El emperador Juliano trató infructuosamente de resucitar el cadáver del paganismo entre las ruinas del mundo clásico. Fue por ello calificado por la historiografía cristiana posterior como «el apóstata». No se trataba, empero, de un apóstata. Su deseo era restaurar un viejo orden ya irremisiblemente perdido.
Pasados casi dos milenios el cristianismo ha dejado de ser nido de fanatismos. Pero en el imaginario colectivo son conspicuas las imágenes de un Vaticano de poder muy terrenal, una inquisición implacable y un espíritu profundamente contrario a toda expresión del espíritu, científica o artística, contraria, real o figuradamente, a la fe imperante.
Los mártires de la opresión cristiana no eran devorados por los leones en el anfiteatro. Su causa era la del progreso de las ideas, la de la democracia y la ciencia. Iconos de la nueva fe, muchos probablemente no se reconocerían en el retrato que ahora se hace de ellos.
Hola Cilantro,
Se supone que uno apostata, que es un acto de voluntad para renegar de una fe que una vez se tuvo. Juliano fue un nostálgico del paganismo que no creo tuviera un paso abrupto de una fe a otra, ni una gran contradicción y contrición en el alma. En cierto sentido se puede decir que siempre fue pagano.
No obstante también se le puede considerar apostata. Yo he preferido incidir en lo que tuvo de último estertor del paganismo.
Saludos,
Juliano sí hacía honor a su mote porque había sido educado en el cristianismo.
A seguir bien y gracias por el blog