El miedo es necesario, como el dolor. Un Juan sin miedo fuera del cuento es un Juan sin miedo muerto. Muchos creen, ingenuamente, que su existencia sería más agradable y mejor si estos mecanismos, evolucionados para salvar nuestras vidas de los daños y peligros de un ambiente hostil, no existieran. Esto se debe no sólo a que nos hacen sentir terriblemente mal, sino también a que a veces parecen del todo inútiles. ¿Por qué debe uno sufrir dolor crónico, una vez localizado el daño en el interior del cuerpo? ¿Por qué temer tanto la opinión desfavorable de un jefe si no tiene poder de vida y muerte sobre nosotros? Preguntas como estas no tienen una respuesta sencilla. El miedo nos ayuda a evitar todo lo que nos puede matar, dañar nuestro cuerpo o rebajar severamente nuestra posición en la sociedad, que es el medio social a través del cual nos proyectamos en el natural.
Unidos el miedo y nuestra poderosa imaginación (que es el mejor fruto que ha dado la evolución de nuestro cerebro), forman una ecuación cuyo resultado es, muchas veces, un auténtico despropósito. ¿Qué es lo que hemos de temer, en una sociedad impersonal en la que se han perdido las certidumbres de conocer a todos los miembros, con sus respectivas virtudes y defectos? Conforme crece el grupo social, entre los primates, dice Robin Dunbar, aumenta también la neocorteza en el cerebro. Un mayor cerebro parece hecho a propósito para lidiar con las complejidades del trato social. Sin embargo nosotros hemos rebasado la línea del número de personas con los que podemos relacionarnos con un alto grado de conocimiento, que, según los estudios de Dunbar, es de 150. Y ahí aparecen nuevas oportunidades y nuevos riesgos. Y el miedo está atento.
¿Hacia dónde va la sociedad? ¿Qué podemos hacer para cambiarla? Esas preguntas carecen de sentido, pero nos las hacemos igualmente, y algunos líderes políticos proponen soluciones globales. También algunos pensadores y no tan pensadores han llegado, como Durkheim, a atribuir vida propia a la sociedad. Esta moldearía al individuo, en lugar de ser este el que contribuye, con su acción individual, de alguna manera egoísta e inopinada a dar forma a la sociedad. Las sociedades modernas son el resultado de la acción no concertada de millones de individuos. Esto lo apreciaron Adam Smith al hablar de la mano invisible y Friedrich Hayek al hacerlo del orden espontáneo.
El miedo imaginativo, hoy, se traduce, por ejemplo, en el rechazo al mercado y a la globalización (por temor a la competencia de propios y ajenos) y en el rechazo a las guerras (incluso cuando están justificadas como defensa de un orden social e institucional que sirva de marco para la libertad y la prosperidad). También se traduce en la fe en la tecnocracia, la democracia, el diálogo y el racionalismo: una burocracia estatal dirigida por un grupito de técnico (o sabios de la nueva era de dispersión del conocimiento) y comandada por un líder elegido por el pueblo libremente (con la “libertad” que dan unas listas cerradas y una urnas espaciadas por cuatro años de manos libres para los gobernantes), acompañadas de un parlamento dónde se presentan argumentos de todo tipo y se debate “serenamente” (repartiendo el pastel del poder, a los postres, a la postre), se consideran la panacea social.
La realidad es bien distinta y el miedo a la libertad nos hace caer en manos de aquellos a quienes verdaderamente debiéramos temer. Demagogos ambiciosos que quieren obtener el poder a costa de los miedos e infundadas esperanzas de los otros.
Menuda elementa iletrada. Parece un producto de la Revolución cultural o de la Logse.
Gracias Pablo.
Excelente entrada… y comentarios.
Un cordial saludo a todos,
Pablo el herrero
Para miedo, esto da bastante.
La portavoz del gobierno del premio Nobel de la paz diciendo abiertamente que Mao Tse Tung es su filósofo político favorito. Un asesino que deja a Hitler como un aficionado guía la acción política dentro del gabinete de Obama…
Cierto que también ubica entre sus filósofos políticos favoritos a la Madre Teresa… Pero luego aboga por el aborto libre, por lo que me da que tiene más peso Mao que la santa…
Señores, abróchense los cinturones.
Marzo, no sabía que ese personaje histórico hubiera sido llamado «sin miedo», pero seguro que sus miedos tendría. El valor, como señalan algunos que han tenido que hacer de él su virtud, no es la ausencia de miedo, sino saber afrontarlo.
(*), tienes razón en poner en relación la libertad con el sentido crítico y la no conformidad a normas de grupo, al menos a las estandarizadas, con epígonos de liderazgos de ideas y personas presuntamente más sabias que las demás sobre cómo deben conducirse las vidas.
Bastiat, creo que los acomodados de los que hablas tienen miedo a la libertad. Su comodidad es el reverso de ese miedo.
Germanico, el miedo es un arma evolutiva para ayudarnos a “salvar el pellejo” en la naturaleza hostil donde o comes o eres comido. Evolutivamente los individuos de muchas especies, de la mayoría de las especies, se agruparon para así tratar de garantizar la supervivencia individual y como contrapartida la supervivencia de la especie.
Pensemos en una situación de desbandada ante la presencia de un depredador. El movimiento del grupo procura ser en la misma dirección. Si alguno se despistaba, si se desligaba del grupo se sometía a la disciplina del medio en soledad y sus posibilidades de éxito, de supervivencia eran limitadas. Precisaba, si le era posible, encontrar otro grupo donde fuera aceptado para tener más posibilidades de sobrevivir.
El miedo tiene como contrapartida la asociación grupal, y el grupo tiene como contrapartida, sobre todo en el caso de los primates, la figura de “el líder”. La necesidad también provoca miedo, miedo a la muerte por inanición o debilidad. El líder surge como contrapartida ante la tesitura de no saber qué hacer. Aquellas manadas que tuvieron un buen líder fueron prósperas, aquellas que confiaron en ineptos desaparecieron.
El líder tenía sus prebendas. El líder era el reproductor, el líder era el que dilucidaba las disputas, el líder era quien ponía orden y quien primero comía de la caza o la recolección. Era el precio que el grupo pagaba a quien bien le guiaba.
El miedo y el líder, dentro del grupo, van de la mano.
Una sociedad en dónde el líder lo era todo, era incluso el reflejo de los dioses en la tierra, la sumisión al mismo era tal que para que el líder tornara a su ser se le construían monumentos funerarios a costa de incontables sacrificios. Era, a su vez, la negación de la individualidad. La fuerza del liderato, en muchas ocasiones iba acompañada de un ambiente hostil donde el sacrificio por el grupo y reflejado en el seguimiento al líder era más obligado para la subsistencia. Pero eso se hacía porque cuando el líder desaparecía, o cuando el líder era discutido la tensión en el grupo provocaba pérdidas de vidas, económicas e incluso se ponía en peligro la propia existencia del grupo. La estabilidad en la trasmisión del liderato que otorgaba la divinización del líder es también consecuencia evolutiva de los grupos humanos.
El líder pasa, los sabemos todos, las necesidades siguen y los grupos, salvo catástrofe siguen. El final lo que queda no es el líder, sólo su memoria, sino el grupo. Quién encarne la esencia del grupo será el líder. Entonces lo que queda es saber qué caracteriza o define al grupo. Y el grupo es moldeable por el líder y quienes lo apoyan. Eso se sabe desde hace tiempo.
No hay más que excitar los recovecos ancestrales del miedo, el refugio grupal ante él, la adoración del líder como esencia del mismo para lograr encaminar al grupo hacia uno u otro lugar.
Y llego aquí porque no estoy de acuerdo en que existe miedo a la libertad, existe miedo al dolor, a la falta, a la inestabilidad. No nos negamos a ser libres a cambio de todo eso porque lo cierto es que hay cientos de actitudes que nos hace rebelarnos contra lo establecido y que en el fondo niegan ese “miedo a la libertad”. Lo que ocurre es que no hemos logrado establecer una sociedad donde la libertad sea responsable y en vez de aprender a ser libres hemos aprendido a estar sometidos. Pero no por estar sometidos sino porque, en el fondo, es más cómodo seguir al líder que adentrarse cada uno por los senderos del bosque en busca del beneficio personal. De ahí que los emprendedores sean los menos y los medianos los más. Y desgraciadamente aquellos que buscan el beneficio personal a costa de los demás, el líder y sus adláteres, son los que socialmente más obtienen. No es el miedo a ser libres en sí, sino que es más cómodo dejarse llevar.
¿Seríamos capaces de lograr caracterizar una sociedad donde su enseña fuera el deseo de libertad, moderado por el sentido de la responsabilidad y el respeto?
Desde luego, la fuerza del principio de autoridaz es tal, que aun los “antisistemas” en cualquier área adoptan el estilo dictado por un líder o modelo que ellos toman como ejemplo de “antisistema” (con lo cual lo fundamental de la actitud antisistema se frustra y solo pasan de un sometimiento a otro algo menos habitual y, naturalmente, programado sistemáticamente por terceros).
Esto ocurre también con las mentalidades críticas: hacen la crítica de todo menos del autor o escuela que los inspira o en la que se apoyan.
Lo verdaderamente difícil es la creatividad práctica de un verdadero “antisistema” y la creatividad sistemática e inédita de un verdadero pensador “crítico”; pero esa creatividad consiste en asumir y activar tu propia libertad de fondo, ese resto nihilistomísticoposmoderno que te aguarda, “después de todo”, y eso es lo que se trata de celar, porque esa libertad y no otra es la que da miedito.
El paso de los años te va dosificando el susto de la experiencia de esa libertad “de fondo” y a la vuelta de muchos desconciertos, de no pocos desengaños y de “tantas cosas que no creeríais, bla, bla”, cuando ya estás mayormente curado de espantos, empiezas a ver algo más claro desde ahí … ¡y entonces lo que sucede es que uno ya no consigue fiarse de la autoridad de nadie! Ni se deja afectar por líder o gurú alguno. Eso también está en la “naturaleza humana”. Aunque toda la teoría esté en contra de la libertad, es cuestión de tiempo que toda la experiencia acabe estando a favor.
Tiene su coña que se luche fervorosamente y hasta se arriesgue el cuello por algo cuya existencia muchas veces se pone en duda; tiene su coña, cuando esa negación cree deberse a chan-ta-ta-chán La Ciencia (así con mayúsculas, colmo de la certeza y el rigor universales, no existe); tiene su coña que se haga defensa de la libertad política cuando se pone en duda la libertad personal, que es su fundamento. Es como conceder el derecho a abortar a los hombres…
(Bueno, un Juan Sin Miedo fuera del cuento es un duque de Borgoña, hijo de Felipe el Atrevido y abuelo de Carlos el Audaz, o el Temerario…)