Libertad, motor del progreso (I): librecambismo

Como diría el filósofo Jean Paul Sartre «el hombre está condenado a ser libre». Gracias a la historia, hemos tenido ocasión de comprobar que esto es cierto. Por ejemplo, la genuina monarquía -la de antaño- era el sistema más perverso que podía imaginarse, pues era el más autoritario. Recordemos que la servidumbre hunde sus raices en la falta de libertad.

En economía acaece exactamente lo mismo: más libertad se traduce en más bienestar. Por ejemplo, como vimos, las crisis económicas cíclicas, lejos de radicar en la libertad económica, afloran en el seno del intervencionismo (en el caso actual, en la intervención de los bancos centrales y los gobiernos). Hoy, demostraremos una vez más los beneficios que la libertad económica tienen sobre la sociedad, concretamente en el comercio internacional.

No todo el mundo ve claros los beneficios del capitalismo. Por ejemplo, algunos periodistas estadounidenses de la BBC acusan a Ron Paul de ser un aislacionista por defender la no intervención militar en otros países. Sin embargo, Ron Paul es un gran defensor del libre mercado que es el bastión de la unión de civilizaciones. La globalización ha sido consecuencia de ello. Otro ejemplo es el gran número de personas imbuidas en la creencia popular de que los paises rivalizan entre sí con sus economías. En tiempos de nacionalismo económico sí había rivalidad, pero en tiempo de globalización y comercio internacional la caída de un país repercute negativamente a todo el mundo. Según una encuesta a la que ha tenido acceso el diario El país, este es el porcentaje de personas que se muestran a favor del capitalismo:

Como decíamos, no todo el mundo ve claros los beneficios del capitalismo, la libre valoración a precios de mercado de los bienes de capital, que implica el librecambismo. En esta serie de artículos me dispondré a reflejar los beneficios taxativos que la libertad aporta a la humanidad. Hoy hablaremos de librecambismo.

En un día cualquiera de nuestra vida cotidiana, el beneficio del comercio internacional es archipresente. Nos levantamos y llegamos a la cocina a comernos un plátano producido en canarias, mientras vemos en la televisión (producida en una multinacional japonesa) un programa retransmitido en Berlín. Luego, nos dirigimos al cuarto de baño a lavarnos los dientes, con un cepillo eléctrico cuyo cabezal se produjo en Canadá y el resto en China. Cogemos las llaves (generadas en Suiza), para conducir el nuestro fiat (fabricado en Italia) y llegar temprano a nuestro trabajo.

En este sencillo y pequeño relato, podemos vislumbrar las enormes ventajas que el libre comercio entre países tiene para todos los ciudadanos de todos los países. Desde una perspectiva pedestre, podemos afirmar que el libre comercio satisface más y mejor las necesidades de las personas, porque ofrece a los consumidores más posibilidades para elegir (lo que aumenta también la competitividad). En fin, aumenta el grado de libertad y, con ello, el de bienestar.

Pero, ahora conviene que profundizemos en el análisis económico. El principio de ventaja comparativa, desarrollado por David Ricardo, establece que, en el comercio mundial, es más eficiente que un país dedique todos sus esfuerzos a aquella actividad en la que es especialmente productivo, o sea relativamente barato en producir (por ejemplo, España en la producción de aceite; EEUU en él diseño de software; China en la producción en masa; etc.). El corolario que surge de este principio es que un país será más rico si es humilde y se dedica a producir aquello en lo que se ha especializado y, además, se dedica a exportar la producción sobrante y, como no podría ser de otra manera, a importar los productos fabricados en otros países. Por este motivo, las autarquías no son buenas economías. En este sentido, una persona no se lo hace todo porque es pobre, sino que es pobre porque se lo hace todo.

Lo curioso de los principios económicos es que sirven tanto en microeconomía, como en macroeconomía. Si el susodicho principio de David Ricardo lo extrapolamos a la vida cotidiana (microeconomía), nos percataremos aún más de su importancia. Imaginemos que nuestro padre es especialmente bueno cocinando paellas y nuestra madre es relativamente buena haciendo postres. ¿Qué es mejor, que nuestro padre lo cocine todo (o nuestra madre) o que cada uno se dedique a lo que se le da bien? Según el principio que estamos tratando, papá cocinará muchas más paellas sin tanto esfuerzo como nuestra madre y, ella, hará lo propio en los postres. Como, obviamente, no podremos comernos tanta comida antes de que se pudra, podremos venderla a la vecina (o intercambiarla por otros platos en los que la vecina es especialmente buena). Obviamente, este modo de proceder aumentará el bienestar de todo el vecindario.

Ahora bien, todos los economistas saben que este principio es axiomático, pero los gobiernos a menudo han demostrado no tenerlo tan claro, adoptando a lo largo de la historia el proteccionismo. Aunque el proteccionismo les cause a los gobernantes réditos políticos a corto plazo, el país verá reducir su economía paulatinamente (como, por ejemplo, en la autarquía franquista).

Si bien es cierto que el proteccionismo puede proteger a la industria interior, esta protección es ficticia, pues permite que el país se especialice en una actividad en la que no es especialmente bueno y, así, con estas medidas, no hay incentivos para buscar otras industrias en las que el país sí es relativamente productivo.

Actualmente, podemos aplicar este principio para resolver el dilema que algunos tienen: ¿La gran potencia productiva China puede arrasar a los demás países del poder económico? En absoluto, en todo caso es una buena noticia que China se haya especializado tan bien, pues eso permite a los demás países importar su producción a precios más baratos incluso que los interiores, con lo que la población mundial se ve beneficiada, así como China. Ahora bien, ¿peligra la mano de obra del resto de países o la industria? Tampoco. Lo que sí ocurriría es que, a muy corto plazo, el ascenso de China producirá un paro repentino, pues la mano de obra del resto de países no podrá competir con la mano de obra China en el mercado que se ha especializado. Por lo tanto, los demás países deberán redistribuir a las personas desempleadas hacia otros mercados en los que china no es especialmente productiva y buscar su ventaja comparativa o, si se prefiere, desarrollar nuevos mercados competitivos. Por tanto, el «problema» (que, en realidad, es beneficioso) de China no debe abordarse con proteccionismo, sino, todo lo contrario, con librecambismo.

Utilizando la anterior analogía, China es como, si en el anterior vecindario, se mudase una nueva vecina, capaz de cocinar más y mejores paellas y postres. ¿Qué alternativa tiene papá y mamá? Aparentemente, ninguna. Esencialmente, casi infinitas, a saber: buscar (o crear) nuevos platos, que nadie tenga en el vecindario. Así, el bienestar del vecindario (y el de papá y mamá) aumentará con la llegada de la vecina, en lugar de lo contrario.

Antonio Vegas
Antonio Vegas

Economista, especializado en finanzas. Apasionado de la libertad.

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9 comentarios

  1. Buenas, un gran número de países ha tenido sus mayores etapas de crecimiento en etapas de intervencionismo del estado. Corea del Sur es un muy buen ejemplo. Como con un ejemplo basta para desmontar una afirmación categórica como la tuya, ahí te dejo.

    • Eso es cierto, pero es una verdad a medias. Hay que fijarse también en lo que había antes de que se produjera ese crecimiento. Por ejemplo, en China, antes del espectacular crecimiento de las últimas décadas, estaba el colectivismo puro y duro impuesto por Mao. En España, antes de la etapa de crecimiento que va de finales de los 50 a mediados de los 70, había una autarquía de inspiración falangista.
      Cuando se parte de una situación en la que no hay economía de mercado, ni comercio internacional, ni inversión extranjera, ni libre competencia, etc.; un grado moderado de liberalización puede dar resultados notables. Para obtener esos resultados no es necesario remover todos los obstáculos, sino que basta con unas reformas parciales. La España de los años 60 seguía siendo intervencionista y estatista (recuerde el INI, por ejemplo). La China actual también lo es.
      Por establecer una analogía con la salud, yo diría que una dieta a base de pan, tomate y atún no es la mejor dieta, ya que es muy limitada; pero seguro que alguien que hubiera estado a dieta de pan y agua durante un tiempo experimentaría una sensible mejoría pasándose a la dieta de pan, tomate y atún.
      Suele suceder que las etapas de mayor crecimiento se dan en países que están saliendo de la pobreza, no en los países que ya han alcanzado la prosperidad.

  2. Esa encuesta sobre el grado de aceptación del capitalismo en distintos países del mundo merece ser comentada. Desde luego, arroja resultados sorprendentes. Que en Brasil haya un 43% de entusiastas o partidarios claros del capitalismo es algo chocante. Que en Japón solo haya un 2% que lo tienen igual de claro, no lo es menos. Pensaba que Chile era en general más partidario de la economía de mercado (es el país menos populista de Sudamérica), pero está por detrás de España y de Ecuador.
    Tampoco parece haber una correlación clara entre el grado de libertad económica que disfruta cada país y el grado de aceptación de la libertad económica en esos mismos países.
    ¿Esa encuesta estará bien hecha?

    • Es posible. La ha realizado el país. No obstante, yo pienso que en los países dónde hay más libertad económica menos se valora ésta: por ejemplo, un chino tiene más ansias de capitalismo que un americano.

  3. Se le olvida una cosa, China produce  barato pero es una dictadura donde no hay libertad.
    Soy liberal pero no tonto; en esta partida global debemos jugar todos con las mismas cartas.

    • 100% de acuerdo, Rooster. No me gustan los «vecinos» que juegan con barajas marcadas (fluctuación de divisa, falta de libertad, todo tipo de controles estatales, etc)

    • Sí, es verdad. China no es un país libre, pero la libertad llegará próximamente gracias a la industrialización. En cualquier caso, en una economía mundializada, el retroceso de un país afecta a todos.

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