Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.
Los Sarkozys de la vida, los hombres de acción, los ejecutivos, los políticos y líderes congénitos en general, adolecen de tal obsesión en materia de peligros, un tanto paranoides, para el sistema ¡no por la eficacia en mejorar las condiciones de vida y de cultura de las unidades humanas! que recuraren con demasiada facilidad, prontitud e intensidad medidas coactivas en el orden cultural, precisamente. Para que esto no sucediera tendrían que gobernar los otros, los Heisenbergs, los Perelmans, los Huollebecqs o como se escriba, pero estas son incapaces de hacerlo y además no les interesa.
Hay mucho miedo a la libertad en nuestros napoleoncitos, un miedo arcaico que les lleva a idealizar sus ocurrencias, a escindir las cosas en aspectos irreconciliables, a huir hacia delante, a negar la realidad y al final a fantasías de omnipotencia, irreal, ilusoria, con destrucción aparentemente inmotivada del objeto: “Muerto el perro, se acabó la rabia”, es un razonamiento que funciona profusamente tanto en individuos como en grupos, incluido el mismo estado, la sociedad interestatal y la prensa al servicio de unos u otros. El hombre y yo somos así, señora, y como el hombre es como es, lo demás sale como sale. Muérete de envidia, Fritz.
Oponerse a la espontaneidad de la vida intelectual, a la creatividad, de las molleras puede acabar volviéndose contra los arreglamundos que nos afligen. Caso de tener éxito, esta política de repartir ruedas molino desde algún comité central puede suponer un estado de recesión intelectual y científica, y luego un estancamiento tecnológico, cuando más falta va a hacer superar la tecnología del carbono de la actualidad.
El título de una entrada anterior de este blog, “el consenso mata a la ciencia” yo lo interpreto así: sin una total libertad intelectual, la ciencia no progresa”, y sin una ciencia en expansión tampoco a la larga la tecnología puede superar ciertos limites. Ocurre como con las cámaras digitales, cogno como con todo: para fotografiar planos, gestos, aspectos originales hay que tirar doscientas, y gastar mucha memoria. Lo mismo se hace imprescindible en la ciencia, por eso antes de “descubrir” el filamento de carbón para su bombilla, Edison tuvo descubrir mil filamentos inservibles. ¿Era un negacionista? En el peor de los casos, muchos cientificos han de desbarrar, si es que algún científico desbarra alguna vez, para que uno solo ponga el huevo y después venga Gore y diga que es suyo.
La tecnología, la mas practica y concretamente orientada a unos fines muy determinados, pongamos las soluciones energéticas, depende en ultimo termino de las pajas mentales y de las arbitrariedades intelectuales de los científicos o “reflesionadores”, por muy peligrosos, contraculturales, acientíficos, corrutos o heterodoxos que sean sus sistemas o sus lucubraciones: sin tales juegos libres y creativos del ingenio, no se logran ni se decantan las grandes intuiciones básicas de un pensamiento más maduro ni de las ciencias, incluidas las matemáticas. Que no, que Gore no inventó Internet. Yo creo que ni sabe como se pronuncia.
Los Sarkozys de la vida, los hombres de acción, los ejecutivos, los políticos y líderes congénitos en general, adolecen de tal obsesión en materia de peligros, un tanto paranoides, para el sistema ¡no por la eficacia en mejorar las condiciones de vida y de cultura de las unidades humanas! que recuraren con demasiada facilidad, prontitud e intensidad medidas coactivas en el orden cultural, precisamente. Para que esto no sucediera tendrían que gobernar los otros, los Heisenbergs, los Perelmans, los Huollebecqs o como se escriba, pero estas son incapaces de hacerlo y además no les interesa.
Hay mucho miedo a la libertad en nuestros napoleoncitos, un miedo arcaico que les lleva a idealizar sus ocurrencias, a escindir las cosas en aspectos irreconciliables, a huir hacia delante, a negar la realidad y al final a fantasías de omnipotencia, irreal, ilusoria, con destrucción aparentemente inmotivada del objeto: “Muerto el perro, se acabó la rabia”, es un razonamiento que funciona profusamente tanto en individuos como en grupos, incluido el mismo estado, la sociedad interestatal y la prensa al servicio de unos u otros. El hombre y yo somos así, señora, y como el hombre es como es, lo demás sale como sale. Muérete de envidia, Fritz.
Oponerse a la espontaneidad de la vida intelectual, a la creatividad, de las molleras puede acabar volviéndose contra los arreglamundos que nos afligen. Caso de tener éxito, esta política de repartir ruedas molino desde algún comité central puede suponer un estado de recesión intelectual y científica, y luego un estancamiento tecnológico, cuando más falta va a hacer superar la tecnología del carbono de la actualidad.
El título de una entrada anterior de este blog, “el consenso mata a la ciencia” yo lo interpreto así: sin una total libertad intelectual, la ciencia no progresa”, y sin una ciencia en expansión tampoco a la larga la tecnología puede superar ciertos limites. Ocurre como con las cámaras digitales, cogno como con todo: para fotografiar planos, gestos, aspectos originales hay que tirar doscientas, y gastar mucha memoria. Lo mismo se hace imprescindible en la ciencia, por eso antes de “descubrir” el filamento de carbón para su bombilla, Edison tuvo descubrir mil filamentos inservibles. ¿Era un negacionista? En el peor de los casos, muchos cientificos han de desbarrar, si es que algún científico desbarra alguna vez, para que uno solo ponga el huevo y después venga Gore y diga que es suyo.
La tecnología, la mas practica y concretamente orientada a unos fines muy determinados, pongamos las soluciones energéticas, depende en ultimo termino de las pajas mentales y de las arbitrariedades intelectuales de los científicos o “reflesionadores”, por muy peligrosos, contraculturales, acientíficos, corrutos o heterodoxos que sean sus sistemas o sus lucubraciones: sin tales juegos libres y creativos del ingenio, no se logran ni se decantan las grandes intuiciones básicas de un pensamiento más maduro ni de las ciencias, incluidas las matemáticas. Que no, que Gore no inventó Internet. Yo creo que ni sabe como se pronuncia.