Parte fundamental de nuestra naturaleza es su desarrollo. El uso hace el órgano. Si no ejercitas el músculo y el comportamiento en determinadas actividades, no estarás preparado para el esfuerzo último, ese que marca la diferencia entre seguir vivo y caer muerto.
Somos un animal que aprende bastante bien, e incluso un animal sumamente adaptable en circunstancias de incertidumbre e imprevisibilidad. Pero como todo otro animal tenemos nuestros períodos críticos de aprendizaje, y nuestro entorno natural óptimo para aprender y desarrollar nuestras particulares potencialidades. Nacidos y crecidos en la civilización, estamos tan poco preparados para su ausencia como el canario que hemos tenido de mascota lo está para volar libre.
Lo que mejor aprendemos, a día de hoy, es el lenguaje, ese poderoso medio de comunicación con el que transmitimos cultura, organización, técnica y numerosos chismorreos sobre qué hizo este a aquel y cómo fue correspondido. Si nos sacan de ese medio humanamente confortable y nos dejan desnudos en medio de la naturaleza, con un lenguaje sumamente sofisticado pero absolutamente inútil para modificar la conducta de otros seres o cambiar por sí solo el entorno, comprendemos al instante lo que somos. Paco, vecino de tal barrio en tal ciudad de cual país; Ana, empleada de una multinacional tabaquera; Luis, el novio de Lucía e hijo de Antonio y María. Y eso lo entendemos siendo sólo un animal desnudo en un entorno hostil que busca desesperadamente sobrevivir y volver al entorno cultural y humano en el que se sentía protegido y relativamente a gusto -a pesar de los sinsabores del (con)trato social. Sobrevivir y volver al entorno humano son la misma cosa. Somos muy malos robinsones y mucho mejores cortesanos. Somos sociales por naturaleza. Somos (siempre nos acompañará ese “nosotros” al lado del yo). Porque Paco, Ana, Luis, Lucía, Antonio y María están infinita e insondablemente solos en la naturaleza virgen, y ni sus nombres ni sus palabras significan nada ahí.
Si. Probablemente sea la experiencia más auténtica, si bien muy pocos desearían tenerla, al menos por más de unas horas. Como dicen Rebeca Atencia y Fernando Turmo en respuesta a mi pregunta, formulada en El Mundo (la nº 6), su más emocionante experiencia de campo probablemente sea … el encontrarte con un chimpancé en la selva y ser vulnerable como él, ante otros animales como elefantes o serpientes que también habitan en esa selva… es una sensación muy primitiva.. irrepetible….
Hay que tratar bien a la naturaleza, a fin de cuentas es nuestra madre en un sentido nada metafórico. ¡Pero no a costa de suicidar la civilización!
Para un rato, seguro que no está mal, pero querer volver a vivir así (como los ecologistas extremos) o, peor aún, creer que lo bueno es que quien ha nacido en esas condiciones debe seguir viviendo en ellas porque es lo mejor para él…