Desde de la Vega hasta Aguirre, pasando por Chacón y San Gil, las mujeres conquistan cada vez más poder político en nuestro país. No muy lejos de nosotros, apenas cruzada la frontera cultural de occidente, ocurre justamente lo contrario. La represión de las mujeres en África y los países musulmanes alcanza dimensiones terroríficas. Se puede hablar de un «Apatheid de género».
Desde la ONU nos llegan informes increíbles: castigos bárbaros, desde la mutilación genital a la crucifixión son cada vez más frecuentes en las zonas islámicas. Los cadalsos ocupados por mujeres pertenecen a la imagen metropolitana incluso en ciudades como Riad. En Irán, una docena de mujeres esperan ser lapidadas públicamente por adulterio. El caso de la condenada Khayrieh ha saltado a las primeras páginas de la prensa occidental: «Estoy dispuesta a morir ahorcada, pero les ruego que no me lapiden. La muerte por estrangulación es segura, no es fácil que la primera pedrada me alcance la cabeza».
En occidente callamos. No sólo ante las lapidaciones. También ante la represión sistemática de las mujeres. En Arabia Saudí apenas son mejor tratadas que los camellos. No pueden tener pasaporte ni conducir un coche sin permiso de los hombres; educación, carrera profesional y lugares públicos les son prohibidos igual que a los negros en tiempos del Apartheid surafricano. Entonces, cuando el gobierno de Pretoria dividió sus habitantes en «humanos» y «menos humanos» el mundo protestó con contundencia al comprobar cómo había escuelas, oficinas públicas, autobuses, playas y bancos de parque reservados a quienes, casualmente, tenían una piel algo más clara que los demás. Se inició un boicott general y la muralla del Apartheid cayó con gran estruendo mediático. Nelson Mandela fué liberado de la cárcel y con él millones de negros de la esclavitud y la indignidad.
Hoy nos enfrentamos a un nuevo Apartheid – más terrorífico, si me apuran. Otra vez se niegan a un grupo de humanos sus derechos más fundamentales. Sólo que esta vez no es el color de la piel, sino el género la característica elegida. Los ghettos de nuestros días llevan velo. Sus nuevas víctimas ni siquiera pueden elegir su ropa. Se les oculta tras negros paños hasta hacerlas irreconocibles. Se les roba su rostro, su identidad. Una dictadura de hombres aterroriza a la mitad de la población con la misma naturalidad con que sopla el viento en el desierto.
Y quién protesta? Dónde están las manifestaciones Anti-Apartheid? Greenpeace está ocupado con las ballenas, Europa con el cambio climático, las feministas con el matrimonio homosexual, nuestro Gobierno con sus conjuros. El Apartheid de las mujeres apenas es tema de conversación. Empieza a formar parte ya de la historia universal de las negligencias. Tal vez ocurra que la doble moral sea a la política lo que las algas al mar. Pero merece la pena que nos fijemos en los motivos de esta indiferencia ante la discriminación criminal de las mujeres. Si existe un amplio grupo de dictaduras en las que se niegan sistemáticamente los Derechos más elementales a las mujeres y occidente calla, tal vez sea por interés, miedo o indiferencia.
Yo supongo que se trata de todo ello a la vez. Occidente tiene miedo de enfrentarse a potencias como Irán o Arabia Saudí. Es mucho más fácil ocuparse de los inofensivos (militarmente) afganos o irakíes, del conflicto Palestino (Israel no es una amenaza para occidente). Y no olvidemos los intereses: unos nos venden petróleo, los otros éxitos diplomáticos. Suráfrica era una víctima ideal para los «moralistas» occidentales: no tenía ni petróleo ni un ejército poderoso (y no desarrollaba bombas atómicas).
Este miedo de occidente presenta no sólo aspectos suscriptibles a la «real-politik», también los hay culturales. Nadie se atreve a lanzarse a un enfrentamiento cultural, civilizatorio. Es más, hay quien habla de alianzas de lo inalianzable. En realidad se pretende evitar el conflicto mirando hacia otro sitio, con abrazos fingidos y, poco apoco, con la renuncia tácita a alguno de nuestros principios de libertad. Es mejor una paz fingida (podrida) que la actitud digna de defensa en lo que se cree.
Y la indiferencia? Me temo lo peor. Probablemente, encogerse de hombros ante tales barbaridades nazca de una secreta complicidad masculina que no conoce barreras culturales. Cuando son las mujeres las oprimidas, los hombres de todo el mundo parecen menos interesados que cuando los oprimidos comparten con ellos colgajo y barba. Imagínense que los islamistas denigrasen a los zurdos los juristas o los portadores de gafas del mismo modo que lo hacen con las mujeres. Les apuesto lo que quieran a que la «resistencia» occidental sería mucho más contundente.
Visto así, el Apartheid contra las mujeres no sólo delata nuestra doble moral, también nos desnuda ante las miserias de nuestra inacabada emancipación masculina: seguimos siendo hijos de Adán.
Ahora sí, Juano. Perdona, pero te había entendido mal, o nada 🙂 Bueno, tampoco es que tenga mucho tiempo para leer estos días. Mea culpa.
Luis, cuando el negro lograba escapar del espacio físico donde imperaba el racismo pasaba a ser libre y dejaba de ser perseguido. No recuerdo que Sudáfrica hiciera expediciones allende los mares para matar fugitivos del sistema.
Sin embargo, el musulmán que reniega de su fe es perseguido esté donde esté por miembros de su antigua creencia. En Europa hemos visto como hasta los familiares de las personas descarriadas han sido los verdugos. Y no nos hemos preocupado de controlar o expulsar a todos esos verdugos potenciales que impiden una aplicación efectiva de los valores predominantes, dejando así que ese mal que criticamos vaya creciendo más y más en el espacio físico en el que debería imperar nuestra moral.
Un esclavo huido podía caminar tranquilamente frente a la embajada sudafricana por las calles de Londres o Madrid. Un musulmán converso no puede hacer lo mismo en esas ciudades frente a una mezquita o centro islalmista. Incluso vemos cómo se invita a que en los aviones nos cambiemos de sitio para no perturbar a las mujeres musulmanas con la posibilidad de un roce fortuito…
Lo que quiero decir es que mientras con el racismo las cosas están claras y sabemos cómo actuar en nuestra casa, con el choque de valores con los musulmanes aún no lo tenemos tan definido.
Y hay más diferencias que nos pueden ayudar a ver mejor el problema: mientras el problema en Sudáfrica era, básicamente, la imposición de un valor erróneo en un sistema correcto, con los musulmanes nos enfrentamos a un compendio de valores erróneos que conforman un sistema incorrecto. Por ello digo que no son situaciones equiparables ni tratables de la misma manera.
Gracias Hare por la corrección. Tomada nota.
Juano, yo tengo las líneas más que claras. y no quiero que se traspasen ni aquí ni en nigún sitio. Lo de
me deja perplejo… acaso no se mataba a los negros? Como deporte de caza, a más señas? no entiendo lo que quieres decir.
Carlos, evidentemente hay más intereses que los que describo, y otras indiferencias interesadas, como las que aludes.
Así a bote pronto se me ocurren dos cosillas:
-Poco sentido tiene movernos por lo que pasa fuera cuando permitimos que lo mismo nos pase dentro. Tanto en cuanto no sepamos dónde trazar la línea para proteger nuestros valores ante esos otros que nos invaden y son contrarios, resulta ridículo que vayamos a trazar la línea en casa ajena.
-A diferencia de la opresión racial donde econtrar un negro que dijera que le encantaba la situación, con las musulmanas sí encontraremos fácilmente ejemplos que defenderan su status quo. Así que más que intentar abolir un sistema que ninguna parte quiere abolir (desde dentro), debería establecerse alguna protección para todo aquel que quiera abandonarlo. Recordemos que todo aquel que abandona la fe musulmana está condenado automáticamente a muerte. Así que el enfoque no puede ser el mismo que con el racismo…
Y sí, me indigna mucho cuando vienen a pedirme dinero para salvar la vida de los perros callejeros o de las focas de la Patagonia cuando hay muchísimas personas que deberían estar delante de esas prioridades.
Una corrección, Sudáfrica sí tenía armas nucleares (al menos según wikipedia…) Las primeras pruebas fueron el 77. Curiosamente, Sudáfrica renunció a sus armas nucleares. Unos inspectores del organismo internacional de la energía atómica verificaron su desarme y santas pascuas.
Si como profesional onegetiano piensas en vivir de las subvenciones, ni se te ocurra fundar una para la liberación de las mujeres musulmanas. Están todas agotadas en lucha contra el calentamiento global, que nos tiene arreciditos. No obstante, en lo que se refiere a España, recuerda cuando vino Irsi Hali. El entusiasmo, con que fue recibida por las feministas, sólo puede ser comparado con el despertado entre los progres, cuando vino Alexsandr Solzhenitsyn. O sea, perfectamente descriptible. De la superación de esta perversa situación todos somos responsables, pero unas más que otros.