Luis:
La figura – algo patética, algo de compadecer – del cómico que pierde la gracia y a quien nadie le ríe ya los chistes es de una energía literaria y, por tanto, profundamente explicativa de lo humano, poco superable. El periodista la elige hoy para relatar este momento de nuestras vidas, que no es nuevo ni será el último, que no es más que el agotamiento de ciclos humanos. Si quieres, de aquélla máxima de que no se puede engañar a todos todo el tiempo. Con mirada misericordiosa: ¿y quiénes no intentamos engañar a todos todo el tiempo, ocultar nuestra debilidad y nuestro miedo, nuestra limitación para conseguir la ilusión que vendemos y que, unas veces con honestidad, otras con picardía y, en el peor de los casos, a sabiendas de la mentira, necesitamos para convencer, movilizar, conseguir que nuestro entorno nos crea, siga o haga cosas?. El otro nombre es liderazgo, y el liderazgo es honestidad y comunicación, en definitiva, credibilidad: como la pasta de dientes, una vez que sale, no vuelve a entrar.
Hasta ahí, sólo es la historia de otro político más. De otro poderoso hombre más fatuo y pagado de sí mismo, del propio poder que ostenta, aún en su temporalidad, en su livianidad. Es enternecedora esa expresión «decir no a los poderosos», que tanto retrata la presencia de un complejo de parvenú caído del guindo al no ser aceptado en sociedad, si no fuera por las consecuencias, la irreflexión y la pobreza de argumentos que conlleva para tomar decisiones en sociedades tan complejas como las contemporáneas. Y porque es puro teatro: que el que es poderoso diga que dice no a los poderosos lo convierte en una mera lucha de poder, no una defensa del débil.
La novedad, que no lo es en sí misma, pero que es llamativa, son las otras frases que otro periodista pone en su boca. La clase de análisis que demuestra nunca antes había puesto en evidencia las limitaciones de todo lo que se ignoraba el día de las dos tardes. La carencia de formación, lecturas, reflexión resulta llamativa y acerca la intimidad del primer ministro a las actitudes y naturaleza de personalidad que las críticas más primarias al zapaterismo han hecho, el componente populista a la latinomericana, el rudimento de la tontería del perfecto idiota latinoamricano y español de Montaner y Vargas Llosa.
El periodista pone en su boca cosas como: «el discurso capitalista es el de la hipocresía, el Gobierno no debe intervenir en nada, pero todo depende del Gobierno». La expresión «discurso capitalista» era algo que el felipismo, que era la verdadera hipocresía de la izquierda, ya no hacía: somos capitalistas, qué remedio, pero eso no se puede decir. El juego de la socialdemocracia ha sido rectificar el discurso anticapitalista para ampararse en la redistribución de la riqueza. Con los defectos que conocemos que tiene, implícitamente, se admite que no hay vuelta atrás a la libertad de los individuos para emprender. Parece mentira que en un entorno que se supone intelectualmente serio, nadie le haya reparado que, es verdad, no se puede dejar el capitalismo en manos de los capitalistas, pero que se trata precisamente de que no tengan más remedio que competir y que, si pierden, esas son las reglas. Uno piensa que Solbes y seguramente Sebastián, eran de esos. Con el ajuste fino intervencionista que comparten con la democracia cristiana, que según esto no serían capitalistas hipócritas. Así de intelectualmente sofisticado sería el primer ministro.
Hipocresía, solemos decir por aquí, es la de lo que llamamos progresismo oficial, pregonar contra el cambio climático pero no cambiar tu vida, reclamar ayudas para los más necesitados pero ostentar un sueldo de partido (Pajín, un sueldo subvencionado a tanto el voto) y un sueldo público (el que quiero del Senado). Hablar, como el primer ministro, de los débiles y correr luego a por sillas en los consejos de administración, buscar sitios y sillones dignos a los retirados de sus ministerios. Regatear la ayuda al parado, pero cambiar el nombre de los ministerios cada dos años y rehacer placas, tarjetas, papelería con las nuevas denominaciones y pagarlo todo con el dinero de los ciudadanos. El discurso capitalista, es el de la hipocresía. Se reclama la actualización del IPC de los sueldos (sindicatos, gobiernos, socialistas de todos los partidos), pero sólo cuando suben. Mientras los parados aumentan sin compensación, los funcionarios públicos suben su sueldo y los políticos tienen impuestos reducidos, supongo que a todo esto se le puede llamar también hipocresía: «Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan». RAE.
Supongo que entonces debe ser hipócrita acompañar a Berlusconi al palacio de las velinas y el feminismo militante expresado y confeso no tiene momento para decir no al poderoso: es cortesía, dijo. Levantarse al paso de la bandera americana, cuando son tus invitados, no es cortesía, es decir no al poderoso. Reconocer que la ley que consagra jurídicamente la desigualdad de hombres y mujeres no sirve para reducir las muertes de crímenes pasionales, debe formar parte de la hipocresía también: sé que no es la ley, que la ley no sirve por ella misma, pero mantengo la tesis. Decir que no se tiene intención de subir los impuestos y luego defender la subida no es, obviamente, hipocresía: es pura mentira. Pero el capitalismo es hipócrita. Y hacerle favores a medida a los poderosos (¿Cebrián y Roures no son poderosos?) no es hipocresía.
Hay otra frase para confirmar la construcción ideológica a la violeta del primer ministro: «Nunca entendí que cuando había un 8% de paro, nadie encontrara trabajadores. Florentino decía que no encontraba un trabajador. Le pregunté que de dónde los podría sacar, y contestó que esos que vienen en los cayucos deben trabajar bien en la construcción». ¿Será Florentino un poderoso? ¿Qué le habrá negado? Pero ni Taguas, ni Sebastián, ni Solbes, ni Salgado habrán sabido explicarle en qué consiste el paro, cómo se toma la decisión de trabajar y cómo los subsidios mantenían en sus casas (eso es solidario, claro) a los que no querían trabajar mientras los del cayuco iban al campo, tantas veces en manos de delincuentes con licencia fiscal. Tampoco le explicaron los costes de crear un puesto de trabajo. Y ahora se caen del árbol diciendo que los incentivos – descuentos de la cuota de la seguridad social – no sirven para nada. Claro, nadie contrata a quien no necesita, y contrata al que necesita, no al que coincide con el grupo a promover.
Era sabido. Era, más bien y siendo serios, intuido. Las comillas del reportero siempre es algo a tomar con precaución en el periodismo que nos invade. Serán parecidas las palabras. Cuesta creer que no lo sea el reflejo del nivel de comprensión y reflexión de fondo. Hipócritas. Todos tartufos, todos con viga en el ojo, pero quien tiene el boletín oficial del estado es él.
El retorno al mundo urbano me amarga la escritura, Luis.
Mardito Roedor
He visto esta pagina sin intención de traerla, me ha venido sola, y veo retorica, crítica y más retorica y más crítita……hariais bosotros las cosas mejor..????, ! claro bosotros no sois estupidos !, pero puesto que decís que sois inteligentes, la maldad existe.
Zapatero es un buen hombre, tiene que luchar con todos y con todo, y hará muy bien en ignorar todas las críticas y hacer en lo posible, LO QUE LE DÉ LA GANA.
No os habéis enterado: es el estúpido perfecto!!!!!
Estimado Roedor, toma las fotos con las que espero no haber desvirtuado tu carta como un comentario preliminar a la misma.
Lo verdaderamente temible de un incoherente es que lo sea de forma coherente. Es decir: siempre. Es temible, porque para hacer de la incoherencia y la hipocresía rasgo fndamental del carácter sólo caben dos caminos: la ignorancia indolente o la fe ciega sólo en lo propio. En realidad existe una tercera vía que nace de la asunción de las dos anteriores: es posible tener una fe inquebrantable en uno mismo desde la indolencia y la ignorancia -o, tal vez, más fácil-. Otros lo llaman narcisismo y entra, creo, dentro de la lista de alteraciones patológicas de la personalidad.
Aún recuerdo cuando, hace años, nos preguntábamos de forma más bien cándida, si Zapatero era tonto o malvado. Ni lo uno ni lo otro. Es un moderno Dorian Grey sin espejo ni lienzo. Su generosidad con quienes le devuelven el reflejo deseado ha creado hábito. Y el hábito, del que nacen loores y miedos, retroalimenta su amor propio y aumenta su desprecio por quien genere la más mínima grieta en su retrato.
Lo único que realmente siento es no poder ignorar los malos chistes de este payaso desquiciado: es un payaso con poder.