Tal vez la más palpable y a la vez más ignorada consecuencia de comprender que la planificación humana no sirve para nada es la agónica desaparción del arte. Arte es voluntad de creación y, a la vez, la ilusión de que nos es posible crear. El hecho de que hoy sea prácticamente imposible hacer arte (en mi caso consumirlo) es consecuencia del desenmascaramiento de la hybris humana: siempre hemos querido parecernos a Dios, a un Dios. «Dios», eso que no es más que nuestra propia hybris fantasmagorizada: quién hubiese podido crear algo tan perfecto si no la perfección misma! Cervantes lo creía, Quevedo lo gritaba con rabia malhumorada y Neruda terminó por llevarlo al hueco que le correspondía: la imaginería humana.
«Dios» no existe, no hay magia más allá de lo cotidiano, de lo que nos rodea. Y los nuevos «artistas» se diluyen entre tanta cotidianeidad, terrenalidad, insignificancia. Cualquier intento de sublimar lo que realmente somos se nos antoja una hipérbola de mal gusto, o se convierte en arma de opresión; cualquier intento de no hacerlo se nos antoja despreciablemente grosero, parco, bruto, intranscendente… o se convierte en «arte».
Tal vez deberíamos concentrarnos en volver a ser operarios efectivos de lo que tenemos a mano. Y buscar sentido a lo que hacemos no más allá de las nubes, sino aquí al lado. Es más: podemos reaprender a ver como efectivo y con sentido sólo aquello que cada uno, en su propia circunstancia vital, percibe como contenido significante de su «sinsentido» particular.
Como quieras. Pero no me hagas trasnochar otra vez 😉
Creo que estáis en un malentendido. No es la religión o el Dios cristiano un amigo invisible o un psiquiatra cósmico frente al cual desahogarnos en sesiones de «terapia».
Desde vuestra perspectiva, supongo que tiene sentido la entrada: lo que hay que hacer es ser «operarios», en plata, lo que hacen los dementes en el manicomio, trenzar un cesto de esparto hoy y otro mañana y otro y otro hasta que aprendamos a convivir con nuestro destino químico y el encierro.
No. Dios no sirve para eso, no sirve nada. Creo que no habéis rezado nunca. Tampoco entendéis a los creyentes. Empezad por vosotros mismos.
(*), si te refieres como encierro al grupo de células que conforman lo que ves de mí y como destino químico a la sensación de felicidad que expereimento cada vez que veo sonreir a mis hijos, sí: soy un trenzador de cestos.
No pretendo entender a los creyentes en nada (Dios, Gaia, un Mundo Feliz), ni que ellos me entiendan a mí. Me basta con que sus planes para mañana no dependan de que el mío sea igual, sus soluciones para hoy coexistan con las mías para mí.
(*), eso que lleva a las rarezas y a las solteroneces no es el epicureismo tal y como yo lo entiendo. No se trata de «estancarse», uno puede y debe proyectarse para alcanzar ese efímero «equilibrio» que sólo está en nuestra mente y en nuestro cerebro. Sólo en nuestra mente porque, como dice Luis, con conocimiento de causa como bioquímico que es, efectivamente tal equilibrio no existe. Es otra de nuestras asíntotas conceptuales: Equilibrio. Y solo existe en nuestro cerebro porque salvo catástrofes sin cuento a nuestro alrededor, al estilo de las acaecidas al Job de la Biblia, es cosa de las proporciones internas de neurotransmisores que experimentemos o no esa sensación que asociamos con la estática (que no estancada) idea de equilibrio.
Hay que perseguir objetivos, si, pero con tiento.
El arte o la naturaleza es como una ventana que tiembla con el aire del exterior o una mampara vibrando con ondas de otros focos; de otros focos quizá trascendentes pero reales.
O por lo menos no entiendo que álguien se atreva a negar de plano y como algo en sí evidente que haya ese foco o focos absolutos de valor (y de todo cuanto tenga valor, belleza o arte, lo mismo que de bondad o «ética»).
¿Hay que suponer -con todas las consecuencias- que se es una mano de impulsos y necesidades que hay que jugar hasta que amanezca, en ninguna parte, perdidos entre materia recurrente, y sofocados por el humo de un idealismo fantástico que siempre engaña con algo o con mucho más?
¿Creéis de verdad que las cosas que la gente tiene por más estimulante o serias o alentadoras son precisamente las que no existen?
PD.- Germánico, tiene razón D. Luis. Yo no creo que exista ese hedonismo inteligente, o un bienestar «aceptable» en el cual estancarse tan epicúreamente. Más aún, buscándolo es como se despierta a las rarezas, a las «solteroneces» o a un desencanto tristón y desmotivado. por otra parte, del hedonismo vulgar que dices, del culto a la real gana, no se sigue el bienestar, ni el placer siquiera, sino el egoísmo.
Se puede decir que el arte es lo contrario de la real gana, es «lo real sin gana», abocado a cuanto no es sólo subjetivismo y capricho sino cariño, y asombro ante todo lo que hay (previsible o no, «todo» o «nada»).
El asombro, dijo fulano, es el comienzo del saber.
Y lo que asombra es precisamente lo que no se sabe (tal vez no puede saberse).
Lo malo es que ahora todos no saben de todo pero creen saber de todo (desde sus ciencias aprendidas), reduciendo el objeto del saber a las medidas immanentes de su cabeza.
Saber es abrirse a más de lo que se cree saber y no sólo en cuanto a contenidos sino en cuanto a parámetros, categorías y esquemas mentales válidos.
No. Creo que es nuestra incapacidad para solazarnos en lo que percibimos ahora lo que nos «obliga» a buscar «otra felicidad». Creo que es nuestra rebeldía ante lo desagradable que percibimos ahora la que nos «obliga» a inventar un equilibrio menos doloroso. Creo que algunos necesitan para su solaz el mío y otros (o los mismos) me culpan de su desequilibrio. Demasiados siglos esclavos de proyecciones y memes fuera de nosotros como para esperar que, de repente, cada uno retome la responsabilidad sobre su propia química.
Sí creo que existen valores absolutos, dudo pero, que nazcan de otra cosa que no sea la suma de la verdedara necesidad de todos: una existencia hoy con menos dolor que ayer.
Ocurre que cuando casi todos los «ahoras» son insatisfactorios, podemos escaparnos en los «mañana en un mundo mejor para todos» o «es la voluntad de ese algo ahí fuera». Los monos no pueden … o no sabemos que puedan.
No es el equilibrio lo que nos trasciende, sino la dinámica incierta y desconocida que lo genera. El equilibrio no existe: nuestra vida -tan larga como nos parece- es apenas un instante existencial. La ventana no sólo es ínfima, apenas dura un parpadeo. Lo que vemos a través de ella nos parece más, menos o nada equilibrado (bendita subjetividad), pero en realidad es un fotograma de la dinámica de lo que es. «Equilibrio» también es un símbolo conceptual imperfecto, como el arte.
Gracias Germánico por dotar a mi comentario de la verticalidad de que carecía.
El hombre, animal simbólico, es el creador y otorgador de significados. Se marca asíntotas conceptuales y morales, metas que jamás podrá alcanzar y en cuya persecución muchas veces hace más mal que bien a los demás y a sí mismo.
Yo cada vez me inclino más por una visión epicúrea de la vida. Por supuesto no profeso un hedonismo vulgar, como el de los presuntos seguidores de Epicuro. Busco practicar un hedonismo inteligente como el del propio Maestro Epicuro, que incide más en la mitigación del dolor que en la búsqueda del placer, en la línea de otros grandes sabios como Buda. A diferencia de Buda, no obstante, Epicuro no propone iluminación alguna, ni trascendencia alguna, terrenal o supraterrena. Es atomista, uno de los primeros atomistas, y reduce todo al placer y al dolor, algo que con los conocimientos que se van adquiriendo hoy sobre el cerebro se podría explicar en términos de equilibrios en las proporciones de neurotransmisores en el cerebro.
Podría tacharse esta concepción de reduccionista. Pero ¿A qué aspirar? Una de las cosas que más me repugna de las concepciones y cosmovisiones de izquierdas es que revelan una fe nausabunda en el animal humano. Tal es su fe que al final montan su propia religión secular, con inquisición y todo.
Si no somos conscientes de nuestras limitaciones, ¿cómo podremos marcarnos objetivos vitales sensatos? Lo que propones que hemos de proponernos es cabal. Está reñido con aquello a lo que nos impulsa nuestra naturaleza. Solo unos pocos, que han comprendido, pueden tener semejantes aspiraciones, o ser convencidos por tales argumentos.