Luis:
Las viejas siempre avisaron de que el cuarenta de mayo era la única fecha prudente para guardar el sayo. Llueve y hace frío en tiempo de piscinas. Me reconforta. El verano en Aldea del Sacristán es de los de antes, sol y moscas. Que se alargue el fresco y la lluvia dan más tiempo civilizado: el sofoco del verano es un período que limita el pensamiento y sólo invita al abandono. En tiempos revueltos, atolondra las mentes e invita al crimen, a hacer del horror algo que, si no deja de espeluznar, devuelve el frío.
La madurez es extraña, porque te permite ver el mundo con serenidad, pero también te resigna a saber que los que te rodean son, simplemente, humanos. De puro humanos, siempre imbuidos de errores y ensoñaciones que, si me apuras, son necesarias. Son el camino del aprendizaje. Nadie escarmienta en cabeza ajena, decían los viejos de mi pueblo. Es normal, pues, encontrar en los cambios de generaciones a jóvenes airados, jóvenes de talento que espolean su acción más allá de perseguir vino y muchachas para intentar hacer algo con el mundo. Cambiarlo, imaginarlo diferente.
Es tal la determinación, el deseo de logro, que junto a las pocas experiencias vividas alcanzan un estado de clarividencia que tiende a darles un sentido de misión. De salvación. Son los hombres jóvenes el refugio de lo drástico. Entre los menos instruidos o entre los que racionalizan los medios sin contar con los fines, en ese pozo de radicalidad que suele gozar de tantas buenas intenciones, se suelen generar monstruos políticos violentos. Confieso que es una teoría que elaboro sin preparación ninguna de orden psicológico o psiquiátrico y carezco de respuesta para decir por qué los grandes dictadores asesinos no eran jóvenes cuando alcanzaron el poder. Pero creo que algo tiene que haber en la ilusión del que emerge al mundo y ve, casi siempre, injusticia y asuntos pendientes, hombres que se despellejan, que parece indudable que se debe reclamar una teoría que represente de modo diáfano lo que es blanco y lo que es negro: los grises son matices que sólo pueden conocerse si antes el negro y el blanco han hecho su aparición como concepto. Por supuesto, en este ejercicio, se suele estar cercano al paraíso, intuyendo que se toca con los dedos o sufriendo horrorosas torturas psicológicas al verse pospuesto una y otra vez.
Quizá resulta una descripción demasiado dramática. Quizá parezca que siento o preveo peligro. No, no es tan grave lo que percibo. Pero sí caigo en cuenta de hombres jóvenes bien cargados de fe entre tus amigos liberales, entre ese grupo de interesantes jóvenes que tanto trabajan en la construcción teórica y práctica de una arquitectura tan dispersa y embarullada. Les veo enarbolar frases, ideas y acciones y me embargan dos sentimientos: un cierto alejamiento de la realidad, la discusión de problemas de hondura filosófica pero que, al bajar tan frecuentemente a la arena política del cada día, pierden su nivel científico, investigativo: se asemejan más al ruido monótono de las paredes de un jai-alai. Por el otro, siento que las conclusiones prácticas son poco sugestivas y no están a la altura de las ambiciones. En otras palabras, que tanto ensayo científico sigue tropezándose con una realidad difícil y escenarios que puede que no sean superiores a los criticados cuando son propuestos por colectivistas.
Pueden ser mis años, medianos pero ya no jóvenes, los que me llevan a desconfiar de todas las teorías que pretenden abarcar todo lo humano y a las que se piden ecuaciones que resuelvan las paradojas de vivir. Especialmente, siento que de lo que hay que ser conscientes es de las fortalezas y las debilidades de cada modelo teórico pues sí creo en que siempre existen restricciones. Y creo que no existen dogmas. Diría que esto último que digo tiene un carácter, por ponerme instruido, popperiano en su intención: si la realidad te demuestra que tu alternativa no es válida, otra debe ser si no la verdadera, la que de momento funciona o funciona menos mal. Esta humildad es la que echo de menos. La de que no existe perfeccionismo posible, panacea ni bálsamo de fierabrás para las dificultades de la política y la economía. Sí, cierto, el sentimiento socialista parte de que sí, pero los jovenes airados, acompañados de mayores pendientes de vengar su juventud y de otros que no han hecho tanto esfuerzo intelectual, parecen poseídos de esa luz que confiere la sensación de certeza, de sentir que la razón te respalda y que nada puede apartarte de ella.
Por supuesto, esto es un defecto de los hombres – de las mujeres – y que tanto monta liberal o socialista, conservador o comunista, católico o librepensador para caer en su trampa. La cuestión es si debiera ser otro el tono que tuviera que adquirir el pensamiento de los jóvenes liberales para ganar la comprensión y la extensión de las ideas: una humildad que ponga en evidencia la soberbia de otras creencias.
Pero es sólo un pensamiento que me cruza por la noche y que bien pudiera estar condicionado por mi propio desconocimiento. De verdad que el silencio nocturno devuelve paz al espíritu.
Tuyo,
Mardito Roedor
Nota d. l. r.: la foto que acompaña este artículo fué realizada por Carlos Martínez.