La pregunta estaba mal planteada en la encuesta de El Mundo: ¿debe despedirse a alguien por llamar a su jefe “hijo de puta”? No es una cuestión de “deber”, sino de “poder”. El empleador, en justicia, debería poder despedir a sus empleados por cualquier motivo que estimase oportuno: por feo, por negro, por ser mujer, por ser bajito, por oler mal, o porque viste de manera informal. Suena repugnante. Un tipo con tales prejuicios se nos antoja un imbécil incorregible, un auténtico “hijo de puta”. Pero o bien el negocio es suyo, con lo cual debiera tener la potestad sobre cómo dirigir el mismo, y con quien contar para sacarlo adelante, o bien responde ante accionistas que le piden cuentas de su gestión. Él sabrá, en cualquier caso, lo que hace. Se tendrá que atener a las consecuencias. Si se desembaraza de alguien que le aporta valor a sus productos y no encuentra un adecuado sustituto, sale perdiendo. Si se airean sus prejuicios y los consumidores boicotean sus productos, sale perdiendo.
Por otro lado está la cuestión de lo que representa el insulto en boca de un empleado. Este tendrá en muy baja estima a su jefe y colaborará con él de muy mala gana. Es posible que el jefe sea una persona innoble y déspota que ha provocado con sus reiteradas humillaciones el improperio, pero también lo es que el empleado sea conflictivo y no haga otra cosa que dar problemas. En cualquiera de los casos lo más adecuado es romper el contrato que les vincula y caminar cada uno por su cuenta y riesgo a partir de ese momento.
Hijos de puta hay muchos, pero los más hijos de puta son los que en nombre de la justicia perpetran a diario miríadas de injusticias, los que introducen restricciones onerosas en cómo debemos comportarnos y relacionarnos unos con otros, los que nos dicen qué, cuando y dónde. De los otros hijos de puta te puedes liberar, en ocasiones a un alto coste. De estos en cambio no hay quien se libere, pues están en todas partes, cual Gran Hermano observándolo todo, controlándolo todo, robándolo todo.
Si, hay mucho hijo de puta suelto.
La pregunta original se responde muy sencillamente.
Si.
Se debe y se puede echar a alguien que te llama «hijo de puta»
No debemos pensar muy teoricamente, sino con sentido comun.
¿Por qué debemos delegar la moral al Estado?
Pues Iván, al parecer porque la envidia no es operacionalizable. O sea.
Por cieto: tienes razón que las relaciones del mercado no tienen por qué ser morales ni basadas en normas morales. Pero tampoco tienen por qué ser inmorales o amorales. Bien puedo yo donar parte de mis ahorros, libremente a aquello que considero bueno para la sociedad.
¿Por qué debemos delegar la moral al Estado? ¿Por qué confiar más en la responsabilidad estatal, corrupta o derrochadora, y no más en la individual? ¿Por qué no luchar por evitar una sociedad de borregos irresponsables que piensan que tienen derecho a todo y deber de nada?
Un saludo
Demócrito, esta esta la cuestión fundamental:
la búsqueda de equilibrios que supongan la optimización de los bienes de los individuos y grupos implicados
¿Qué te hace pensar que una institución que no conoce nada de mi vida va a ser más útil que yo para decidir sobre lo óptimo en mi vida?
Pero peor aún: ¿quién decide qué es lo óptimo? ¿Acaso no tenemos cada uno una visión de lo que es una vida feliz?
Y, para finalizar, en caso de duda, ¿por qué preferir limitar la libertad? ¿Acaso la vida de los demás es un juego con el que experimentar?
Un saludo
Lo del sentido común lo digo no tanto porque crea que este debe de ser la guía –aunque en cierto modo sea así- cuanto porque es un complemento indispensable en cualquier análisis de la realidad, sea este positivo, constructivo o …ivo.
Sentido común es rendirse a las evidencias. Por supuesto lo hay de primer orden, que es el que yo creo que es guía indispensable, y de segundo orden. El de primer orden se refiere a las cosas que son evidentes por sí mismas y que no requieren ulterior explicación (p.ej que si golpeas a alguien le causa daño y le duele). El de segundo orden no lo es tanto (sentido común, digo) pero quien lo defienda tratará de hacerlo pasar por tal. Podría serlo, como sucede en la denostada por ti praxeología, cuando se deducen de forma incontestable determinadas leyes a partir de unos principios que forman parte de la axiomática del sentido común de primer orden.
No sé si será eclecticismo o no incluir el “sentido común” en las operaciones mentales y matemáticas que realizamos para explicar la realidad, o quizás debe de ser, como decía, la guía –en ese sentido cierto, algo externo que el investigador no deja y no puede dejar de lado.
Si tu primera impresión –que no sentido común- te dice que la tierra es plana, lo que te dice el sentido común es que a falta de pruebas en contra la tierra es plana. La diferencia es sustancial. Cuando empieza a haber evidencias de que la tierra no es plana la persona dotada de sentido común lo que hace es rendirse ante ellas.
Pero bueno, nos vamos por los cerros de Úbeda a partir de nuestra afirmación de que la envidia es un motor de las visiones socializantes de la sociedad. Hagamos una pequeña reflexión: si el socialismo lo que propugna es la igualdad entre los hombres, ¿no es la envidia un mecanismo psicológico que cabe esperar motive a muchas personas a ser igualitaristas, o sea, socialistas? ¿Podría ser el principal?
Porque, superado el asunto de los medios que propone cada cual para lograr los fines deseados, sean mejores o peores, nos quedan dichos fines y asimismo la razón por la cual queremos alcanzarlos y la razón por la cual escogemos los medios (mejores o peores) que escogemos.
Que estudies bien. Soy todo paciencia.
Luis:
Puede que el producto sea analizado independientemente, desde luego. Pero eso no significa que el análisis ofrezca información concluyente para el consumidor. Ya te puse el ejemplo del tabaco: una parte dice que genera cáncer y la otra que eso no es cierto, que están siendo difamados. Y así pueden pasar años. Por no hablar de que pueden no conocerse los efectos del producto (cuando sepamos los estragos que algo tan tonto como el azúcar está causando en la salud, nos sorprenderemos) Ejemplo real: el doping en el deporte, práctica extendida que es difícilmente perseguible por la dificultad de análisis. Por todo esto la administración limita los ingredientes utilizables, los identifica y obliga a etiquetar informando de la composición del producto. El hecho de limitar los ingredientes y de exigir una batería de pruebas exhaustiva previa a la comercialización del producto limita la libertad del empresario, pero mejora la información a corto y largo plazo de otras empresas y del consumidor, además de hacer más difícil la «compra» de funcionarios. El trade off creo que es positivo a pesar de suponer un coste, por eso defiendo la limitación de libertad del empresario en este caso. Ojo, digo «en este caso», yo creo que la administración ha de intervenir lo menos posible en el mecanismo de mercado, pero este mecanismo sufre ineficiencias que es más caro para el resto de individuos dejar actuar, que tratar de corregir.
Lo de que los contratos están sujetos a moral me parece panglossiano, de verdad. Las empresas tienen un objetivo: obtener beneficios. A veces podrán apelar a la moral si eso sirve para alcanzar tal objetivo, pero no tendrán problema alguno en no respetar esa tal moral si es un impedimento. Por eso me hace mucha gracia esa crítica a los ejecutivos, traders y otros operadores que con sus prácticas provocaron, en parte, la crisis financiera. «Son unos avariciosos. Les ha cegado la codicia» Pues claro hombre, ser ambiciosos, codiciosos y avariciosos es su papel (está mal dicho, en realidad son actores que tratan de maximizar su beneficio y/o el de su empresa a corto plazo, dada la limitación de información que sufren en el largo) no están precisamente en una ONG en guatemala, sino en la dirección de una entidad financiera.
Germánico decía que la administración ha de existir para garantizar la seguridad jurídica. Pero entonces han de existir un mecanismo y unos actores que generen las leyes que conformen tal seguridad jurídica. Ese mecanismo, esos actores y esas leyes tendrán como una de sus funciones limitar la libertad del empresario («extorsionar» lo llama Luis).Luego no estáis criticando la «extorsión», sino dónde, cuándo y por qué aplicarla. En tal caso estaríamos de acuerdo, entraríamos en un debate puramente técnico que creo ha de estar exento de valores en lo posible, pues distorsionan, y donde me remito a mi posición inical: la búsqueda de equilibrios que supongan la optimización de los bienes de los individuos y grupos implicados, aún a costa de limitar la libertad de alguno o todos ellos. Sabiendo que esa libertad, precisamente, es un bien muy valorado que además genera otros bienes, y que su limitación ha de ser por tanto muy bien medida.
Demócrito:
No. De hecho en USA las compensaciones multimillonarias a consumidores engañados por las tabacaleras empezaron mucho antes de que existiese una obligación de información al fabricante. Ocurre que la gente acudió a la ciencia y esta mostró los efectos negativos del tabaco. No el gobierno USA ni los fiscales norteamericanos.
Sobre el doping: no veo problemas en que los deportistas se metan veneno en el cuerpo. Es su problema.
Y para obtener beneficios han de procurar acudir al mercado con la máxima transparencia posible: se trata de lograr la confianza del consumidor a largo plazo. Que existen empresarios irresponsables, capaces de abandonar los principios morales que han de acompañar todo contrato, no te lo voy a negar. Pero tampoco debemos caer en el apriorismo de pensar que todos los empresarios son así y por ello se debe regular a todos desde el momento en que idean un producto. Yo soy partidario de demostrar que han incumplido el contrato, engañando al comprador, o atentando contra su vida, y castigarles por ello.
La limitación en las predicciones de futuro es un factor limitante en cualquier actividad humana. También en la de regular. Por otro lado, las empresas dedicadas sólamente a obtener beneficios a corto (se nota que vives en España, la tierra de los pelotazos) están condenadas a la extinción per se. Yo vivo en Alemania, donde también hay cafres que intentan dar un pelotazo, pero cuyo tejido empresarial se basa precisamente en lo contrario al cortoplacismo.
Perdón por lo de tocar este tema en el otro, Germánico, era para ofrecer una imagen. Perdón también por no responder ágilmente, tengo que estudiar y lo hago menos de lo que debería.
Sí, desde luego, la elección la hago yo al no aceptar el eclecticismo como estrategia de investigación. No me parece viable una síntesis de ambos paradigmas, al menos no tratar de explicar un fenómeno con los métodos de uno y el siguiente con los de otro. Otra cosa es que mediante el paradigma constructivista puedan enriquecerse conocimientos alcanzados por el positivista, más rigurosos, parsimoniosos y generalizables.
Lo del sentido común, Germánico, tampoco es un medio que ofrezca buenos frutos. La ciencia física está plagada de proposiciones que son antiintuitivas y que el sentido común rechazaría (de hecho, algunas fueron muy difícilmente digeridas por positivistas ingenuos como Mach, por ejemplo). Además, te sorprendería lo construído y vinculado a la cultura que es eso que llamamos sentido común. No es raro que los antropólogos en sus trabajos de campo tengan que dejar de lado aquello que consideran sentido común para adaptar su comportamiento al de la nueva sociedad en la que viven (ya sabes, el menos común de los sentidos). Los comportamientos que asignamos al sentido común puede analizarse y operacionalizarse más rigurosamente utilizando otras variables.
Lo de la explicación alternativa tardará un poco y será aburrida, voy a aprovechar para incluírla en algo más general. Paciencia.
Otra cosilla, Demócrito. Hablando de lo positiva que es la ciencia biológica: ¿qué opinas del darwinismo, en torno al cual giran todos los estudios de la biología, desde el punto de vista epistemológico?
La elección dicotómica la haces tú, Demócrito, al reducir el acercamiento a la realidad a dos paradigmas. El pensamiento dicotómico ha prestado a nuestra especie grandes servicios, pero –continuemos con las dicotomías- acompañado del holístico.
La envidia, como muchos otros sentimientos humanos, y como gran parte de sus abstracciones, carece de un anclaje directo en la realidad física y en sus relaciones. Se trata de algo que se haya en el mundo de los símbolos y los significados y sus propias relaciones, que está en nuestras palabras y en nuestras vivencias interiores (igual, todo sea dicho, que los paradigmas y las dicotomías), y es, cómo tal, una realidad de primer orden (la experimentada por el actor).
Del mismo modo que no se puede medir la consciencia no se puede medir la envidia (aunque la neurociencia está haciendo algunos avances ahora que nos aproximan a medir correlatos), pero eso no debe cegarnos ante el evidente hecho de su existencia. Así que ni constructivismo ni positivismo, ni grandes y pedantes palabras y métodos dicotómicos: sentido común.
El rechazo que mostráis J.N. (investigador, vale, de esos hay muchos, algunos notables escribiendo en este blog y sin ánimo de resaltarlo) y tú a “mis conclusiones” es fundamentalmente ideológico. No os gustan exclusivamente desde el punto de vista ideológico (otra cosa a estudiar en el mundo de los significados). De ahí que atribuyáis a “mis conclusiones” una fuerte carga ideológica, precisamente. “Mis conclusiones” no son “mis conclusiones”. Yo no he concluido nada. Doy una explicación provisional, sujeta a revisión (Popperiana o no), que me parece plausible. Pero comprenderás que no me valgan vuestras objeciones si no presentan una alternativa creíble –puestos a dicotomizar “un paradigma alternativo”- sino solamente crítica, ruido, pocas nueces y confusión. Por ejemplo la confusión de tocar en este post el tema del otro lateralmente.
Es posible que alguna de las críticas diera en la diana y echase por tierra mi explicación o alguna de sus partes (como enmienda a la totalidad o parcial), pero el fenómeno o fenómenos seguirían requiriendo una explicación y quizás esta no estuviera muy lejos de la que yo apuntara (con lo cual habría sido al menos una buena aproximación).
Así que, en fin, hasta que no me digáis algo que tenga un mínimo de sentido en relación a los asuntos que abordo en mis post, que me llaméis contradictorio y poco riguroso no tendrá para mi un significado claro, susceptible de hacerme reflexionar–ya me entiendes.
Lo de «quién vigila al vigilante» para mañana, que tengo que estudiar. Saludos.
Aquí, Germánico, hay otra elección dicotómica: o paradigma positivista o paradigma constructivista. No es que no valore las aportaciones que desde una óptica constructivista puedan realizarse, sobre todo en el acercamiento a realidades poco exploradas, en el proceso de ius inuendi y en el desarrollo y aplicación de herramientas heurísticas. Las conclusiones obtenidas desde esta perspectiva pueden, de igual forma, contrastarse con las alcanzadas mediante métodos cuantitativos y enriquecer éstos últimos. Pero el la asignación de relaciones causales, la determinación de variables relevantes, la consecución de resultados generalizables y, en fin, todo lo relativo al proceso de ius probandi es terreno propio del método positivista. Desde esta perspectiva, no puedo considerar como científicamente válidas estrategias de investigación como la hermenéutica, el psicoanálisis, la dialéctica, la praxeología o los delirios postmodernistas.
Es obvio que aquí diferimos radicalmente, y quizá de ahí el rechazo que yo o J.N, científico e investigador en activo, mostramos a tus conclusiones en diversas materias, por parecernos extrapolaciones arriesgadas, poco contrastadas y con excesiva carga ideológica.
De todas formas, este rechazo de la ciencia positiva me sorprende en alguien que trata de explicar la conducta humana en función de los conocimientos aportados por las ciencias biológicas, firmemente fundamentadas en el paradigma positivista. Me parece contradictorio (y poco riguroso) tratar de utilizar de forma sincrética dos paradigmas radicalmente distintos para explicar un mismo fenómeno.
Eso que dices de «¿quién controla al controlador?», Demócrito, con más razón puede decirse para el Estado.
Yo más arriba apuntaba el papel del Estado de garantizar la seguridad jurídica. Si el empresario del que hablas comete un delito, que pague por ello conforme a la ley. Ello no obstante no sé porqué habría de conducirnos a la conclusión de que el Estado deba meter las narizotas en las empresas para restar poder (y propiedad) a sus propietarios.
Además, resulta que la envidia es una realidad que con sentido común -eso que también tiende a pasarse por alto, paradójicamente, en los planteamientos ultrarracionalistas- se percibe con total nitidez.
No creo sólo en la racionalidad de los agentes, por supuesto. La respuesta a incentivos puede ser muy poco racional (en el sentido epistemológico del término), pero entonces es mejor incluir otras variables más descriptivas que algo tan ambiguo, impreciso, difícil de operacionalizar y subjetivo como la envidia.
Esta perspectiva presupone la racionalidad del agente que hace el modelo, y la capacidad de la razón para modelizar, precisar, aclarar, objetivizar y operacionalizar perfectamente la realidad social como si se tratase de una estructura matemática que sólo estuviera esperando al Einstein que descubriera su fórmula.
Cuando se aborda el estudio de la sociedad como si se tratase de una ciencia exacta, pronto tienden a pasarse por alto todos esos significativos aspectos subjetivos, inoperacionalizables, imprecisos y difíciles que por su propia naturaleza se niegan a encajar en ningún modelo.
¿Y qué impide a la empresa comprar el resultado a la empresa que analiza? ¿O negarse a que se analicen sus productos? No es tan raro (véase empresas de valoración de riesgos-paquetes de activos hipotecarios subprime)
Si se ha estado negando la evidencia con el tabaco, y aún sigue la pelea. (Ojo, no niego la libertad de cada uno a fumar, sino que ha de informársele correctametne de sus consecuencias)
@ Demócrito:
Y qué impide a la misma empresa hacerlo con una «agencia estatal»? Es imposible negarse a un análisis de producto pues, desde el momento en que el producto está en el mercado, … es accesible. La obligación de información sobre el producto que se vende nace de la necesidad del comprador de saber qué está comprando. Los contratos también están sujetos a moral. Ningún contrato puede pasar de puntillas por encima del respeto a la vida (salud) y la propiedad de los contrayentes. Pero el estado, la administración, el regulador … no son parte del contrato.
De todas formas, no debe minimizarse el éxito de la teoría del actor racional. Tiene muchos defectos, pero junto con la teoría de juegos ha ofrecido resultados en ciencias sociales muy valorables. Eso sí, tiene sus límites y sus imperfecciones, que hay que superar.
Ah, no, Germánico. No creo sólo en la racionalidad de los agentes, por supuesto. La respuesta a incentivos puede ser muy poco racional (en el sentido epistemológico del término), pero entonces es mejor incluir otras variables más descriptivas que algo tan ambiguo, impreciso, difícil de operacionalizar y subjetivo como la envidia.
No, Luis. Porque yo considero que la decisión puede imponerse, si lleva a un trade off en el que, a costa de cierta cuota de libertad del empresario, la empresa y el sistema gana en otros aspectos (eficiencia, flexibilidad, sostenibilidad).
Pongo un ejemplo teórico: un empresario del sector de la alimentación es dejado a su libre albedrío. Decide no etiquetar sus productos e impedir el acceso a cualquier control de sanidad. A partir de ahí, utilizará ingredientes baratos y con buen sabor pero que:
a) Causan adicción
b) Son tóxicos en determinadas concentraciones, sólo alcanzables tras años de consumo
Estamos en una situación en que el empresario gana pero los clientes y otras empresas pierden. Podrás decir que el mercado y la competencia pondrán en su sitio a la empresa, pero esto puede no suceder porque:
a) La información es insuficiente para que el consumidor pueda conocer fiablemente cómo actúa la empresa.
b) La empresa puede alcanzar una posición dominante gracias a la ventaja adquirida, lo que dificulta aún más su expulsión de mercado.
c) Dentro de cien años, todos calvos (factor tiempo). El empresario hace dinero durante toda su vida, y cuando comienzan los estragos ya no está ahí para responder. Las organizaciones y los sistemas son más morosas que los individuos.
Por lo que la administración «extorsiona» a los empresarios obligándolos a utilizar etiquetado con información relevante para el consumidor, así como a hacer públicos los elementos que componen sus productos.
🙂
Aqui donde yo vivo existe una empresa (bueno, varias) que se dedican precisamente a analizar los contenidos de los productos ofertados al mercado. Publican los resultados y los consumidores actúan en consecuencia: no compran. Para eso no hace falta el estado, ni ninguna ley. Los intereses de los consumidores han de ser defendidos por los consumidores, no por el estado. Creo que es en esto en lo que no podremos ponernos de acuerdo, no.
La administración extorsiona, pues no es parte del contrato. Ella ni vende, ni compra.
Lo de la envidia, sentimientos, etc, etc, me parecen muy malos criterios heurísticos de investigación, y casi nulos como variables causales. En general, la atención al marco de incentivos generado por las relaciones entre agentes suele ofrecer más fruto.
¡¡Pero Demócrito!!! ¿Todavía creyendo en la racionalidad de los agentes?
Oye Genjo, gracias a ti.
Únete a la fiesta!!!
Estaba yo a punto de decir lo mismo, Genjo. Si no discutimos entre nosotros estas cosas, no se discuten.
No imagino ningún rendimiento si no se respetan ciertos principios, Demócrito. Ni hay modelo que valga impuesto desde las olímpicas alturas del poder político. Las cosas se construyen de abajo a arriba, no de arriba abajo. La casa de la sociedad no se puede empezar por el tejado. Hay una ley de la gravedad económica que lo impide.
El mejor modo de ajustar los distintos intereses de los distintos empresarios –entendamos empresario en un sentido amplio, o sea, todos- es que los negocien en el mercado. Pero para poder negociar tienen que tener propiedad, esto es, disponibilidad total, sobre sus recursos.
Estoy de acuerdo en que las empresas verticales son, en general,
menos rentables. Por eso el mercado se las ha cargado en aquellos negocios en los que no pueden funcionar. Por eso estamos en una sociedad de servicios en la que las empresas subcontratan casi todo.
Y, como te dijo Ijon un poco más arriba, la verticalidad se mantiene ahí dónde los progres ponéis vuestras esperanzas: en el Estado.
Lo de la envidia, sentimientos, etc, etc, me parecen muy malos criterios heurísticos de investigación, y casi nulos como variables causales. En general, la atención al marco de incentivos generado por las relaciones entre agentes suele ofrecer más fruto.
Creo que entramos en el problema de siempre. Vosotros habláis de principios, yo de rendimiento. Para vosotros lo esencial es el respeto de la libertad e iniciativa empresarial, para mí que las empresas funcionen y ganen todos, empresarios, proveedores, trabajadores y clientes. Si , hipotéticamente, limitar el poder del empresario/gerente en algún aspecto ayuda a que la empresa funcione mejor (empresa en sentido amplio y en su relación con el resto de la estructura económica) considero que es adecuado hacerlo, o como mínimo testarlo.
.
Pero vamos, en esto nunca nos vamos a poner de acuerdo, pera vosotros es cuestión de principios y para mí son modelos. Eso sí, os garantizo que las empresas con organizaciones verticales, toma de decisión arriba-abajo estricta y gerentes con un perfil autocrático de gestión son menos flexibles, eficientes y a la larga rentables. El Taylorismo funcionó en su momento, pero ya no lo hace.
Creo que sí podemos ponernos de acuerdo. Si la junta de accionistas, o el empresario solitario, deciden que se tomen las medidas oportunas para generar una estructura de responsabilidad no vertical, magnífico! Es su negocio!
Si quien toma esa decisión es el estado en forma de ley, se trata de, como mínimo, extorsión (porque imagino que la ley amenazará con sanciones a quien no la cumpla).
Lo de la envidia no es heurísitca, es exégesis.
Unida a la ignorancia, Luis, que suscita la pregunta: ¿y por qué ese tiene más que yo? ¿Y por qué tiene que tener más que yo?
Disfruto con estos comentarios en los que repasáis de un modo muy directo los fundamentos de la cuestión: propiedad, responsabilidad, libertad, papael limitado del Estado… Ánimo para seguir planteándolos sin cansarse. Ah!, y gracias.
¿Qué, a pesar de sus desvelos, o acaso por ellos, es más dueño de su destino?
Lo que nos devolvería a una de las características «genéticas» del colectivismo: la envidia.
Eso, Ijon, y a ser posible Ministerios que no sirvan para nada, como el de la Vivienda o el de la Igualdad.
Puede que sea un colectivo, pero lo que tengo (tenemos) claro es que nunca seré (seremos) colectivista(s).
Para mí la cosa es relativamente sencilla. El empresario es el dueño y único responsable de su propiedad. Si decide delegar alguna de sus responsabilidades en un «directivo», es su problema. Si decide compartir su propiedad con otros accionistas pasa a compartir la responsabilidad con estos. El directivo ladino descrito por Demócrito pasa a ser problema de los accionistas y son ellos quienes deben dotarse de los mecanismos de control pertinentes para proteger su propiedad.
El empleado lo es siempre del dueño -o dueños- de la empresa. Es empresario, pues administra su propiedad: su capacidad laboral. La vende por «x» euros al mes. Si la empresa se va al garete por no haber sabido los empresarios proteger su propiedad privada (erraron al delegar responsabilidades en malos directivos) los perdedores son los empresarios-dueños de la empresa y los empresarios-trabajadores de la misma.
Si la empresa se va al garete porque alguna de las partes comete un delito contra la vida, la propiedad o alguno de los contratos en vigor, lo normal es que el infractor resarza a los demás. No veo el totalitarismo por ningún lado.
Entrar en el mercado a vender patatas o a vender la propia capacidad laboral entraña siempre un riesgo. Por algún motivo que desconozco, es más fácil para un colectivista proyectar leyes que protejan -minimicen el riesgo- a quien vende su capacidad laboral (el conductor del camión propiedad del patatero que transporta las patatas). No entiendo bien qué tienen en contra del patatero. Que gana más? Que es más feo? Que es un capitalista? Que lleva gafas? Ya digo, no lo entiendo.
Germánico ¿te has transformado en colectivo y no me he enterado?
Lo digo (sinacritú, por supuesto) por los plurales del amigo Demócrito, pero quizá es que me he perdido algo.
Por cierto,
O sea, ¿Ministerios?
Lo que tú llamas «el poder central y totalitario del empresario en las organizaciones económicas» se conoce como propiedad privada. Cada uno es responsable de su parcela y Dios de la de todos. Papá Estado podría limitarse a garantizar la seguridad jurídica.
A mí me resulta un tanto contradictorio, Germánico, que defendáis organizaciones políticas alcanzadas mediante orden espontáneo, sin inferencia de un planificador, y en cambio consideréis imprescindible el poder central y totalitario del empresario en las organizaciones económicas. Algo, por cierto, totalmente sobrepasado por las nuevas formas de organización como Lean Production. Totalitarios dentro de la empresa y liberales fuera de ella, algo no cuadra.
Por cierto, en vuestros modelos nunca tenéis en cuenta los factores información y tiempo. Un director que rinda cuentas a accionistas, puede hacer verdaderos destrozos a lo largo del tiempo y, si sabe hacerlo, evitar que la información llegue a los actores que puedan frenarlo. Cuando queremos darnos cuenta, pop, la empresa está en prácticamente en quiebra y el tipo en otra. No es nada raro, sucede, y es un motivo más para no utilizar estructuras verticales con gran concentración de poder e información en nodos funcionales determinados.
Debo elaborar una contestación más prolija respecto a lo de genética y conducta, pero estoy dándole vueltas a una entada en mi blog al respecto. Cuando la termine aviso.
Y en medio de todo ese jaleo, con un orden y una regularidad imperturbables, el recaudador toma su parte.
Yo es que no puedo entender que tal cosa se cuestione. ¡Pues claro! Y, por supuesto, en beneficio del empleado y del empleador.
Si ya el trabajo es bastante duro y jodido en sí mismo, no imagino lo que tiene que ser tener que estar cada día con un tío que te ha llamado / al que has llamado hijo de puta o una lindeza semejante (y además según se deduce de la noticia, no por un calentón del momento, sino más bien como el colofón a un mal rollo persistente).
Hablo de trabajo, no de ir a figurar y cobrar una pasta por nada, en plan liberado sindiquero, asesor de político y canonjías similares. En esos casos, todo vale, incluso es parte del juego.