Cuando leí el lapidario último comentario de Isidoro en la entrada de Mardito Roedor, había decidido no responder. Tan obvio me parece lo desacertado del diagnóstico. Ocurre que, gracias a los diferentes dones y defectos que hemos ido cultivando en nuestras vidas, lo que para mí es obvio no tiene por qué serlo para nadie más.
Como ya tienen hoy en Red Liberal un post largo en el que se explican bastantes de las cosas que me suelen rondar la cabeza no voy a castigarles yo con otro ladrillo. Lean el fruto de las molestias que se ha tomado Berlín Smith en su confusa nocturnidad y encontrarán un buen retrato impresionista de lo que no creí yo necesario describir en la manera unamuniana. Baste con dejar dicho, más para mí que para ustedes, que releer lo que he escrito en este blog sobre libertades, individualidad, nación, estado, iglesias y mí mismo me permite reconfortarme en la seguridad de saberme bastante consecuente. No pienso hoy exactamente lo mismo que hace tres años y medio, pero no les he engañado nunca. Y a mí tampoco.
Quien quiera saber de qué va DE y quienes en él escriben, venga aquí y lea. Nuestros (mis) aciertos y desaciertos no los ha dictado nadie más que quien firma. Comparto escudo y nacionalidad en mi pasaporte con demasiadas personas (vivas y muertas) de quienes sí debería renegar y no por ello se me ha pasado por la cabeza convertirme en alemán, ni invitar a nadie a hacerse búlgaro.
Unamuniano… recuerden lo del tullido general …
For the record, en mi escrito se dice algo como esto:
«Me niego a reducir a los individuos a un cromo, una palabra, o una nacionalidad (efectivamente, tampoco creo que España sea un dogma), ni siquiera a los que he llamado neofalangistas semilibertarios con sotana. Porque seguramente tomando un vino con ellos – que no voy a hacer, pero no por nada sino porque uno hace su vida – lo mismo ni son tan neofalangistas, ni tan semilibertarios y tienen todo el derecho del mundo a llevar sotana.»
A partir de ahí, interpreten como quieran.
Me olvidaba de Suances, aquel brillante nick de La Frase Progre, «melifluo, sensiblero y fracasado». Cuando uno intenta actuar altruístamente según su conciencia, descubre que el altruísmo no es un valor para casi, casi nadie más
Unos y otros se atribuyen, en cuanto ven buena voluntad, el poder y el deredcho sobre uno de utlizarle en servicio de sus propios intereses de grupo y de disponer dictatorialmente de su destino; si les deja, claro…
Aunque la vida física llegue a respetarse en absoluto, se seguirán produciendo los atentados a la vida civil, es decir, al prestigio, a la estima social y a la libertad, simplemente por profesar ideas propias y no adherirse a la ideología del grupo.
La causa es porque el que piensa diferente relativiza el pretendido valor absoluto de la ideología sólo por representar otros enfoques del problema, y esto moviliza contra él la agresividad racionalizada como “estrategia”: la difamación, la calumnia, la manipulación de noticias, la tergiversación de expresiones, la ignorancia afectada y el silencio publicitario.
Así, hoy, cada vez más, aun los medios que aparentemente se presentan como más libres y plurales, objetivos y neutrales, dejan también de ser fiables, en su información relativamente manipulada, por sus omisiones “estratégicas”: se promete ofrecer una visión panorámica completa, por ejemplo, de la vida artística, científica o intelectual pero sólo se cita a los parciales y simpatizantes y, a lo sumo, a ciertos adversarios oficiales y tolerados, que ya es costumbre traer y llevar, o a aquellos que ofrecen blanco a las saetas del ridículo.
Cuando se habla de “incomunicación”, de soledad, de incomprensión, etcétera, como males endémicos de las mentalidades de ahora, parece que estos fenómenos se producen sin saber cómo, y no es así.
No es que los demás sean incapaces de comprender al otro o de comunicarse con él; es que se suele estar interesado en no hacerlo y en hacer aparecer las intenciones o las razones del otro a una luz siniestra, o dar la sensación de que sus valores son nulos.
Hay “incomunicación”, o cualquier combinación de “falta de” + “palabra fetiche”, sencillamente porque vemos a los demás, ya como instrumentos, ya como enemigos; no es posible que haya nada de “eso” porque cuando hay algo de que hablar, y a veces se podría hablar, no estamos dispuestos a hacerlo, sino a imponernos “estratégicamente”; y lo peor de todo es que ello sucede no porque exista la convicción del valor de la propia opinión, sino porque conviene a nuestros intereses económicos, políticos o simplemente de influencia y de poder que nuestras opiniones prevalezcan.
Y en esta experiencia de la mala fe se llega a la raíz del mal, que no es error, ni «debilidad», sino voluntad consciente de que las cosas se conformen de “otro” modo, de un modo que nos beneficie, exalte y «hunda» o rebaje a los demás.
Y cuando esto no sucede objetivamente, se manipula la verdad o la información para que las cosas aparezcan como conviene.
Y así se crea una conspiración contra la verdad: no es que los demás sean incapaces de comprendernos, es que están positivamente interesados en lo contrario, en que las intenciones ajenas sean siniestras y los valores, nulos o aparentes; y para ello se tergiversa consciente e intencionadamente la verdad.
El filoescolar Amador hablando de «neototalitarios que se creen filósofos», Santiago Navajas, de «nihilistas místicos posmodernos» y Berlin Smith de «neofalangistas semilibertarios con sotana»; por citar sólo a los más educados. Si escribo una entrada cada tres meses y sólo consigo que me comente el blog un psiquiatra de la universida de Barcelona, entonces mi consejo para usted, D. Luis, sólo puede ser este: lo que le dé la gana, escriba lo que le dé la gana donde y cuando le dé la gana, y luego procure olvidarlo. No le van a entender porque no conciben que obre usted en conciencia, con conocimiento de causa y sea, aun así, incapaz de darles la razón.