Botijos. Volverán a ponerse de moda, ya lo verán. No hace muchos años lo de llevar el botijo a la fuente era una de las tareas que, por ser el primogénito, tenía este que les escribe asignada en el plan familiar. De Mayo a Septiembre (en aquellos tiempos aún no sabíamos nada de gases de efecto invernadero, hacía un frío de la leche y las fuentes se congelaban en invierno) me tocaba hacer tres paseos diarios al manantial. Llenar el botijo (los botijos, eran dos) se convirtió así en mi aportación más valorada a la economía y la salud familiar. Qué buena era el agua del «Caño Viejo»!
Eran tiempos de pocos alardes. El Generalísimo dictaba puntos, comas y otras zarandajas, comer era un malabarismo sólo posible gracias al economato, mi padre se partía el lomo a 300 metros bajo tierra y mi madre bastante tenía con cuidar que sus dos monstruos creciesen a ritmo de Colacao y galletas María. En otros -muchos- sitios de España no tenían tanta suerte: comían mal y poco, trabajaban en el campo y lo del Colacao no lo veían ni en la tele: muy pocas teles había en la España del 67!
Fuera de casa éramos menos que el vecino pobre. Menos, porque además de pobres éramos tontos: incapaces de largar al anciano dictador al retiro merecido. En centroeuropa sólo sabían que teníamos playa y que trabajábamos por cuatro perras. Los franceses que no nos duchábamos cuando íbamos a la vendimia y los americanos no sabían donde estábamos. El trabajo de millones de españoles, la muerte de Franco, una transición medianamente civilizada y la ola de bienestar provocada por la globalización cabalgante nos ayudaron a vislumbrar, allá por el 2003, un poco de «caché social». Los vecinos nos invitaban a las cenas de rigor, nos preguntaban por esto y lo otro y no se avergonzaban de nosotros; incluso nos soltaron una cantidad enorme de pasta para que pudiésemos terminar bien lo que habíamos empezado.
Y tan contentos estábamos, cuando llegó Zapatero y se tiró un pedo en medio de una recepción de esas serias. Bueno, no fué exactamente así. Olvidó que cuando pasa delante la mujer de uno de los huéspedes lo normal es saludarla. Rodeado de sus nuevos ricos (catetos e impresentables como él) y sus viejos pijos irrumpió en las recepciones asaltando los «bufés», derramando el «champán», invitando a los demás a hacer lo mismo e insultando al anfitrión cuando se le reprochaba. Cuando dejaron de invitarle, pasó a reunirse con los macarras del barrio … algo mucho más acorde con sus capacidades intelectuales a lo que parece.
Como las malas maneras no se limitaron a las recepciones de los vecinos, la casa se vino al traste: 3 millones de parados, el 16% de los españoles por debajo del umbral de pobreza, le debemos dinero a todo el mundo y nos peleamos entre nosotros por ver a quién le tocan las migas que caen de la mesa a la que se sientan sus pijos y nuevos ricos.
En casa volvemos a tirar de botijo y fuera, o nos olvidan, o se vengan, o se parten de risa.
Aquí ya están los supersolidarios devanándose los sesos para encontrar un responsable de la situación ¡La culpa es de Aguirre! ¡Qué casualidad! Los viejos hábitos no mueren.
Es muy perra, ¿verdad? la total soledad y la total libertad para ir a ninguna parte, cuando sólo te queda el vicio monótono, metódico de irte haciendo pajas mentales, y cada vez más, desde el desarraigo y la desesperanza total, acerca de la misma sociedad, que hasta ayer creías nutricia (…y que sólo abre puertas y accesos –ya lo decía el mejor bloguero liberal, Witness/Vigoleis/PPCC, citando a Kafka- a quienes de un modo u otro se le venden…). ¿No era ZP vuestro amiguito?
Bueno, pues le dais una higa, aunque tal vez la conciencia tardía de ese hecho trastorne algunos criterios convencionales y haga ver las cosas como son. Eso, eso es el bienestar, lo más sólido de él.
Tú pones al Colin Powell al lado de Obama, neo mesías de (una de) su(s) raza(s), y percibes claramente la diferencia entre un sujeto capaz y un telepredicador racialista, pero basta que haya un mulato en la Casa Blanca parece que muchos individuos negros no se sienten responsables de sus problemas, como si el botón nuclear controlase las tasas de ilegitimidad, drogadicción, fracaso escolar o violencia callejera.
Siendo caritativos me temo, niños de papá estado, que la mejor manera de estar con los demás sea estando uno a lo suyo, y juzgue Dios.
Es que no basta con “sentir” estéticamente ni basta con encontrarse gratificado -por ejemplo, por el desprecio a una bandera-, ni basta fijarse en las pijadas para estar seguros de que las cosas van bien. Se puede equivocar uno de medio en medio en el modo de llevar la partida, pero entretanto no sabe que se está equivocando.
Sobre todo la sensación de “ésito”, de hegemonía sobre los demás, unos carcas, o de estar llevando una vida afortunada, fácil y brillante o de poder más que otros, o de que todo fluye y se satisfacen los deseos, el pisito, el cochecito, el currito, cuando no el “subsidiito”, puede ocultar lo nefasto, para otros, para el grupo cuanto menos, de la línea que hemos elegido. Y algo que perturba a los demás, que se realiza y se impone a costa de otros, a los que se chulea o sablea, tampoco puede ser bueno para uno mismo.
Unos creen que la vida va de hacer una serie de “apropiaciones indebidas”; otros confunden el ser álguien con el aparecer: “Wille zur Schein”, ¿Qué pensaría el Dr. Adler de Zapatitos?; otros el ser cualificado con el poder; y otros el ser con el destrozar; también se puede confundir el ser con las cosas que haces, y eso te vacía por dentro, “Entleerung”, no por mucho pontificar se es más persona, ciertamente.
Antes teníamos a Antonio Machín, ahora tenemos a Obama: he ahí la decadencia.
Liebe Grüße, Clausius!
Sí, lo de que la gente salga de España creo que tiene su lado positivo. Muy positivo incluso.
El economato… yo me acuerdo de eso, y estamos hablando sólo de los años 80. En cuanto a lo demás, pues responsabilidad y a apechugar con las consecuencias. De todas formas la estupiedez humana hispánica es importante, en especial la de aquellos que no han vivido tiempos de crisis, más bien todo lo contrario y con exhibiciones continuas de opulencia. Como decía Germánico, ahora identificarán la pasta progresil. No hay mal que por bien no venga. Y los pobres que tengan que tragar con la estupidez hipánica, que prueben a salir fuera. No para quedarse para siempre, porque además en todos los sitios cuecen habas, sino para ver y descubrir otros sitios interesantes y observar la debacle con una cierta distancia de seguridad…
LG aus Bayern.
Mientras tanto desvían la atención de los catastrofistas naturales hacia el clima…..
Nos llamarán catastrofitas y antipatriotas… como antes: decíamos que negociar con ETA era alimentarla, decían que no. a la vista los resultados. Decíamos que este hombre nos iba a convertir en parias diplomáticos, decian que no. Dos tazas. Y así hasta el aburrimiento. Del paro y esas «menudencias económicas» solucionables vía redistribución de riqueza (esto es, trabaja tú que ya cobramos mis amiguetes y yo) ya ni hablo, Germánico
En España volverá, tú volverás a él, si vuelves a España, pero los más jóvenes van a pasar de la opulencia a la miseria en su generación. Para ellos esto es nuevo. Ahora sabrán de qué pasta está hecho el Progreso….