El progre que llevamos dentro

Frans_de_Waal.jpgFrans de Waal es uno de los primatólogos más conocidos y reconocidos del mundo. Como tal divulga su sapiencia acerca de nuestros parientes primates y la pone en relación con nosotros. La ciencia poco a poco va perfilando nuestros parecidos y diferencias con los miembros de nuestra «familia extensa».

Que somos miembros de la familia de los primates es algo que pocos pueden discutir, al menos científicamente. Todos llevamos un mono dentro, como sugiere de Waal en «El mono que llevamos dentro».

Después de exponer amenamente cómo los chimpancés practican su política sangrienta y los bonobos se montan (o lo bien que se lo montan), de Waal nos dice que no nos tenemos que ver reflejados totalmente ni en unos ni en otros, aunque sí debamos mirarnos en su espejo y extraer conclusiones. No puede ocultar que los bonobos le parecen un adecuado referente, con sus coitos sociales indiscriminados e interminables y su plena receptividad y disposición para el acto amoroso en todas sus formas y maneras. Es posible que le recuerden a los hippies de los 60 con su «hacer el amor y no la guerra», y no sabría decir si incluso llega a citar esta frase archiconocida y archirepetida. El tópico no es cierto, al menos como presupuesto moral, aunque esté probado que la oxitocina reduce la agresividad en ciertos momentos y circunstancias muy concretas, en cada individuo.

El caso es que de Waal no puede contener no al mono, que se da por supuesto, sino al progre que lleva dentro. Así, en la página 41 de su interesante libro, dice algo sumamente ilustrativo, no tanto en sí mismo por lo que refleja del autor. Transcribo:
El bonobo es el antropoide perfecto para los tiempos que corren. Las actitudes han cambiado mucho desde que Margaret Thatcher postulara su estridente individualismo. «No hay eso que llaman sociedad», proclamó, «hay hombres y mujeres individuales, y hay familias». El comentario de Thatcher quizá se inspirara en las ideas evolucionistas de su tiempo, o viceversa. En cualquier caso, veinte años más tarde, cuando grandes escándalos financieros han dado el pinchazo final al globo inflado de la Bolsa, el individualismo puro y simple ya no suena con tanta vehemencia. En la era posterior a Enron, la gente ha vuelto a darse cuenta –como si nunca lo hubiera sabido- de que el capitalismo inmoderado rara vez revela lo mejor de las personas. El «evangelio de la codicia» de Reagan y Thatcher se agrió. Hasta Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal y profeta del capitalismo, dejó caer que quizás sería bueno pisar el freno. Como explicó ante una comisión del Senado Estadounidense en el año 2002: «no es que las personas se hayan vuelto más codiciosas que en las generaciones pasadas. Lo que ocurre es que las vías para expresar la codicia han aumentado enormemente.
Ay, y quizá los recursos, Alan, Franz.
bonobos_sexual_288.jpgEl salto que pega no lo da ni un mono ni tarzán con su liana. Es un salto lógico insostenible, del que sólo puede resultar una estrepitosa caída al vacío. O sea que resulta que los bonobos nos van a enseñar a nosotros cómo debemos organizar la sociedad, que, por supuesto, es una entidad con una naturaleza propia y pese a ello susceptible de organización desde los individuos, pero donde el individualismo no juega más que un papel negativo. Sencillamente inverosímil.
Pero profundicemos su error, que es grave viniendo de alguien que estudia precisamente la naturaleza humana (aunque sea por comparación etológica con los parientes cercanos). Las comunidades de bonobos son reducidas, no están formadas por miles y menos aún por millones de miembros. Apenas hacen uso de herramientas, por lo que ni imaginan lo que podría ser la tecnología. Han surgido en un entorno de abundancia relativa, si se compara con el que tienen los chimpancés o aquel en el que tuvieron que sobrevivir nuestros ancestros (en el que eran más presas que depredadores). Digamos que los bonobos se han podido permitir el lujo de…..¡ser bonobos!. Su evolución refleja sus circunstancias ambientales pasadas, como era de esperar. Si lo hubieran pasado un poquito peor y pese a todo siguieran aquí, quizá se pareciesen un poco más a nosotros, o quizá nosotros no estuviéramos.
¿Qué es lo que ha cambiado, además, tan sustancialmente desde los tiempos de Thatcher en el concepto de evolución, como para suscitar cambios en la actitud ante la vida de la gente y el modo de «organizar» la sociedad?. Nada, realmente. ¿Qué se sabe más de microbiología, de ecología, de primatología?: ¿en qué afecta eso a nuestra percepción del mundo y nuestra naturaleza, o, aún más allá, a nuestra propia naturaleza?. ¿Es que acaso saber que los bonobos follan y no matan, haber descubierto eso, va, por osmósis, a cambiarnos a nosotros?. Chorradas. ¿Y qué ha cambiado en la sociedad, si saberse puede, para que se de la «viceversa» que haría cambiar las ideas evolucionistas?.
Por otro lado puede que Thatcher tenga un conocimiento profundo de la teoría de su compatriota Darwin, pues es química y de ciencia sabe lo suyo, pero no sé hasta que punto el liberalismo individualista de Ronald Reagan podría inspirarse en el «darwinismo social», suponiendo que en su faceta individual era más bien evangélico (siempre según el catecismo progre), con lo de creacionista y antievolucionista que esto pudiera llevar implícito. Asimismo Thatcher ha sido una madre de familia ejemplar, que crió sola a sus hijos, antes de ser Primera Ministra, con lo que sabe muy bien lo que es una familia y está perfectamente legitimada para hablar de lo que esta representa dentro de la sociedad, o de la ficción de esta.
De cualquier forma que se mire no se puede decir que el liberalismo tenga su cimiento en el darwinismo, y supongo que esto de Waal no lo sabe porque, pese a sus conocimientos más que demostrados de primates, no es ni remotamente un entendido o siquiera un iniciado de las ideas liberales, por lo que muestra. El hecho de que la teoría evolutiva haya reforzado determinados postulados liberales no significa que el cuerpo de ideas liberal no tuviera suficiente consistencia ya antes de que la idea de evolución orgánica se hiciera explícita y circulara por el mundo. No creo que la Escuela de Salamanca conociera al todavía nonato inglés (quizá si Nostradamus). Y para colmo fue Spencer, ese liberal, antes que Darwin siquiera hubiera publicado su obra, el que introdujo la evolución en el liberalismo. ¿Qué cómo?…..las ideas flotaban en el ambiente, y si no que se lo digan a Wallace, o al abuelo de Darwin, por remontarnos atrás en la evolución de la idea de evolución. Lo que sucedió es que Darwin desarrolló perfectamente la idea y la apoyó en innumerables argumentos y ejemplos de la naturaleza.
La cuestión de los recursos escasos que inspiró en parte la teoría evolutiva (junto con la geología de Lyell), fue suscitada por el economista Malthus. Y es que la disponibilidad relativa de recursos explica mucho mejor la evolución de las especies y de los usos sociales que el comportamiento de animales cuyo parecido con nosotros se debe a un antepasado común no muy alejado.
Escuchemos (leamos) a otro científico, este neurólogo, Nolasc Acarín Tussel, en «El cerebro del Rey»:

La preservación de la vida o el acceso al alimento no tenían (¡ni tienen!) el mismo significado según se aplicaran a los próximos o a los extranjeros. Durante siglos las ciudades se protegieron con murallas para preservarse a sí mismas en contra de los otros (léase de la codicia de los otros). Sólo cuando aumentan los recursos cambia esa tendencia y se favorece tanto a los «nuestros» como a los «otros». Contrariamente, en tiempos de escasez hay una tendencia a disminuir incluso los favores a los «nuestros», para centrarnos en la familia directa o en uno mismo. En algunos países con penuria económica, no es infrecuente que los padres recurran al infanticidio, especialmente de las niñas, para evitarse mayores cargas económicas. Diríase que las actitudes egoístas se exacerban en situación de penuria y desorden (contrariamente a lo que sugiere de Waal), mientras que cuando existe cierto orden social y abundan los recursos, la solidaridad es más amplia, trasciende las fronteras de la comunidad e incluso puede traspasar las de la especie para tornarnos más cooperativos y respetuosos no sólo con los humanos sino también con los otros animales e incluso con el entorno medioambiental. Hay un ejemplo sencillo: cuando nuestra salud decae y enfermamos o nos sentimos desgraciados, nos volvemos más egoístas, pensamos primordialmente en nosotros y en nuestras precariedades, los demás nos importan mucho menos. Los recursos de salud son tan importantes como los económicos…..

La simpatía o beneficencia es el impulso que nos lleva a hacer el bien a los demás sin pretender nada a cambio. La vida en comunidad es posible, en primer lugar, por la capacidad altruista que está en el origen de la cooperación; en segundo lugar, porque la moralidad facilita la aceptación de reglas de convivencia , y en tercer lugar, porque la existencia de líneas de simpatía entre individuos que tienden a la consecución de una comunidad armónica y feliz, es una tendencia universal en todos los grupos humanos, siempre y cuando existan los recursos necesarios para la subsistencia
Los recursos son necesarios para la armonía social, como dice Tussell. ¿Y cual es el «sistema» social que permite una mayor generación de recursos, llevando por tanto a una mayor paz entre los hombres de buena voluntad?. La respuesta a esta pregunta no es unánime, aunque no es la unanimidad el criterio de la verdad. Yo creo que es el liberalismo, y por tanto creo que en la medida en que existan trabas a la libertad por parte de los poderes y robo por parte de los privilegiados (esto es, los que viven de los demás sin dar nada a cambio, los parásitos, que suelen confundirse con los poderes, pero los políticos), habrá menos recursos, y menos paz. Y a la inversa. Siempre he defendido que hay un número crítico de parásitos que cada sociedad puede soportar antes de entrar en el colapso de un conflicto civil. Desconozco cual es ese número, pero tengo la certeza de que el reconocimiento de los individuos y las familias frente a los derechos de colectivos y las obligaciones comunitarias aumenta la responsabilidad de las personas, su capacidad de trabajo y de crear cosas nuevas y mejores. Así que creo que llamar estridente a Thatcher por decir una verdad de tal calado es una estridencia, y es atentar dialécticamente (con el poder de la palabra, especialmente la de la sacralizada ciencia) contra la posibilidad de desarrollar un bienestar humano, humanamente posible, en nombre del paraíso perdido y jamás alcanzable de los bonobos.
Francamente, no sé si Nolan será progre, liberal, conservador, apolítico, centrista, nacionalista, escéptico o qué, mientras leo su libro de divulgación científica, pero es que de eso se trata.
Germanico
Germanico

No hay aprendizaje sin error, ni tampoco acierto sin duda. En éste, nuestro mundo, hemos dado por sentadas demasiadas cosas. Y así nos va. Las ideologías y los eslóganes fáciles, los prejuicios y jucios sumarios, los procesos kafkianos al presunto disidente de las fes de moda, los ostracismos a quién sostenga un “pero” de duda razonable a cualquier aseveración generalmente aprobada (que no indudablemente probada), convierten el mundo en el que vivimos en un santuario para la pereza cognitiva y en un infierno para todos, pero especialmente para los que tratan de comprender cabalmente que es lo que realmente está sucediendo -nos está sucediendo.

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10 comentarios

  1. Sí, Jinete, y pasa mucho con algunos de entre los científicos, que son brujos en lo suyo. Se muestran muy humildes con lo que ignoran en su parcela, pero en cuanto salen de ella parece como si pudieran explicarlo todo perfectamente.

  2. Me ha encantado, Germanico, la orientación y el desarrollo del post. Suele pasar al leer algunos libros, que teniendo ideas magníficas, brillantísimas, cuando entran a ser «aprendices de brujo» en materia poítica o social son autenticamente infumables. (Siempre bajo mi opinión, claro)

  3. Nada. A mí tampoco me gusta que me llaman imbécil y pretendí que la cosa no subiera de tono. Que nadie se sienta ofendido. Pueden tirarse los platos a la cabeza por supuesto pero, con un par de argumentos, mejor que con dos improperios, no les parece?

    Saludos

  4. Descuida Luis, que no pienso convertir esto en un ir y venir de platos a la cabeza. El trabajo de Germánico es magnífico y la conclusión que me sale de dentro es que el señor científico es un gilipoyas, con y porque me suena mejor. Que el señor coup de bâton y el otro prueben a pronunciar la doble ele, si saben, y la y consonante o griega. Y también les agradecería a esos señores que no me persigan por la blogosfera para insultarme y pretender picarme con tonterías de niñatos. Y por supuesto, no hagan el imbécil viniendo a este remanso de paz a joder la marrana.

  5. Gracias Luis,

    De Waal es un hombre y un científico de una gran valía. Ahora bien, esas andanadas políticas cutres en su obra supuestamente de divulgación de la ciencia devaluan tanto a la obra como al autor. Aunque yo pude leer con sumo gusto su libro, tapándome la nariz en algunos pasajes en los que olía a progre irredento, y a los que ahora aludo.

    Salu2

  6. Paz, señores. A ver si somos capaces de llevar un hilo sin abandonar el gran nivel que impone el texto de Germánico. Él, para decir cuatro (o diez) verdades como puños no ha necesitado más que argumentos, ningún insulto. No estropeemos su trabajo convirtiéndolo en una cocina doméstica de esas donde vuelan los platos de cabeza en cabeza.

    Carlos J., no es gilipollas, se equivoca, y Germánico nos indica perfectamente por qué y en qué.

  7. Muñoz, eres un idiota y das bastante asco. ¡Qué cruz!

    .

  8. «Un gilipoyas, y no hay más que hablar».

    Joder, 70 años y el fascio sin aprender ortografía.

  9. Me voy a permitir un comentario breve: Este tio es un gilipoyas. Y si pretende comportarse como tal, me/le compro una jaula, con objeto de observar como se da al onanismo. Y en tiempos generosos, le hago conocer gente. Como a estos imbéciles no les basta con reducir a los humanos a la condición de subdititos, ahora pretenden que creamos superiores a esos animalicos. Un gilipoyas, y no hay más que hablar.

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