Las contingencias históricas se suceden, en un cambio permanente que, en ocasiones, toma la forma de revolución, pero que, por lo general, representa una evolución gradual. La sociedad humana está hecha de la pasta de las instituciones. Cuando uno piensa en instituciones quizás imagine un edificio con un gran letrero solemne sobre su pórtico de entrada. Pero las instituciones son el producto de las relaciones entre las personas, relaciones que se dan de una determinada forma, que suele venir determinada por la costumbre y por la naturaleza, y en mucha menor medida por las circunstancias. El hombre siempre es hombre, y lo es a través de sus instituciones por que este es el medio del que se vale la naturaleza humana, imitativa, emulativa y amante de la costumbre, para expresarse en sociedad.
Cuando se aproxima un cambio radical, lo que sucede es que algunas instituciones han entrado en decadencia, y el sentir generalizado ya no las acompaña. La naturaleza ya no encuentra expresión óptima en ellas, porque su devenir y el devenir de la historia la ha llevado a un punto muerto, y busca otras instituciones nuevas en las que tomar forma. Hay un momento en que la tensión entre las instituciones senescentes y las nacientes es tal que se produce una ruptura, que pasa por cambio radical. Pero ese momento abrupto resulta ser más un punto de inflexión de una curva que un salto a un Vacío –como sugerirán los que aún permanecen fieles a la tradición mortecina- o un Renacimiento, como lo llamarán quienes profesen la nueva fe y la nueva praxis.
Es muy posible que todos estos cambios, tanto los aparentemente más revolucionarios como los más suaves, se vayan produciendo dentro de una institución. Lo que sucede es que las instituciones se encierran unas en otras, como las muñecas rusas o los conjuntos de Cantor. Una de las más grandes instituciones de la tierra, de la humanidad, es la Iglesia Cristiana. Sujeta, como cualquier otra institución, a los rigores de la Historia, sufre incontables cambios en su seno y en su relación con los hombres que están dentro y fuera de ella. Dada su magnitud, tanto espiritual como espacial y temporal (lo último viene determinado por lo primero), dado lo mucho que abarca en el amplísimo terreno de las relaciones humanas, no es una institución que pueda desaparecer o extinguirse en 5 minutos o con cuatro medidas tomadas por algún poder contrario. Está, de hecho, el poder contrario, la institución contraria, penetrada por la iglesia, y la propia iglesia está penetrada por ella. Se dan intersecciones institucionales a través de personas e instituciones subordinadas e instrumentales ambiguas. El progresismo, esa ideología, quiere crear sus propias instituciones sustitutivas de las eclesiales. Lo hace con mayor o menor fortuna. Muchos de los puntos de su ideario reflejan un clericalismo sutil, tanto como sus expresiones rituales. Una vez más fondo y forma parecen contradecirse. Se intenta crear una especie de Religión de Estado en la que el hombre sea, de nuevo –si es que alguna vez lo fue- el centro de todas las cosas, un frágil dios, pero se pretende que no hay raíces en la fe, que el cimiento son principios abstractos y universales, razones válidas en todo tiempo y lugar que a su vez se asientan en la voluntad humana. Se intenta por todos los medios matar a Dios, a todo Dios, negar toda trascendencia, pero a un tiempo se buscan paraísos artificiales en la tierra que sean una buena proyección de nuestros anhelos de futuro y sentido.
El hecho es que los únicos principios universales que hay son los de nuestra naturaleza, y esta reclama, en su faceta humana, como decía, futuro y sentido, y en su faceta filogenéticamente más amplia, compartida con otros seres, digamos, alimento, cobijo, calor, placer, sexo, tranquilidad, seguridad…..etc. Importa poco, en mi humilde opinión, a través de qué instituciones nos expresemos, pero mucho qué es lo que realmente expresemos. Y tenemos que expresar la naturaleza con la que hemos venido al mundo y con la que hemos de convivir hasta que lo abandonemos, en viaje a ninguna parte o a las alturas del paraíso. Somos animales trascendentes porque somos animales temporales. El desarrollo de nuestro lóbulo frontal nos hizo caer en el tiempo y ahora tenemos que elegir, de continuo, el futuro que queremos para nosotros y para los nuestros. Podemos optar por aceptar el medio cultural y social en el que hemos crecido y nos hemos desarrollado aunque no sea perfecto -¿y cuál lo es?- o bien pretender partir de cero y construir alguna Utopía, con los elementos con los que ya está construida y funciona la Tradición. En este contexto, hemos de elegir si preferimos cristianismo a Islam, así como si preferimos un cristianismo suave, matizado, dialogante o un secularismo que no ofrece más que buenísmos y futuros huecos. ¿Estamos ante un punto de inflexión en el contexto institucional? ¿llegará una revolución que remate el cambio de instituciones? ¿o se darán cambios graduales que conduzcan a una iglesia distinta, o a alguna otra iglesia? No lo podemos saber. De momento, creo, lo razonable es no apostar por los sucedáneos laicos ni por los totalitarios. No satisfacen nuestra naturaleza profunda.
«Enchúldigun» por el descuido y el tono del primer comentario, Germánico, pero es que me subleva que tanto bichito sectario sea incapaz de reconocerse como lo que es. Cogen una tiza, dibujan un monigote y gritan ecce homo!
Un saludo.
Cito:
«Lo que no es posible en una “sociedad secularizada” o “de consumo” es que ya nadie busque verdad ni identidad alguna y que la vida real se reduzca a disfrutar del jardín de Epicuro, de parques temáticos, ligas de fútbol, chats, barbacoas, discotecas o algún más difícil todavía, inútil y caprichoso, el más rico, el más joven, el más citado, para aparecer en Gentleman, Esquire o directamente en el Libro Guiness de los Records…Esto no da sentido a nada y la mayoría busca algún sentido a todo….Es más, cuanto más pluralista y menos dominada por “un” sistema religioso fuese una sociedad, más se requerirían convicciones personales en sus ciudadanos para manejar la angustia e inseguridad individuales, por eso dijo alguien que el cristianismo había de ser la religión del final de las religiones».
Amén.
Dejando aparte la «naturalidad» de lainquietud religiosa, la traída y llevada secularización no sólo no es una solución válida en todo tiempo y lugar, que pocas soluciones son así, sino que además como tendencia social en Europa va teniendo poco recorrido, de hecho está en retroceso -esto lo dice Savater, indeseable pero listo, hace ya un tiempecito- y el asunto puede llegar a convertirse en una cuestión de supervivencia pero por los motivos opuestos a los que aducen sus fanáticos. No se ve secularismo en Israel, por ejemplo.
Segundo, vetar los crucifijos en un aula vallisoletana -y contra la voluntad expresa de la mayoria de los padres- es una actuación tan sectaria y estúpida como vetar una foto del Partenón por ser templo de Pallas Athena o de El Retorno del Hijo Pródigo porque no existan pruebas de la existencia del padre de los dos hijos. Y ya puestos, cambiad el nombre de Atenas y San Petesburgo, fantoches. En cambio el coliseo romano es aceptable porque lo erigió un emperador, y El David de Miguel Ängel porque gusta a según que las alumnos.
Tercero, el tema instituciones.