El pasado jueves tuve la oportunidad de asistir a una clase magistral de liberalismo aplicado. La conferencia tuvo lugar en la M-40 madrileña, impartía docencia un taxista anónimo.
Tras haber fumado casi con ansiedad el pitillo post-vuelo, me dirigí a la parada de taxis de la T4 en busca de un vehículo que me acercase a la estación de Atocha, donde tenía previsto tomar un AVE con destino a Zaragoza. Adaptándose al grado de educación del usuario medio de dicha terminal, sus responsables han decidido emplear a varios operarios con la misión de, mediante un severo «ordenamiento» de los accesos a los taxis, devolver cordura a la ímproba tarea de tomar un taxi cuando a uno le toca. Imagino que sin esos operarios la ley de la selva se apoderaría de los alrededores del aereopuerto, los usuarios y pretendientes a usuarios de un taxi se sumirían en una lucha encarnizada y sangrienta por ser los primeros en acceder a un servicio. Todo un ejemplo de cómo poner límites al maleducado egoísmo de los avariciosos. No debemos aprender a guardar orden y respetar a quien llegó primero, es preferible que «alguien» lo haga por nosotros. La cosa funciona.
El taxista que «me toca» apura con calma una última calada a su Ducados, se acerca a mí, deposita mi equipaje en el maletero de su coche y me invita a subir al mismo. Como quiera que venía de realizar un acto casi ansioso, no dejé de observar la absoluta ausencia de perentoriedad en aquella última bocanada de humo del taxista. A él sí le había satisfecho el tabaco. Un «estaba bueno, eh?» escapó de mi garganta de forma autómata. El hombre se me queda mirando con gesto serio y, tras una breve pausa me espeta un «si no le agrada que fume puede bajar del coche y coger otro, esta burra es mía y me gano el dinero con ella como a mí mejor me parece. No soy el único taxista en la terminal, puede tomar el coche de un compañero. De todos modos, si le molesta el humo del tabaco no tiene más que decirlo y no fumaré». Atónito, apenas acerté a balbucearle un «no, no, si yo también fumo» a lo que respondió ofreciéndome con una amplia sonrisa su paquete de cigarrillos: «fume lo que quiera hasta Atocha, allí no le van a dejar hacerlo».
«Si el cliente dice que le molesta el humo, no fumo. Si es un vieje largo, aviso de que pararé cada 100 kilómetros a fumar fuera del coche, y si no les parece bien, les invito a tomar otro taxi. Como le dije antes, esta es mi empresa, no la de la señora Ministra, y aquí se fuma»
Y no necesitó hacer ni una sola cita sesuda.
Tomo nota, Esporádico. ¡Vaya tela! Sin duda lo que yo leí se quedaba muy, muy corto.
Lo que me hace pensar… si se pagan 180.000 euros por la licencia, ¿tan rentable es un taxi? Hay uno de los anuncios que dice que se sacan 3.000 euros/mes. Por cierto que parece que el taxi va incluido en la venta. Y que en Cáceres las licencias andan más baratas (24.000 eur).
Estamos en la misma onda Luís, ciertamente es una coaccion el tener que «comprar» una licencia para desarrollar su actividad. Pero estando la actividad ya regulada, la actitud del taxista si es una coacción, o al menos yo lo veo así… puesto que las reglas del juego no son esas ni para el taxista ni para el cliente….
Bueno, yo no entiendo el taxi como un servicio público. Sí estoy de acuerdo contigo, Letedeca, en una cosa:
Es la clave: eliminación de las barreras a crear una empresa de transporte de personas, eliminación de las vias legales que permitan coacción corporativista y libre elección del medio que se desea usar. Es lo que venía a decir el taxista de mi anécdota. Es lo que viene a decir la anécdota. Y por ello es liberalismo en estado puro.
NOTA: eso no es coacción, eso es mercado. Si la demanda de taxis no fumador es mayor que la de fumador, lo más fácil es que quien tenga que esperar sea el fumador, pues la oferta se adaptará a la demanda. No es coacción. Yo no me sentiría coaccionado. Coacción es obligar a un particular a obtener una licencia para desarrollar su actividad empresarial. Coacción es obligarle a hacerlo en condiciones diferentes a las que él prevee para su empresa. Eso sí es coacción.
Pués resulta que no estoy de acuerdo con vosotros; el taxi es un servicio público, mientras lo sea no puede coaccionar a ningún usuario para que acepte unos servicios en condiciones distintas (reducción de calidad en el servicio) a lo que estipula su licencia. Si quieren hacer lo que quieran osea libertad de servicio, lo primero es que acaben ellos mismos con el oligopolio actual, segundo tu debes de poder elegir directamente el taxi que quieres. Carlos dixit.
NOTA: Entendemos por coacción el coste asociado (tiempo y dinero) de no coger el primer taxi y en su caso esperar a que llege otro.
Spartan:
http://www.mundoanuncio.com/categoria/coches_motos_bicis_20/buscar/vendo_licencia_taxi.html
Saludos, E.
Pues para ir de Barajas a Atocha prefiero coger el Metro.
Limpio, moderno… y prohibido fumar.
VayaVaya, me parece perfecto. Yo prefiero ir en un coche moderno, limpio, rápido, sin pujar maletas y fumando un pito. Jamás se me pasaria por la cabeza obligarte por ley a hacer lo que me gusta a mí.
Resulta que el estado existe, igual que las propinas; resulta también que en él tienes que sobrevivir (a menudo, de las propinas). Hay por ello necesidad de los certificados correspondientes. La cosa comienza por la partida de nacimiento y sigue adelante por el carnet de identidad nacional, desembocando en la partida de defunción, luego de haber pasado por la pila bautismal, el bachillerato, la agencia tributaria, el abogado matrimonialista y finalmente, los cupones de Lidl y el Santiago Bernabéu. He comprobado durante mi contrahecha vida en moitas ocasiones que la gente que te escucha lo hace con más unción si sabe que te respalda un currículum más o menos brillante y que cuesta trabajo conceder audiencia al que se sospecha iletrado, autodidacta o taxista ilegal: en una palabra, si no has pasado por la basílica correspondiente a que te marquen con una cruz de caucho entre las cejas.
Aunque a menudo se confunde el saber o la bondad con el sello de caucho uno no debería tampoco identificarse con el caucho ni creer en sus supuestas virtudes miríficas ni esperarse nada de él. Pero la sociedad está llena de caucho y aquí vulcanizamos todos… Sin este título o similar se te cierran ciertos oficios, los micrófonos se apagan o te arrean con un táser, etc.
Bien es verdad que no es el mejor procedimiento agachar la cabeza ante el sello famoso y que el trigo lanzado desde un avión no hace siembra a diferencia del que sale de la mano; ni es menos cierto que a menudo uno se ve obligado a sembrar con con una mano y con el pie contrario realizar equilibrios sobre una cuerda floja.
Si por tanto deseas pintar algo en sociedad y hacer algo por ella y por tí mismo has de vestirte los ropones que realzarán artificialmente tu silueta, a la par que la desfiguran por el juego de la ocultación y las alzas sarcocianas. Con frecuencia su portador se sirve de ellos para mirar con displicencia hacia abajo, por encima de los hombros artificialmente ensalzados. Allí abajo quedan ya los enanos de turno, desconocedores sin duda de las novelas de marcianos, el lenguaje hitita o la programación de frigoríficos.
Y sin embargo.
Y el asunto de la ley Ómnibus, ¿como se ha quedado?
Si no recuerdo mal, la huelga de taxistas de hace unos meses se debía a la transposición de esta ley que iba a liberalizar el sector del taxi (y otros). Con lo cual el enfado de los que se habían gastado una fortuna para pagar a las mafias de las licencias (por cierto, yo creo que costaban máximo 20.000 euros, la cifra que da Aranguren me parece exagerada), estaba cantado.
Pero Luis, ese señor ofrece una oferta que la gente acepta porque le compensa, pero ¿por qué le compensa? ¿No tendrá que ver el hecho de que la oferta de transporte esta recortada por un sistema de licencias estatal? Claro, si se impide por la fuerza el surgimiento de otras alternativas, incluso pagar los inflados precios de la empresa privilegiada parece la mejor alternativa (pero es inegable que existe una perdida para el consumidor respecto a otra situación con más compañías de taxi o empresarios individuales donde elegir)…
Y no es una victima, porque los taxistas son otro grupo de presión que se proteje de la competencia y presiona a políticos en su favor (a nivel local). Son autenticas mafias, como te pillen haciendo de «taxi pirata» o entrando en «su territorio» a «quitarle los clientes», preparate.
Lo que es elogiable es que se salte la normativa antitabaco, eso sí.
Estoy con Luis, lo liberal es la actitud del taxista. Y es la norma que imperará, si se ponen de acuerdo los afectados, la ley se la pasan por el forro…
Un saludo
Ser amante de la libertad no es incompatible con aprovechar lo que el Estado «ofrece»; yo mismo cotizo lo menos posible a la «Seguridad Piramidal» para evitar ser robado en la medida de lo posible y, por supuesto, no dejaré de reclamar mi derecho a pensión por mísera que sea. Porque no me queda otra, claro.
Ojalá el taxista pudiese elegir si sube a su «empresa» solamente a fumadores.
Saludos.
YO NO LE VOTÉ: ^^
Para Aranguren
En tiempos, no sé ahora, el aspirante a taxista tenia entre otras cosas, que demostrar cierto grado de conocimiento de la ciudad y una habilidad al volante bastante superior a la del conductor medio (Hint: Si con diez mil kilometros al año tienes una probabilidad p de tener o causar un accidente grave un taxista que por termino medio recorre cien mil tendra una probabilidad de
1 – (1-p)**10 si suponemos que p es identico (o sea misma habilidad).
Para elegir un modelo de liberalismo podía haber elegido un sector menos regulado que el de los taxistas, sector que se basa en la teoria de que para llevar un viajero d eun lugar a otro no basta con tener un vehiculo adecuado (30.000-40.000 euros), un GPS y ganas de trbajar, sino ser propietario de una preciosa licencia de taxi, que sale casi gratis del municipio pero que «vale» 200.000 -300.000 euros en el «mercado».
E decir, que eseaxista puede ir fumando en el coche porque tiene la garantía de que hay mucho cliente cautivo que tendrá que montar en su taxi.
Precisamente por ser un sector regulado (como el de la gastronomía, la televisión, la radio, la construcción, la farmacia, el juego, el mercado laboral, la educación, …) resulta absolutamente liberal la actitud del taxista.
Es una falacia afirmar que ese señor cautiva clientes. Ese señor ofrece un servicio en unas condiciones y el que lo quiere lo toma, y el que no lo deja. Nadie está obligado a subir a un taxi. Quien lo hace valora el beneficio que se promete al subir a él frente a los riesgos que asume. Cualquier riesgo, estimado Aranguren.