humanos son pseudogenes no funcionales. Las especies primates del Viejo Mundo, tales como los gorilas o los monos rhesus tienen asimismo una proporción relativamente alta de pseudogenes para receptores olfativos (30%), pero la mayoría de las especies del Nuevo Mundo (por ejemplo los monos ardilla) tienen una proporción menor (en torno al 18%). La única excepción del Nuevo Mundo es el mono aullador, que también tiene en torno al 30% de pseudogenes de receptores olfativos. Resulta que el mono aullador tiene algo en común con los primates del Viejo Mundo, algo de lo que los otros monos del Nuevo Mundo no disponen: la visión de color tricromática. Es por ello que se ha sugerido que, dado que el tamaño del cerebro se ve funcionalmente limitado por el tamaño del cráneo, para poder liberar el necesario espacio para que nuestros ancestros evolucionaran herramientas de análisis visual, podría haberse disminuido la habilidad para analizar los olores detectados con ciertos genes de receptores olfatorios, volviéndose estos entonces pseudogenes. Por ello se ha sugerido que debido a que el tamaño del cerebro está funcionalmente limitado por el tamaño del cráneo, para que se liberase el espacio necesario para que nuestros ancestros evolucionaran las herramientas de análisis visual, pudo haberse disminuido la capacidad de analizar los olores detectados por los receptores expresados por determinados genes, volviéndose estos últimos finalmente pseudogenes. En resumen, parece que la que la primacía del olfato está en la base de las funciones más complejas y vitales del cerebro humano: nuestras emociones y nuestra capacidad de análisis visual.
3.-Los recuerdos parecen surgir fácilmente a través de los olores, pero sobre todo los de períodos de tiempos lejanos. ¿Cuál es el papel del olfato en los recuerdos?
Los olores llegan a estar muy estrechamente ligados a las primeras experiencias a las que se asocian, y una vez asociados es muy difícil deshacer esa asociación y asociar el olor a alguna otra cosa. . Esta característica de la memoria olfativa, llamada interferencia proactiva, se diferencia de la de las procesadas a través de nuestros otros sentidos dónde las nuevas experiencias fácilmente se reescriben sobre las viejas. La interferencia proactiva se debe a que las memorias que evocamos con los olores tienden a ser del principio de la vida -época en la cual experimentamos esos olores. Más aún, debido a que un olor puede ser altamente distintivo y potencialmente encontrarse solamente en circunstancias muy concretas, es posible que ciertos olores sean capaces de suscitar recuerdos de eventos que de otra manera nunca hubieran sido recordados. Es decir, un olor puede desbloquear una memoria cuya única «etiqueta mental» es dicho olor porque su aroma sólo puede encontrarse en esa situación particular, mientras que las versiones visuales o verbales de la misma señal se multiplican en varias repeticiones de eventos similares. Por ejemplo, en el famoso recuerdo de Proust de la tila con magdalenas, él admitía que había visto numerosas magdalenas y había tomado muchas infusiones en el ínterin, pero que nunca había tomado una tila y unas magdalenas juntas así desde su infancia en Combray. En otras palabras, debido a la redundancia e interferencia de múltiples experiencias, las representaciones visuales y verbales señalizadoras perdieron su eficacia para desencadenar el recuerdo de un episodio particular. Por contra, la resistencia a la sobreescritura (interferencia proactiva) y la elevada distintividad de ciertos aromas pueden combinarse para hacer que los olores se fijen fiel y directamente a una memoria particular como ningún otro indicador puede.
4.-El sistema olfativo está estrechamente ligado a las feromonas. R. Douglas Fields ha descubierto recientemente lo que llamó nervio craneal cero, asociada con el órgano vomeronasal y con la detección de feromonas. Varios estudios, incluidos los dirigidos por usted, muestran como se transmiten estados de ánimo a través del olor del sudor de otras personas, teniendo una enorme influencia qué estado de ánimo tuviera el sujeto que sudaba. ¿Cómo nos comunicamos entre nosotros a través de los olores?
Las feromonas son un tema muy controvertido y ninguno de mis experimentos versa sobre estados de ánimo y olores del sudor. Más bien, mi investigación ha demostrado que el olor corporal (no las feromonas) es extremadamente importante en la atracción de pareja, especialmente para las mujeres. Hemos descubierto que para la mujer el cómo huela un hombre se sitúa como la principal característica física de atracción, o falta de atracción, hacia él; y que un hombre que huela especialmente bien es preferido a otro que tenga una muy buena apariencia. .Los investigadores que han estudiado los mecanismos que subyacen estas preferencias han demostrado que la atracción por el olor corporal está basada en la compatibilidad en la genética del sistema inmunológico. Cuanto más diferentes sean el hombre y la mujer (hasta cierto punto) en los genes del sistema inmune, más atractivo encontrará la mujer el olor corporal natural del hombre. Esto es biológicamente ventajoso, porque implica que un niño que sea concebido entre ellos estará protegido contra una gama más amplia de enfermedades y será con poca probabilidad heredero de rasgos inmunológicos negativos. Sin embargo, esta preferencia por un olor corporal «diferente» sólo es válida para las mujeres que no usan anticonceptivos hormonales. Las mujeres que usan píldoras anticonceptivas muestran preferencia por el olor corporal de los hombres que son más inmunológicamente similares a ellas, lo cual no es biológicamente óptimo. Se sugiere que esto se debe a que la píldora imita hormonalmente el estado de embarazo y hace que estas mujeres estén predispuestas a buscar hombres que les ayuden y protejan -tales como miembros de la familia – mientras se encuentran en este estado vulnerable. De acuerdo con esta explicación, parece más probable que evitar el olor de la «familia» esté detrás de las preferencias de atracción sexual dentro del ciclo natural de las mujeres. Los experimentos con roedores han puesto de manifiesto que la preferencia por machos «desconocidos», tanto si está genéticamente relacionado como si no, es lo que determina la atracción de pareja basada en los olores. De forma similar, otras líneas de investigación han demostrado que individuos no relacionados que fueron criaron juntos, casi nunca se casan o se sienten atraídos sexualmente unos por otros. En otras palabras, no queremos emparejarnos con la familia, y el olor corporal es una muy poderosa señal interruptora para esto. Los hombres también se ven influenciados por como huele una mujer, pero no tanto como por su apariencia. Esta importante diferencia entre el olfato y la visión para hombres y mujeres se debe a los diferentes objetivos y desafíos reproductivos a los que hace frente cada sexo.
5 .- ¿Podríamos argumentar razonablemente que el sistema olfativo trabaja en alto grado a nivel inconsciente?
No creo que el sistema olfativo opere inconscientemente. Para poder tener una respuesta a un olor necesitamos que nos sea posible percibirlo conscientemente. Es decir, los olores tienen que estar en el nivel de detección física (o uno superior) para que podamos reaccionar a ellos. No nos pueden afectar olores subliminales. Sin embargo, el caso es que la atención altera bastante lo bien que podamos percibir un olor. Si la atención se centra en oler o en la posible presencia de un olor determinado, nuestra capacidad de percibir olores se intensifica mucho – a veces tanto que podemos llegar a creer que olemos algo que realmente no está realmente ahí. Por el contrario, si no prestamos ninguna atención a la presencia de olores, un olor puede pasar desapercibido lo cual no significa que no haya sido percibido. De igual modo, si no reconocemos un olor por no sernos este familiar o no tenerlo etiquetado, podemos negar estar oliéndolo. Aunque si nos informa de qué es el aroma desconocido, nos damos cuenta de que podemos detectarlo. Así pues, aunque puede que no estemos atentos a un olor presente ante nosotros, si está en el nivel de detección puede tener la capacidad de influirnos, pero si no es conscientemente percibido no podrá hacerlo.
6.-En un reciente estudio realizado por el neurocientífico español Julio González, de la Universidad Jaume I de Castellón, en colaboración con el neurocientífico Inglés Friedeman Pülvermuller, de la Universidad de Cambridge, descubrieron, investigando el lenguaje, no el olfato, algo realmente interesante. Permítanme que reproduzca las palabras del científico español: hemos descubierto que al leer palabras como “canela”, “ajo”, o “jazmín” se activan parte de las estructuras cerebrales que procesan los olores reales, como el córtex piriforme y otras. Y al leer “sal” o “paella”, intervienen algunas estructuras del gusto, como la ínsula y zonas operculares. Parece que esta información de bajo nivel (sensorial) se incorpora y forma parte de la representación neural de las palabras y sus significados. ¿Qué le sugieren estos descubrimientos?
Se trata de un hallazgo muy interesante, ya que sugiere que algún tipo de imágenes olfativas y gustativas se activan con la lectura de palabras relacionadas con el olfato y el gusto. . La razón que lo hace tan interesante es porque otros trabajos con neuroimagen han mostrado que la capacidad de captar imágenes de olores es muy deficiente. Hay muestras de imágenes tomadas a través de la superposición de activaciones neurales entre percepciones y representaciones mentales en la visión, la audición y en menor medida en el tacto (temblores, hormigueos, miembros fantasma), y el gusto (la reacción de salivación a lo amargo). Sin embargo, en el olfato, estudios similares indican que el grado de solapamiento entre sentir un olor y la «imagen» es mucho más débil. Dicho esto, la investigación más reciente con fMRI sugiere que aunque las imágenes mentales de olores entre la gente común son poco frecuentes, los expertos en olores, como los perfumistas pueden ser capaces de adquirir la capacidad de formar imagen de los olores con el debido entrenamiento. Jane Plailly y sus colegas en Francia demostraron que entre los profesionales de los perfumes, una gran práctica con el olfato estaba asociada con una reorganización funcional de las áreas del cerebro involucradas en las primeras etapas del procesamiento olfativo – la corteza piriforme posterior, la corteza orbitofrontal y el hipocampo-mientras trataban de crear imágenes mentales de los olores.. Paradójicamente, sin embargo, la actividad vista en estas estructuras cerebrales se correlacionó negativamente con la experiencia. Los hallazgos de González y Pülvermuller y los de Plailly y sus colegas son a la vez curioso y tentadores, y estoy muy impaciente por ver más investigaciones en este campo – sobre todo de experimentos de neuroimagen que comparen directamente a expertos de la olfación con los no expertos.
7.-¿En qué trabaja ahora? ¿Qué misterio desearía desvelar?
Empiezo a alejarse del estudio de olfato per se, para explorar nuestras emociones y motivaciones en general y cómo están vinculadas a las características sensoriales del olfato y el gusto. Recientemente he estado investigando el sentido del gusto y su relación con la emoción del asco, y acabo de finalizar la escritura de un libro sobre el asco: That’s Disgusting (Esto es asqueroso) (que se publicará el 23 enero del 2012) en el que se explora cómo la sociedad, la cultura, la neurobiología y la evolución se entretejen para dar forma a nuestra excepcionalmente personal experiencia de dicha emoción. Siempre me ha interesado la interacción entre la biología y la psicología y con qué giros y vueltas, diferentes en cada uno de nosotros, nos hacen ser quienes somos. Y desearía descubrir los secretos que motivan nuestras pasiones, especialmente todas las que están en el centro de nuestras mayores guías de supervivencia y respuestas sensoriales, y las formas en las que nos las representamos o las resistimos.
Creo que cada vez que la Esteban abra su bocaza en Sálvame de Luxe, expelerá la halitosis a todos los espectadores, lo cual incrementará la audiciencia, estiman los expertos, en un 10 %.
Ese emisor de olores se utilizaría por Telecinco para retrasmitir en toda su crudeza las diarreas de los habitantes de la casa de GH. Y la gente estaría encantada. Lo que confirma lo de que los olores no son malos ni buenos, sino que se asocian a alguna experiencia. Hay tantas moscas en este país, que seguro que la mierda huele bien
Suerte que tienes tú de poder rememorar un olor. Yo soy incapaz. Sólo si lo huelo lo recuerdo. De hecho creía que no se podía recordar, pero es una chorrada, obviamente, porque en alguna parte del cerebro queda registrado si es después reconocido. Reconocer es recordar.
Esas tecnologías de las que hablas las desconozco. A ver si pasa por aquí algún sabio del tema y nos ilustra a ambos (sobre todo a mi).
Aún recuerdo con nitidez el olor/sabor de un jarabe que tomé de niño. Concretamente el Lombripur, para eliminar las lombrices.
No he vuelto a olerlo jamás, pero estoy seguro que en una cata de olores lo identificaría perfectamente.
Tambien recuerdo el maravilloso olor corporal de mi primera novia. Es lo más real que me quedó de ella. Nostalgia…
Una pregunta: ¿tenéis alguna experiencia con los emisores de olores? Hace años Digiscent desarrolló un periférico de ordenador para sintetizar olores.
http://www.wired.com/wired/archive/7.11/digiscent.html
La idea era añadir olores a los multimedia actuales (video+sonido). Creo que la compañia quebró.
¿Es posible sintetizar los olores, como el sonido o la visión?
Cara de Palo, te veo muy Houellebecquiano. Como sigas así vas a fundar una secta científica.
Yo no creo que la naturaleza sacrifique la felicidad del individuo por el bien de la especie. Eso entraría, a mi juicio, en las viejas concepciones de selección de grupo que la idea de gen egoísta hasta cierto punto refutó. Por supuesto la naturaleza no se preocupa por nada, eso ya lo sabemos todos, al menos -¡qué sepamos! Pero si procura hacer personas adaptadas a su medio, y la felicidad y el dolor son solamente un señuelo y un indicador de la selección natural. No creo además que podamos cambiarnos -al menos no en mucho tiempo- sin dar al traste con un montón de cosas. Algunos se pondrán a tocar una tecla, otros otra, pero serán como los monos esos que tocando teclas de una máquina de escribir aleatoriamente no llegan a escribir nunca el Quijote. Aunque no seamos de una complejidad irreducible, como sugieren Michael Behe y su secta del Diseño, si somos lo suficientemente complejos a nivel bioquímico para que sea factible hacer intervenciones eficaces para lograr, por ejemplo, eliminar un indicador tan bueno o convertir en permanente un mero señuelo.
Naturalmente, para que la cosa fuera eficaz, no serviría una mera descripción del olor, sino una secuencia de código genético, obtenida a partir de una muestra de ADN. En realidad, ya no se trataría de emparejar a las personas por el olor, sino directamente por su sistema inmunológico (del cual, el olor corporal es una simple manifestación exterior). Siguiendo ese criterio, la atracción mutua estaría casi asegurada. Se necesitaría un conocimiento muy avanzado de los genes relacionados con el sistema inmunológico, unos algoritmos que comparasen y emparejasen de manera automática a partir de la información genética aportada por los clientes, y un buen equipo de abogados especializados en temas de bioética que sorteasen los problemas legales que todo esto podría conllevar.
Sin embargo, tengo que añadir que la compatibilidad biológica no significa necesariamente compatibilidad de personalidades. A menudo, dos personas que se atraen mutuamente de un modo irresistible están condenadas a vivir una relación de amor-odio, porque sus respectivos caracteres psicológicos son incompatibles. Puede que tengan hijos muy sanos y hermosos, pero no formarán una pareja feliz y estable. También puede suceder lo contrario: dos personas con gran afinidad, unidas por la amistad y el cariño, con caracteres muy compatibles, pueden acabar engendrando una descendencia débil.
La naturaleza sacrifica la felicidad del individuo por el bien de la especie. De nosotros depende seguir el dictado de la naturaleza, dejándonos llevar por los impulsos, y arriesgándonos a una vida infeliz; o renegar de ella, del bien de la especie, de la calidad genética de nuestra descendencia, y apostar por nuestra felicidad personal, alejándonos prudentemente de las pasiones y de las atracciones fatales.
Tengo que corregir mi comentario anterior. Como bien dice Rachel Herz, el olor corporal (como expresión del sistema inmulógico) es un poderoso factor de atracción para las mujeres, pero los varones se guían más por la apariencia física. El sistema de emparejamiento basado en criterios genéticos tendría que tenerlo en cuenta, lo que complicaría el proceso.
Es una excelente idea, Cara de Palo, y estoy convencido de que terminará por hacerse. Pero espero que no tomen la vía pseudocientífica de los enólogos. Imagínate: «un ligero aroma a roble quemado con mostaza alemana y salsa agridulce china en las axilas, y en la zona púbica un hedor a cloaca infecta con unas ligeras trazas de excitante pescado fresco».
Me encanta el olor a napalm por la mañana. Huele a… victoria.
Muy instructiva la parte donde habla del olor corporal en relación con la selección sexual, aunque no es un tema nuevo para mí. Algún día, cuando sea técnicamente posible, deberían incorporar esa información de tipo biológico en los servicios de emparejamiento que proliferan por Internet.