Al calor del hogar

Luis:

En Aldea del Sacristán, no pasamos de doscientos habitantes en invierno ni de trescientos en verano. Comemos unas lechugas que ya quisieran en Madrid o seguramente en tu Alemania. Mi amiga germana me dice que en España – se refería a Madrid – la fruta huele. Y yo la miraba asombrado al echar de menos los tomates de mi pueblo. Es tanta la distancia que produce contemplar el huerto, vivir mirando el cielo y sin ruido por las noches, que me cuesta darte razón de lo lejanas que me resultan tantas preocupaciones como las que veo en tantos titulares y proclamas.

El correo me trae el último número de Fortune. Es un número grueso porque viene con las famosas quinientas más grandes empresas americanas. Y porque trae mucha publicidad. Con frecuencia, pagada por países y gobiernos. Al final hay un especial pagado por el gobierno de Cataluña. Son interesantes los matices: habla de Cataluña, a la que sitúa en España, precisando que es su parte más rica. Distintas fotos de sus consejeros son presentadas con la palabra ministry. Uno no puede dejar de pensar que está frente a un gobierno como el de todos los países del mundo.

La cuestión, me parece a mí, es que hay una evidencia de que los cargos públicos electos por los catalanes tienen como premisa establecer una diferencia y que sus votantes así lo esperan. Un comentarista inglés de la realidad catalana explicaba que, esencialmente, la sociedad catalana prefería ser su propio centro. Por otro, veo un gusto retomado por las viejas cuentas históricas, por leer poemas con voz engolada. Se habla de pueblos, de hombres libres, de batallas. Resultan todas personas repletas de buenas intenciones, cada una con sus razones y sin nada que me parezca a mí que permita decir que un sentimiento es mejor o superior al otro. Resulta ser como si hablaran y hablaran y no se oyera nadie

Esta vida es simple. El pan y las hortalizas son del día. Muchos días cocino con lumbre y los platos cogen ese sabor a leña que permiten que lo más sencillo resulte especial. A la tarde hay tiempo de leer libros como toda la vida y se queda uno dormido por puro cansancio. Las naciones, con mayúsculas o sin ellas, las recepciones con poemas épicos resultan poco prácticas y poco emocionantes aquí. La sensación es la de una trifulca en la que nadie se atreve a que la gente tome un decisión definitiva: qué quiero de ti y qué no quiero de ti. En realidad, todos los contendientes tienen verdadero temor de saber lo que la gente realmente quiere. Yo estoy satisfecho con la facilidad con la que cruzo a Portugal a comprar el aceite de una señora que tiene olivos y no le sale nada malo. El café es mejor que en mi pueblo. Un jubilado de un pueblo vecino al mío hace su propia matanza y le salen los chorizos milagrosos, no consigo que me venda un jamón, dice que son para él y los hijos.

¿No crees que todas estas trifulcas se basan en ignorar el valor de la vida cotidiana y que las leyendas que se cuentan sólo pretenden condicionarla? Es asombroso que todo el mundo encuentre satisfactorio vivir en un tira y afloja permanente, en vez de proponer que las personas opten por definir sus caminos en su mejor juicio. Mi abuela, que falleció aquí, dejó la casa de una forma que ahora estoy poniendo al día y haciendo más confortable, aunque a su hermano, que sigue vivo, no le parece que sea lo que a ella le hubiera gustado. Yo le digo: ya no está aquí para que se lo preguntemos. Algunos quieren que les hablen los muertos en vez de hacer su vida.

Alguien dirá que esto es muy conservador, y hasta escapista: pero encontrar pan bien hecho me resulta más gratificante cada mañana que preguntarme por la nación, que como ves, ni siquiera escribo bien.

Tuyo,

Mardito Roedor

Luis I. Gómez
Luis I. Gómez

Si conseguimos actuar, pensar, sentir y querer ser quien soñamos ser habremos dado el primer paso de nuestra personal “guerra de autodeterminación”. Por esto es importante ser uno mismo quien cuide y atienda las propias necesidades. No limitarse a sentir los beneficios de la libertad, sino llenar los días de gestos que nos permitan experimentarla con otras personas.

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Un comentario

  1. Mardito Roedor, tú la Nación de la que yo hablo siempre la escribes bien, utilices las grafías que utilices. Porque esa Nación (no la de los nacionalistas, sino la de la soberanía nacional) lo que significa es, precisamente, libertad. Que nadie desde el poder –es decir, usando tu dinero y la fuerza coactiva del estado- tenga potestad para decirte lo que tienes que hacer, lo que tienes que pensar, cuál tiene que ser tu identidad, en qué lengua tienes que hablar, dónde o cuándo tienes qué comprar o siguiendo qué regulaciones tienes que hacer el pan o el jamón… así que calcúlate lo que –mientras no caigas por mis dominios académicos :)- puede pasar con una mayúscula más o menos.

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