Con independencia de problemas epistemológicos tales como si dicha acción humana puede ser medida con total objetividad y cuantificada precisamente, está el problema de fondo de nuestra psicología imperfecta, que ha evolucionado en un contexto natural de escasez y de riesgo. Somos buenos evaluadores de escaseces relativas y riesgos ambientales, pero no óptimos. De hecho, del mismo modo que padecemos ilusiones visuales, también padecemos ilusiones cognitivas, que nos llevan a juzgar erróneamente lo mejor para nosotros mismos. Asimismo, y por contra, disponemos de un arsenal de conocimientos implícitos al que no prestamos la debida atención. Son mecanismos que evolucionaron para detectar tramposos entre nuestros congéneres, para evaluar planes de acción alternativos, para, en suma, decidir de forma rápida y eficaz en situaciones apremiantes o sociales –que son, sobra decirlo, las que más afectan a nuestra supervivencia directa o a nuestra posición dentro del cuerpo social.
El homo oeconómicus, curioso monigote cuyo nacimiento permanece en la incógnita –Pareto no tenía idea de quién lo había inventado- es un hombre que toma decisiones interesadas y racionales. Cualquiera de nosotros podría sentirse superficialmente identificado con él. Cuando optamos entre dos marcas de champú o de coche y ponderamos su respectivas prestaciones y precios lo hacemos siguiendo una lógica, poniendo en orden los distintos aspectos de los productos y asignándoles un valor aproximado. Algunos llevan esto al extremo de asignarles un valor numérico exacto. Por ejemplo Benjamín Franklin proponía –como nos hace saber el psicólogo alemán Gerd Gigerenzer en su fabuloso libro Decisiones Instintivas- hacer primero una relación de todos los pros y contras de, por ejemplo, una posible pareja, asignándoles un valor, para luego hacer las sumas y restas correspondientes y ver si el resultado neto era positivo o negativo, y en qué cuantía.
A muchos románticos esta fría y matemática valoración de las virtudes y defectos de un ser humano, en especial de una potencial pareja por la que seguramente se sienta un poderoso afecto, les resultará un disparate. Y en efecto lo es, puesto que es imposible medir lo que vale un ser humano, y también es imposible conocer todas las posibles consecuencias –tanto positivas como negativas- que podrían derivarse de emprender una relación o dejarla de lado.
Nuestras decisiones son, en gran medida, instintivas. Hacemos uso de una razón pragmática que delimita categorías y conceptos, que mide lo mensurable y estima por aproximación lo inestimable, y, al final, votamos con el corazón, nos decantamos siguiendo un impulso. ¿Dónde queda el homo oeconómicus, que elegía racionalmente lo mejor para sí mismo, que conocía todas las variables en juego y tomaba la decisión más ajustada a sus respectivos valores de acuerdo con sus fines particulares?
La neuroeconomía está precisamente adentrándose en la psicología de la toma de decisiones, esa psicología que lleva a consumidores y empresarios a preferir unos productos o unas iniciativas frente a otros.
Entre los neuroeconomista destaca Alan G. Sanfey, de la Universidad de Arizona. En el 2003 realizó un interesante estudio. En él hacía participar a varios probandos en un juego de ultimátum. Los ponía en grupos de 2. Al primero le daba una cantidad de dinero, dejando a la libre elección de este cuanto quería ceder al segundo. El segundo, que conocía el montante total, podía considerar el regalo como justo o injusto y, en el último caso, rechazar la oferta, con lo que ambos perderían el dinero.
La opción racional para el segundo jugador, se decía Sanfey, en un juego de estas características, era aceptar la oferta que le hicieran, fuera la que fuese. Un 1% de 100 euros es mejor que nada. Sin embargo el sentido de la equidad y de la justicia, tantas veces asociados en nuestra mente, se anteponía a la maximización racional. Los segundos jugadores preferían no obtener ningún beneficio antes que aceptar una oferta que considerasen injusta.
Por supuesto este experimento no conlleva poner a los probandos en una situación verdaderamente crítica, como las que pueden llegar a darse en la vida. Pero pone de manifiesto, junto con otros muchos de los que se están realizando hoy en el campo de la neuroeconomía y la psicología experimental –muchos de ellos con neuroimagen- que los seres humanos no son decisores perfectamente racionales.
El Profesor Alan G. Sanfey ha tenido la amabilidad de respondernos unas preguntas, cuyo correcto inglés revisó José Miguel Guardia.
En inglés:
1.-What is neuroeconomics?
For me, neuroeconomics is the study of how the brain makes decisions. I think the term ‘neuroeconomics’ is a little bit misleading, as it suggest that we do, or should, focus only on decisions of direct economic interest. instead, it would be better to think more broadly about decision-making, with economic decisions being of course a part of that.
2.- How do we make decisions? Which parts of our brain take a more active part in our decision making? What weight do emotions and instinct have in it?
The whole neural system involved in decision-makign is still being researched and understood, and it seems clear that there is not a single decision-making center or spot in the brain. Rather, we seem to have different areas specialized in processing different kinds of information, all of it relevant tot the eventual outcome of our decision. So, we have areas which encode and process the potential rewards or punishments that may occur as part of the decision, areas that estimate how likely these outcomes are to happen, and so on. How we process this information can certainly be colored by our emotional state, and there is even evidence to suggest that when we make decisions in an ‘instinctive’ way, that is, without a great deal of conscious effort, the choices we make may be quite different.
3.-What is the role of human nature in economics? Is there such thing us the homo economicus?
The concept of homo economicus may be useful from a normative standpoint or potentially in understanding aggregate behavior, but it doesn’t seem to bear much resemblance to the way we actually make decisions in everyday life. The idea that we have unlimited cognitive resources to fully comprehend and deliberate about all relevant aspects of the particular decision is not at all in accordance with research on this topic. Instead, we often make decisions, even important ones, in a less-than-optimal way, using cognitive short-cuts and guided by emotional states. We also do not make decisions solely on the basis of economic self-interest, and instead care greatly about concepts like fairness, equity and so on. So, I would say the role of human nature in economics is a paramount, and that homo economicus is perhaps interesting academically, but not if one wants to understand how decisions are actually made in the wild.
4.-How do you think evolution, psychology or neurology will improve our understanding of the economic process?
Better understanding of the psychology behind decision-making is absolutely important for specifying the economic process. I would even go so far as to say that economic models without a characterization of the limits and foibles of human psychology are bound to fail. Fortunately we are making real progress in understanding why factors like fear and greed can be so important in individual economic decisions, and extending this investigation t the brain will give us more constraints on these models.
5.- How do compete with each other in these complex and impersonal societies? How do game theory explain our behaviour?
Game theory has a potentially very useful role to play in understanding how we compete and cooperate – it offers a formal, elegant set of mathematical models for understanding these complex social scenarios. But, I think that most standard existing models need to be broadened to include the strong influence of psychological factors such as our desire for fairness, willingness to punish others etc. Our lab, and others, are currently attempting to better specify these models by adding these important social preferences.
6.-What are you now working on? What is your highest intellectual challenge? What is the mystery you would dream to unveil?
Obviously, the long-term, ‘dream’, goal is to fully understand how the brain implements decision-making, from the habitual everyday decisions like choosing a breakfast cereal to the important, life-changing ones like planning a career or choosing a partner. Additionally, this knowledge could then play a hugely important part in better designing public policy, health interventions and so on in order to increase the well-being of society. More immediate modest goals are to examine social decisions, such as those concerned with cooperation and competition, and examine the role of beliefs an expectations in these choices. For example, if we believe that other people are essentially helpful and fair, we are much less likely to make selfish decisions for yourself. How are these beliefs learned? How do they play a role in the neuroscience of decision-making?
En español:
1.-¿Qué es la neuroeconomía?
Para mí, la neuroeconomía es el estudio de cómo toma decisiones el cerebro. Creo que el término «neuroeconomía» es un poco engañoso, ya que sugieren que lo que hacemos, o deberíamos, es centrarnos sólo en las decisiones de interés económico directo. En cambio, sería mejor pensar en términos más generales acerca de la toma de decisiones, con las decisiones económicas siendo, por supuesto, una parte de aquella.
2 .- ¿Cómo tomamos decisiones? ¿Qué parte de nuestro cerebro tiene un papel más activo en nuestra toma de decisiones? ¿Qué peso tienen las emociones y el instinto en todo ello?
El sistema neural que está enteramente involucrado en la toma de decisiones todavía está investigándose y siendo entendido, y parece claro que no hay un único centro o un lugar en el cerebro para la toma de decisiones. Más bien, parece que tenemos diferentes áreas especializadas en el procesamiento de diferentes tipos de información, todas ellas relevantes para el eventual resultado final de nuestra decisión. Así, tenemos áreas en las que se codifican y procesan las posibles recompensas o castigos que pueden darse como parte de la decisión, áreas que estiman cuán probable es que estos resultados vayan a suceder, y así sucesivamente. El cómo procesamos esta información puede estar ciertamente coloreado por nuestro estado de ánimo, e incluso hay pruebas que sugieren que cuando tomamos decisiones de forma «instintiva», es decir, sin un gran esfuerzo consciente, las decisiones tomadas pueden ser bastante distintas.
3.-¿Qué papel desempeña nuestra naturaleza en la economía? ¿Existe cosa tal como el homo oeconomicus?
El concepto de homo economicus quizás sea útil desde un punto de vista normativo o potencialmente, en la comprensión del comportamiento agregado, pero no parece tener mucha semejanza con la manera en que tomamos decisiones en la vida cotidiana. La idea de que tenemos recursos cognitivos ilimitados para comprender plenamente y deliberar sobre todos los aspectos relevantes de una decisión en particular no está en absoluto de acuerdo con la investigación en este campo. Por contra, a menudo tomamos decisiones, incluso de gran importancia, de una forma por debajo del óptimo, utilizando atajos cognitivos y guiados por estados de ánimo. Asimismo, no tomamos decisiones únicamente sobre la base de los propios intereses económicos, y en su lugar nos preocupamos en gran medida por conceptos como justicia, equidad y demás. Así que, yo diría que la naturaleza humana tiene un papel primordial en la economía, y que el homo economicus quizás sea interesante académicamente, pero no si lo que uno quiere es entender cómo se toman realmente las decisiones en condiciones naturales.
4.-¿Cómo cree que la evolución, la psicología o la neurología mejorarán nuestra comprensión de los procesos económicos?
Una mejor comprensión de la psicología que está detrás de la toma de decisiones es de una importancia absoluta para la especificación de los procesos económicos. Incluso me atrevería a decir que los modelos económicos sin una caracterización de los límites y las debilidades de la psicología humana están destinados a fracasar. Afortunadamente estamos haciendo progresos reales en la comprensión del por qué factores como el miedo y la codicia pueden ser tan importantes en las distintas decisiones económicas, y ampliar esta investigación al cerebro nos permitirá acotar mejor estos modelos.
5 .- ¿Cómo competimos unos con otros en nuestras complejas e impersonales sociedades? ¿Cómo explica la teoría de juegos nuestro comportamiento?
La teoría de juegos tiene un potencialmente muy útil papel a la hora de entender cómo competimos y cooperamos – ofrece un elegante y formal conjunto de modelos matemáticos para la comprensión de estos complejos escenarios sociales. Pero, creo que los modelos más estándar actuales necesitan ser ampliados para incluir la fuerte influencia de los factores psicológicos, tales como nuestros deseos de justicia, la voluntad de castigar a los demás, etc Nuestro laboratorio, y otros, están actualmente tratando de especificar mejor estos modelos añadiéndoles estas importantes preferencias sociales.
6.-¿En qué trabaja ahora? ¿Cuál es su mayor desafío intelectual? ¿Cuál el misterio que soñaría con desvelar?
Obviamente, mi “sueño”, mi objetivo a largo plazo, es comprender completamente cómo lleva a cabo el cerebro la toma de decisiones, desde las decisiones cotidianas habituales tales como elegir unos cereales para el desayuno a las importantes, que cambian la vida, tales como la planificación de una carrera o la elección de pareja.
Además, este conocimiento podría entonces desempeñar un papel sumamente importante en mejorar el diseño de las políticas públicas, las intervenciones sanitarias, etc, con el fin de aumentar el bienestar social. Mis objetivos más inmediatos y modestos son examinar las decisiones sociales, como aquellas que conciernen a la competencia y la cooperación, y examinar el papel que desempeñan las creencias y expectativas en estas decisiones. Por ejemplo, si creemos que los demás son esencialmente serviciales y justos, somos mucho menos propensos a tomar decisiones egoístas para nosotros mismos. ¿Cómo se aprenden estas creencias? ¿Cómo podrían jugar un papel en la neurociencia de la toma de decisiones?
El obsequio parece, en efecto, un universal, Enrique. Es un tema de estudio verdaderamente interesante. No sé si habrá alguien que se haya centrado en él. Yo hice algunas reflexiones en relación con la actualidad política, el verano pasado.
Disculpad si mi comentario se desvía algo de este tema, pero en relación con la neuroeconomía y la neurofilosofía moral me encantaría saber si alguien ha estudiado el valor del regalo en la economía. Como bien sugiere el refrán «quien regala bien vende, si el que lo acepta lo entiende», el obsequio debe ser universal en casi todas las culturas. De quien sea el receptor de esa dádiva, en que consista, y en que compromisos posteriores implique, se deducirán muy distintos juicios morales.
Por otro lado y sobre los juegos de ultimatum, os recomiendo que le déis un vistazo a un reciente artículo en Nature sobre como se modulan los resultados en función de la testosterona administrada a los participantes, y en contra de lo inicialmente previsto, la testosterona exógena mejoraba las interacciones sociales.
Gracias por vuestro interesante blog
Si, Marcos, las reveladas, que son las que, en efecto se han hecho efectivas.
😉
Las gráficas de Marshall permiten visualizar las relaciones que se dan entre oferentes y demandantes en el mercado y los factores por los que pueden varíar. El equilibrio en los verdaderos mercados, no en estos idealizados, es como el que se da en la naturaleza, nada Platónico, más bien inestable. Pero plasmado en el papel, con su geometría perfecta, sirve como pueden servir los triángulos y los círculos ideales para referirse a cosas del mundo sometidas a fluctuaciones, rozamientos, etc.
«no reflejan otra cosa que las preferencias efectivas de los individuos»
Mejor preferencias reveladas 😛
Yo no creo que el análisis del equilibrio sea la mejor introducción, luego lleva a cargar para toda la vida la concepción de precios de equilibrio.
Que posteriormente sea necesario conocerla para tener cierta culturilla, no es mala idea, pero siempre con una base epistemológica un poco más consistente que sea capaz de ver los errores y simplificaciones que lleva el análisis «formalizado» de los procesos económicos.
Sanfey dice, respecto al homo oeconómicus: «El concepto de homo economicus quizás sea útil desde un punto de vista normativo o potencialmente, en la comprensión del comportamiento agregado«. Sea como fuere cualquier edificio teórico que se asiente sobre el cimiento de la idea de que somos enteramente racionales, o casi diría que somos fundamentalmente racionales, es una construcción expuesta a derrumbarse ante cualquier ligero temblor de tierra (llevando a la bancarrota o al colapso a las sociedades que se «alojen» en él).
El homo políticus aristotélico se antepone al homo oeconómicus, con su sentido de la justicia, en tantas ocasiones equivocado. Eso, no cabe duda, afecta de manera considerable a la economía en sus niveles agregados, perturbando las señales de precios, salarios, etc. Ese homo politicus es mucho menos racional que el oeconómicus, y más peligroso.
De todas formas las funciones de utilidad que llevan a la demanda y a la demanda agregada, como bien dices, no reflejan otra cosa que las preferencias efectivas de los individuos. La belleza del análisis cartesiano de Marshall, y su sencillez clarificadora, sigue siendo, a mi juicio, el mejor esquema gráfico que puede hacerse de lo que son los mercados. A pesar de sus limitaciones, estos análisis constituyen una muy buen introducción al pensamiento económico.
La cuestión es que, al revés de lo que cree la inmensa mayoría, la neuroeconomía no es ningún golpe al mainstream. Las funciones de utilidad no presuponen ningún comportamiento determinado, es decir, ninguna maximización específica de la utilidad, sino que se limitan a constatar las preferencias del individuo.
No, no es irracional. Es irracional mirado desde la perspectiva de un idealizado homo oeconómicus maximizador del beneficio. Mejor un par de dólares que ninguno.
Y es irracional si denominamos irracional a aquello a lo que nos sentimos inclinados de forma más o menos espontánea, sin meditación previa. El sentido de la justicia está muy arraigado en nuestra naturaleza -y eso tiene una razón evolutiva, mucha más poderosa que las mejores de nuestras razones. También ahí hay, podría decirse, una clase especial de cálculo, pero es básicamente inconsciente y nos viene de serie.
En realidad, el hecho de no maximizar no tiene por qué ser irracional, al contrario. Si partimos de que el individuo maximiza su utilidad, pueda ser que hiciera tal cosa satisfaciendo su sentido de equidad o justicia. Así, le resulta más útil rechazar la oferta que aceptarla, pues le interesa más «castigar» al otro que obtener una paupérrima ganancia. Lo irracional sería que, dada esta preferencia, optara por maximizar el ingreso.
Un saludo.