Cuando se dice que las personas son individualistas se puede decir en dos sentidos. Podemos afirmar que todos miran por su exclusivo interés, o podemos ampliar ese interés al de quienes le rodean, metafóricamente, es decir, al de aquellos que forman parte de sus círculos personales. Uno mira por su comunidad o sus comunidades. Lo que sucede es que nuestras comunidades están restringidas biológica y culturalmente. No podemos trascendernos, no podemos ir más allá de ellas sin incurrir en una impostura. Dicha impostura queda muy bien en la foto, pero dura lo que dura esta.
A partir de las revelaciones teóricas del altruismo familiar y el recíproco de Hamilton y Trivers, sólo nos queda reconocer nuestras limitaciones. Somos seres sociales, somos seres grupales, pero lo somos dentro de ese círculo sin fisuras de nuestros más íntimos intereses biológicos y culturales. No podemos ser socialistas, sencillamente, porque una sociedad enorme cuyo horizonte no tenemos a la vista no nos interesa. Los medios de comunicación nos acercan imágenes que impactan nuestra retina y después nuestro sistema límbico como un consumible: hace un pequeño efecto que enseguida se pierde. Al final se da el fenómeno de la habituación, tan conocido en psicología.
Mientras la despensa está llena podemos otorgar a estos efímeros sentimientos generados por instantáneas una importancia trascendental. Nos sentimos capaces de ir más allá de las barreras que marca la necesidad. Pero este es un engaño tan corriente como nefando. La opulencia lleva a la decadencia por la vía más fácil, más rápida: la falsa empatía.
El individualismo no es ese hombre de paja que pintan los enemigos de la libertad. No es un egoísmo cerrado y restringido en el ego: es un egoísmo colaborador, tendedor de puentes, formador de lazos, que comercia, que quiere conocer y aprender de los otros por el propio interés, pero que busca satisfacer el de muchos otros cuya satisfacción revierte en interés propio, de una u otra forma.
El individualismo es grupal, pero no socialista. Que no nos engañen con su caricatura.
Es paradójico, desde luego.
Germánico: Jesús, siendo Dios, no podía condenarse. Muchos humanos han aceptado morir dolorosamente en bien de otros. Esa conducta de Jesús que llamas sobrehumana, pues, lo que es más bien es sobredivina; es raro en las deidades sufrir voluntariamente por amor a los humanos.
Está el precedente de Prometeo arrostrando la ira de Zeus por robar el fuego, cierto. Lo que creo que tiene menos precedente es el que un dios acepte sufrir a manos de meros mortales.
No hay que ser cínicos, basta con aceptar nuestra naturaleza. Uno puede hacer el bien a los demás por un bajo coste, la mayoría de las veces.
¡Ajá! Estais diciendo lo que siempre pienso cuando leo sobre el tema. Que no existe el altruísmo, ya que el altruísta siempre obtiene un beneficio, sentirse bien consigo mismo (por lo menos).
¿Alguien penaría en los infiernos para que los demás -en particular aquellos de los que nada sabe-fueran felices?
Lo verdaderamente sobrehumano de Jesús (el del mito bíblico) es que aceptara morir de forma dolorosa por todos nuestros pecados.
El premio de los santos es la salvación. Individual.
El concepto de grupo biológico es bastante fijo, pero el del grupo cultural es más variable. Para Teresa probablemente fueran los desheredados de la tierra.
La madre Teresa de Calcuta era bastante excepcional, no era tan Santa como parecía y, sobre todo, tuvo, como todos, un fuerte deseo de realizarse en la vida, y de darle sentido, lo cual requiere de los otros (pero está bastante centrado en el yo).
El mito del altruismo completamente desinteresado debe ser desterrado de nuestras conciencias cuando tratamos de explicar la realidad humana.
Una duda,
Y como encaja la madre Teresa de Calcuta y personas similares? Son seres socialmente disfuncionales? O lo que ocurre es que el concepto de grupo no es fijo si no variable, es decir, subjetivo?
Se mire desde el ser o desde el deber, terminamos con que uno debe llegar a donde puede efectivamente llegar, y que traspasar determinadas fronteras no puede hacerse sin abandonar la tierra sobre la que uno puede pisar. Vamos, que el más allá del propio grupo es un abismo, no la tierra prometida.
Me gusta mucho lo que escribes. En realidad, creo que cuando hablas de reconocer las propias limitaciones lo haces en el mismo sentido en que yo hablo de «asunción de la responsabilidad». De alguna forma son dos conceptos muy interrelacionados: sin límites a la acción propia (por ignorancia o soberbia) no hay necesidad de responsabilidad (por qué? frente a quién?) … sin asunción de la responsabilidad individual, es imposible explorar los propios límites (incluso superarlos) sin afectar los del otro. Y lo que es peor, es más facil caer en la falacia socialista «todos somos responsables, luego todos somos culpables», lesionando gravemente los límites de quien no lo es.