Que libertad y socialismo son dos conceptos irreconciliables es un hecho empíricamente demostrado. Pero no sólo la circunstancia de que cualquier intento histórico de relacionar ambos conceptos ha fracasado estrepitosamente -desde la primaver de Praga hasta el bolivarismo venezolano actual- nos muestra tozudamente lo utópico de la empresa. También es fácil reconocer por qué no es posible tener al mismo tiempo socialismo y libertad: porque no se puede otorgar la misma competencia dos veces.
Socialismo significa que el Estado (por el bien de sus ciudadanos, dicen los socialistas) asume competencias. Al hacerlo se las retira a sus administrados recortándoles con ello su libertad.
Prácticamente todos los estados modernos muestran elementos socialistas. Y estos son fácilmente reconocibles allí donde el Estado asume competencias que, en una sociedad libre, deberían corresponder al individuo: el cuidado de ancianos y enfermos, fumar con permiso de los asistentes, construir una línea de autobús paralela a una de ferrocarril.
Y no, no estamos hablando de un socialismo liberal, sino de la limitación del ejercicio de la libertad mediante elementos del socialismo. Ésta es, sin duda, la gran victoria de la socialdemocracia, cuyos conceptos han encontrado arraigo en occidente, desde europa hasta los EEUU. Tal vez para mejorar la situación del ciudadano; no lo voy a discutir aquí. Pero lo que sí es claro es que no se trata de socialismo mas libertad, se trata de menos libertad a golpe de, digamos, concesiones a ciertas máximas socialistas.
Cuanta más agua socialista añadamos a nuestra libertad democrática, a nuestro Estado, más aguada quedará nuestra libertad. En Praga se intentó hacerlo al revés: aguar el socialismo con grandes dosis de libertad. Brezniev no acertó en la interpretación.