España es una nación de sordos. Cansados y amantes de los tópicos, desde los cuales, la imperiosidad de pensar apenas cuesta algo menos que lo que vale una cita. La historia convertida en novela histórica, invitándonos a pintar de ficción lo que nos duele, añorar lo que no fué y desdecir lo mil veces jurado. España es un eterno «Werdungsprozess». No ha sido, no es, no nació en un entonces para morir en un después. España está siendo, estuvo siendo y estará siendo. Se equivocan, tienes razón, los maestros del reloj de arena, aprendices de magos en su baladí intento por encontrar el segundo del génesis, el momento del parto, el primer llanto. España no es justificable. La inevitabilidad de España no es voluntaria, ni inventada. Existe desde el momento en que es nombrada: es la semántica la que la hace inevitable. Dejemos los dramatismos para tiempos de gloria. Estos son tiempos de escoria. Es una época de sordos.
La madre de unos, la puta de otros, aún siendo, no crea, no actúa, no siente, no impera. Sólo los hijos (y los de puta) crean, sienten, actúan. La libertad no nace de la patria, ni se mantiene en la patria. Tampoco crece en la patria. La libertad necesita de la consciencia y la voluntad, algo de lo que carecen las naciones. La libertad necesita de alguien que pronuncie un «yo quiero serme libre». Sin tapujos, sin dobles fondos, desde la contundencia de su realidad. La “falta de libertad” es una ilusión persistente. Esta superstición, la de la “no-libertad”, se basa en poderosas mentiras, según las cuales los hombres no determinan libremente sobre sus actos, sino una instancia exterior, las más de las veces superior e inaccesible. La más vieja de estas supersticiones es la de las fuerzas de la naturaleza, los fantasmas y demonios que determinan la acción humana. Los fantasmas y demonios del hombre moderno se esconden bajo nuevos nombres: clase, raza, pueblo, estado. Aquél que cree que la cultura, la prosperidad, la seguridad, la formación, la solidaridad sólo pueden ser generadas y administradas por un poder externo -el Estado, los Dioses, el pueblo- y no por la acción individual de cada uno de nosotros, aspirará a controlar este poder. Así nacen los Imperios, las naciones, las castas, las iglesias, los partidos políticos…
No hay pueblo, ni barrio, ni nación, … no hay España sin libertad. La historia nos enseña, pero, que la tentación de una España Grande (o una Gran Catalunya, Gran Galicia, Gran Euskadi, …) supera al sueño (?) de una España DE LIBRES. A mí me gusta España, y me gusta decirme español. Pero si me das a elegir entre ser español o ser libre, prefiero ser libre. Y cuando todos seamos libres, querremos ser españoles? Cuántos? Muchos? Pocos? Sabremos hacer uso de nuestra libertad para acudr en ayuda del vecino cuando este nos lo pida?
España no existe sin españoles libres que quieran serlo. Libres y españoles. Lo demás, querido, lo demás es novela histórica.
Tuyo,
Luis I. Gómez
Ahorita mismo regreso de cenar con mis chicas. Tema principal de conversación, sus problemas con sus respectivas pandillas y demás tonteos adolescentes. Ni que decir tiene que mis hijas son unas filibusteras parlamentarias. A duras penas he conseguido apostillar un par de cuestiones, entre las consabidas risas que provocan en un par de adolescentes guapísimas el tema de la piratería. Lo del filibusterismo parlamentario ya no les parecía cosa de risa. El resumen de toda la conversación se condensa en una frase: El precio de la Libertad es la Soledad. A mí me gustaría que ese precio no lo tuvieran que pagar nunca, aunque mi empeño es que estén en disposición de pagarlo y con creces.
Dice Happy:
En el aire para reflexionar más profundamente. Y valga como colofón al comentario de Mónica
Me gustaría no renunciar a mi responsabilidad ni en nombre de España. Por eso dependo tanto de mi libertad.
Tengo un alumno chileno, acaso (des)encauzable hacia una vocación literaria, que ha leído a Rubén a través de la literatura española. ¿Quiere Iracundo que me sienta del Zaire? Pues lo siento mucho pero no me da la gana.
Pues yo no sé qué decir. Al igual que Luis, me gusta decir que soy español. Es lo que soy. Y alguna vez me he preguntado qué significa ser español. No lo sé. No sé si es un Estado, una cultura, una manera de ser, un DNI o una paja mental. La Historia la han hecho los políticos. Los que componen el pueblo español sólo han aparecido en las esquelas y para delega, rechazando su responsabilidad cuando confían en una representación parlamentaria.
España y libertad. Hoy por hoy me suena a oximorón. Cualquier sociedad que se quiera considerar libre debería ejercer sin cortapisas sus libertades a nivel moral y económico. Si no era con Franco cuando imponía su moral, es el gobierno el que se come el 40% de nuestro dinero. Las naciones las desarrollan las sociedades libres… pero nosotros hemos delegado. Y de ahí me surgen dos preguntas: ¿Alguna vez no hemos querido delegar? Y si pudiéramos no delegar, ¿lo haríamos?
Yo qué sé.
Enorme entrada, Luis. Sin palabras me has dejado. Pero yo no estoy sorda. Es más, gozo de un oído excelente, lo cual muchas veces es bastante molesto y me crea no pocos problemas.
Estoy completamente de acuerdo contigo en que, mil veces antes que España, lo verdaderamente importante es la libertad individual. Ahora que, y no es –creo– por una mala competencia lectora frente a la novela histórica, yo sigo opinando que en la sublevación contra la basura estatisto-racionalisto-laicizante-napoleónica está claro que cada uno de los patriotas seguiría sus propios fines, sus propias motivacionas –razón y ley–, lo cual no quita para que por una vez –milagro– de la grey española brotase algo bastante semejante (quizir, parecido, no hace falta que sea exactamente igual) a esto de querer poner pie en pared, así cada uno individualmente, frente al poder. Porque tú dime a mí si hay algo más individual que exponer el propio pellejo. Eso de ponerlo delante de una bayoneta… encima por una idea, con la pereza que le ha dado siempre al español medio eso de tener que pensar, y sin llevarse nada del embate… Sí, a mí me parece indubitable que Manuela Malasaña y tantos héroes anónimos se auto-determinaron –y de qué forma- en el instante mismo en que al morir debieron pensar: “morir moriré, infecto gabacho, pero ni así has conseguido doblegar mi voluntad de verme libre de tí”. Benditos sean por ello.
Que luego todo se aguó según la cosa iba entrando en contacto con las poltronas, ya lo sabemos. Como sabemos también el final de la historia, triste. Apenas un espejismo, ya digo. Pero sin al menos el destello de aquella Nación que quiso parirse a sí misma ¿qué nos queda?
La madre… por supuesto que sin la madre ni hay hijos ni hay nada. Ni metáfora siquiera.
Y un poco de lírica habrá que echarle, hombre, que si no vamos a salir todos llorando.
En cuanto a la traslación del asunto al día de hoy, no tengo el menor inconveniente en someter la Nación a referéndum constitucional. Y ya te adelanto que, como andaluza, estaría a favor, tanto por lo civil como por lo criminal, con el federalismo fiscal. Eso sí, lo primero, me aseguraría de que se mantuviese un marco mínimo de libertades individuales blindadas frente a cualquier poder en todo el solar patrio, empezando por el derecho a que nadie te diga qué lengua tienes que usar. Tópicos, desde luego, los precisos. Y de oído, bien, gracias.
Dicho sea todo desde la admiración.
Como se anuncia en otra entrada que esta era una respuesta a dos comentarios, al de Mónica y al mio, me siento obligado a decir algo.
Afirmas que no hay España sin Libertad y yo digo, no hay nada que merezca la pena sin Libertad. y ahora pregunto: en las circunstancias actuales ¿Es posible la Libertad sin España? ¿Es posible la Libertad real, no confundir con positiva, sin un marco jurídico-político claro, seguro y predecible?.
Tu sabes amigo Luis, que yo soy un práctico. Las discusiones teóricas están muy bien en el salón, si es en el de casa mejor. Pero, cuando desde el poder público se nos invita continuamente a hacer de nuestra vida una cuestión privadísima, como está sucediendo ahora, como sucede en todos los regímenes despóticos, no tenemos más narices que agarrarnos al marco jurídico político que conocemos, o que creemos que conocemos. Podemos poner en cuestión todo lo divino y humano, nuestra historia, llena de luces y sombras, podemos enorgullecernos de lo pasado o avergonzarnos, eso es una cuestión que a cada uno toca. Pero el ahora y el futuro, que es lo que importa, se me antoja negro si de nuevo nos ponemos a cuestionar nuestra existencia como Nación-Estado, dentro de un orden internacional que nos tiene como Nación-Estado. Y te digo, yo no quiero la Nación-Estado que conozco como cobijo, ni puta falta que me hace, simplemente como campo de juego. Y ahora me voy a hablar de estas cosas con mis mujeres ante un platito de lomo de orza, que entre unas cosas y otras las tengo un poquito abandonadas. No les hago ninguna falta, pero les gusta tenerme cerca. ¿Me explico?
Un afectuoso saludo.
… incluída la libertad para ser sartén o cazo, me temo. Después de todo, quién puede presumir de haber sido siempre porcelana sajona?
Y ahí está el quid de la cuestión: es «España» la que impide a sus «españoles» decir lo que quieren ser, cómo lo quieren ser y cómo llamarse? No, España está secuestrada por quienes dicen hablar en su nombre y nosotros caemos en la trama de sumarnos a filas. Dónde está el pendón? dónde el banderín? a este lo sigo, a este no.
Pero… no es esa precisamente la esencia de una «sociedad»?: dos dictando y los demás coreando? y no miro más allá del cuello de mi camisa, eh?
#1 Dijo la sartén al cazo…
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Excelente entrada, Luis. Me quedo con esto: «no hay España sin libertad». Es un magnífico antídoto contra quienes se llenan la boca hablando de la primera para arrebatarnos la segunda, como hacen todos los nacionalismos.